El equilibrio del sistema de conducción
Los conductores clásicos decían que “el momento más difícil es el de la victoria”, porque en esa instancia inicialmente plena de incertidumbre, pueden producirse confusiones y reacciones imprevistas que afectan el equilibrio del sistema de comando. No es difícil comprender este axioma que parece paradójico, si se recuerda que a los fines de largo plazo de la estrategia, el triunfo no es una mera suma de éxitos sino una progresión de misiones cumplidas; es decir: una continuidad de acciones detrás de una sucesión de objetivos cada vez más cualitativos y profundos.
Obviamente, nos referimos a la estrategia política, con los métodos que corresponden al liderazgo civil, pero que -de todas maneras- juega su suerte en el empleo de una fuerza organizada, que debe moverse ordenadamente con un despliegue de encuadramientos tácticos. Luego, hay que evitar las conductas contradictorias de ciertos referentes que tienden al triunfalismo, desarmando la voluntad de perseverar con que hay que encarar las tareas pendientes. En este sentido, sin dejar de celebrar lo conveniente, hay que saber que el mejor festejo es la preparación adecuada del próximo encuentro.
Otro problema es el oportunismo político, deseoso de pasarse demasiado rápido de bando, sin conservar principios ni lealtades, lo cual no es augurio de adhesión positiva. O, en el ángulo opuesto de ese mismo defecto, el adversario insidioso que, con sofismas y argucias, no reconoce su derrota ante una propuesta y una conducción superiores, y reparte críticas y difamaciones sin cuestionarse para nada su pobreza de ideas y escasas aptitudes.
Completa el cuadro la presencia en ambos campos de los partidarios del enfrentamiento ideológico, profiriendo juicios descalificadores con el remanido argumento de “agudizar las contradicciones” de la situación, sin considerar el absoluto rechazo de las posiciones extremas expresado en el sufragio de las mayorías ciudadanas. Ellas han ejercido el deber y el derecho del poder electoral, para afirmar con claridad su opción por la vía pacífica entre diversas postulaciones y programas. Éste es el aspecto que nos interesa ahondar, no bajo un prisma periodístico de los que abundan versiones superficiales, sino mediante reflexiones de naturaleza doctrinaria para compartir con cuadros de militancia y compromiso comunitario.
El gradualismo estratégico en función social
La experiencia histórica insiste en señalar el despropósito de la violencia, en cualquiera de sus formas, para asegurar las metas de un modelo forzado contra la voluntad popular; tanto como, por el contrario, encomia el sostener lo obtenido por obra de la participación política y social. Para ello es clave que la conducción perciba el sentido del ciclo histórico que encarna, y sepa transmitir como se ha de interpretarlo y hacerlo comprensible para realizarlo en las circunstancias concretas.
Perón se cansó de repetir, con motivo de su esperado regreso, que “el tiempo y la evolución” eran factores preferibles al caos y a las pérdidas de una lucha fratricida. Afirmación de estadista que no implica desconocer las reivindicaciones pendientes, ni los intereses que se oponen a la equidad y a la justicia; pero que sí destaca, ante el peligro de los extremos beligerantes, la alternativa válida del gradualismo estratégico en función social.
Sin embargo el gradualismo no ocurre porque sí, sino por medio de una serie de condiciones que nos proponemos describir, como requisitos de su implementación acertada. Ante todo, hace falta una gran formación y constancia para llevarlo a cabo, habiendo transitado etapas anteriores de vacíos y decadencias en la movilización del país, y soportando una coyuntura internacional adversa. Más allá del mérito personal de los dirigentes y predicadores portadores de una matriz conceptual sólida, ésta sólo se reconoce y prospera cuando el proceso popular, según su propio ritmo de maduración, siente que interpreta sus necesidades y aspiraciones.
Recién en ese momento, que podríamos llamar fundacional, se une el ideal con la acción, produciendo una transformación efectiva de la realidad, y superando la precarización de los partidismos meramente proselitistas, incapaces de entusiasmar a nadie que no fuesen los beneficiarios de prebendas. El surgimiento de un nuevo liderazgo, en cambio, siempre potencia un conjunto de movimientos sociales con empuje reivindicativo en el seno de una comunidad en crisis de transformación.
