La solución
estratégica del país será una obra compartida o no será, lo cual exige
construir poder al servicio del deber y no del sectarismo y la ambición
desmedida. Construcción que implica predicar con el ejemplo para recuperar la
credibilidad dañada por una politización excesiva en cargos y candidaturas, sin
idoneidad ni selección: requerimientos de un régimen equilibrado de autoridad,
no sólo en sus orígenes, sino en sus procedimientos y postulados.
Es menester
redescubrir la relación directa de la política con las cuestiones primordiales
que el pueblo intuye y siente con el peso de la multitud, a la espera de planes
y programas eficaces. La propaganda infantil y repetitiva subestima el sentido
común y ofende a la ciudadanía, que cede espacio al protagonismo de las
camarillas que destruyen la democracia con sus enfrentamientos y desbordes.
Estos amagos fraudulentos, de una violencia minoritaria pero en aumento, son
inadmisibles, y urgen a la revisión de formas electorales caducas, para
facilitar su pasaje a metodologías actualizadas y transparentes.
Sin embargo, la
matriz del problema es más compleja e invita a ir relevando progresivamente el
accionar pernicioso del clientelismo, que lucra con el asistencialismo crónico
a la marginalidad, que multiplica porque es su fuente de especulación. De igual
modo actúa el empleo público excedente que condiciona votos y manifestaciones
proselitistas, porque completa el mecanismo de cautividad electoral
feudalizada. Por tal razón, únicamente el trabajo genuino es su antídoto.
No existe otra
clave para acceder al porvenir que la concertación económica y social para la
producción y la educación, equivalente moral al esfuerzo de reconstrucción de
las naciones que supieron resurgir de sus conflictos externos e internos. Países que vuelven
a retroceder cuando el mando lo toma la especulación financiera, la corrupción
estatal y privada, y la desorientación de la mayoría desmovilizada para
participar de manera activa en fuerzas responsables, como lo vemos ahora en gran
parte de Europa.
La finalidad es
propender a la organización de la sociedad en una democracia de trabajo,
orientada por los valores del esfuerzo digno, sin imposición de sacrificios
reaccionarios, y de la solidaridad verdadera, sin permitir los excesos
falsamente “progresistas” de reclamar derechos sin cumplir las obligaciones que
de ellos derivan. Porque el relato ideológico no suscita organización
territorial, ni promoción social, ni desarrollo económico.
Para los dirigentes
que deseen perdurar resulta imprescindible evidenciar austeridad, laboriosidad
y coraje, como preceptos morales y leyes intrínsecas a la nueva realidad que se
perfila sobre el límite de la decadencia. De lo contrario, sin referencias
públicas convocantes la mera agitación
de parcialidades y sectas nunca podrá configurar la gran transformación
necesaria, de orden racional no extremo, con el menor costo en tiempo, penurias
y contradicciones.
Es sabido que sin
proyecto de nación se diluye el ámbito comunitario, y el caos reinante premia
al oportunismo y castiga al ciudadano que trabaja y cumple. En consecuencia,
hay que prevenir la degradación de nuestros vínculos básicos permanentes, en otros
de conveniencia a corto plazo. En tal contexto, aceptar la naturalización de
prácticas antidemocráticas, establecería un piso y no un techo a las próximas
contiendas comiciales, con resultado incierto.
La orfandad de
liderazgo no siempre se corrige con el conductor carismático, que provee la
historia para sus momentos culminantes. Hay otros momentos, cuando se regresa
de consignas estridentes, y divisivas donde importa establecer un sistema
estable, basado en articulaciones de cooperación y consenso. [25.8.15]
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