JULIÁN
LICASTRO - Reflexiones frente al debate del presupuesto nacional
EL DESTINO ARGENTINO Y EL
ARTE DE CONDUCIR
En la gran política lo más importante es decidir desde lo propio,
movilizando unidas las energías y fuerzas nacionales hacia el país que anhelamos;
lo cual debe verificarse en la asignación de los recursos del presupuesto.
Esto significa tomar la iniciativa en el orden exterior e interior, para
construir “poder” como sistema compartido signado por el bien común. Un poder con
visión estratégica y sentido social que ofrece
posibilidades para todos y no sólo a un sector de conveniencia.
La fe imprescindible de un pueblo en su realización la define y decide,
exigiendo imaginación, creatividad, honestidad y constancia en la
implementación de sus propias herramientas políticas, económicas y sociales.
Por el contrario, la aceptación de un modelo impuesto por la
globalización tecnocrática y financiera lleva al fracaso; porque la desigualdad
no es la causa sino la consecuencia de un esquema dominante y excluyente.
La mera “gestión” de gobierno como rol administrativo es insuficiente
por el carácter sesgado y especulativo de la concentración económica
(monopolios y oligopolios que se imponen
sin limitación).
Una nación sustancial, no aparente, requiere, más que simples
“gestores”, conductores y estadistas que logren la síntesis operativa de
idealismo y realismo, de aspiración y posibilidad.
La clave es concordar y concertar los grandes objetivos y sus
lineamientos de acción, para jugar en el complejo ajedrez de los intereses
regionales e internacionales.
Y evolucionar para obtener la organicidad, la potencialidad y la continuidad
requerida por un proyecto sustentable (la teoría errónea de un “Estado mínimo”
es funcional al mundialismo trasnacional).
En el marco republicano, debemos perfeccionar nuestro ejercicio de la
democracia representativa (“de, por y para el pueblo”), integrando los nuevos
elementos de la democracia participativa (“con el pueblo”).
Para madurar en esta perspectiva sin violencia, donde la fuerza, la
solidez y el impulso vienen del grado de compromiso comunitario, es preciso
elevar el nivel de conciencia nacional, evitando el entrismo, el oportunismo y
la manipulación que son los vicios de la vieja y nueva politiquería.
El trabajo en equipo y en red es el más adecuado para actualizar
estructuras y formas de representación, superando las contramarchas por la
falta de planificación y de alternativas constructivas.La autoridad es una función de conducción y no de dominio: “conducir no
es mandar sino persuadir”.
Una conducción arrogante cae en el individualismo, la arbitrariedad y el
autoritarismo, que son su negación. Una conducción coherente abarca habilidades de comunicación,
negociación y disuasión, ya que: “mejor
que vencer es convencer”.
Conducir, en tanto servicio vocacional, se manifiesta, en los sistemas
de “economía mixta” (empresarial privada y empresarial estatal), asegurando su
complementación con eficacia, sin negociados y sin reciclar conflictos de
intereses.
La palabra ordenadora y promotora “hace y hace hacer”, mediante
conceptos efectivos, sentimientos sinceros e imágenes atrayentes. La vulgaridad
revela ignorancia.
La mirada previsora tiene el don
de descubrir las líneas de resistencia de una situación; y a la vez, identificar
las fuerzas dispuestas a su convocatoria, para sumarlas escuchando sus aportes.
La crítica, como modo del conocer, se diferencia de la noción primaria
de reproche o ataque, ya que incluye el saber, la comprensión y la experiencia.
El liderazgo implica las virtudes personales que permiten la dirección orgánica
y facilitan el desenvolvimiento estratégico. Se distingue de la mera “jefatura”
formal o burocrática porque reúne voluntad, abnegación y carisma.
La organización nacional se humaniza, superando el “mando” mecánico
economicista con un proceder que protege y desarrolla la personalidad y la valoración
de todos con una distribución equitativa de esfuerzos y beneficios.
Necesitamos liderazgo sin mesianismo; entusiasmo sin triunfalismo y
prestigio sin elitismo. Respeto sin temor; adhesión sin obsecuencia y lealtad
sin sumisión. Condiciones para avanzar hacia una unión en lo esencial, sin sacrificios
estériles ni enfrentamientos extremos.
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