Perfil del liderazgo propio de la etapa institucional
A favor de décadas de resistencia y de lucha, la expectativa histórica de una etapa revolucionaria ha cedido su lugar a una etapa institucional, donde las realizaciones pendientes habrán de alcanzarse por la evolución canalizada en reformas dentro del ordenamiento legal; y cuando corresponda, con la actualización debida del Derecho Social. Consecuentemente, se han desplazado del sustento ciudadano las visiones catastróficas de la oposición cerril, y la impostación dogmática que es su equivalente inverso en la línea de contacto, hecho evidenciado en el resultado comicial. Éste no ha sido producto de un pragmatismo exagerado centrado en un voto de conveniencia, como algunos lo han pretendido subestimar, sino una conclusión del sentido realista del pueblo frente a las distorsiones ideológicas y mediáticas que se realimentan mutuamente.
Surge así una valoración ética y política de la participación comunitaria en el nivel nacional, provincial y municipal, que ha registrado respuestas electorales reflexivas y diferenciadas. Se impone, entonces, un estudio del perfil de liderazgo que exigen estas nuevas circunstancias, trascendiendo los comentarios banales que se han demorado en los planos personales, y aún privados, de los candidatos, sin comparar los rasgos adecuados del tipo de conducción apropiado. Porque, en tanto sistema organizado, éste tiene que manifestarse claramente con técnicas, métodos e instrumentos que aquilaten la práctica de un estilo compatible a su alta función.
Es indudable que ante el espejo del liderazgo, máxime si éste posee dotes carismáticas, se refleje siempre la polarización social de los sentimientos primordiales de amor y odio. Por eso la buena conducción debe tratar de prevenirse de ambos, para no alentar el fuego cruzado, al menos, de las reacciones más irracionales. Un ejercicio espiritual y psicológico bastante arduo, pero indispensable para progresar del hábito caudillista de las relaciones de dominio, al comportamiento democrático de las relaciones persuasivas. Círculo virtuoso que se completa con la paciencia de saber escuchar, el aprovechamiento de la crítica constructiva y el asesoramiento de excelencia.
Hemos visto el espectáculo lamentable de referentes derrotados que no dan la cara o abandonan a su dirigidos en medio del contraste. Lo han hecho pretextando una “ética de convicciones” basada en principios declamados en una estéril trayectoria. Sin embargo, es una ocasión para aprender que, en estrategia, lo principal es una “ética de responsabilidades” basada en los efectos causados por el accionar dirigente; ya que la calidad del liderazgo se mide por la consecuencia de sus resultados y la entereza para asumirlos en cualquier situación.
El alcance operativo de las iniciativas estratégicas
La estrategia es un arte-ciencia que exige la seriedad de un ejercicio profesional, donde al conocimiento de sus reglas y procedimientos hay que adjuntar habilidad, creatividad y cierto grado de especialización, lo cual incluye un buen equipo de trabajo. Tal conjunto de exigencias descarta las mentalidades mediocres, rutinarias o improvisadas; así como también las salidas temerarias o desproporcionadas respecto al balance de fines y medios que regula el sabio criterio de economía de esfuerzo.
En el campo político, el cálculo preciso de la rentabilidad de las acciones implica la contención del alcance operativo de las iniciativas estratégicas, lo cual destaca muchas veces el valor del gradualismo, que ya anticipamos, frente a la desmesura de los ideólogos sin obligación ni experiencia de conducción. De todas maneras, lo esencial del gradualismo es el logro pautado de metas escalonadas, pero irreversibles, capaces de sostenerse ante cualquier contingencia por el avance paso a paso de la participación popular que impide el retroceso.
