martes, 21 de junio de 2016

10. ARTICULAR UNA VERDADERA POLÍTICA DE ALIANZAS



10. ARTICULAR UNA VERDADERA POLÍTICA DE ALIANZAS

En conducción política, lo primero es lograr la propia identidad de proyecto y la propia fortaleza orgánica. Luego, sobre este eje, se establecen las alianzas imprescindibles para aumentar las capacidades, disminuir las vulnerabilidades y cubrir los vacíos. Constituida la alianza, hay que llevar la iniciativa con buenas decisiones y atender a la flexibilidad operativa de sus componentes: con estilo persuasivo, gestos amigables y maneras diplomáticas.

Las partes diferentes de una alianza, pese a sus compromisos iniciales de unidad, conservan grados apreciables de “autonomía”. Esta característica, que suele manifestarse con actitudes indefinidas o ambiguas, puede generar conflictos y aún antagonismos, invirtiendo el frente de lucha: de amigo a adversario.

Una actitud legal y generosa

El pensamiento estratégico, al conocer las vicisitudes de las alianzas en la experiencia histórica, valora el mantenimiento prudente de las coaliciones importantes. Pues éstas son una forma conveniente de lucha incruenta, que cumple los grandes objetivos, sin caer en peleas de consecuencias fatales.

Una alianza que pase la prueba de su convocatoria básica será cada vez más leal y generosa en la medida que desarrolle la conciencia plena de una necesidad mutua. Y la paralela convicción en la probabilidad mayor de éxito que ofrece la suma de esfuerzos, en una línea consistente y no contradictoria para el fin irrenunciable de cada uno de sus integrantes.

Saber seleccionar a los aliados

La clave es saber seleccionar a los aliados, según la categoría táctica o estratégica del acuerdo; lo cual determina su profundidad en el espacio y duración en el tiempo. En este sentido, la alianza táctica es un entendimiento práctico de pura conveniencia ante una situación concreta. Aquí lo urgente pesa más que lo importante; y hace que las partes escatimen esfuerzos con vistas a una pronta disolución del vínculo, que así apresuran.

Por esta razón episódica, donde lo táctico no es un elemento subordinado a la gran política, sino a una contingencia, no requiere teoría ni doctrina que la refrende. Se autojustifica en la satisfacción de su propósito inmediato. Comprender este límite previo, impedirá que la conducción derive, por influencia de un aliado circunstancial, en una serie de conflictos que no son los suyos.

La alianza estratégica, en cambio, exige más calidad de definición que cantidad de adhesiones, para un desenvolvimiento sólido y de futuro. Y, en su planteo, requiere una dosificación equilibrada de motivaciones emocionales y argumentos racionales, para que la conducción conduzca y no vaya detrás de los acontecimientos desbordados.

No hay aliado incondicional

En el oficio de coordinar acuerdos no podemos contar con el aliado incondicional que acepta todo sin cuestionar nada. Porque la dirección coaligada, por definición, comprende una mesa de diálogo interactivo, con interlocutores representativos del sector que suman al conjunto desde la diversidad. Todos saben que la política de alianzas es una política de poder, y actúan en consecuencia.

Ésta es la realidad del mapa político argentino, graficado en las últimas elecciones, que determinaron un doble condicionamiento del ejecutivo nacional. Éste no es un espacio exclusivo de un partido y debe compartir sus áreas y consultar sus medidas. Además, está y estará asediado por el parlamento por ser crónicamente minoritario y obligado a negociar en todos los casos, incluyendo los fáciles que se tornan difíciles.

La conclusión se bifurca en dos alternativas en creciente distancia: una anhela conformar un consenso por la vía colectiva de la “concertación”; la otra alienta el avance de un perfil individual “hegemónico”, a riesgo sin duda de romper la alianza que encarna al oficialismo desde el 10 de diciembre de 2015.

Cuando decimos concertación nos referimos también a la influencia de lo político en relación dinámica al campo económico y social. Concertación integral, a la que hoy la preferencia presidencial resiste. Al menos, hasta poner en marcha al país, demorado en un cruce hostil de ideas, pasiones, intereses y reivindicaciones.

Posibilidades y tribulaciones de la posición central

El análisis histórico, que alimenta en gran parte al pensamiento estratégico, reafirma el rol de las alianzas, y las califica de falsas o verdaderas, de efímeras o trascendentes, de oportunistas o programáticas. Destacando incluso que, sin el “juego de alianzas” rotando exactamente en cada etapa, el camino de marcha se estrecha o se interfiere.

Horizonte incierto que merece una apertura general, administrada sabiamente desde una “posición central”, actuada o respetada por los flancos democráticos de la derecha y la izquierda argentina. Para los peronistas que creemos en la autocrítica, pero rescatamos lo mejor de nuestra doctrina y nuestra obra, la posición central es la “tercera posición”: mediadora, estabilizadora y pacificadora. Virtudes de una cultura política indudable, no para consagrar la inercia, sino para realizar entre todos la reconstrucción nacional del siglo XXI.








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