8.
ORGANIZAR EL TERRITORIO SOBRE UNA BASE ESTRATÉGICA
Una aplicación decisiva del
pensamiento estratégico en el campo político, es la implementación exitosa de
un orden territorial actualizado y eficaz. Proceso esencial, de cariz
fundacional, pero no detenido en el tiempo, para transformar progresivamente el
espacio geográfico con la voluntad de una comunidad de sólido arraigo y
vocación histórica.
El territorio, como parte
de una concepción dinámica de la realidad, compone el cuerpo de una doctrina
nacional imprescindible, pero no dogmática, sino adaptada a las modalidades del
país. El principio y fin de esta doctrina es un pueblo motivado a cumplir el
mandato implícito en el “ser o no ser” de su determinación evolutiva.
Este temperamento
trascendente, templado en el criterio objetivo de ocupación y utilización
racional del territorio, potencia su acción organizativa con el arte de la
planificación. Porque planificar significa descartar la improvisación
perniciosa que deforma la naturaleza del espacio; impidiendo la acumulación de
los efectos positivos concatenados en la sucesión de la trayectoria nacional.
Sin embargo, la
organización territorial no es obra de los estrategas sedentarios que la
pretenden diseñar en su escritorio. Diseños rechazados por sus destinatarios,
ubicados realistamente en el contexto social, por considerarlos teorías
incomprensibles o imposiciones burocráticas. Luego, esta tarea requiere el
aporte de la experiencia de los pueblos que viven y sienten las condiciones de
su localización concreta.
Una
expansión demográfica productiva
Reflexión situada, no
abstracta, que suele producir ideas relevantes, no muy difundidas, de cómo
realizar una expansión demográfica sustentable. Cooperación inestimable para
dinamizar la práctica política, hoy encapsulada en el pasado; y para relanzar
la “cultura del trabajo” postergada por la inercia de los malos dirigentes que
se eternizan en sus cargos, sólo por su propio beneficio.
Hay que abrir el ciclo de
un debate estratégico-territorial, con algunos ejes principales de análisis,
dentro de los numerosos factores en juego. Así, las primeras conclusiones
operativas, no teoricistas, irán orientando el intercambio de diversas ópticas
y propuestas para enriquecer los contenidos de una estrategia efectiva, que privilegie
la producción y el trabajo.
El despliegue actual de las
unidades poblacionales establecidas y afincadas en su paisaje productivo,
educativo y laboral, puede expresar los requerimientos técnicos y logísticos a
satisfacer. Sobre todo si los conjugan en el radio de alcance de las
instalaciones que, con sus limitaciones y vacíos, marcan la presencia del
Estado: sea en los sistemas de protección civil, defensa nacional, fuerzas de
seguridad al servicio de la comunidad y red de infraestructura con sus problemas
y demandas.
De igual modo, considerar
el despliegue territorial de la
Iglesia, imbricado desde siempre en todos los parajes, aún
los más lejanos, de nuestra vastedad geográfica. Y, en un aspecto similar, la
concurrencia social y asistencial de otras expresiones religiosas presentes con
su propio accionar. Amén de innumerables organizaciones libres, autogestionadas
o intermedias, cuya finalidad ulterior fortalece la gran construcción
comunitaria que nos alberga.
El movimiento obrero
organizado es fundamental en esta materia, por su relación con las fuentes de
trabajo y el aprovechamiento de los recursos naturales, en un marco de
concertación con las unidades de producción y con los gremios empresariales.
Todo esto con una operatoria descentralizada, para incentivar directamente a las economías regionales que
se encuentran quebradas.
Reactivar
la conciencia territorial argentina
El cambio en la cultura que
ya hemos referido, se muestra aquí como cambio de mentalidad para reactivar la
conciencia territorial argentina. Y
como un volver propositivo al espíritu pionero, audaz, creativo y emprendedor
que realizó nuestro primer avance colonizador, pendiente ahora de un nuevo
impulso expansivo. Las migraciones externas que recibimos, sin discriminación,
aún desde otros continentes, requiere nuestra presencia indelegable por su
impacto cultural e integrador de la ocupación geográfica.
La mejor respuesta al
acicate territorial será, sin duda, aquella de los líderes comunitarios que,
aparte de sus etiquetas partidarias, cargan en primera persona la crisis que
agobia a las comunidades distritales. En esta jurisdicción, el municipio es la
entidad protagonista, predispuesta a captar y adoptar las nuevas ideas sobre
aprovechamiento territorial y concertación productiva, pues se sabe que la
emergencia no cederá en un esquema burocrático pasivo, ni en el desborde de la
protesta vecinal.
La desconcentración de la
competencia ejecutiva que el nuevo ordenamiento territorial exige, tendrá su
reflejo institucional en el perfeccionamiento social de la democracia. Fuente
de inspiración para legislar normas consensuadas que consoliden su aspecto
jurídico. Y para renovar las prácticas gubernativas caducas, orientando sus
pasos con verdaderas “políticas públicas”, y la paralela formación de toda una
gama de nuevos dirigentes y estadistas.
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