Este es el concepto que señala, por ejemplo, la importancia del diálogo político y social, con el mecanismo de la concertación respectiva, que significa que el liderazgo está dispuesto a exponer y no a imponer sus ideas, del mismo modo que está abierto a recibir sugerencias y propuestas capaces de enriquecer la perspectiva general de desarrollo. Del clima de diálogo, en la mesa con los referentes del arco representativo del país, o del distrito en cuestión, saldrán los ejes a institucionalizar en la concertación legislativa para las políticas de Estado, y en la concertación económico-social con los gremios empresariales y de trabajadores; instancias a detallar en la continuidad del tema.
Los intereses develados ante el exámen del bien común
El discurso, la discusión y el debate de los puntos cruciales de una coincidencia programática requerida por la razón compartida, abarca ópticas distintas y aún contrapuestas, exigiendo la mayor y más auténtica libertad de expresión individual, sectorial y pública. Un proceso amplio de involucramiento y compromiso que, al mismo tiempo que respeta la órbita de la autoridad institucional, evita toda posibilidad de autoritarismo, fortaleciendo la estabilidad y sincerando los intereses particulares en pugna ante el exámen del bien común.
Para realizar este exámen democráticamente, es necesario resaltar el valor del análisis y la reflexión ciudadana, fuera de toda imposición informativa, dada la intermediación parcializada que efectúa el poder mediático respecto de las relaciones humanas y sociales. Este fenómeno complejo asociado al poder económico especulativo, y que acabó con el estilo de la otrora “prensa independiente”, es más revelante que nunca por la crisis de representatividad de los partidos políticos y la influencia creciente de las corporaciones transnacionales.
Por esta razón es imprescindible poner en pleno funcionamiento las disposiciones de la nueva legislación sobre medios, para garantizar una verdadera libertad de expresión sin monopolios privados ni censura estatal, puesto que la manipulación es perniciosa en cualquier extremo. En el centro de esta apertura a la comunicación de la comunidad, debe promoverse la difusión más abarcadora posible de nuevas voces, provenientes de organizaciones autogestionadas de todo tipo, que hasta ayer tenían negado o dificultado el acceso a esta herramienta poderosa de participación social.
Los conductores clásicos decían que “el momento más difícil es el de la victoria”, porque en esa instancia inicialmente plena de incertidumbre, pueden producirse confusiones y reacciones imprevistas que afectan el equilibrio del sistema de comando. No es difícil comprender este axioma que parece paradójico, si se recuerda que a los fines de largo plazo de la estrategia, el triunfo no es una mera suma de éxitos sino una progresión de misiones cumplidas; es decir: una continuidad de acciones detrás de una sucesión de objetivos cada vez más cualitativos y profundos.
Obviamente, nos referimos a la estrategia política, con los métodos que corresponden al liderazgo civil, pero que -de todas maneras- juega su suerte en el empleo de una fuerza organizada, que debe moverse ordenadamente con un despliegue de encuadramientos tácticos. Luego, hay que evitar las conductas contradictorias de ciertos referentes que tienden al triunfalismo, desarmando la voluntad de perseverar con que hay que encarar las tareas pendientes. En este sentido, sin dejar de celebrar lo conveniente, hay que saber que el mejor festejo es la preparación adecuada del próximo encuentro.
Otro problema es el oportunismo político, deseoso de pasarse demasiado rápido de bando, sin conservar principios ni lealtades, lo cual no es augurio de adhesión positiva. O, en el ángulo opuesto de ese mismo defecto, el adversario insidioso que, con sofismas y argucias, no reconoce su derrota ante una propuesta y una conducción superiores, y reparte críticas y difamaciones sin cuestionarse para nada su pobreza de ideas y escasas aptitudes.
Completa el cuadro la presencia en ambos campos de los partidarios del enfrentamiento ideológico, profiriendo juicios descalificadores con el remanido argumento de “agudizar las contradicciones” de la situación, sin considerar el absoluto rechazo de las posiciones extremas expresado en el sufragio de las mayorías ciudadanas. Ellas han ejercido el deber y el derecho del poder electoral, para afirmar con claridad su opción por la vía pacífica entre diversas postulaciones y programas. Éste es el aspecto que nos interesa ahondar, no bajo un prisma periodístico de los que abundan versiones superficiales, sino mediante reflexiones de naturaleza doctrinaria para compartir con cuadros de militancia y compromiso comunitario.
