miércoles, 4 de mayo de 2011

Comunidad, trabajo y poder social.

Este breve ensayo tiene por finalidad ofrecer su contribución a un debate de gran actualidad referido a las reivindicaciones que, en la esfera pública, plantea el movimiento de los trabajadores por medio de la representación institucional del sindicalismo. En tal sentido, sustenta una tesis sobre el nuevo paradigma que la realidad impone a esta estructura histórica de lucha y concertación laboral, para abarcar también, con su liderazgo de referencia, a las múltiples organizaciones que han surgido, en los últimos años, para reivindicar a vastos sectores populares que carecen de empleo, vivienda y servicios de educación.

La exposición, con sustento académico pero expresión sencilla y directa, hace converger tres ejes de estudio y análisis: la perspectiva filosófica, la perspectiva política y la perspectiva estratégica. De este modo, presenta los principios fundamentales del justicialismo en lo ideológico y doctrinario; su concepto central y armónico de la comunidad organizada; y la valoración del trabajo en la actividad productiva y en los lazos solidarios que genera con fuerza de unidad; factores todos que confluyen en su experiencia singular en laconstrucción de poder social.

La organización política integral

El peronismo se constituyó convocado por una conducción carismática y un mensaje doctrinario, que fructificó en un movimiento social de base laboral. Perón y el 17 de octubre marcaron el acontecimiento irreversible que cambió la historia para siempre. A esta columna vertebral se agregaron sectores medios y hombres de diferentes partidos y realidades territoriales, atraídos por el impulso irrefrenable de una revolución tan profunda como pacífica. En ella tuvo un lugar relevante la mujer, tras el ejemplo de Evita; y luego, para el regreso del Líder, la incorporación masiva de la juventud en sus distintas manifestaciones.

Hoy, atento a las nuevas circunstancias de una evolución incesante, y acorde al mandato de actualización que es el núcleo insoslayable de su concepción fundante, tiene que delinear un nuevo despliegue en los términos de una Organización Política Integral, recreada por sus dos factores estructurales tradicionales: Movimiento y Partido. Un movimiento que, además de los trabajadores organizados, tiene que abarcar ahora a todas las fuerzas y organizaciones libres con propuestas sociales. Y un partido que, paralelamente, supere y trascienda la mera tarea proselitista, electoral y de distribución de cargos.

Hay que recordar que, en la génesis organizativa del justicialismo, la primera escuela de conducción que Perón creó fue la sindical, y sólo después la política; por lo cual existen muchos dirigentes de organizaciones sociales de aquella extracción, igual que en la militancia territorial con presencia significativa en gobiernos municipales y concejos deliberantes. De allí que estos elementos, siempre en el marco de una formación doctrinaria que es la misma para todos, puedan y deban entender mejor que nadie la necesidad, no de restar, sino sumar a sectores valiosos de la comunidad (movimiento de movimientos).

Esta interpretación de una organización política moderna y completa, debe perfeccionar la capacitación por la transmisión de principios y valores para descartar la politiquería; y preparar intensamente cuadros de conducción, de encuadramiento, de enlace y de comunicación: éstos últimos para operar, con recursos idóneos, los medios propios de la apertura de la libertad de expresión contra los monopolios. Un capítulo fundamental de esta capacitación sistemática, tendrá como objetivo disponer, en calidad y cantidad, de intelectuales, técnicos y profesionales para apoyar la planificación democrática del desarrollo integral, que es imprescindible realizar para cumplir con las asignaturas pendientes (2012-2015).

La ciudadanía se potencia con el proyecto nacional

Dentro de una democracia que aspira a lograr la mayor equidad civil y participación, la ciudadanía -como categoría política- manifiesta su plena potencialidad, no cuando los discursos partidistas agitan su superficie, sino cuando el llamado del proyecto nacional logra movilizarla desde la base. En tal aspecto, el movimiento popular (no populista) es una forma orgánica viviente, pasible siempre de ser actualizada en metas y contenidos, para servir de modo activo y eficaz al resurgir de grandes momentos históricos.

Igual ocurre con la doctrina, con cuyos postulados el movimiento interactúa pedagógicamente, y que -guardada por la clave de sus grandes pautas de acción entre los pliegues de la memoria colectiva- orienta en cada ciclo político la intervención social en ladinámica cultural por la identidad argentina. Esta larga lucha expresa el desafío de la intuición y la experiencia popular a todo intento de colonizar el pensamiento a fuerza de doble discurso y poder mediático; porque aquí también hay una visión distinta, que suma el criterio doctrinario al sentido común, para discernir y predicar su propia interpretación de los hechos.

Los aportes innegables del justicialismo en sistema de ideas, formas orgánicas y modos de conducción, no siempre comprendidos por el teoricismo liberal de derecha o izquierda, tejen así una densa malla de relaciones prácticas en el mundo laboral, profesional y vecinal de la sociedad civil. Y es precisamente sobre este basamento único -con el que no cuentan otras fuerzas- que puede impulsar la construcción gradual de un nuevo Estado, por la reforma profunda de las estructuras preexistentes.

