sábado, 27 de agosto de 2011

EL GRADUALISMO ESTRATÉGICO EQUIDISTANTE DE LOS EXTREMOS

El equilibrio del sistema de conducción

Los conductores clásicos decían que “el momento más difícil es el de la victoria”, porque en esa instancia inicialmente plena de incertidumbre, pueden producirse confusiones y reacciones imprevistas que afectan el equilibrio del sistema de comando. No es difícil comprender este axioma que parece paradójico, si se recuerda que a los fines de largo plazo de la estrategia, el triunfo no es una mera suma de éxitos sino una progresión de misiones cumplidas; es decir: una continuidad de acciones detrás de una sucesión de objetivos cada vez más cualitativos y profundos.

Obviamente, nos referimos a la estrategia política, con los métodos que corresponden al liderazgo civil, pero que -de todas maneras- juega su suerte en el empleo de una fuerza organizada, que debe moverse ordenadamente con un despliegue de encuadramientos tácticos. Luego, hay que evitar las conductas contradictorias de ciertos referentes que tienden al triunfalismo, desarmando la voluntad de perseverar con que hay que encarar las tareas pendientes. En este sentido, sin dejar de celebrar lo conveniente, hay que saber que el mejor festejo es la preparación adecuada del próximo encuentro.

Otro problema es el oportunismo político, deseoso de pasarse demasiado rápido de bando, sin conservar principios ni lealtades, lo cual no es augurio de adhesión positiva. O, en el ángulo opuesto de ese mismo defecto, el adversario insidioso que, con sofismas y argucias, no reconoce su derrota ante una propuesta y una conducción superiores, y reparte críticas y difamaciones sin cuestionarse para nada su pobreza de ideas y escasas aptitudes.

Completa el cuadro la presencia en ambos campos de los partidarios del enfrentamiento ideológico, profiriendo juicios descalificadores con el remanido argumento de “agudizar las contradicciones” de la situación, sin considerar el absoluto rechazo de las posiciones extremas expresado en el sufragio de las mayorías ciudadanas. Ellas han ejercido el deber y el derecho del poder electoral, para afirmar con claridad su opción por la vía pacífica entre diversas postulaciones y programas. Éste es el aspecto que nos interesa ahondar, no bajo un prisma periodístico de los que abundan versiones superficiales, sino mediante reflexiones de naturaleza doctrinaria para compartir con cuadros de militancia y compromiso comunitario.

El gradualismo estratégico en función social

La experiencia histórica insiste en señalar el despropósito de la violencia, en cualquiera de sus formas, para asegurar las metas de un modelo forzado contra la voluntad popular; tanto como, por el contrario, encomia el sostener lo obtenido por obra de la participación política y social. Para ello es clave que la conducción perciba el sentido del ciclo histórico que encarna, y sepa transmitir como se ha de interpretarlo y hacerlo comprensible para realizarlo en las circunstancias concretas.

Perón se cansó de repetir, con motivo de su esperado regreso, que “el tiempo y la evolución” eran factores preferibles al caos y a las pérdidas de una lucha fratricida. Afirmación de estadista que no implica desconocer las reivindicaciones pendientes, ni los intereses que se oponen a la equidad y a la justicia; pero que sí destaca, ante el peligro de los extremos beligerantes, la alternativa válida del gradualismo estratégico en función social.

Sin embargo el gradualismo no ocurre porque sí, sino por medio de una serie de condiciones que nos proponemos describir, como requisitos de su implementación acertada. Ante todo, hace falta una gran formación y constancia para llevarlo a cabo, habiendo transitado etapas anteriores de vacíos y decadencias en la movilización del país, y soportando una coyuntura internacional adversa. Más allá del mérito personal de los dirigentes y predicadores portadores de una matriz conceptual sólida, ésta sólo se reconoce y prospera cuando el proceso popular, según su propio ritmo de maduración, siente que interpreta sus necesidades y aspiraciones.

Recién en ese momento, que podríamos llamar fundacional, se une el ideal con la acción, produciendo una transformación efectiva de la realidad, y superando la precarización de los partidismos meramente proselitistas, incapaces de entusiasmar a nadie que no fuesen los beneficiarios de prebendas. El surgimiento de un nuevo liderazgo, en cambio, siempre potencia un conjunto de movimientos sociales con empuje reivindicativo en el seno de una comunidad en crisis de transformación.

Perfil del liderazgo propio de la etapa institucional

A favor de décadas de resistencia y de lucha, la expectativa histórica de una etapa revolucionaria ha cedido su lugar a una etapa institucional, donde las realizaciones pendientes habrán de alcanzarse por la evolución canalizada en reformas dentro del ordenamiento legal; y cuando corresponda, con la actualización debida del Derecho Social. Consecuentemente, se han desplazado del sustento ciudadano las visiones catastróficas de la oposición cerril, y la impostación dogmática que es su equivalente inverso en la línea de contacto, hecho evidenciado en el resultado comicial. Éste no ha sido producto de un pragmatismo exagerado centrado en un voto de conveniencia, como algunos lo han pretendido subestimar, sino una conclusión del sentido realista del pueblo frente a las distorsiones ideológicas y mediáticas que se realimentan mutuamente.

Surge así una valoración ética y política de la participación comunitaria en el nivel nacional, provincial y municipal, que ha registrado respuestas electorales reflexivas y diferenciadas. Se impone, entonces, un estudio del perfil de liderazgo que exigen estas nuevas circunstancias, trascendiendo los comentarios banales que se han demorado en los planos personales, y aún privados, de los candidatos, sin comparar los rasgos adecuados del tipo de conducción apropiado. Porque, en tanto sistema organizado, éste tiene que manifestarse claramente con técnicas, métodos e instrumentos que aquilaten la práctica de un estilo compatible a su alta función.

Es indudable que ante el espejo del liderazgo, máxime si éste posee dotes carismáticas, se refleje siempre la polarización social de los sentimientos primordiales de amor y odio. Por eso la buena conducción debe tratar de prevenirse de ambos, para no alentar el fuego cruzado, al menos, de las reacciones más irracionales. Un ejercicio espiritual y psicológico bastante arduo, pero indispensable para progresar del hábito caudillista de las relaciones de dominio, al comportamiento democrático de las relaciones persuasivas. Círculo virtuoso que se completa con la paciencia de saber escuchar, el aprovechamiento de la crítica constructiva y el asesoramiento de excelencia.

Hemos visto el espectáculo lamentable de referentes derrotados que no dan la cara o abandonan a su dirigidos en medio del contraste. Lo han hecho pretextando una “ética de convicciones” basada en principios declamados en una estéril trayectoria. Sin embargo, es una ocasión para aprender que, en estrategia, lo principal es una “ética de responsabilidades” basada en los efectos causados por el accionar dirigente; ya que la calidad del liderazgo se mide por la consecuencia de sus resultados y la entereza para asumirlos en cualquier situación.

El alcance operativo de las iniciativas estratégicas

La estrategia es un arte-ciencia que exige la seriedad de un ejercicio profesional, donde al conocimiento de sus reglas y procedimientos hay que adjuntar habilidad, creatividad y cierto grado de especialización, lo cual incluye un buen equipo de trabajo. Tal conjunto de exigencias descarta las mentalidades mediocres, rutinarias o improvisadas; así como también las salidas temerarias o desproporcionadas respecto al balance de fines y medios que regula el sabio criterio de economía de esfuerzo.

En el campo político, el cálculo preciso de la rentabilidad de las acciones implica la contención del alcance operativo de las iniciativas estratégicas, lo cual destaca muchas veces el valor del gradualismo, que ya anticipamos, frente a la desmesura de los ideólogos sin obligación ni experiencia de conducción. De todas maneras, lo esencial del gradualismo es el logro pautado de metas escalonadas, pero irreversibles, capaces de sostenerse ante cualquier contingencia por el avance paso a paso de la participación popular que impide el retroceso.

Este es el concepto que señala, por ejemplo, la importancia del diálogo político y social, con el mecanismo de la concertación respectiva, que significa que el liderazgo está dispuesto a exponer y no a imponer sus ideas, del mismo modo que está abierto a recibir sugerencias y propuestas capaces de enriquecer la perspectiva general de desarrollo. Del clima de diálogo, en la mesa con los referentes del arco representativo del país, o del distrito en cuestión, saldrán los ejes a institucionalizar en la concertación legislativa para las políticas de Estado, y en la concertación económico-social con los gremios empresariales y de trabajadores; instancias a detallar en la continuidad del tema.