El gradualismo estratégico en función social
La experiencia histórica insiste en señalar el despropósito de la violencia, en cualquiera de sus formas, para asegurar las metas de un modelo forzado contra la voluntad popular; tanto como, por el contrario, encomia el sostener lo obtenido por obra de la participación política y social. Para ello es clave que la conducción perciba el sentido del ciclo histórico que encarna, y sepa transmitir como se ha de interpretarlo y hacerlo comprensible para realizarlo en las circunstancias concretas.
Perón se cansó de repetir, con motivo de su esperado regreso, que “el tiempo y la evolución” eran factores preferibles al caos y a las pérdidas de una lucha fratricida. Afirmación de estadista que no implica desconocer las reivindicaciones pendientes, ni los intereses que se oponen a la equidad y a la justicia; pero que sí destaca, ante el peligro de los extremos beligerantes, la alternativa válida del gradualismo estratégico en función social.
Sin embargo el gradualismo no ocurre porque sí, sino por medio de una serie de condiciones que nos proponemos describir, como requisitos de su implementación acertada. Ante todo, hace falta una gran formación y constancia para llevarlo a cabo, habiendo transitado etapas anteriores de vacíos y decadencias en la movilización del país, y soportando una coyuntura internacional adversa. Más allá del mérito personal de los dirigentes y predicadores portadores de una matriz conceptual sólida, ésta sólo se reconoce y prospera cuando el proceso popular, según su propio ritmo de maduración, siente que interpreta sus necesidades y aspiraciones.
Recién en ese momento, que podríamos llamar fundacional, se une el ideal con la acción, produciendo una transformación efectiva de la realidad, y superando la precarización de los partidismos meramente proselitistas, incapaces de entusiasmar a nadie que no fuesen los beneficiarios de prebendas. El surgimiento de un nuevo liderazgo, en cambio, siempre potencia un conjunto de movimientos sociales con empuje reivindicativo en el seno de una comunidad en crisis de transformación.
Perfil del liderazgo propio de la etapa institucional
A favor de décadas de resistencia y de lucha, la expectativa histórica de una etapa revolucionaria ha cedido su lugar a una etapa institucional, donde las realizaciones pendientes habrán de alcanzarse por la evolución canalizada en reformas dentro del ordenamiento legal; y cuando corresponda, con la actualización debida del Derecho Social. Consecuentemente, se han desplazado del sustento ciudadano las visiones catastróficas de la oposición cerril, y la impostación dogmática que es su equivalente inverso en la línea de contacto, hecho evidenciado en el resultado comicial. Éste no ha sido producto de un pragmatismo exagerado centrado en un voto de conveniencia, como algunos lo han pretendido subestimar, sino una conclusión del sentido realista del pueblo frente a las distorsiones ideológicas y mediáticas que se realimentan mutuamente.
Surge así una valoración ética y política de la participación comunitaria en el nivel nacional, provincial y municipal, que ha registrado respuestas electorales reflexivas y diferenciadas. Se impone, entonces, un estudio del perfil de liderazgo que exigen estas nuevas circunstancias, trascendiendo los comentarios banales que se han demorado en los planos personales, y aún privados, de los candidatos, sin comparar los rasgos adecuados del tipo de conducción apropiado. Porque, en tanto sistema organizado, éste tiene que manifestarse claramente con técnicas, métodos e instrumentos que aquilaten la práctica de un estilo compatible a su alta función.
Es indudable que ante el espejo del liderazgo, máxime si éste posee dotes carismáticas, se refleje siempre la polarización social de los sentimientos primordiales de amor y odio. Por eso la buena conducción debe tratar de prevenirse de ambos, para no alentar el fuego cruzado, al menos, de las reacciones más irracionales. Un ejercicio espiritual y psicológico bastante arduo, pero indispensable para progresar del hábito caudillista de las relaciones de dominio, al comportamiento democrático de las relaciones persuasivas. Círculo virtuoso que se completa con la paciencia de saber escuchar, el aprovechamiento de la crítica constructiva y el asesoramiento de excelencia.
