ENTRE TODOS O
NADIE
La frase pertenece
al único argentino elegido tres veces presidente constitucional, y está situada
en el anhelo de un regreso histórico como prenda de paz y unión nacional. A la Argentina la arreglamos
entre todos o no la arregla nadie, fue el corazón de las voces patrióticas
convocantes a la concertación política, económica y social, necesaria para rescatar
y actualizar la democracia y afirmar la república.
La referencia
supera toda evocación celebratoria para acentuar su enseñanza profunda, pues la
combinación de extremos que pretendió cancelarla, reapareció en una generación
de epígonos igualmente extraños a sus postulados esenciales. Aunque esta vez,
de la mano de una aventura populista, confusamente ideologista, que los
instrumentó como exhibición de una juvenilia rentada y festiva, sin la
capacitación ni el compromiso de una verdadera militancia.
No abundaremos en
los desconceptos y errores de esta década desaprovechada
en sus oportunidades inéditas; porque ya tratamos suficientemente sobre el
efecto negativo del relato engañoso, centrado en la confusión de apariencia y
realidad; la malversación de consignas justas con procedimientos equivocados; y
el desgaste del lenguaje político, que no es inocente, por el abuso de la mentira,
la intolerancia y la hipocresía.
El verdadero enigma
de este desencuentro inexplicable y ocioso es la aceptación y la pasividad de
tantos ciudadanos, seducidos o sometidos a la banalidad de un mal poder. El
poder de la arbitrariedad, la sobreactuación, el unicato y, junto a la
corrupción impune, las veleidades de la “asimilación” histórica con
personalidades incomparables. Esto fue lamentablemente lo que permitimos, a
causa del prejuicio, el temor o la indiferencia; y es lo que ahora en la nueva
etapa no tenemos que repetir ni olvidar.
Transformar lo
sufrido en experiencia y cultura política, implica decir basta y nunca más a la
alienación, el narcisismo y la venalidad de los dirigentes: su improvisación
como estadistas que no lo son, y su desprecio a la idoneidad y el mérito. El
poder se va extinguiendo como la vida, destacando la actitud filosófica y ética
que invita a la humildad y la abnegación en el arte de conducir seres libres.
El ciclo que hoy se
abre, con las acechanzas y trampas de los resentidos, exige más que nunca la
participación ciudadana, y la decisión de defender la democracia y actualizar
la política. Colaborando de distintas maneras los que quieran colaborar, y aún
comprometerse con la gestión que empieza. Y aquellos otros que lo harán ejerciendo
una vigilancia del poder -democrática, responsable y constructiva- según las
políticas de Estado formuladas y debatidas en la campaña electoral.
No significa
agazaparse y especular con los problemas e interferencias de un gobierno difícil,
sino sumar a la estabilidad
institucional y a las reformas pendientes. Y al mismo tiempo, realizar la
crítica y autocrítica de la fuerza propia, podándola de sus elementos maleados
o desgastados, para reconstruirla como apoyo en el presente y alternativa de
futuro en función, no facciosa, sino del bien común.
Por razones quizás
aleatorias, terminamos la campaña electoral elaborando y discutiendo las
famosas “políticas de Estado”, no de partido ni de sector, que tanto bregamos
por instalar doctrinariamente. Junto con la selección de varios postulantes de excelencia por cada cargo público
significativo, en una conjunción de visión política, solvencia técnica y
adaptación a un equipo de trabajo. Este logro no hay que perderlo, sino
incrementarlo, para descartar en adelante la tentación de personalismos y
círculos de influencia extemporáneos.
Podemos capitalizar
también la enorme sensibilidad al mal trato, la falta de respuesta y la mala
praxis de todo tipo de funcionarios, como los soportados en este largo período.
Precisamente, para no reincidir en ese proceder arrogante o inepto, y poder reaccionar rápidamente ante el amago de
reiterarlo. Señal que, efectivamente, viviremos mejor, compartiendo el trabajo,
las obligaciones y los derechos que ello presupone.
La renovación del
Movimiento es crucial en su matriz fundacional: la provincia de Buenos Aires.
Síntesis cultural y social que debe superar el antagonismo ancestral del choque
entre la capital y el interior, fruto de la presencia colonial y neocolonial de
metrópolis marítimas y su carga de posibilidades y problemas. Luego, esta
renovación, o actualización, no puede hacerse meramente con palabras de impacto
emotivo pero sin contenido esencial, que subestiman al pueblo y su voluntad de
crecer y desarrollarse. Debe terminar pues el clientelismo, la manipulación y
la promesa falaz e incumplible.
Ni la dádiva barata
de los viejos punteros, ni la información sesgada de los medios que sirven
intereses, ni el histrionismo de la polémica en los programas de variedades,
podrán realizar la escuela superior formativa que hace falta. Porque la
esperanza de largo plazo, que es la heredad en acción decisiva, está en los
miles de cuadros y líderes comunitarios que, indefectiblemente, pasarán a
conducir el Movimiento, venciendo al tiempo con la organización.
El resultado electoral,
aun siendo la clave del orden democrático, no siempre es un resultado político
firme, cuando ha habido mucho de voto útil, voto contra o voto castigo. La
legalidad entonces debe ir en busca de la legitimidad, cuya caja de resonancia
son los trabajadores, no los especuladores. En consecuencia, ninguna
“racionalidad económica” o tecnocrática deberá atacar la justa distribución
social del esfuerzo y la riqueza nacional. [22.11.15]
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