Los intereses develados ante el exámen del bien común

El discurso, la discusión y el debate de los puntos cruciales de una coincidencia programática requerida por la razón compartida, abarca ópticas distintas y aún contrapuestas, exigiendo la mayor y más auténtica libertad de expresión individual, sectorial y pública. Un proceso amplio de involucramiento y compromiso que, al mismo tiempo que respeta la órbita de la autoridad institucional, evita toda posibilidad de autoritarismo, fortaleciendo la estabilidad y sincerando los intereses particulares en pugna ante el exámen del bien común.

Para realizar este exámen democráticamente, es necesario resaltar el valor del análisis y la reflexión ciudadana, fuera de toda imposición informativa, dada la intermediación parcializada que efectúa el poder mediático respecto de las relaciones humanas y sociales. Este fenómeno complejo asociado al poder económico especulativo, y que acabó con el estilo de la otrora “prensa independiente”, es más revelante que nunca por la crisis de representatividad de los partidos políticos y la influencia creciente de las corporaciones transnacionales.

Por esta razón es imprescindible poner en pleno funcionamiento las disposiciones de la nueva legislación sobre medios, para garantizar una verdadera libertad de expresión sin monopolios privados ni censura estatal, puesto que la manipulación es perniciosa en cualquier extremo. En el centro de esta apertura a la comunicación de la comunidad, debe promoverse la difusión más abarcadora posible de nuevas voces, provenientes de organizaciones autogestionadas de todo tipo, que hasta ayer tenían negado o dificultado el acceso a esta herramienta poderosa de participación social.

LA RAZÓN POPULISTA O LA RAZÓN POPULAR

Precariedad política o movimiento orgánico

En el movimiento nacional, que en la Argentina tiene nombre propio, el todo no es la mera suma de sus partes; porque este concepto cuantitativo, más adecuado a una cosa mecánica, implicaría negar el núcleo cualitativo que se eleva a una categoría espiritual y estratégica. No es entonces algo inerte, con fines parcelados y autónomos de su razón de ser principal, sino un todo orgánico, cuya matriz doctrinaria común hace converger al conjunto sobre sus grandes objetivos de soberanía, libertad y justicia.

Esta comunidad de cultura política, económica y social, forjada en la sucesión de ciclos evolutivos y revolucionarios, según las etapas históricas transcurridas, no sólo coordina sus sectores funcionales, sino que sabe establecer un nexo de relaciones y aportes que se intercambian provechosamente. Es un centro intangible que concentra energías desde la base para el autodesarrollo de estructuras, líneas operativas y franjas de conducción. Su propia subsistencia demuestra la fortaleza intrínseca de sus valores orgánicos, que vencieron al tiempo pasando las pruebas impuestas por los errores, desvíos y deserciones de algunos dirigentes.

Fuera de esta unidad voluntaria y consciente, cuya esencia es inmune a la represión o a la prebenda, las partes no tienen destino, al menos en la calidad que se postula. El componente político se diluiría en el tráfico de influencias de la democracia formal; el sindicalismo se reduciría a un gremialismo reivindicativo sin proyección de poder; sus pensadores y técnicos se encerrarían en círculos discursivos de retóricas estériles; y sus jóvenes se quedarían en el activismo sin alcanzar la capacitación que sólo brinda la experiencia del intercambio generacional.

Esta hipotética desarticulación del movimiento no figura aquí gratuitamente. Por el contrario, es la tesis central de los teóricos del “”progresismo” que, en vez de proponerse actualizar y perfeccionar el movimiento usufructuado en el acceso electoral, plantean la inserción de sus partes aisladas reconvertidas con otras en una nueva fuerza. Peronismo, radicalismo, socialismo y desarrollismo, no en un frente abarcador con coherencia superior a lo existente, sino en una aleación de discurso y tono regresivo porque propugna directamente el “populismo”, como forma precaria de la conciencia política de las grandes mayorías.

Progresismo intelectual o progreso social

Progreso es una noción normativa que define el avance hacia algo mejor, aunque dando por sentado que tal proceso no es lineal ni absoluto; ya que se relativiza constantemente en el cambiante balance social de aspiraciones y logros. Esto sanciona a quienes juzgan el presente sin una relación reflexiva con el pasado y una aproximación seria al futuro. Repiten el error cometido al tratar de desagregar ficticiamente las estructuras moldeadas por la evolución, porque el progreso no es el discurso de la razón individual sin voluntad de acción, sino una historia colectiva de esfuerzos y luchas.

Las organizaciones sociales, en tanto pugnan sin cesar por el progreso, siempre están en estado crítico, porque sus decisiones se abren paso entre lo necesario y lo posible, como flancos vulnerables que comprometen su existencia: porque en política -como se sabe- lo que no es factible es falso. Por eso es poco útil la actividad intelectual que busca una relación “estética” con la “verdad”, en vez de pensar con humildad para percibir la realidad y contraer un compromiso cierto, desde un lugar localizable en el despliegue de fuerzas, a fin de hacer un camino compartido al andar.

Hay mucho trabajo auténticamente inteligente para quienes disponen de una formación académica o técnica, y superen el molde rígido de las ideas “puras” y los sistemas ideológicos cerrados, sin carga humana ni comprensión de los rasgos contrapuestos de nuestra idiosincrasia cultural. Es justamente allí donde se prueban las doctrinas que abren perspectivas al compromiso y la participación de la mayor cantidad de ciudadanos que, por su parte, van abandonado el exceso de individualismo e indiferencia para ingresar en la práctica social de las relaciones comunitarias.

Este empeño por aumentar el conocimiento auténtico, y con él la conciencia política, y con ella la voluntad por lo social, debe ir acompañada de la resolución de abandonar el “clasismo” contradictorio propio de los círculos áulicos de la pequeña burguesía; porque estos cenáculos y sus producción mediática, al desdeñar las organizaciones sociales que integran el movimiento nacional, postulan una suerte de “anarquismo” superficial, que hace el juego a la reacción de los grandes grupos de poder.

Triunfalismo pasivo o esfuerzo continuado

Quienes componen por su profesión los sectores medios de nuestra comunidad, como formación económico-social de la etapa actual de nuestro desarrollo, no ocupan obviamente una posición de cuño independiente. La historia demuestra que dichos sectores, intermedios en la ecuación productiva, se vuelcan hacia uno u otro lado de la polarización política entre lo nacional y lo liberal. Por dicha causa, que suele inclinar la balanza en algunos momentos decisivos, deben reflexionar sobre cuál es la ubicación que les permitiría un mayor despliegue y utilidad de su capacidad creadora.

En nuestra opinión, la opción liberal o neoliberal estimula un “intelectualismo” y un “racionalismo” unilateral, propenso al esquema de dominación alentado por formas tecnocráticas supuestamente antipolíticas. En cambio, la opción nacional, propende al estudio profundo de los complejos fenómenos de la realidad, en un país que ansía liberase de la dependencia. Esta es la vía de aproximación a las capas populares y a los trabajadores, necesitados de un aporte fructífero para saltar de claridad en sus niveles de desenvolvimiento político e información sociocultural.

A diferencia del populismo, el proyecto nacional postula y requiere el desarrollo integral de la persona humana, más allá de su función estrictamente profesional y laboral. Es un proyecto, impulsado por toda una filosofía de vida que, sin bien parte de la dignidad insoslayable del trabajo, sostiene un ideal de realización individual y colectiva, basado plenamente en la solidaridad, el compañerismo y la convivencia, que son valores inherentes al humanismo comunitario.

Volvemos así a prevenir un problema de identidad política, porque ella no es algo abstracto, ni está fuera de las diferencias y contradicciones contenidas en los grandes movimientos. Esta dinámica debe entenderse con la justa comprensión de las condiciones reinantes en cada momento de la lucha del pueblo.

