28/2015
LA GRAN
POLÍTICA HACE
HISTORIA, NO LA SIMULACIÓN
Una comunidad
existe como entidad significante al asumir un espíritu histórico de grandeza.
Es decir, al trascender la mera subsistencia de los países fallidos, que
carecen de personalidad cultural y proyección estratégica. La cualidad de lo
nacional es clave, siempre que se ubique equidistante de quienes la desdeñan
por sus prejuicios ideológicos, o la exaltan con carácter reaccionario.
La historicidad no
procede de los relatos arbitrarios de los extremos, sino de los factores de
espacio y tiempo en los cuales deviene la realización del pueblo. El “espacio”
significa el territorio de pertenencia, integrando y organizando armónicamente
geografía y población. Y “tiempo” expresa las etapas irrevocables de su
trayectoria evolutiva. Sin estos contenidos, dinamizados en la experiencia
conjunta, la historia cede a la regresión, en las formas elementales de los
nucleamientos humanos con jefaturas primarias y violentas.
Esta es la
involución que, más allá de una retórica escénica, provocan los ideologismos
laterales a la perspectiva comunitaria; y cuyas desviaciones se inclinan a la
división por una crisis de identidad no resuelta, en tanto dicen una cosa y
hacen lo contrario. Esto se observa en la irresolución de los problemas de
pobreza; el abandono de los pueblos lejanos; y la falta de condiciones dignas
de vida y de trabajo. Obra de la corrupción que el gobierno niega y que
practican también los partidos que dicen combatirla.
Pese al
latiguillo de una publicidad cargosa, el Estado no está presente sino ausente,
tanto en los problemas internos expuestos en la campaña, como en los ejes
básicos de una política exterior. Mientras desgranamos consignas caducas del
70, desfasadas de los nuevos conceptos que califican la soberanía real,
carecemos de peso geoeconómico, visión geopolítica, defensa nacional disuasiva
y cancillería responsable.
En una percepción
superior, la política avanza con las categorías existenciales de la memoria
integral y del proyecto histórico, sin las cuales no surgen ni se sostienen los
grandes estadistas. Luego, nos demoramos en el subdesarrollo político,
económico y social, pese a nuestros recursos, porque el exceso de jefaturas y
caudillismos no disimula la falta de liderazgos lúcidos y equipos de
excelencia.
Sólo una nación
sustancial, no nominal, tiene valores fundamentales, intérpretes válidos,
representantes honestos y dirigentes sabios. Son las virtudes que le permiten
identificarse y hacerse conocer por su influencia. Una nación que, segura de su
valer, se abre al intercambio inteligente y equitativo con el mundo, sin la
máscara de una militancia sobreactuada, que transa con viejos y nuevos
imperialismos, impostando una suficiencia engañosa.
Retomar
protagonismo exige recoger los mejores aportes de las distintas experiencias
políticas, que confluyen en el propósito de una realización pendiente, antes o
después del comicio presidencial. Por lo demás, su resultado numérico servirá
de poco, en un clima de desconfianza generalizada, sin las reformas
consensuadas que posibiliten la reconstrucción del diálogo institucional. Por
nuestro lado, es urgente procesar la crítica, autocrítica y actualización que
nos refiera a la esencia originaria del movimiento y no a quienes lo
tergiversan para enriquecerse ilícitamente.
Es menester
construir respeto y no temor, amistad y no conveniencia, adhesión y no
obsecuencia, pacificación y no violencia; logrando el equilibrio postulado
entre realización personal y comunitaria; lejos así de la especulación
individualista y la ineptitud del colectivismo. Recordemos que quienes piensan
diferente representan variantes respetables y, aún siendo adversarios
electorales, son partícipes necesarios de la unidad y el porvenir argentino.
[22.9.15]
No hay comentarios:
Publicar un comentario