ALGUNOS CRITERIOS PARA
CUADROS
EN LA ELABORACIÓN DEL
PENSAMEINTO POLÍTICO
Volver a empezar desde el
comienzo
Hay crisis que por su gravitación histórica exigen
volver a empezar desde el comienzo. Es una prueba de gran voluntad para grupos
hermanados que se sienten responsables del porvenir y establecen un criterio de
ejemplo personal, obligándose a “practicar lo predicado”. Esta actitud,
tolerante con las ideas y sentimientos de buena fe, sólo excluye el tono
irrespetuoso y agraviante, propio, precisamente, de las instancias de
disolución social. La renovación de la esperanza así lo exige ante las
adversidades de la vida y de la política, imponiendo la consideración real de
los otros y la solidaridad efectiva con los compañeros más vulnerables. Es el
primer paso para recrear estructuras básicas de contención por la confianza
mutua, la paciencia común y el trato sencillo. Porque, sin ésta disposición espiritual,
no habría condiciones mínimas para encarar las tareas necesarias.
La indagación inicial se refiere, sin duda, a nuestra
identidad cuestionada desde siempre y hoy más que nunca por la “colonización
mental”; esta vez con la fuerza arrolladora del mundialismo capitalista privado
y los omnímodos instrumentos tecnocráticos de la globalización asimétrica. Situación
que enfatiza reafirmar la vigencia de una concepción estratégica del país a
mediano y largo plazo, innovando en procedimientos y metodologías, pero sin
traicionar la base filosófica permanente sobre la que se apoya.
Por lo tanto, el pensamiento que nace como diálogo
íntimo y profundo, entre dudas y certezas personales, se expresa luego como diálogo
compartido y enriquecido con todos los compañeros, para constituir el motor de
una nueva política. Unidad esencial en la diversidad de matices que amalgaman
la intensa tradición política argentina. Esto es independiente de las formas
subsidiarias con que, a su turno, las apliquen las distintas orientaciones
partidarias. La diferencia, sin embargo, descartará por igualmente estéril el
mero juego intelectual diletante, y la mediocridad de las campañas electorales.
Creación, prédica y tradición
El hombre es un ser libre dotado de lenguaje. Todo entendimiento
entre personas debe percibirse en un intercambio convenido por partes iguales y
equiparables; y sólo establecido en las convicciones estimuladas por la
enseñanza de los grandes maestros y fundadores de movimientos de transformación
nacional. Cuando ello ocurre idealmente se va conformando una doctrina
coherente que unifica fuerzas y suma la masa decisiva para modificar
circunstancias penosas de injusticia, opresión y explotación.
Esta doctrina vital, que surge en forma oral, y
después se escribe para profundizarla, se articula mediante el sano sentido
común del pueblo que la inspira y al cual se dirige. Y cuyo único riesgo sería
congelarla como dogma cerrado a la dinámica vivificante de la realidad. Se
trasmite entonces de generación en generación, consolidando una tradición en cuestiones
de fondo y aceptando la autocrítica de las consignas esquemáticas que no
sobreviven las coyunturas. Este pensar sabiamente pragmático dificulta la
acción insidiosa de los “sabios ignorantes”, que suelen complicar lo simple,
cundo no insertar sus teorías difusas. Cuestión siempre descubierta en poco
tiempo relativo, según la escala de los ciclos de la historia. Porque la
tradición, cuando se mantiene viva y presente en las claves del conocer
popular, se afirma ante las defecciones preanunciadas, al recordar en su
memoria colectiva las acciones simbólicas y ejemplares de sus maestros, héroes
y mártires.
Todo esto obviamente se resiente con la indiferencia
social, el individualismo
antiorgánico y la corrupción de
los falsos dirigentes que abundan. Sus discursos no existen o no se escuchan,
porque han perdido credibilidad, sustituidos por insólitas campañas sin
palabras, o con esquemas vacíos y repetitivos; que incluso se reducen a un acto
de fe invertido: “tienen que seguir creyendo en mí, aunque los milagros
prometidos salieron al revés” (inversión, inflación, déficit, trabajo y pobreza
cero).
Fe y razón, ética y
política
En el proceso evolutivo del conocimiento humano, fe y
razón, siendo categorías deferentes, tienden a un punto que las refuerza
mutuamente o, al menos, suaviza su antagonismo. Es lo que sucede, contrariamente,
entre quienes no hablan de la corrupción pasada, y quienes no hablan de la
corrupción presente, como dos ramas gemelas de una lógica perversa que
“naturalizaría” la venalidad perpetua. Hoy, además, se busca la disolución
de los partidos para facilitar la
manipulación de aquellos personajes que entran en el formato “actoral” de la
televisión. Según este formato, no hay programas faranduleros que no sean
también políticos; ni hay programas políticos que no sean también faranduleros.
En tal escenario no hay tiempo para las ideas serias que serían tachadas de
“aburridas”.
De esta forma, consentida por ciertos sectores
medios, la cultura política cualitativa y reflexiva revierte a mera
politización cuantitativa y pasional, negando el intercambio de propuestas
compatibles con el acuerdo económico-social que demanda un país previsible y
gobernable democráticamente. La “diversión” pues, concebida como “distracción”
de los problemas esenciales, fuerza una agenda diaria de nimiedades, donde se
prohíbe, directa y absurdamente, hablar de temas conflictivos.
Pero el verdadero entretenimiento puede venir, cuando,
con un humor distinto y una mentalidad despierta, resulte atractivo reconstruir
la comunidad civil para encarar entre todos la crisis que nos aqueja. Porque es
obvio que hacen falta cuerpos organizados de reflexión, planificación y
ejecución para sortear la improvisación del individualismo exacerbado y
tránsfuga. Único modo de converger sobre los objetivos nacionales con el mayor
consenso posible. Y a la vez, evitar que ética y política se sigan alejando sin
límites, hasta comprometer definitivamente la convivencia argentina.
Buenos Aires, 6 de agosto de 2017.
Julián Licastro
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