Para canalizar correctamente estas contradicciones, que sin embargo son la fuente motriz de nuestra movilización permanente, hay que guiar el trazado de la línea operativa sumando y no restando adhesión y participación. En contra de este axioma de la buena conducción actúan, valga reiterarlo, el sectarismo y el clasismo, la suficiencia y la prepotencia, y el triunfalismo nefasto que desmotiva lo propio y aglutina al adversario.

Ambición individual o aspiración compartida

Llegamos así al tema crucial de la conducción, donde, además de la doctrina y la organización, tiene un rol relevante el don del liderazgo que, en todos los niveles, debe promover el éxito del esfuerzo acumulado. Esto significa que la “unidad de concepción”, dada por la congruencia de ideas y sentimientos constitutivos de la convocatoria y aglutinación del movimiento, debe culminar en una “unidad de acción”, sin divisionismo ni interferencias, gracias al acierto de las orientaciones persuasivas emanadas de su legítima autoridad.

En consecuencia, para que el liderazgo no represente el resultado destructivo de la ambición desmedida, precisamos considerarlo y realizarlo como producto de una práctica compartida; o sea: coordinando todos sus componentes en un completo sistema de conducción, cuya selección y control democrático pertenecen naturalmente a las bases y al encuadramiento territorial. Esto hace indispensable una enorme tarea de formación en valores y de capacitación en técnicas y habilidades metodológicas, para superar la instancia primaria del espontaneísmo y la improvisación, que al final se pagan caro.

Lamentablemente, vemos que esta tarea, tan vital como discreta, no se cumple de modo suficiente para elevar la calidad y selección de los dirigentes, siendo opacada por los recursos aplicados a la concepción de la política como espectáculo. En cambio, cuando las cosas se hacen bien, cuestión de la que tenemos clara memoria, se avanza por ejes convergentes: con la formación doctrinaria y técnica, la línea de cuadros militantes y el apoyo de los organismos de propaganda; sin confundir ni omitir ninguno de los distintos planos de acción que verifican la multiplicidad del movimiento.

Finalmente, es clave el rol de la conducción superior encargada de unir tal dispositivo, que exige un gran esfuerzo que demanda la asistencia de un asesoramiento tipo “Estado Mayor”. La experiencia indica la validez universal de estos equipos de excelencia, que no rehuyen ni los dirigentes de las potencias ni lo ejecutivos de las corporaciones.

Sucede que la complejidad actual del arte de gobernar excede la buena voluntad, cuando no el aporte impreciso, de los famosos entornos. En este aspecto, la paradoja estratégica de un movimiento multitudinario es que, si bien él unicamente funciona con un liderazgo definido, requiere a la vez una actitud prudente y abierta para oxigenar sus propuestas, distinguiendo entre la obediencia efímera y la lealtad a un proyecto histórico que nos trasciende a todos.

LA ACCIÓN EFECTIVA DEL INTERÉS SOCIAL COMPARTIDO

La decisión de tener un destino

Se suele llamar destino a la trayectoria que une existencia y significado; porque define el transcurrir de una vida intensa, con una razón que la fundamenta y una causa que la justifica. Una manera concreta de adquirir este significado es la participación social en la vida comunitaria, a condición de no incurrir en las malas prácticas de la baja política; porque sólo la vocación sincera por grandes ideales da sentido cierto a la militancia solidaria.

Participar con la categoría verdadera de ser militante requiere tener libertad de iniciativa e impulso para incluir, con humildad y decisión, la propia posición en el futuro histórico de la comunidad, que se define en un complejo cruzamiento ideológico de perspectivas personales y grupales. Para ello, hay que partir de los arquetipos fundadores de la nacionalidad, a fin de sentir la influencia nutriente de nuestras raíces; sin perjuicio de redimir aquellos aspectos del pasado que enjuiciamos negativamente, convirtiendo así el presente en el inicio compartido de una trayectoria superadora.

Los hechos históricos se actualizan y perduran confluyendo con las innovaciones de la actualidad. Por eso, no se debe perder nunca la fe en el progreso social y, con ese espíritu, trabajar por la renovación ética y política que es imprescindible para retomar una historia común, con esperanza y entusiasmo. Es una resolución de un instante, de un momento de decisión, pero que está conectado con los ciclos prolongados de las grandes causas, por lo cual luego constituye un compromiso que demanda continuidad y constancia.

Para que la vida continúe con la energía moral que requiere afirmarla e intensificarla, y no sólo sobrevivir sin destino, es necesario descartar la debilidad que impone el nihilismo: porque él significa la pérdida de toda valoración de la existencia, y el extravío de toda guía orientadora en el mundo que nos rodea. Es la alternativa negada de la actitud pasiva o depresiva de aquellos seres indolentes respecto de la construcción moral y material del país, o indiferentes a causa de la corrupción e ineptitud de algunos dirigentes.

En la evidencia interior que funda la toma de conciencia, hay que saber reconocer y respetar los valores que siempre están detrás de los razonamientos y las explicaciones; porque ellos surgen directamente de exigencias imperativas para preservar la vida del individuo y de la sociedad. La comprensión de estos valores, que devienen principios y reglas para la realización personal y colectiva, lleva naturalmente a sentir la obligación de actuar y de hacer; y también a la necesidad de integrar una fuerza orgánica capaz de contener y sostener las expectativas que genera.

Expectativas de justicia, no de venganza, porque la venganza continúa el círculo vicioso de la injusticia. Expectativas de apertura, porque el absolutismo ciega. Expectativas de igualdad, porque nada ni nadie debe estar por encima de la ley. Expectativas de progreso, porque es absurdo y cruel mantener los mecanismo de una economía restringida que acumula riquezas en una minoría especulativa y excluyente.

La participación en actitud protagónica

Ser parte de una sociedad exige inscribirse en el juego múltiple de relaciones entre las personas que en ella se agrupan. Implica el entramado de articulaciones de todo tipo, que van desde el recorrido más o menos anónimo de espacios comunes, hasta vinculaciones definidas por motivos laborales, vecinales, culturales y aún los propios de la esfera pública. La participación, precisamente, implica una actitud protagónica, que da mayor profundidad al sentido y sentimiento de la vida, de modo inverso al despilfarro de posibilidades que determina el aislamiento y la apatía.

Por consiguiente, la simple agregación de quienes habitan una geografía particular no crea una sociedad. Ella se conforma gradualmente en el tiempo, al adquirir los caracteres progresivos de su identidad cultural, y al elaborar los rasgos normativos de una unidad sólida e integradora. Así se establecen las formas institucionales que tienden a encausar las tensiones que siempre aparecen por el logro de la supremacía entre sus distintos sectores, porque es insoslayable consolidar un ordenamiento coherente para evitar la división y la anarquía.

La realidad de la condición humana se manifiesta, como hecho probado en todas las épocas, en la persistencia de sus conflictos de organización y de poder, lo cual lejos de disimularse o exagerarse, con visiones ingenuas o perversas que niegan por igual su categoría histórica, enfatiza la necesidad de la conducción prudente y persuasiva. Ella descarta el fatalismo de la confrontación total y permanente, por la búsqueda de coincidencias básicas tras objetivos y metas específicas de bien común.

Resumimos así una serie de postulaciones indispensables para evolucionar como sociedad civil moderna y organización estatal soberana. El derecho a la libertad, con el deber de sostenerla por la participación responsable y la tolerancia. El derecho a la normalidad institucional, con la defensa de la unión nacional y el orden constitucional. El derecho a la paz interna, por el ejercicio del diálogo y el logro de niveles crecientes de concertación política, económica y social.

La organización social con eficacia

La razón se constituye por la voluntad de saber, aplicando nuestra capacidad inteligente a la búsqueda y comprensión de la verdad. Es la autoconciencia del “darse cuenta” con que logramos conocimientos fundamentales para la vida en comunidad. Sin pretender la verdad absoluta que propugna el dogmatismo y el fundamentalismo, hay un camino práctico para aportar “nuestra verdad”: no querer engañarse, no querer engañar y no querer ser engañado, luchando simultáneamente contra el conformismo, la manipulación y la ingenuidad.

En la acción social la verdad se vincula directamente a la realidad. El axioma “la única verdad es la realidad” recusa la retórica artificiosa y la falsa apariencia que inducen la involución cultural de la sociedad. Pero la realidad no es estática, sino que se transforma con las acciones que se realizan para modificarla; situación que define “la realidad efectiva”, que es la definición que destaca la producción y la acumulación de efectos de cambio sobre la sociedad.

