ENTRE TODOS O NADIE
Salir de la chatura conceptual y el encubrimiento de intereses
Debemos compartir nuestras reflexiones sobre un momento
complejo y difícil de nuestra patria. Un momento que resiste cualquier discurso
o relato, porque exige una clarificación a lograr en conjunto, referida al ser
nacional. Aquí todo aporte es valioso y respetable, a condición de que no
encubra su ideología o disfrace su origen.
En mi caso vengo del peronismo histórico; de algún
modo, de la historia del movimiento en sus últimos años, por haber sido
Secretario Político del único presidente constitucional elegido tres veces por
el pueblo argentino. Ya veterano, sigo cumpliendo con la promesa que le hice de
predicar el Modelo Argentino, como núcleo de su legado de experiencia y
sabiduría.
Su filosofía humanista y pensamiento estratégico siguen
vigentes por encima del oportunismo de quienes, invocando su nombre, no
siguieron su enseñanza ni aman su recuerdo. Su doctrina no es un dogma sectario
ni excluyente. Comprende soberanía política, independencia económica y justicia
social válidas para todos, según el axioma: “para un argentino no debe haber
nada mejor que otro argentino”.
Fui testigo privilegiado del histórico abrazo de Perón
y Balbín, y de su ofrecimiento para integrar una fórmula que, a su muerte,
impidiera la lucha civil. Simbólicamente, todavía estamos bajo el manto
protector de este abrazo, que significa la paz de la convivencia necesaria y la
unión posible en la diversidad de trayectorias ciudadanas.
Hoy no existe una
conducción suficiente encarnada en estadistas de esa talla, y quien quiera
abrogarse una autoridad hegemónica corre el riesgo de tropezar con “la realidad
que es la verdad”. Cualquier atajo institucional, mal
aconsejado por sabios ignorantes, revierte en contramarchas, suspicacias,
sospechas y pérdidas de tiempo.
Mientras algunos dicen que aprenden en esta
nueva situación, la política confunde, la economía impacienta y lo social
angustia. La esperanza, reducida a mera expectativa, es débil.
Todos debemos sentirnos responsables de
esta encrucijada, para superarla con medidas concretas y justas. Unos,
gobernando con equilibrio, honestidad y
apertura al diálogo, sin arrogancia. Otros, proponiendo soluciones sustentables
y sinceras.
No necesitamos dirigentes
de actuación, ni declamación: necesitamos dirigentes de acción. La conducción
es un arte superior no sustituible por ningún manual de imagen. Y menos de
asesores costosos y miopes para captar las vivencias y creencias del pueblo.
Lo bueno de la falta de hegemonismo no es
inventarlo, sino aprovechar para crecer en lo institucional, evitando el
sectarismo, la polarización y el caos.
Este desafío no admite la banalidad, sino un conocimiento en acción, que
piense para hacer y hable para organizar. En una crisis lo que vale es lo
orgánico, la improvisación, tarde o temprano, se diluye.
El peronismo
demanda una autocrítica constructiva pero muy profunda; transparentar sus
procedimientos, y conjugar su recomposición con las corrientes realmente
solidarias, no vividoras del subsidio crónico y humillante.
En la esfera
pública, no limitarse a optar sesgadamente por un aparato grande o reducido,
sino construir un Estado presente y eficaz con funcionarios probos: “el hombre
es bueno, pero mejor si se lo vigila”.
La democracia
representativa (gobierno de, para y por el pueblo) debe perfeccionarse con la
“democracia participativa” (gobierno con el pueblo). La clave es la “cultura
del trabajo” que dignifica en lo personal; y en lo comunitario, es el eje de
toda organización e integración social.
Una comunidad sin
los deberes y derechos del esfuerzo productivo marcha a su decadencia política,
destrucción económica y atomización.
En cambio, una
república de trabajo reclama un poder ejecutivo de trabajo, un poder
legislativo de trabajo y un poder judicial de trabajo, desterrando la
indolencia, el acomodo y la politiquería.
La dinámica
geopolítica, interna y externa, requiere planificar la “organización
territorial” sobre una matriz estratégica. Implica estimular la expansión
demográfica de los argentinos dentro de sus fronteras, y un caudal migratorio,
no anárquico, sino relacionado a nuestros recursos, para facilitar el empleo
productivo, una vez de perpetuar la miseria.
No hay política
vieja y política nueva: hay política mala y política buena. La llamada
“pospolítica” es la negación de una verdadera voluntad de ser, saber y hacer
política al servicio del bien común.
Formar nuevos
cuadros políticos, gremiales, profesionales y comunitarios para producir ordenadamente
el recambio y la renovación de la dirigencia y sus métodos. No perpetuar la
compra-venta de votos por explotación de la pobreza; y dar lugar, sin
discriminar, a los liderazgos que surgen de la base social más honda.
