REQUISITOS PREPOLÍTICOS
DE UN CORRECTO EJERCICIO DEMOCRÁTICO
Un proceso en la evolución
de los pueblos
La creación de legitimidad es un logro espiritual y
social., que nace en la evolución del alma de los pueblos. Ella genera la
situación favorable para fundar y fundamentar el marco normativo de la
legalidad. Sin aquella, ésta sería una instancia vacía de principios y valores
básicos para el ejercicio real de la democracia. Algo sin duda ausente en el
accionar de los partidos, carentes de contenidos para orientar, con lealtad
ciudadana y honestidad administrativa, las decisiones del país. Uniformados
como están, más allá de matices, en la corrupción persistente, el doble
discurso y el desdén por la construcción de consensos.
Campañas de palabras sueltas, gesticulación de
marketing sin compromiso, que al final terminaron mudas, no por respeto a nada,
sino porque no sabían que decir frente a eventos graves y conflictos absurdos.
Hitos sucesivos de desequilibros y contrastes que los muestran parados en la nada,
porque el Estado no existe, la sociedad se diluye y la comunidad se fragmenta,
permitiendo que cada quien haga lo que quiera, donde quiera y cuando quiera.
En esta ficción general, no se ha votado un modelo de
país, con pautas razonables y explicables, debates de fondo y participación
activa, que supere substancialmente las campañas anteriores. La nueva época
prometida no aparece todavía con estos actos primarios, de gente de todas las
clases llevadas para aplaudir de antemano cualquier frase, incluyendo la más
vulgar y la más desubicada. Así, los candidatos, lamentablemente, respondieron al
viejo error de la autorreferencia constante y vedetista.
Ahora vienen las consecuentes secuelas de un comicio
cuyos resultados señalan tanto como lo que presagian; si no tomamos conciencia
del aviso de “tormenta perfecta”, por la simple proyección de las variables
actuales. Y cuyas medidas post-electorales, según lo poco que se ha filtrado
para no anticipar “malas noticias”, harán aún más compleja, aunque no imposible,
la salida del laberinto.
No ceder a los extremos
económicos o ideológicos
Las divisiones nacionales son irreconciliables cuando
permanecen obsesivamente en el plano inferior donde emergieron. Luego, sólo
pueden resolverse si acceden al nivel superior, donde la comprensión lógica,
con el auxilio de la ética y la experiencia histórica, suele señalar el deber
ser y el deber hacer. Esto, en el arte de la conducción, se llama:
responsabilidad. Obligación moral y práctica de proceder con sensatez, mal que
les pese a los extremismos económicos e ideológicos y a los provocadores
violentos.
La “responsabilidad” que sepa demostrar la dirigencia
sería la virtud paralela y complementaria de la “legitimidad” que otorga el
pueblo. Ya que ambas reunidas, generan y potencian una legalidad estructural,
caracterizada por la justicia, la austeridad y la solidaridad. Una conversión
necesaria y factible de la democracia formalista neoliberal, atrasada en
desarrollo político, económico y social, en una democracia participativa,
equitativa y comunitaria dirigida con acierto, sin sectarismo ni exclusiones.
Una democracia donde se respeten los derechos de la
persona, sin llegar al límite del individualismo egocéntrico del que somos
celosos hasta el desborde de la anarquía. Una democracia donde la apertura
equilibrada al intercambio cultural y comercial, no signifique el extravío de
la identidad nacional. Y donde nuestro aporte a la paz y la estabilidad no
resigne los niveles estratégicos y tecnológicos de nuestra defensa y presencia
geopolítica.
Parecen contradicciones insalvables pero no lo son,
si sabemos evitar dos opuestos igualmente frustrantes: dejarse llevar por la
inercia hasta un materialismo hedonista, o marchar contra corriente
sacrificando el pueblo al determinismo ideológico. Lo indicado es la tercera
posición, adaptada tácticamente a los nuevos factores presentes en la realidad
cambiante, pero siempre en interés concreto y perspectiva histórica del ser argentino.
Respetar los resultados y reconstruir
internamente al movimiento
Pasada la última dictadura la democracia electoral ya
no es un derecho a conquistar sino un deber a cumplir, que exige perfeccionarla
con una nueva cultura política. Ayer, las Fuerzas Armadas se autodestruyeron
por intervenir en política interna y en beneficio de un sector. Hoy las Fuerzas
de seguridad corren un riesgo parecido, perdiendo confiabilidad ciudadana y
calidad profesional. Quién entonces custodiará la integridad territorial si
esta doble destrucción se consuma. Por ello, hay que retomar el sentido del
honor, la prudencia y la vocación de servicio, no en la declamación sino en los
hechos.
Respetar los resultados en paz, deja al presidente en
actitud de asimilar y encarar sinceramente los problemas pendientes, sin
exagerar el optimismo porque ha despertado expectativas contrapuestas. Pero nos
permite a todos seguir, con posibles demoras y recaídas, por el camino de la
libertad, la justicia y la nacionalidad, que deseamos sin discriminaciones
inconducentes.
Pero los peronistas tenemos cuestiones internas a dilucidar claramente para no
confundir populismos de “izquierda” con justicialismo, lo que implica la
autocrítica a la confusión deliberada de nuestra identidad política; y dejar de
lado los viejos procedimientos que repetirían el fracaso reiteradamente hasta
la extinción. Nuestro primer trabajo es reagrupar a los cuadros y adherentes ubicados
en distintas posiciones de circunstancias, y hacerlo alrededor de la
actualización de “modelo argentino”. Es el primer paso de una larga marcha que
sólo coronará la renovada esperanza del pueblo en los verdaderos continuadores
del pensamiento transformador de Perón.
Julián Licastro
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