La dimensión del esfuerzo exigido para obtener resultados reales en el campo de la solidaridad, lleva racionalmente a considerar la insuficiencia de la participación como hecho individual y, por ende, a la necesidad de la participación como hecho colectivo, configurando la parte correspondiente del “nosotros social”. Aparece aquí el concepto de organización, cuya importancia en el aspecto teórico y técnico del pensamiento social le confiere categoría filosófica, al condenar la improvisación de procedimientos con la excusa del pragmatismo.

La construcción que responde al “arte de organizar” otorga permanencia y eficiencia al agrupamiento interactivo de quienes están juntos para hacer una tarea en común. Una tarea que se basa en el desarrollo integral del principio de unión y de unidad, ordenando y potenciando todas sus formas y modos de acción (sindicalismo, cooperativismo, mutualismo, etc).

La comunidad solidaria

La solidaridad se verifica con la ejecución práctica en el terreno, donde la sociedad, en sus diversas manifestaciones, puede postular y desplegar sus potencialidades de acción. En lo concreto, la participación surge inicialmente de grupos homogéneos respecto a su ubicación social, laboral o territorial, donde es más fácil identificarse en un “espíritu de cuerpo” para llevar a cabo un trabajo de equipo. De esta manera, el idealismo de la lucha por la dignidad y la autodeterminación, se conjuga con el realismo de los propósitos perseguidos legítimamente por cada sector.

Ahora, la construcción amplia de la comunidad demanda avanzar hacia un nivel más incluyente, donde lo homogéneo debe servir a lo heterogéneo y lo corporativo tiene que abrirse al conjunto como resolución dinámica de toda tendencia purista o sectaria. Por consiguiente, las diferencias son incorporadas desde esta perspectiva abarcadora, como matices enriquecedores del eje principal de la actividad orgánica, sumando nuevos contingentes con sus propias ideas y metodologías, sin debilitar la convergencia que es clave para el éxito.

En línea con este objetivo superior, es natural imaginar la posibilidad de un modelo de confluencia de todas las iniciativas y movimientos sociales. Este modelo, en principio, parte del valor supremo de la libertad, pero no en el sentido del liberalismo que consagra el individualismo absoluto a expensas de la equidad. De igual modo, del valor de la vida colectiva, pero no al precio del totalitarismo que deshumaniza y masifica. El equilibrio, entonces, entre los extremos del individualismo y el colectivismo es la comunidad organizada solidariamente, para la vigencia armónica de la libertad responsable y la justicia social.

Amalgamar idealismo y realismo

La comunidad, conviene precisarlo, es una forma definida de la organización del pueblo que, por su intensa “acción reciproca”, supera de algún modo el concepto más laxo de sociedad civil. Presupone una mayor intercomunicación e integración de conjunto para alcanzar fines trascendentes, aprendiendo a compartir sin dividir por la generación de compartimentos rígidos. Como tal, requiere un alto espíritu de colaboración y supervisión social para aumentar proporcionalmente la producción y la distribución de bienes culturales y materiales.

Asimismo, la noción de solidaridad agrega la exigencia de “coherencia interna” e interdependencia, que afecta y compromete por igual a cada integrante de la comunidad por el total de sus avances y retrocesos. Significa que no se actúa allí por generosidad como virtud moral individual, sino por la motivación del interés compartido entre todos como virtud social. En consecuencia, la comunidad solidaria, al amalgamar la vocación de corregir las carencias sociales, con el realismo del beneficio mutuo, supera el mero “voluntarismo” que trata de apoyar a los sectores excluidos, pero sin una acción transformadora. Y también, se distingue del “progresismo”, en tanto éste se limita a una pose intelectual sin fuerza orgánica para revertir los casos precisos de injusticia social.

Para finalizar, digamos que así como no hay desarrollo social sin organización social, no hay organización social sin liderazgo solidario. Es decir, sin un sistema de conducción extendido a miles de cuadros con verdadera capacidad y arraigo. Ellos tienen la función ineludible de garantizar los lineamientos éticos y la eficacia ejecutiva de los programas aplicados en la base, para lograr con la convicción y colaboración de sus equipos, una construcción comunitaria válida y permanente.

miércoles, 10 de agosto de 2011

LA COMUNIDAD ORGANIZADA: AYER Y HOY

La sociedad políticamente democrática

La vida individual es imposible sin la comunidad en cuyo seno se gesta, protege y desarrolla; pero la comunidad nunca alcanzaría verdadera dimensión política, sin el reconocimiento de la dignidad de la persona humana. Se afirma así el rol a la vez autónomo y colectivo del ciudadano como un concepto integrador de derechos y deberes; ya que deberes sin derechos equivaldría a sumisión y derechos sin deberes al desborde y al caos.

La democracia, dentro de esta definición ideal, es el sistema que permite una mejor convivencia, considerando que sus integrantes, al hablar y actuar por sí en las acciones y decisiones de conjunto, se hacen responsables de las leyes y normas que ellos mismos determinan. Los ciudadanos, pues, se constituyen en sujetos coprotagónicos del poder democrático, y tienen la condición de ser portadores y portavoces del sentido político de la sociedad, y la facultad de elegir y ser elegidos dirigentes.

Es esencial al funcionamiento democrático la discusión y el debate de los asuntos públicos que dan origen y mantienen al Estado como organización jurídica de la sociedad. Para ello, plantea el intercambio recíproco y en paridad de argumentos y comentarios de cada parte, dentro de la mayor libertad de expresión, para buscar las posibles razones compartidas del bien común. En teoría, esta libertad presupone que cada uno pueda comunicarse e informarse de igual a igual, sin la coacción de ninguna forma de censura estatal o manipulación periodística privada.

Como proceso histórico, la democracia política ha impulsado los movimientos revolucionarios destinados a expropiar a favor del pueblo, los monopolios de autocracias y oligarquías sobre las fuentes de expresión y decisión política de conjunto. En nuestro caso, implementando el régimen republicano, representativo y federal establecido en el orden constitucional. De este modo, al intervenir la ciudadanía en nombre propio, con sus respectivas idiosincrasias sociales y territoriales, en las decisiones políticas colectivas, queda abierto el largo ciclo del desarrollo y perfeccionamiento de las instituciones del país.

La comunidad socialmente solidaria

Llega el momento de reflexionar sobre lo dicho, no en el tono de un ensayo de abstracciones teóricas y retóricas, con principios inobjetables pero procedimientos cuestionados en la práctica concreta. Porque la libertad política, por sí sola, tiende a ser inhibida por nuevos monopolios de orden económicos; y la libertad de expresión a ser coartada por la manipulación mediática a escala masiva. Luego, acontece la impotencia o incapacidad del estamento representativo, con su crisis de credibilidad; y se produce la abrogación de lo público y la sustitución de la democracia por los grupos de poder.

Sucede que, como lo advirtieran desde siempre los pensadores clásicos, la democracia real para su propia salvaguardia, necesita un equilibrio entre los principios inalienables que protegen los derechos de las personas, y los criterios que permiten la realización de la colectividad como unidad de destino. Por el contrario, el exceso de individualismo exarceba el egoísmo, la indiferencia y la desarticulación social; y el exceso de colectivismo desemboca en la uniformación, la mediocridad y el totalitarismo.

En la concepción de la comunidad organizada, como profundización y complementación de la participación política, por obra de la participación social, la noción de “pueblo” encarna a toda la sociedad, fuera de cualquier acepción parcial o facciosa. Al par que la noción de “ciudadano” o “vecino”, no obstruye ni descarta la necesidad de construir un mismo marco de convivencia, que es imposible sin la colaboración mutua.

Como existe de hecho una desigualdad económica manifiesta, con sus efectos negativos sobre la calidad de vida de la mayoría o de gran parte de la gente, se hace indispensable tratar de mejorar y hasta de igualar las posibilidades y oportunidades de desarrollar su potencial. Para abarcar esta tarea con eficacia, es preciso contar con algo más que el asistencialismo del gobierno centralizado. Es decir: con el apoyo inteligente de un Estado descentralizado y amoldado a las distintas realidades sociales y territoriales; y especialmente, con la autoayuda metódica que deben desplegar los propios destinatarios mediante sus organizaciones libres de naturaleza comunitaria (autoconvocadas y autogestionadas).

