5. DISTRIBUIR
SOCIALMENTE CON RESPALDO PRODUCTIVO
Una
comunidad tiene un plan de vida que proyecta progresivamente un destino
compartido. Esta esperanza teje la trama de una visión cultural propia; y define un hacer integral, no acotado a
la actividad económica. La
naturaleza del poder para reactivar una
comunidad en receso, que es lo opuesto a progreso, llama a un cambio
estructural de amplia convocatoria. Cambio en el pulso evolutivo de la mayoría,
que primero reflexiona consigo misma para calibrar los esfuerzos que afrontará
en esta etapa.
De
otro lado, se insinúa el “estilo de conducción” capaz de orientar y canalizar
el empeño de nuevas energías sociales. Todo lo cual va determinado un tipo de
liderazgo distinto, con las aproximaciones consiguientes. Esto ocurre en muchos
países, cuyos partidos principiantes, emergentes de la crisis de representación,
tienen dificultades para formar gobiernos con respaldo parlamentario
suficiente.
Como
el momento es histórico, y no simplemente político, el sistema que al final se
impone suele sorprender a los propios candidatos. Especialmente cuando,
obligados por el apremio de los reclamos sociales, toman distancia de su sector
de origen para identificarse con los objetivos del conjunto. Esta es la prueba
existencial que los desafía en su intimidad, porque sin abnegación personal
para servir al bien común les espera el fracaso.
El liderazgo de
reconstrucción
El
liderazgo de reconstrucción siempre corresponde a las características del
estadista, y nunca del politiquero o del tecnócrata. Es decir, hay que aprender
a encarnar una síntesis particular de virtudes con convicciones firmes,
autoridad moral y persuasión constante, sin reacciones abruptas o
intempestivas.
Aquí
no corresponde un concepto del poder como sustantivo -“tener poder”- , sino
como verbo –“poder hacer”- , a fin de unirse a la potencia ciudadana que rige
en el núcleo de realización de la comunidad. Ella expresa satisfacción en las
acciones producto de la cercanía y la consulta de los dirigentes, a
diferencia de la actitud arrogante y la
manipulación.
Las
dificultades económicas complican el funcionamiento de la democracia que hay
que mantener; evitando que la legalidad de origen de un gobierno elegido
constitucionalmente, se desvirtúe en el ejercicio de sus funciones. De allí el
gradualismo en las medidas de impacto social, y el auxilio de la concertación
para conferir al sistema representativo un mayor sustento institucional.
Lo
contrario es lo habitual de las dictaduras civiles o militares, que confunden
poder político con mando, y propiedad económica con apropiación. Contradicción
no inocente, sino deliberada, que traza el camino decadente de la corrupción y
la malversación impunes.
En
nuestro continente, que detenta la mayor desigualdad social comparada, estas
desviaciones del régimen democrático, y su interrupción golpista, han sido sinónimo
de opresión y subdesarrollo. Círculo vicioso a superar con una cultura del
trabajo actualizada, integrada y concertada. El trabajo, ubicado en la
conjunción de producción y educación, fomentando una democracia participativa
por el anhelo de justicia, progreso y
pacificación.
Como
se ve, no es un cambio “de” cultura que niega nuestra génesis espiritual,
sino un cambio “en” la cultura que retoma y potencia las fuentes nutricias de
nuestra nacionalidad. Y que, en el nivel presidencial, demanda fuertes obligaciones
para ofrecer una gestión correcta, y una agenda con políticas de estado de gran
relieve. Porque el anuncio de programas pequeños, siendo útiles en su
localidad, no alcanza para despertar un entusiasmo de dimensión territorial
para el despegue.
Toda
la Argentina
está esperando éxitos en la lucha contra el flagelo de la inflación; la
creación sostenida de puestos de trabajo; la restauración de la seguridad
física y jurídica; la mejoría en los servicios públicos. Y aguarda atentamente,
por la sucesión de escándalos conocidos, las medidas efectivas que ataquen la
criminalidad económica y financiera que perpetró la fuga del capital ganado
aquí para invertirlo en otra parte.
Ampliar la infraestructura
de nuestra modernización
El
agotamiento de este ciclo antiguo, pero acelerado por la voracidad de la última
década, ha demostrado los límites de la distribución social sin respaldo
productivo y el daño ocasionado a las reservas por el consumismo
exacerbado. Ahora avanza un enfoque centrado en la inversión de capitales
“repatriados”, pero que deben asignarse al desarrollo y no inclinarse a la
especulación.
Esta
decisión permitirá la recuperación y la ampliación de la infraestructura
imprescindible de “nuestra” modernización y competencia; evitando que las
divisas se filtren nuevamente en el
esquema perverso de la especulación y la distorsión abusiva del tipo de
cambio. Porque ambos extremos: consumismo y especulación, destruyen con su
ilusionismo la estructura realista y virtuosa de una cultura del trabajo.
Por
eso hablamos de elaborar la “agenda” de gobierno adecuada, que es el plan
racional y completo que verifica un rumbo estratégico. El cumplimiento a largo
plazo, pero con metas escalonadas en el tiempo, más allá de todo discurso
proselitista, fortalecerá la confianza política y la adhesión social, con la
consigna “mejor que prometer es hacer”, posibilitando la culminación de una
transición definida. Única forma, sin margen de engaño, para pasar de la lógica
negativa de la crisis recurrente, a la lógica positiva de la realización
constante.
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