SOBERANÍA ES LUCHAR POR LA EXISTENCIA PROPIA
La cuestión nacional y la
categoría superior de patria
Soberanía es la lucha por la existencia de un pueblo
decidido a ocupar un lugar propio y singular en el concierto de las naciones
del mundo. Esta dimensión, donde el hombre evoluciona del instinto gregario a
la conformación comunitaria, expresa una instancia histórica, en la cual la
comunidad persiste en la voluntad de vencer los desafíos que le niegan la
potestad fundamental de determinarse a si misma. Luego, lo primero a plantear es
la “cuestión nacional”, sin cuya resolución caminará a ciegas condenada al
subdesarrollo crónico. Demérito que incluye el estigma de encarnar una
“subhumanidad”, con el destrato de los países centrales y la arrogancia habitual
de sus dirigentes.
La cuestión nacional se perfila en el marco
geopolítico; sin el cual la politiquería se sumerge en una corriente “colonial”
que merodea penosamente las decisiones de los países hegemónicos y sus alianzas
de poder. Esta realidad comprende hoy no sólo a un núcleo de ”Estados
soberanos”, sino a centros transnacionales que arbitran los balances globales
de producción y especulación; aumentan la acumulación privatista de la riqueza
mundial; y utilizan la tecnocracia corporativa para capitalizar los adelantos
científico-tecnológicos y enajenar la creatividad en los países dependientes.
La cuestión política y el
marco mundial
La cuestión política es la segunda instancia, para
formular la nueva matriz productiva y laboral que corresponda al sentido
existencial de todo un destino compartido. Por esta elevada aspiración no es un
problema de “cantidad”; sino de “cualidad”, cuya carencia se sustituye erróneamente
por una precipitación “materialista” que opera en contra, porque cosifica,
segrega y excluye. Tal la razón por la cual pueblos pobres pero dignos se
engrandecieron. Y naciones destruidas por la guerra se levantaron de sus ruinas
y volvieron a ser potencia.
La comunidad organizada refiere a este encuentro
humanista bajo la protección de un “ser nacional” inalienable, que evite la
indigencia afectiva; defienda la significación de su trabajo y sus recursos; mantenga la memoria histórica
sin odios divisivos; y actualice sus tradiciones en un proyecto conjunto de
acceso inteligente al porvenir. Piedra angular de una cultura emprendedora, que
instala su motivación entre nosotros y trata de habitar, con miles de proyectos
creadores de empleo genuino, un gran territorio querible y hospitalario.
En este plano primordial, no hay nación posible sin
“unidad nacional”. Porque sólo una conciencia colectiva donde prevalezcan los
recuerdos y costumbres que nos unen en lo esencial, manteniendo abiertas todas
las opiniones, permitirá ejercer sin agravios la función compensadora de la
palabra. Ella, al realizar el diálogo
sobre los asuntos que nos afectan a todos, dirimirá grandes pautas económicas y
sociales, promoviendo un pluralismo sincero, no obstruccionista y efectivo.
La cuestión social sin
caos ni subsidios
La cuestión social, resuelta como justicia social,
deviene sólidamente cuando corona una proyección de integración constructiva,
según la concepción del modelo argentino, centrado en la cultura del trabajo.
No como lo plantea el “posmarxismo”, desvinculado de una producción sustentable
en las opciones claves de nuestro desarrollo. Por eso la problemática social concreta,
no abstracta, está sostenida en una estrategia planificada y permanente.
No representa un elemento disruptivo de la
“izquierda” caótica, impiadosa con la gente que expone al choque constante. Ni
tampoco significa un coto cerrado de subsidios humillantes por parte de la
”derecha” neoliberal. Ella pretende comprar pacificación ante la posible respuesta de un ajuste en la capacidad adquisitiva
de los sectores medios y populares que pagan impuestos. Máxime por la
indignación que provoca el blanqueo malicioso de evasiones millonarias de
personajes encumbrados y sus parientes.
Excelencia técnica y
recuperación del Estado
Este código simbólico protector de la convivencia
fructífera, no exime sino enfatiza el empeño teórico y práctico de una
excelencia técnica, en el diseño e implementación de los programas y las medidas
que deben facilitar el consenso y ejecución de las reformas pendientes. Pero
esta eficacia no tendría que reducirse a la apropiación abusiva del menguado
sector competitivo argentino; sino ampliarlo en una vastedad geográfica plena
de posibilidades, pero carente de apoyo logístico y financiero para sumar su acción
regional a nuestro caudal productivo.
Esto implica la recuperación y saneamiento del Estado,
sin “corrupción” ni “conflicto de intereses” que concentra negociados en unos
pocos “avivados”. Esta vez todos tenemos la obligación de actuar atenta y firmemente,
para que la alternancia democrática no sea una mera excusa para cambiar de mano
el saqueo de un país rico, empobrecido por el círculo vicioso de las mafias de
empresarios, funcionarios, políticos y aquellos jueces oportunistas y venales.
Hemos omitido muchos factores geopolíticos,
tecnológicos y defensivos que hacen a la soberanía nacional. Lo hicimos para
destacar que nuestro principal adversario a la existencia del país como tal
somos nosotros mismos. Especialmente si nos dejamos engañar por el despropósito
de una “concertación“ impuesta, edulcorada por los aparatos mediáticos que se benefician de un régimen que repite las recetas de la
globalización asimétrica.
Podemos pagar más caro que nunca la ilusión ingenua
de considerarnos “cosmopolitas” o “ciudadanos universales”, antes de haber
hecho nuestro aporte distintivo de esfuerzo y talento nacional. Este es el
protagonismo civil demandado en el presente, para que los héroes de la “Vuelta
de Obligado”, en el ciclo largo de la historia, no hayan peleado valientemente
pero en vano.
Buenos Aires, 20 de noviembre
de 2017.
Julián Licastro
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