LA PREFIGURACIÓN POLÍTICA
DEL PORVENIR
Reconstruir la fuerza
espiritual y política interna
El peronismo no ha llegado a la forma final de su
existencia como movimiento nacional, según la expresión de deseos de sus
adversarios enconados: que atacan sus virtudes más que sus defectos. Luego,
para estar a la altura de su primera trayectoria, y de un porvenir que
prefigure nuevos logros responsables, debe asumir la actitud progresiva de
reconstruir su fuerza espiritual y política. Esta tarea abarca un planteo programático
más actual, una organización más ágil y una visión de conducción más amplia.
Pero siempre en la misión de su fundamento originario, que lo justifica en la
comunidad argentina y le da un lugar singular en la historia.
La efectividad de esa historia no es la de un pasado
ya ausente, sino la de una presencia vital y activa en la transformación
social. Tal la persistencia en una directriz existencial reafirmada, como declaración
necesaria de una voluntad militante que se respeta a sí misma. Y de este modo,
no claudica de sus principios esenciales, evitando caer definitivamente en su
opuesto filosófico como un partido más del sistema.
Los peronistas lo son realmente comprendiendo este
imperativo de su naturaleza. Muchas veces la ansiedad por actuar, que juega
malas pasadas, se motiva en un impulso que surge del fondo de la conciencia
colectiva. Porque su mística “siente “ que su verdad se sostiene por sí y
procede a la lucha concretada en hechos. Pero este buen sentimiento tiene que
educarse en la prudencia, para que no sólo le resulte fácil comprender la
“cantidad” en las situaciones de conflicto, sino también la “calidad” de los
factores complejos que intervienen.
El impulso debe ordenarse
por el análisis
El impulso no quiere esperar, pero debe hacerlo,
escuchando la prédica de la palabra organizada para una respuesta planificada.
La improvisación, sus apresuramientos y errores son la muerte equivocada de los
grandes movimientos que nacieron para perdurar en el tiempo. De allí también la
importancia de los maestros y los formadores, aunque éstos no abunden en los
periodos difíciles, por cansancio o impotencia. Pero eso no importa, ya que se
ha dicho que, en tanto haya alguien que cree en una gran idea, la idea vive, y
puede multiplicarse después en una diversidad de nuevas reservas
generacionales.
Hace a la veteranía política el saber que, cuando
llega el momento propicio, la idea se encarna en muchos más de lo que se
consideraban “elegidos”. Y entonces la voluntad de ser se manifiesta plenamente
para realizar los objetivos soñados. En esta condición, la decisión de
compromiso es mas fuerte que el instinto de conservación, porque la vida vuelve
a alcanzar un sentido trascendente y esclarecedor que no existe cuando todavía
se está asimilando un contraste.
No es la propuesta de la temeridad y su carga
destructora, sino de la “resolución equilibrada”, que reúne al espíritu audaz
con el análisis de posibilidades. Siempre detrás de grandes objetivos, porque
sin ellos no hay estrategas, sino gestores especulativos de puestos y tráficos
de influencia. Mientras que la verdadera militancia sabe que la política sin la
energía del espíritu y del pensamiento es nada.
La historia se suele leer desde el presente y sus conclusiones
referirse directamente a él. Por eso se trastoca cuando se simulan “nuevos
valores”, a despecho de los valores clásicos, que se niegan con tono indiscriminado.
En consecuencia, hay que seguir el camino de las creencias esenciales; y hacer
pedagogía política, ayudando a recuperar las figuras, contenidos y símbolos que
no engañan, porque conservan profundamente una significación irrevocable.
La realización del espacio
político
Todo esto implica un trabajo interno antes que
externo, y autocrítico antes que crítico, respetando los ciclos de
concentración y agrupamiento cumplidos en los espacios propios para resurgir.
Recordemos que el espacio se “realiza“
en la medida que se lo ocupa armónicamente y se desarrollan todas sus
posibilidades. Es un espacio “potencial” que se convierte en “acto”, de orden
territorial, por la presencia de una mística de pertenencia. La clave del
momento es aplicar allí la velocidad apropiada a cada idiosincrasia social y
cultural; pues una aceleración desmedida tiene un efecto destructivo de la
trama de relaciones que lo componen y de la misma militancia que lo integra.
El agotamiento de la política como “fin” y no como
“medio” de superación social, carece de ideas y sentimientos afines a tal propósito.
Y expresa, por ausencia, una petición urgente de filosofía popular, deducible de
la práctica y la experiencia colectiva. En este trance, sólo el talento creador
es capaz de atraer una realidad sensible anterior a la actividad política, que
recién entonces fructifica en innovaciones genuinas de crecimiento y desarrollo,
paso a paso y lugar por lugar, más allá de las necesarias obras materiales.
Sin poses ideológicas “populistas” la razón comunitaria
crece en la “unidad de concepción” generadora de doctrina. Punto inicial que,
al desdoblarse en formas complementarias, compone un todo inteligible para
enmarcar voluntades; y sin el cual cada parte existe fugazmente en vano. Es
lógico que, en este tiempo, la acción exterior se supedite a la acción interna,
sin injurias vulgares que denotan “sangrar por la herida”. Por su lado, el
gobierno tiene menos certezas que incertidumbre, por intentar una “concertación
al revés”, que pasó abruptamente del marketing del silencio, a forzar su propio
plan de “reformas”, sobre un comicio sobrevaluado por nuestra división egoísta:
que hoy reclama humildad.
Buenos Aires, 29 de
octubre de 2017.
Julián Licastro
No hay comentarios:
Publicar un comentario