Conviene reiterar, entonces, que sólo la cultura del trabajo brinda el sostén necesario a una organización satisfactoria de la convivencia humana, que se degradaría sin las condiciones de mutua cooperación que esta cultura distingue y demanda. Y cuya toma de conciencia, por obra de la educación familiar y pública, se refuerza y consolida con la decisión personal de actuar para lograrla, dentro del tono de un humanismo sincero, donde “la verdad no es lo que se dice, sino lo que se realiza” (Tomás Moro).

Capacitar a la juventud es comunicarse con el futuro

Un dato vital de la actualidad argentina destaca el regreso de la juventud a la militancia, tanto en el campo político como sindical; porque refuerza la herramienta de participación y renovación que, ubicada en el centro de la escena, consolida la democracia e impide el avance de la plutocracia, que concentra el manejo discrecional de los grupos de poder económico. Es el viejo y vigente axioma: “sólo el pueblo salva al pueblo”. No hay otra forma de hacerlo que el compromiso y la actuación civil, contra la indiferencia, el facilismo y el oportunismo.

Capacitar a la juventud, e integrarse con ella en los perfiles generacionales correspondientes, es comunicarse con el futuro; sentir en conjunto que los ideales, la vocación y la mística encarnan valores perdurables, por encima del carácter efímero de las actitudes individualistas. A la vez, prueba por el contrario que la fragmentación política, envejecida y dividida sin cesar, está detenida en el tiempo, carente de proyecto positivo y sin recambio generacional alguno.

En la acción política, obrar “en contra de” nunca ha sido mejor que trabajar “a favor de”, condición estratégica indispensable que implica aceptar la realidad, analizar alternativas, presentar mejores propuestas y predicar con esperanza de manera incansable. Por eso, cuando la oposición no gravita, que es uno de los grandes problemas de la democracia, la tendencia a sustituirla con el discurso literario y la narración mediática, agrava la situación hasta la confusión crónica y agudiza la falta de credibilidad.

La oposición debe saber que perder una elección cabe en la posibilidad de toda contienda: el mérito está en reconocerlo, corregirse, levantarse y volver a luchar. Echarle la culpa al ganador, en cambio, no solo evidencia una falla ética, sino carencia extrema del don de liderazgo, defectos que no puede ocultar ninguna operación publicitaria. Tampoco vale calificar el voto de uno y descalificar al otro, como si la “verdad” política fuese un hecho científico, incomprensible para la mayoría, y no la construcción de una voluntad popularque se instituye por sí y determina un camino de marcha, únicamente modificable por la alternancia democrática, en los plazos constitucionales.

Políticas de Estado y coincidencias programáticas parlamentarias

A nuestro juicio, el peronismo es la corriente principal, aunque no la única, de la liberación nacional, cuya amplitud de propuesta prevalece sobre las limitaciones de los partidos demoliberales, moldeados por el régimen semicolonial de dependencia. Éste somete la política a la economía y reduce la participación cívica al proceso electoral, necesario pero no suficiente para alcanzar trascendencia social y nivel estratégico.

Por lo tanto, el peronismo privilegia a la columna vertebral del trabajo, sin ser clasista; es sensible a las conducciones carismáticas, sin ser mesiánico; y es proclive al llamado doctrinario, sin ser dogmático. Éstas son las directrices correctas de su comportamiento colectivo como movimiento multitudinario, tal cual se forjó en su núcleo original. Y éstos son también los límites que sancionan la conducta negativa de la provocación, la mera declamación y la sobreactuación política, que no se compadecen del rol intransferible que significa luchar, cada uno por igual, como protagonista necesario de un destino compartido.

La defensa del interés nacional no es negociable, y exige algo más que ganar unos comicios, porque supone gobernar con fuerza inclaudicable tras los objetivos de bien común. La solicitud de consenso, por parte de partidos de propiedad personal, reducidos a lo circunstancial de una candidatura, es un juego proselitista sin ninguna entidad. La historia, por su parte, también descarta a las alianzas aleatorias convocadas sin ánimo ni oficio de verdadera unidad. Sin embargo, para las fuerzas orgánicas, con tradición política y arraigo territorial, más allá de sus respectivos problemas, se hace imprescindible el diálogo institucional para fortalecer un cúmulo de políticas de Estado fundamentales.

Estás son las coincidencias programáticas que tienen que debatirse con seriedad en el seno del ejercicio parlamentario, para lograr el enriquecimiento de las propuestas y la adhesión política del bloque histórico nacional y popular, capaz de realizar la crítica constructiva, y apoyar lo esencial del Modelo Argentino, en la continuidad de los distintos turnos presidenciales. En síntesis: una maduración civil de nuestra comunidad, que se da a sí misma un lineamiento estratégico de destino nacional, y proyección regional, sostenido en el tiempo por una concertación política y un pacto social.

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