2.
APLICAR EL PENSAMIENTO ESTRATÉGICO
A
LA DINÁMICA SOCIAL
La cuestión
social no se aprecia con teorías rígidas que refutan los hechos. Como lo único
constante es el cambio, “la única verdad es la realidad”. Así, la práctica
social se beneficia del pensamiento estratégico, que no es estático, para la
resolución de conflictos con medios políticos, no violentos, facilitando la
comprensión y normatividad de situaciones complejas.
El arco de aplicación se
amplía ante la disminución de los márgenes extremos inclinados a la represión o
la anarquía política; a la regulación excesiva o la flexibilización laboral
absoluta; y al corporativismo o la atomización sindical. Resulta conveniente la
formulación renovada de un modelo de “tercera posición”, fuera de la lógica
caduca del autoritarismo y el totalitarismo. La democracia no es sustituible
pero si perfectible.
Discreto en la etapa
preparatoria, el arte de la estrategia se evidencia en la concreción triunfante
de sus grandes objetivos. La misión de la estrategia no se limita a la astucia
necesaria en la táctica; porque se eleva al campo abarcador de la inteligencia
analítica y prospectiva.
En los ciclos largos de la
historia, y ante el juicio de los movimientos sociales, no se premia el poder
por el poder, ni la fuerza por la fuerza; sino el impulso trascendente que
perdura en las ideas y en las obras de la evolución humanista. En momentos críticos
de cambio profundo y transición, este modo de razonar las funciones de
gobierno, con coherencia y congruencia, ayuda a
esclarecer la nueva relación entre nación, estado y sociedad.
La
nación con vocación protagónica
La nación no surge sólo de
una entidad geográfica con recursos de intercambio comercial, sino de una
comunidad cultural con vocación protagónica en el concierto mundial. Este
espíritu comunitario nos exige identificarnos primero con nosotros mismos, para
relacionarnos con las otras comunidades y desarrollarnos integralmente.
La nación, que es
subsistencia, arraigo y protección, significa el concepto irreductible de todo
sistema político-institucional. Renunciar a la política, no a la politiquería,
es renunciar a la vida en plenitud de los derechos individuales y sociales: por
indiferencia, desarraigo e indefensión.
La nación, no con las
formas extremas del aislamiento y la autarquía, es una realidad concreta y
actuante, que opera sobre la estructura de decisión de un Estado eficaz, actualizado
en cada época o tramo de su trayectoria. Sin Estado no hay nación ni sociedad,
por eso la “post-política”, al negar la persuasión, la planificación y la
coordinación como virtudes de la conducción, arriesga pasar del ser a la nada.
El elitismo profesional y
la apología de la tecnocracia encubren un internismo contradictorio de
intereses materiales; y como todo sectarismo se aleja de la base de
sustentación social de la democracia. Los pueblos dependientes, que se demoran
en un nivel ahistórico de subdesarrollo, lo son porque no han logrado una
cultura política y organizativa basada en la unión nacional y la participación.
La nación tiene un rol
específico en la geopolítica y la geoeconomía que son ámbitos del pensamiento
estratégico, para superar el día a día de la incertidumbre y la improvisación.
Pensar el pensamiento estratégico incluye integrar y armonizar nuestro orden
territorial en todas sus dimensiones, sin librarlo exclusivamente a las tesis
funcionalistas del economicismo global.
El
principio de soberanía
El principio de soberanía
debe tutelar la expansión de un desarrollo económico equitativo y sustentable,
con eficacia y sin excesos burocráticos. Los proyectos concertados y
compartidos pueden captar el concurso de los actores del proceso productivo y
de trabajo, para sostener “entre todos” el interés nacional.
Una nación sustancial y no
aparente, requiere aumentar nuestras posibilidades, disminuir nuestras
debilidades y aprovechar las oportunidades que aparecen como signos de
transformación.
La justicia y la equidad
son los principios claves de la convivencia y la estabilidad, porque en la
desigualdad no se puede prever para el conjunto, sino oprimir a una parte con
la otra. Esta acepción de igualdad no presupone la unificación coactiva del
pensamiento estratégico, que necesita identidad y libertad, sin caos, para
imaginar múltiples alternativas de realización.
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