EL SER NACIONAL
Ante una crisis profunda que cuestiona el sentido de
nuestra existencia personal y colectiva, se hace necesario recurrir a una
filosofía de la vida sencilla, sincera y sólida.
Tal acercamiento del pensamiento a la acción requiere
una autocrítica constructiva y analítica comprensible, cuya difusión invite a
reflexionar en conjunto con seriedad y buena fe.
Un diálogo pluralista, no teoricista, que responda a situaciones
concretas de la comunidad, afirmando su identidad y conjurando los amagos de
decadencia que suele asestar la enajenación “cultural” y el entreguismo
económico sobre la trayectoria de los pueblos.
Esta resistencia patriótica surge como deber
espiritual en quienes la asumen conscientemente, condesando un cúmulo de sentimientos, principios,
símbolos y grandes valores para una construcción integral y metódica.
Sin esta inspiración elevada, la política degrada en
ignorancia, improvisación, divisionismo y corrupción. Se vuelve retrógrada como
“antipolítica” o “pospolítica”.
Una Nación sustancial no puede trascender por estos
defectos, sino por una voluntad histórica definida, forjada de hechos gloriosos
que estimulan su estima y grandes contrastes que templan su carácter.
Ambas secuencias exigen repensar sus motivaciones,
para que la colonización mental o “pedagógica” (como la llama Arturo
Jauretche), no nos recluya en el estigma de lo frustrado, aparente y fallido.
El “Ser Nacional” constituye justamente la referencia
primordial para alcanzar la categoría estratégica imprescindible; y renovar el
centro de un sistema creativo en lo ético, jurídico y técnico.
Es también la matriz de las políticas de Estado, no
de partido o facción, que recogiendo la tradición viva del pasado, le sume los
elementos de innovación, calidad y competencia de la época.
Aspecto crucial para convocar la esperanza sobre la
manipulación neoliberal del escepticismo y la cosificación; y para acentuar el
intercambio fructífero entre jóvenes, intermedios y veteranos con el ideal de
la excelencia.
Simultáneamente, implica rescatar los orígenes
fundantes del Movimiento y actualizarlo, operativa y programáticamente, sin
usurpar su nombre ni traicionar sus esencias perdurables.
Hay una nueva escena geopolítica y geoeconómica donde
es menester ratificar lo distintivo del “Ser Nacional” argentino, en tanto
legado testimonial y vigente, que reclama persistir en nuestra vocación ideal
de militancia.
En este desafío, el todo no es la mera suma de sus
partes, porque goza de un “alma” que sostiene una gran organización nacional.
Una estructura territorial no sustituible por partidos provinciales o
municipales, como buscan imponer los medios concentrados.
Nuestra concepción irrenunciable no es una dirección
mecánica, al servicio de ambiciones individuales; sino una conducción dinámica
de la participación de una comunidad libre, enriquecida en su diversidad de
opiniones y matices.
JULIÁN LICASTRO
Buenos Aires, 31de octubre
de 2018.
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