El sentido individual y colectivo de responsabilidad

La valoración prioritaria de la libertad, centrada en la defensa de la privacidad e intimidad de la persona singular, tiene que amalgamarse con la aceptación de las pautas igualmente democráticas que norman la persona plural o “el nosotros social” de la comunidad, y plasman los caracteres distintivos del interés público que no puede vulnerarse desaprensivamente. Se define así con firmeza el sentido individual y colectivo de responsabilidad, que genera el marco de valores aceptados voluntariamente, dentro de una cultura civil, como base para el funcionamiento consiguiente del ordenamiento jurídico-legal.

De la misma manera, la voluntad de discutir y concertar sobre lo esencial de un proyecto nacional, por parte de todos los sectores, no sólo políticos sino también sociales, debe superar y enriquecer el mero esquema del acatamiento a la mayoría y el respeto a las minorías estipulado en la formalidad democrática. Muchas veces en esas minorías electorales se encuentran franjas de significación empresarial, profesional y técnica cuyo concurso activo es indispensable para asegurar el éxito de la políticas públicas de producción y desarrollo, venciendo las presiones externas del capitalismo especulativo dominante.

No se trata de reprimir las legítimas reivindicaciones económicas y sociales inherentes a la dinámica republicana, sino de canalizarlas sobre el eje de las disidencias y coincidencias programáticas de la vida democrática; donde lo único que hay que descartar es el riesgo de desborde de los extremos beligerantes que se vuelven violentos. En un clima enrarecido por grupos sectarios de este tipo, los ciudadanos pierden su capacidad real de participar pacíficamente en el ejercicio del sistema que, por doctrina y elección, les corresponde y pertenece.

Los grandes objetivos nacionales, pues, tienen que formularse con claridad y precisión, para lograr su aprobación como coincidencias fundamentales en el ámbito parlamentario, y enseguida en el campo social más amplio posible, para que nadie pueda comprometer su éxito cualquiera sea el color del partido gobernante. De no ser así, la fragmentación política, la fragilidad social, la masificación mediática y la multiplicación de las protestas y reclamaciones de toda índole, harán su cosecha lamentable de incertidumbre e inestabilidad.

La pedagogía mutua de la construcción comunitaria

Nadie es una personalidad libre hasta que aprende a respetar al prójimo, porque “el nosotros no opera como una negación de las individualidades, sino como una reafirmación de ellas en función comunitaria” (Perón). En estos términos la colaboración social es posible, máxime ante la crisis ostensible de los regímenes de uno y otro signo que han fracasado en sus propuestas extremas y tratan ahora de revertir su ideologismo. Baste recordar que “el fondo consciente que presta contenido a la verdadera liberación es la autodeterminación de los pueblos”, y que ésta no puede posponerse a los arbitrios de las dictaduras ni de las corporaciones.

La evolución es insoslayable, a pesar de retrocesos eventuales, y se manifiesta en la fuerza de los movimientos sociales; en particular cuando éstos saben trascender la reiteración de protestas sin propuestas, y demuestran solvencia política y técnica en sus proyectos de superación. Lo técnico aislado, en cambio, en manos de un clasismo tecnocrático, es otra forma de opresión inaceptable, que deserta con facilidad de interés nacional. Para la nueva etapa, entonces, hay que “adecuar el dispositivo de las organizaciones sociales”, con la misma dosis de necesidad y realismo que presidiera sus momentos fundacionales.

Para que sea factible y menos costoso el pasaje “del disfrute privado del bienestar al disfrute social” hay que abrir nuevas perspectivas de trabajo, educación y comunicación, comprometiendo el esfuerzo valioso de cada uno, pero sin sacrificar de por vida a nadie. El esfuerzo estimula si se cumplen sus metas y se adquieren sus logros, mientras que el sacrificio inmerecido subleva por un principio elemental de justicia y dignidad. El sistema de conducción, desdoblado con cuadros capaces y laboriosos, que hoy faltan, tiene que llegar hasta el último lugar para garantizar proyectos racionales y transparentes que tengan su clave en el apoyo mutuo y la cooperación.

Es sabido que, en el arte de conducir, un liderazgo sólido se potencia aún más cuando adjunta humildad y paciencia. Esto permite y promueve una participación que desea hacerse oír para actuar con conciencia. No es el monólogo ni el temor lo que allí se percibe, sino una pedagogía mutua de construcción comunitaria. Por ella aprenden simultáneamente quienes administran, en función de un orden civil imprescindible, y quienes se involucran socialmente con voluntad de cambio. No hay otra forma de corregir aquellos comportamientos individuales o estructurales que se evidencian inoperantes o dolosos, y cuya defensa u omisión siempre desgasta en el tiempo.

Por lo demás, es imposible liderar un pueblo desorganizado, y con sectores bajo el tumulto de los agitadores, que son funcionales al regreso del pasado al afectar, por el caos sistemático, la legitimidad del reclamo de equidad y progreso. El máximo logro del justicialismo histórico fue, a diferencia de algunas situaciones actuales, un periodo de transformaciones sociales en paz y con ideales espirituales. No fue el triunfo frío de las estadísticas, ni el reino excluyente de las reivindicaciones materiales. Sin duda, hubo muchos problemas y se cometieron errores, pero su significación y vigencia es tal que, a un lado y otro del espectro político argentino, aún se lo invoca, de diversas maneras, para ganar elecciones.

EL RESPETO POLÍTICO A LAS IDIOSINCRASIAS SOCIALES Y TERRITORIALES

Del ser gregario al ser social

La vida individual es tan frágil y efímera que el hombre se ha organizado desde siempre en forma colectiva para luchar por su supervivencia, y para vincularse espiritualmente en el orden de sus creencias. Surgen de este modo las comunidades que, aglutinadas en su círculo de pertenencia, fueron creciendo paulatinamente en sus diversos radios de acción. Así se realizó el aprovechamiento de la naturaleza por obra de su trabajo; el desarrollo normativo de su convivencia interna; y el despliegue de sus líneas y procedimientos de defensa contra la amenaza exterior.

En este proceso evolutivo ocurrió el paso significativo del ser gregario al ser social, conformando núcleos de identidad definida basada en los modos previsibles de los deseos, los sentimientos y los comportamientos de sus integrantes. La cohesión grupal establecida no significó, obviamente, la eliminación de las tensiones de conflicto, pero dio cauce inicial a un tratamiento paralelo de los antagonismos suscitados por diferencias étnicas y territoriales.

Nacen allí, en los orígenes elementales de la política y la estrategia, los mecanismos sociales interpuestos por la mentalidad humana para dirimir posiciones contrapuestas en asuntos vitales. Contradicciones que, proyectadas a los escenarios más sofisticados de la actualidad, mantienen sin embargo su disyuntiva fundamental. Ella significa hoy la comprensión de la necesidad del pluralismo, expresada en la apertura a lo extraño y lo diferente, o el rechazo violento que puede llegar a todos los extremos del sectarismo.

Es importante reconocer la experiencia del largo recorrido histórico que hemos sintetizado, porque la ecuación que facilita o retrasa el desarrollo social de los pueblos y la integración regional de los países, supone un balance ecuánime y previsor. En principio, una afirmación de la identidad, con todos su rasgos culturales e institucionales, para no afectar con excesiva tolerancia a la propia comunidad. Y enseguida, una amplitud pluralista permeable a las innovaciones y aportes de otras corrientes humanas que, al comienzo, puedan presentar fuertes disidencias y discrepancias.

Del ser social al ser político

Los hombres, sea en el plano individual o colectivo, eligen constantemente entre distintos objetivos y formas de acción, siguiendo su intereses o tendencias. Al hacerlo responden a sus propios valores personales o comunitarios, aunque siempre orientados por un juego de finalidades y efectos directos o compensados. Existe, sin duda, un amplio arco que va del egoísmo al altruismo y del hedonismo al sacrificio, enmarcando las sendas centrales de la moral de cada uno en la intimidad de la conciencia, ya que ella no responde a acciones o coacciones de nadie. Pero es evidente que la conciencia moral no actúa por sí sola en los problemas de la sociedad, a menos que se condense en pautas culturares activas y se exprese como moral pública o política.