La “comunidad
organizada” comprende un gobierno centralizado, un Estado descentralizado y un
pueblo libre con sus propias organizaciones autogestionadas. Esta concepción
abarca la nación, cada una de las provincias y también los municipios. La
evolución municipal deja la forma estática de las “intendencias” derivadas de
las campañas colonizadoras.
Hoy el municipio
comunitario progresa según la calidad de las relaciones de vecindad, la
potenciación de sus propios recursos y las iniciativas de su pueblo de arraigo.
Su nuevo modo de liderazgo, opuesto al mando por delegación de cuño
autoritario, es la llave para acceder prácticamente a la democracia
participativa.
La autonomía
municipal supera, a la vez, el vecinalismo aislacionista y la regimentación
partidista, cumpliendo directamente las aspiraciones y necesidades de la gente.
El militante de verdad libra allí una
batalla de presencia permanente en la organización y comunicación de su
territorio. Se lo reconoce porque no es indiferente al sufrimiento social, ni
lucra con el clientelismo.
En política
exterior, vuelve a la escena el concepto de “tercera posición”, equidistante de viejos y nuevos
imperialismos; y defensora de nuestra integridad ante los desbordes actuales de
una globalización tecnocrática asimétrica y una mundialización financiera
arbitraria.
La matriz especulativa
del “capitalismo salvaje”, maximiza sus ganancias deformando el orden
internacional: vulnerando normas, evadiendo impuestos y presionando por
ventajas dominantes del mercado. Así se concentran monopolios y oligopolios que
“dibujan” flujos comerciales entre filiales, contra el control de los países
soberanos.
Como respuesta a la
aceleración del desorden transnacional surgen como tendencias visibles el
nacionalismo político y el proteccionismo económico. Con distintos personajes y
formas el fenómeno excede lo electoral, porque crece el rechazo social al
deterioro ambiental, el despilfarro de recursos naturales y la destrucción
masiva de empleo.
Una fase cultural
decadente, agrega la exhibición irritante de la opulencia, el menosprecio de
los sectores populares y medios, la negación de los valores comunitarios y la
apología de la delincuencia.
Ahora, en vez de
congraciarnos con los nuevos ocupantes del poder, debemos asimilar esta lección
desde una perspectiva argentina. Nadie vendrá de afuera a hacer por nosotros el
esfuerzo pendiente. Ante el derrumbe de esquemas demoliberales considerados
“eternos”; tenemos la oportunidad cierta de avanzar con lo nuestro.
Defendiendo el
trabajo argentino. Ampliando la plataforma productiva e industrial de todo el
país especialmente “el interior del interior”. Resguardando el mercado interno.
Rediseñando las alianzas políticas y de mercado con los países hermanos.
Impulsando la
aplicación científico-tecnológica propia para aumentar el volumen y el valor
agregado de nuestras exportaciones. Promoviendo el capital de riesgo e
inversión que crea empleo genuino. Afirmando nuestra opción por la economía
mixta, lo que descarta los regímenes extremos de cualquier signo.
Estas decisiones
imprescindibles no triunfarán si somos indiferentes y apolíticos (como quieren
las corporaciones). Porque hay que combatir la práctica del “libre comercio” al
revés, a favor del poderoso. La firma de empréstitos improductivos, con grandes
“comisiones” a funcionarios y gestores. Las maniobras de los “fondo de
inversión” especulativa que no crean trabajo. Los empresarios falsamente
“argentinos” que abusan de la protección con una producción escasa, cara y
mala.
La crisis que
vivimos tiene un costado positivo, acicateando las transformaciones que venimos
demorando. Entre ellas, alivianar la sobrecarga impositiva del ciudadano común,
sin privilegios, que cumple y paga. Y gravar como corresponde a las operaciones
financieras, extractivas y especulativas.
Imponer, desde el
más alto ejemplo, una política de austeridad en los medios utilizados por
funcionarios y dirigentes. Y ser implacables en la sanción de quienes hacen
negocios incompatibles con su cargo.
Los gobiernos de
turno no se debilitan, sino se fortalecen, cuando escuchan a los que saben; y
no repiten ensayos que colapsaron.
A diferencia del
elitismo egoísta, la verdadera excelencia es generosa. Por eso necesitamos
liderazgo sin mesianismo, entusiasmo sin triunfalismo y prestigio sin ficción ni
hipocresía.
Y, en nuestra
militancia, hagamos gala de respeto sin temor, adhesión sin obsecuencia y
lealtad sin sumisión.
Mercedes, Provincia de Buenos Aires, 2 de
diciembre de 2016.
Julián Licastro
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