I. EL MODELO ARGENTINO Y
EL ARTE DE LA CONDUCCIÓN
- En la gran política lo más importante es decidir desde lo propio, movilizando unidas las energías y fuerzas nacionales hacia el modelo de país que anhelamos.
- Esto significa tomar la iniciativa en el orden exterior e interior, para construir “poder” como sistema compartido signado por el bien común.
- Un poder con visión estratégica y sentido social que ofrece posibilidades para todos y no sólo a un sector.
- La fe imprescindible de un pueblo en su realización la define y decide, exigiendo imaginación, creatividad, honestidad y constancia en la implementación de sus propias herramientas políticas, económicas y sociales.
- Por el contrario, la aceptación de un modelo impuesto por la globalización tecnocrática y la mundialización financiera lleva al fracaso; porque la desigualdad no es la causa sino la consecuencia de un esquema dominante.
- La mera ”gestión” de gobierno como rol administrativo, aún suponiendo un esfuerzo voluntarista, es insuficiente para asistir a la franja excluida por el carácter sesgado y especulativo de la concentración económica (monopolios y oligopolios que se imponen sin limitación).
- Una nación substancial, no aparente, necesita, más que “gestores”, conductores y estadistas que logren la síntesis operativa de idealismo y realismo, de aspiración y posibilidad.
- La clave es concordar y concertar los grandes objetivos necesarios y sus lineamientos de acción, para poder actuar con éxito en el complejo ajedrez de los intereses regionales e internacionales.
- Necesitamos evolucionar del Estado-individuo al Estado-institución, para obtener la organicidad, la potencialidad y la continuidad requerida por un proyecto estratégico (la teoría errónea de un “Estado nacional mínimo” es funcional al mundialismo trasnacional).
- En el marco republicano, debemos perfeccionar nuestro ejercicio de la democracia representativa (“de, por y para el pueblo”), integrando los nuevos elementos de la democracia participativa (“con el pueblo”).
- Para madurar en esta perspectiva sin violencia, donde la fuerza, la solidez y el impulso vienen del grado de capacitación de cuadros y bases, es preciso elevar el nivel de conciencia política, evitando el entrismo, el oportunismo y la manipulación que son los vicios de la politiquería.
- El trabajo en equipo y en red es el más adecuado para generar nuevas estructuras y formas de representación y de acción, superando el espontaneísmo y las contramarchas producto de la falta de preparación y de plan.
- La autoridad es una función de conducción y no de dominio: “conducir no es mandar sino persuadir”.
- Una conducción desorganizada cae en el individualismo, la arbitrariedad y el autoritarismo, que son su negación. Una conducción coherente incluye habilidades de comunicación, negociación y disuasión, ya que: “mejor que vencer es convencer”.
- La conducción, en tanto servicio a la comunidad, se manifiesta en los sistemas de “economía mixta” (empresarial privada y empresarial estatal), asegurando su complementación mutua con eficacia, sin negociados y sin conflictos de intereses.
- La palabra ordenadora y promotora de la conducción “hace y hace hacer”, mediante conceptos efectivos, sentimientos sinceros e imágenes atrayentes. La vulgaridad revela ignorancia.
- La mirada previsora de la conducción tiene el don de descubrir las líneas de resistencia de una situación; y a la vez, identificar las fuerzas dispuestas a su convocatoria para sumarlas.
- La crítica, como modo del conocer, se diferencia de la noción primaria de reproche o represión, ya que el saber, la comprensión y la experiencia política.
- El liderazgo implica las virtudes personales que dan brillo a la conducción orgánica y facilitan el desenvolvimiento estratégico.
- Se distingue de la mera “jefatura” formal o burocrática porque reúne: vocación, abnegación y carisma.
- La organización se humaniza, superando el “mando” mecánico con un liderazgo que protege y desarrolla la personalidad y valoración de sus integrantes y participantes.
- Liderazgo sin mesianismo; entusiasmo sin triunfalismo y prestigio sin elitismo. La verdadera excelencia es generosa.
- Respeto sin temor; adhesión sin obsecuencia y lealtad sin sumisión. La verdadera militancia exige dignidad.
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