Con esto queremos discernir perspectivas entre los prejuicios que se oponen a una visión integradora, y descubrir el carácter inocuo del moralismo sobre las vicisitudes reales de la práctica social; además de destacar los riesgos autoritarios que puede encerrar el utopismo, por derecha o izquierda, de “una sociedad perfecta”. El campo de la política, en cambio, con todos sus defectos, se opone por naturaleza al totalitarismo, y genera la participación que constituye lo esencial de la democracia como sistema perfectible. Un ideal posible que rechaza la imposición por la fuerza, y debe enfatizar el diálogo, el acuerdo y el consenso, a fin de lograr la colaboración de todos los sectores, junto al concurso armónico del tiempo para no desfasarse de los ciclos históricos.

Las virtudes éticas de la política se manifiestan, pues, en las categorías eficientes de la organización y la conducción, que son las fuentes de la voluntad plena de presencia, valores y constancia que exige la construcción de las grandes fuerzas civiles. Fuerzas que requieren lógicamente el control democrático del poder, inalcanzable por la retórica de los puristas, pero accesible a la convocatoria de miles de líderes comunitarios, ubicados dentro de sus bases sociales y territoriales, y dispuestos a sobrepasar a la mediocridad que se interponga en su camino.

El poder político no se endosa, ni se transfiere ni se negocia. Habla claramente del que lo tiene o no lo tiene, pero no como objeto de perpetuación de privilegios o de la tentación de trasladarlo al entorno; sino como comando de la energía transformadora que alienta el conjunto del país. La ética, por consiguiente, puede guiar la política como reciprocidad de planteamientos y resultados, sólo si somos capaces de involucrarnos sinceramente en sus ideales superiores, que no pueden reclamar para sí los apáticos e indiferentes sin compromiso alguno con la vida nacional.

Una igualdad social práctica y efectiva

Conviene demorarnos un poco en las reacciones de la naturaleza humana cuando se acerca mayoritariamente a las condiciones de libertad e igualdad, que deben preexistir o crearse para la participación digna en las actividades de organización social y política. Cosa imprescindible para distinguir “la igualdad hacia arriba” del acceso popular a la prosperidad y el progreso, de “la igualdad hacia abajo” impuesta por la uniformidad populista. Aquí también es indispensable una perspectiva equilibrada, equidistante del concepto de competencia desmedida y destructiva del liberalísmo y a la vez, de la falencia en la gestación de verdaderas oportunidades de elevación que determina la masificación política.

Sin duda, la promoción social no es una tarea darwinista de primacía excluyente de los más aptos, pero tampoco un cautiverio en las redes de un asistencialismo mínimo de sectores carenciados. Por el contrario, es una tarea inteligente que, además de proteger a los más vulnerables, exige reciprocidad en la tarea educativa; y la identificación y capacitación intensa de nuevos cuadros para realimentar la cadena del apoyo social y sus formas auto-convocadas y auto-organizadas de acción.

La igualdad deja de ser una noción abstracta, o válida únicamente para la comodidad discursiva, cuando se enriquece con las ideas-fuerzas de equidad, reciprocidad y solidaridad efectiva, medidas en metas y resultados apreciables para los propios, y en ejemplos imitables para los demás que sufren una misma situación de abandono o exclusión del sistema. Ésta es la igualdad práctica que garantiza la estabilidad, la continuidad y la consolidación de las formas orgánicas construidas por los hombres sencillos, pero con vocación de trascendencia.

Sobre la base de asentamientos arraigados, con logística suficiente y autónoma, es factible desplegar la estrategia de los movimientos sociales y comunitarios que pueden intercambiar aportes y negociar espacios legítimos en estructuras cada vez más grandes. Ellas manifestarán con elocuencia el aporte de un nuevo mérito civil, fuera de toda descalificación reaccionaria o prejuiciosa. En el mundo contemporáneo, no hay otra rebelión social más exitosa que ésta, instituida en los mecanismos de la educación permanente, la propiedad cooperativa, y la conciencia integradora por igual de derechos y deberes ciudadanos.
Los matices políticos enriquecedores

Estos temas y otros -como el fin del ciclo protagónico de la protesta crónica y profesionalizada, combinada con el otorgamiento de ayudas sociales sin objetivos- son los que deben revisarse ahora desde el punto de vista de la conducción. Ella, si bien no es una ciencia exacta sino un hecho humano, dispone de una teoría y una técnica para hacer eficiente su actuación. La política en este nivel, no puede quedar en manos de una sociología de las necesidades básicas cubiertas apenas por una distribución dudosa de la burocracia estatal y los punteros que especulan con el reparto. Hace falta con urgencia la fijación de proyectos que impulsen el cambio real de situación en sectores y lugares determinados.

Esta nueva actividad requiere un conocimiento detallado del medio, y de la red de relaciones que lo cruzan, para integrarlo en el seno de la comunidad. Lo cual resalta el aspecto sensible de la configuración de los espacios sociales y territoriales, que merecen un trabajo profundo que supere la atención superficial y el activismo piquetero. Hablamos del respeto que implica acercarse a la gente con una intención organizativa y no meramente agitativa, que se diluye al fin de una actitud proselitista.

Lo mismo ocurre con el enfoque de la cuestión político-sindical, cuyo peso es evidente a raíz, precisamente, de haber trascendido hace mucho la mera etapa reivindicativa y asistencial. Sin duda, son varias las cosas que ahora hay que esperar del movimiento obrero en una nueva etapa de proyección política y desarrollo técnico y profesional, pero no es comprensible posponer su representación parlamentaria en beneficio de quienes aún no han cumplido su estadía militante en la base y carecen de experiencia en el arte de encuadrar.

De igual modo, la atención a los sectores medios y urbanos, excede el oficio de los encuestadores y publicistas, aún los exitosos, porque la política-organización abarca una dimensión mucho mayor que la política- espectáculo. Tampoco es propensa al simple recitado de buenas intenciones y puntos programáticos. Hay una idiosincrasia particular de las grandes ciudades, que rechaza la voluntad excesiva de un poder que sobrepase los perfiles y modos de expresión de su ambiente y su jurisdicción. Aunque parezca paradójico, estas pautas culturales importan más que el juicio sobre toda gestión, buena o mala, lo que debe conocerse y apreciarse en la construcción permanente de una fuerza partidaria local, hoy en muchos casos ausente.

Ni que hablar de las provincias argentinas consolidadas en las arduas luchas de la organización nacional, casi siempre enfrentando la prepotencia del centralismo. Ellas son celosas de su autonomía federal y aún del horizonte nacional de sus principales referentes. Razones válidas para descartar la digitación antipática de candidaturas por parte de asesores extraños, y permitir con paciencia el acomodamiento propio de sus cuestiones internas que agregan matices enriquecedores al movimiento histórico. En él no pueden confundirse etapas sucesivas con refundaciones inexistentes, porque los momentos augurales no responden al vaticinio improbable de los ideólogos oportunistas.


martes, 9 de agosto de 2011

LA PRUDENCIA EN EL ARTE DEL LIDERAZGO


La decepción de esperar lo irrealizable

En la vida personal, tanto como en la vida política, la decepción es el sentimiento que acompaña el desenlace de una expectativa exagerada; donde la motivación de una esperanza posible ha sido sustituida por una ilusión frustrante. Casi siempre, este pensamiento imaginario, en vez de reconocer la situación para corregir las decisiones, se empeña en una nueva fantasía al costo de reincidir en la negación de lo obvio, para descubrir finalmente, como nos recordaba Perón, que “la realidad es terca”.

Cuando esto ocurre a quienes tienen la responsabilidad de liderar, o a aquellos cuya tarea es asesorar correctamente, caen en el riesgo de afirmarse en el error por falso orgullo, o por una insistencia ideológica que fabrica “realidades” para una minoría resistente a las verdades que surgen de la experiencia, encarnadas en un protagonismo anónimo. El protagonismo de la gente que desconfía de la impostura intelectual de cualquier signo.

