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ARTICULAR UNA VERDADERA POLÍTICA DE ALIANZAS
En conducción política, lo primero es lograr la
propia identidad de proyecto y la propia fortaleza orgánica. Luego, sobre este
eje, se establecen las alianzas imprescindibles para aumentar las capacidades,
disminuir las vulnerabilidades y cubrir los vacíos. Constituida la alianza, hay
que llevar la iniciativa con buenas decisiones y atender a la flexibilidad
operativa de sus componentes: con estilo persuasivo, gestos amigables y maneras
diplomáticas.
Las partes diferentes de una alianza, pese a sus
compromisos iniciales de unidad, conservan grados apreciables de “autonomía”.
Esta característica, que suele manifestarse con actitudes indefinidas o
ambiguas, puede generar conflictos y aún antagonismos, invirtiendo el frente de
lucha: de amigo a adversario.
Una
actitud legal y generosa
El pensamiento estratégico, al conocer las vicisitudes
de las alianzas en la experiencia histórica, valora el mantenimiento prudente
de las coaliciones importantes. Pues éstas son una forma conveniente de lucha
incruenta, que cumple los grandes objetivos, sin caer en peleas de
consecuencias fatales.
Una alianza que pase la prueba de su convocatoria
básica será cada vez más leal y generosa en la medida que desarrolle la
conciencia plena de una necesidad mutua. Y la paralela convicción en la
probabilidad mayor de éxito que ofrece la suma de esfuerzos, en una línea
consistente y no contradictoria para el fin irrenunciable de cada uno de sus
integrantes.
Saber
seleccionar a los aliados
La clave es saber seleccionar a los aliados, según
la categoría táctica o estratégica del acuerdo; lo cual determina su profundidad
en el espacio y duración en el tiempo. En este sentido, la alianza táctica es
un entendimiento práctico de pura conveniencia ante una situación concreta.
Aquí lo urgente pesa más que lo importante; y hace que las partes escatimen
esfuerzos con vistas a una pronta disolución del vínculo, que así apresuran.
Por esta razón episódica, donde lo táctico no es un
elemento subordinado a la gran política, sino a una contingencia, no requiere
teoría ni doctrina que la refrende. Se autojustifica en la satisfacción de su
propósito inmediato. Comprender este límite previo, impedirá que la conducción
derive, por influencia de un aliado circunstancial, en una serie de conflictos
que no son los suyos.
La alianza estratégica, en cambio, exige más calidad
de definición que cantidad de adhesiones, para un desenvolvimiento sólido y de
futuro. Y, en su planteo, requiere una dosificación equilibrada de motivaciones
emocionales y argumentos racionales, para que la conducción conduzca y no vaya
detrás de los acontecimientos desbordados.
No
hay aliado incondicional
En el oficio de coordinar acuerdos no podemos contar
con el aliado incondicional que acepta todo sin cuestionar nada. Porque la
dirección coaligada, por definición, comprende una mesa de diálogo interactivo,
con interlocutores representativos del sector que suman al conjunto desde la
diversidad. Todos saben que la política de alianzas es una política de poder, y
actúan en consecuencia.
Ésta es la realidad del mapa político argentino,
graficado en las últimas elecciones, que determinaron un doble condicionamiento
del ejecutivo nacional. Éste no es un espacio exclusivo de un partido y debe
compartir sus áreas y consultar sus medidas. Además, está y estará asediado por
el parlamento por ser crónicamente minoritario y obligado a negociar en todos
los casos, incluyendo los fáciles que se tornan difíciles.
La conclusión se bifurca en dos alternativas en
creciente distancia: una anhela conformar un consenso por la vía colectiva de
la “concertación”; la otra alienta el avance de un perfil individual
“hegemónico”, a riesgo sin duda de romper la alianza que encarna al oficialismo
desde el 10 de diciembre de 2015.
Cuando decimos concertación nos referimos también a
la influencia de lo político en relación dinámica al campo económico y social.
Concertación integral, a la que hoy la preferencia presidencial resiste. Al
menos, hasta poner en marcha al país, demorado en un cruce hostil de ideas,
pasiones, intereses y reivindicaciones.
Posibilidades
y tribulaciones de la posición central
El análisis histórico, que alimenta en gran parte al
pensamiento estratégico, reafirma el rol de las alianzas, y las califica de
falsas o verdaderas, de efímeras o trascendentes, de oportunistas o
programáticas. Destacando incluso que, sin el “juego de alianzas” rotando
exactamente en cada etapa, el camino de marcha se estrecha o se interfiere.
Horizonte incierto que merece una apertura general,
administrada sabiamente desde una “posición central”, actuada o respetada por
los flancos democráticos de la derecha y la izquierda argentina. Para los
peronistas que creemos en la autocrítica, pero rescatamos lo mejor de nuestra
doctrina y nuestra obra, la posición central es la “tercera posición”:
mediadora, estabilizadora y pacificadora. Virtudes de una cultura política
indudable, no para consagrar la inercia, sino para realizar entre todos la
reconstrucción nacional del siglo XXI.
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