Hemos visto el espectáculo lamentable de referentes derrotados que no dan la cara o abandonan a su dirigidos en medio del contraste. Lo han hecho pretextando una “ética de convicciones” basada en principios declamados en una estéril trayectoria. Sin embargo, es una ocasión para aprender que, en estrategia, lo principal es una “ética de responsabilidades” basada en los efectos causados por el accionar dirigente; ya que la calidad del liderazgo se mide por la consecuencia de sus resultados y la entereza para asumirlos en cualquier situación.
El alcance operativo de las iniciativas estratégicas
La estrategia es un arte-ciencia que exige la seriedad de un ejercicio profesional, donde al conocimiento de sus reglas y procedimientos hay que adjuntar habilidad, creatividad y cierto grado de especialización, lo cual incluye un buen equipo de trabajo. Tal conjunto de exigencias descarta las mentalidades mediocres, rutinarias o improvisadas; así como también las salidas temerarias o desproporcionadas respecto al balance de fines y medios que regula el sabio criterio de economía de esfuerzo.
En el campo político, el cálculo preciso de la rentabilidad de las acciones implica la contención del alcance operativo de las iniciativas estratégicas, lo cual destaca muchas veces el valor del gradualismo, que ya anticipamos, frente a la desmesura de los ideólogos sin obligación ni experiencia de conducción. De todas maneras, lo esencial del gradualismo es el logro pautado de metas escalonadas, pero irreversibles, capaces de sostenerse ante cualquier contingencia por el avance paso a paso de la participación popular que impide el retroceso.
Este es el concepto que señala, por ejemplo, la importancia del diálogo político y social, con el mecanismo de la concertación respectiva, que significa que el liderazgo está dispuesto a exponer y no a imponer sus ideas, del mismo modo que está abierto a recibir sugerencias y propuestas capaces de enriquecer la perspectiva general de desarrollo. Del clima de diálogo, en la mesa con los referentes del arco representativo del país, o del distrito en cuestión, saldrán los ejes a institucionalizar en la concertación legislativa para las políticas de Estado, y en la concertación económico-social con los gremios empresariales y de trabajadores; instancias a detallar en la continuidad del tema.
Los intereses develados ante el exámen del bien común
El discurso, la discusión y el debate de los puntos cruciales de una coincidencia programática requerida por la razón compartida, abarca ópticas distintas y aún contrapuestas, exigiendo la mayor y más auténtica libertad de expresión individual, sectorial y pública. Un proceso amplio de involucramiento y compromiso que, al mismo tiempo que respeta la órbita de la autoridad institucional, evita toda posibilidad de autoritarismo, fortaleciendo la estabilidad y sincerando los intereses particulares en pugna ante el exámen del bien común.
Para realizar este exámen democráticamente, es necesario resaltar el valor del análisis y la reflexión ciudadana, fuera de toda imposición informativa, dada la intermediación parcializada que efectúa el poder mediático respecto de las relaciones humanas y sociales. Este fenómeno complejo asociado al poder económico especulativo, y que acabó con el estilo de la otrora “prensa independiente”, es más revelante que nunca por la crisis de representatividad de los partidos políticos y la influencia creciente de las corporaciones transnacionales.
Por esta razón es imprescindible poner en pleno funcionamiento las disposiciones de la nueva legislación sobre medios, para garantizar una verdadera libertad de expresión sin monopolios privados ni censura estatal, puesto que la manipulación es perniciosa en cualquier extremo. En el centro de esta apertura a la comunicación de la comunidad, debe promoverse la difusión más abarcadora posible de nuevas voces, provenientes de organizaciones autogestionadas de todo tipo, que hasta ayer tenían negado o dificultado el acceso a esta herramienta poderosa de participación social.