Con esto no se subestima el rol orgánico y funcional de los cuadros políticos y sociales, a condición de que éstos no se constituyan por sí “en un partido dentro del partido” o en “un estado dentro del estado”, porque entonces serían rechazados como un proyecto cerrado, no participativo y no democrático. De persistir esta actitud, todo aquel que proponga enriquecer el debate y enmendar procedimientos, sería visto como enemigo a atacar o a desdeñar, sin incorporar las diferencias constructivas desde una perspectiva abarcadora.

Pero lo más preocupante no es esto, sino inhibir la propia capacidad del liderazgo para producir cambios beneficiosos y transformaciones necesarias en la dirección de los grandes objetivos enunciados. Es decir, de no soslayar la realidad y promover en todos la herramienta positiva de la crítica, en sus tres niveles clásicos: la crítica de la conducción, la crítica de la base y la autocrítica de los cuadros y dirigentes. Ésa es la única forma preventiva de evitar nuevas frustraciones, escogiendo a tiempo las mejores alternativas de acción.
Juzgar nuestra razón para fortalecerla

La razón, dicen los grandes pensadores, juzga sus propios juicios; o sea, tiene la capacidad y la facultad de evaluar, en términos de resultados reales, sus ideas y criterios, sus teorías y técnicas. Esto es especialmente valioso en el campo de la estrategia y la táctica, que implica una escena dinámica de fuerzas y voluntades contrapuestas. Luego, la misma movilidad de las operaciones obliga a no descuidarse y a estar atentos a los cambios, las innovaciones y las sorpresas, a menudo de peso contundente sobre el curso de los hechos sucesivos.

Toda concepción dogmática, toda actitud estática y particularmente todo triunfalismo -al subestimar al rival- son factores negativos. La capacidad política, a diferencia del discurso ideológico o maniqueo, busca acumular fuerzas sin resignar unidad de conducción, lo cual exige adaptación a las circunstancias y amplitud de miras. La agitación de grupos de activistas, por intensa que sea, no debe ocultar la visión de una realidad social mucho más grande, que no se guía por el ruido de las consignas juveniles. Por lo demás, la confluencia de las generaciones es exclusiva de los momentos históricos, y no hace falta recalcar que no todos los días ocurre un 17 de octubre o un 17 de noviembre.

La crítica bien entendida incluye considerar el recambio de metodologías, aún de aquellas que antes dieron buenos resultados; porque cierta repetición satura y cansa, sobre todo cuando evidencia un mismo círculo de voceros y actores que, por criticar la manipulación de los monopolios, repite el mismo procedimiento que afecta al sentido común. Valga el ejemplo de quienes nunca hablan de nuestras equivocaciones, impidiendo debatir sobre sus causas y correcciones; o de aquellos especialistas en presentar contrastes ostensibles como éxitos.

¿Quién no se resistió alguna vez a la crítica? Sin embargo, pasado un tiempo, pudimos reconocer que esa resistencia era una demostración de debilidad, no de solidez; de esquematismo, no de madurez. La explicación es sencilla: la crítica fortalece la razón, mientras su ausencia vuelve irracional la decisión, que es lo contrario del cálculo estratégico. Reflexión útil para los formadores de la juventud en los valores superiores de la militancia, que debe alejar la tentación de una temprana burocracia por el acceso demasiado rápido a altos cargos administrativos.
La prudencia es la virtud central del liderazgo

La prudencia es una virtud cardinal del liderazgo, porque ella centra y concentra todas las otras virtudes necesarias para conducir. No hay que confundirla con la versión vulgar de un modo de actuar demasiado cauto y lento, que se refleja en vacilaciones e indefiniciones de la línea de acción. Por el contrario, al armonizar con sabiduría práctica los múltiples factores que intervienen en la toma de decisiones, da sentido y potencia a los caracteres propios de los valores de experiencia, personalidad y estilo.

Como categoría ética y política, la prudencia no es fruto de la casualidad ni de la suerte, ya que exige un arduo trabajo de disciplina personal para dominar los deseos y las reacciones que no corresponde incluir en un comportamiento objetivo. De allí resulta, afortunadamente, una serenidad de espíritu que es el clima ideal para pensar, decir y hacer la conducción con abnegación y vocación de servicio, percibiendo el poder a través del deber.

La prudencia, es cierto, no determina los fines de la acción política; ellos surgen de la concepción y visión que se tenga del país y del mundo, y de las actitudes de vida individual y colectiva inscriptas en el temperamento y el carácter del liderazgo como hecho profundamente humano. Pero, suponiendo las buenas intenciones y propósitos de la dirección que éste señala, la prudencia capta y selecciona la etapa, el ritmo y el camino de marcha, y a cada paso nos señala con precisión qué hacer y cómo llevarlo a cabo.

Los teóricos y los publicistas de la “confrontación permanente”, cuyo asesoramiento ha sido perjudicial, han discurrido con eje en otro país y otra historia, y por ello no saben de pluralismo, de tolerancia y de la verdadera unión y movilización popular. Su “progresismo” no pasa de una pose literaria sin inserción alguna en las organizaciones concretas que han luchado y luchan por la justicia social. No es malo que estas tendencias se expresen y se organicen democráticamente buscando su perfil singular, lo malo es que se manifiesten de manera ambigua para practicar el “entrismo” y el oportunismo en el seno de un gran movimiento que, con su debe y su haber político, tiene ya ganada una identidad histórica.

No desconocer lo conocido

Hay que saber, en consecuencia, para prever y para prevenir, seguros de que nuestros oponentes no dejarán de aprovechar cada paso en falso y cada palabra inmoderada que nos condena a un gesto inadecuado. Todo lo que se pide es amoldar la inteligencia operativa a las exigencias meditadas como el mejor planteo de lucha, en el concepto político del término. Mucho de ella responde al oficio de la comunicación, si se es capaz de transmitir sentidos y sentimientos positivos; porque actuar desde el “anti”, como ya lo dijimos, no construye, y menos cuando victimiza a personalidades apáticas, facilitando su triunfo ocasional sin verdadero liderazgo.

Si se piensa claro, hay que hablar claro, viviendo la política como una batalla constante de presencia, y de sensaciones de contacto con la comunidad de pertenencia y arraigo. Para ello hay que saltar los límites estrechos de los juegos retóricos y aspirar a una filosofía de acción, donde los antagonismos son válidos si excluyen la supresión del otro. La “razón populista” que se pregona con paternalismo conceptual, no es el modo de construir lo político en la Argentina que, con todas las dificultades internas y externas, hace más de medio siglo que trata de superar el “caudillismo” que es una figura propia del siglo XIX, como señala bien nuestra doctrina.

No es fácil encontrar otra corriente doctrinaria tan identificada con las pautas de la cultura popular. Ella tiene que perfeccionarse y actualizarse para seguir la evolución, pero no puede enajenarse a aquellos “ismos” que todavía requieren la confirmación de los ciclos largos de la historia, y su contradictoria oscilación. Marchemos juntos, pues, con el mayor contingente posible de argentinos, para cumplir las tareas pendientes que abarcan el desarrollo institucional, la lucha contra la corrupción, la equidad social y cultural, y el mejoramiento de la representatividad política.

Los predicadores somos simplemente nuestra manera de exponer, y la trayectoria demostrada en la misión de transmitir experiencias y valores. El peor pecado que podríamos cometer es “desconocer lo conocido”. En este punto, la vanidad se convertiría en ideologismo, como argumento contrario al principio de realidad y eficacia. La conducción genuina, en cambio, sabe defender el margen de libertad de acción que atesora, sin arremeter de modo irreflexivo contra los obstáculos de la situación, porque de ella depende la victoria.

LA RAZÓN POPULISTA O LA RAZÓN POPULAR

Precariedad política o movimiento orgánico

En el movimiento nacional, que en la Argentina tiene nombre propio, el todo no es la mera suma de sus partes; porque este concepto cuantitativo, más adecuado a una cosa mecánica, implicaría negar el núcleo cualitativo que se eleva a una categoría espiritual y estratégica. No es entonces algo inerte, con fines parcelados y autónomos de su razón de ser principal, sino un todo orgánico, cuya matriz doctrinaria común hace converger al conjunto sobre sus grandes objetivos de soberanía, libertad y justicia.

Esta comunidad de cultura política, económica y social, forjada en la sucesión de ciclos evolutivos y revolucionarios, según las etapas históricas transcurridas, no sólo coordina sus sectores funcionales, sino que sabe establecer un nexo de relaciones y aportes que se intercambian provechosamente. Es un centro intangible que concentra energías desde la base para el autodesarrollo de estructuras, líneas operativas y franjas de conducción. Su propia subsistencia demuestra la fortaleza intrínseca de sus valores orgánicos, que vencieron al tiempo pasando las pruebas impuestas por los errores, desvíos y deserciones de algunos dirigentes.

Fuera de esta unidad voluntaria y consciente, cuya esencia es inmune a la represión o a la prebenda, las partes no tienen destino, al menos en la calidad que se postula. El componente político se diluiría en el tráfico de influencias de la democracia formal; el sindicalismo se reduciría a un gremialismo reivindicativo sin proyección de poder; sus pensadores y técnicos se encerrarían en círculos discursivos de retóricas estériles; y sus jóvenes se quedarían en el activismo sin alcanzar la capacitación que sólo brinda la experiencia del intercambio generacional.

Esta hipotética desarticulación del movimiento no figura aquí gratuitamente. Por el contrario, es la tesis central de los teóricos del “”progresismo” que, en vez de proponerse actualizar y perfeccionar el movimiento usufructuado en el acceso electoral, plantean la inserción de sus partes aisladas reconvertidas con otras en una nueva fuerza. Peronismo, radicalismo, socialismo y desarrollismo, no en un frente abarcador con coherencia superior a lo existente, sino en una aleación de discurso y tono regresivo porque propugna directamente el “populismo”, como forma precaria de la conciencia política de las grandes mayorías.


Progresismo intelectual o progreso social

Progreso es una noción normativa que define el avance hacia algo mejor, aunque dando por sentado que tal proceso no es lineal ni absoluto; ya que se relativiza constantemente en el cambiante balance social de aspiraciones y logros. Esto sanciona a quienes juzgan el presente sin una relación reflexiva con el pasado y una aproximación seria al futuro. Repiten el error cometido al tratar de desagregar ficticiamente las estructuras moldeadas por la evolución, porque el progreso no es el discurso de la razón individual sin voluntad de acción, sino una historia colectiva de esfuerzos y luchas.

Las organizaciones sociales, en tanto pugnan sin cesar por el progreso, siempre están en estado crítico, porque sus decisiones se abren paso entre lo necesario y lo posible, como flancos vulnerables que comprometen su existencia: porque en política -como se sabe- lo que no es factible es falso. Por eso es poco útil la actividad intelectual que busca una relación “estética” con la “verdad”, en vez de pensar con humildad para percibir la realidad y contraer un compromiso cierto, desde un lugar localizable en el despliegue de fuerzas, a fin de hacer un camino compartido al andar.

Hay mucho trabajo auténticamente inteligente para quienes disponen de una formación académica o técnica, y superen el molde rígido de las ideas “puras” y los sistemas ideológicos cerrados, sin carga humana ni comprensión de los rasgos contrapuestos de nuestra idiosincrasia cultural. Es justamente allí donde se prueban las doctrinas que abren perspectivas al compromiso y la participación de la mayor cantidad de ciudadanos que, por su parte, van abandonado el exceso de individualismo e indiferencia para ingresar en la práctica social de las relaciones comunitarias.

Este empeño por aumentar el conocimiento auténtico, y con él la conciencia política, y con ella la voluntad por lo social, debe ir acompañada de la resolución de abandonar el “clasismo” contradictorio propio de los círculos áulicos de la pequeña burguesía; porque estos cenáculos y sus producción mediática, al desdeñar las organizaciones sociales que integran el movimiento nacional, postulan una suerte de “anarquismo” superficial, que hace el juego a la reacción de los grandes grupos de poder.


Triunfalismo pasivo o esfuerzo continuado

Quienes componen por su profesión los sectores medios de nuestra comunidad, como formación económico-social de la etapa actual de nuestro desarrollo, no ocupan obviamente una posición de cuño independiente. La historia demuestra que dichos sectores, intermedios en la ecuación productiva, se vuelcan hacia uno u otro lado de la polarización política entre lo nacional y lo liberal. Por dicha causa, que suele inclinar la balanza en algunos momentos decisivos, deben reflexionar sobre cuál es la ubicación que les permitiría un mayor despliegue y utilidad de su capacidad creadora.

En nuestra opinión, la opción liberal o neoliberal estimula un “intelectualismo” y un “racionalismo” unilateral, propenso al esquema de dominación alentado por formas tecnocráticas supuestamente antipolíticas. En cambio, la opción nacional, propende al estudio profundo de los complejos fenómenos de la realidad, en un país que ansía liberase de la dependencia. Esta es la vía de aproximación a las capas populares y a los trabajadores, necesitados de un aporte fructífero para saltar de claridad en sus niveles de desenvolvimiento político e información sociocultural.

A diferencia del populismo, el proyecto nacional postula y requiere el desarrollo integral de la persona humana, más allá de su función estrictamente profesional y laboral. Es un proyecto, impulsado por toda una filosofía de vida que, sin bien parte de la dignidad insoslayable del trabajo, sostiene un ideal de realización individual y colectiva, basado plenamente en la solidaridad, el compañerismo y la convivencia, que son valores inherentes al humanismo comunitario.

Volvemos así a prevenir un problema de identidad política, porque ella no es algo abstracto, ni está fuera de las diferencias y contradicciones contenidas en los grandes movimientos. Esta dinámica debe entenderse con la justa comprensión de las condiciones reinantes en cada momento de la lucha del pueblo.

Para canalizar correctamente estas contradicciones, que sin embargo son la fuente motriz de nuestra movilización permanente, hay que guiar el trazado de la línea operativa sumando y no restando adhesión y participación. En contra de este axioma de la buena conducción actúan, valga reiterarlo, el sectarismo y el clasismo, la suficiencia y la prepotencia, y el triunfalismo nefasto que desmotiva lo propio y aglutina al adversario.


Ambición individual o aspiración compartida

Llegamos así al tema crucial de la conducción, donde, además de la doctrina y la organización, tiene un rol relevante el don del liderazgo que, en todos los niveles, debe promover el éxito del esfuerzo acumulado. Esto significa que la “unidad de concepción”, dada por la congruencia de ideas y sentimientos constitutivos de la convocatoria y aglutinación del movimiento, debe culminar en una “unidad de acción”, sin divisionismo ni interferencias, gracias al acierto de las orientaciones persuasivas emanadas de su legítima autoridad.

En consecuencia, para que el liderazgo no represente el resultado destructivo de la ambición desmedida, precisamos considerarlo y realizarlo como producto de una práctica compartida; o sea: coordinando todos sus componentes en un completo sistema de conducción, cuya selección y control democrático pertenecen naturalmente a las bases y al encuadramiento territorial. Esto hace indispensable una enorme tarea de formación en valores y de capacitación en técnicas y habilidades metodológicas, para superar la instancia primaria del espontaneísmo y la improvisación, que al final se pagan caro.

Lamentablemente, vemos que esta tarea, tan vital como discreta, no se cumple de modo suficiente para elevar la calidad y selección de los dirigentes, siendo opacada por los recursos aplicados a la concepción de la política como espectáculo. En cambio, cuando las cosas se hacen bien, cuestión de la que tenemos clara memoria, se avanza por ejes convergentes: con la formación doctrinaria y técnica, la línea de cuadros militantes y el apoyo de los organismos de propaganda; sin confundir ni omitir ninguno de los distintos planos de acción que verifican la multiplicidad del movimiento.

Finalmente, es clave el rol de la conducción superior encargada de unir tal dispositivo, que exige un gran esfuerzo que demanda la asistencia de un asesoramiento tipo “Estado Mayor”. La experiencia indica la validez universal de estos equipos de excelencia, que no rehuyen ni los dirigentes de las potencias ni lo ejecutivos de las corporaciones.

Sucede que la complejidad actual del arte de gobernar excede la buena voluntad, cuando no el aporte impreciso, de los famosos entornos. En este aspecto, la paradoja estratégica de un movimiento multitudinario es que, si bien él unicamente funciona con un liderazgo definido, requiere a la vez una actitud prudente y abierta para oxigenar sus propuestas, distinguiendo entre la obediencia efímera y la lealtad a un proyecto histórico que nos trasciende a todos.