3. CONCERTAR PARA DEMOCRATIZAR
El trabajo es el
principal organizador de una comunidad edificada con los valores de la dignidad
y la solidaridad. Sin trabajo la democracia perece por la falsa antinomia entre
autoritarismo y anarquía. Por esta razón, una “democracia de trabajo” aleja la
violencia y atrae intenciones de consenso y participación.
La república, como sinónimo
de equidad, convoca e interpela a empresarios, trabajadores y funcionarios para
lograr, con responsabilidad, los fines de la concertación productiva. En ella,
la justicia social manifiesta una
pertenencia que construye unidad y exige educación; implicando deberes y
derechos que, más allá de proclamarse,
deben legislarse con ecuanimidad.
Mejor que discutir es
debatir y mejor que confrontar es concertar; ejerciendo una persuasión recíproca y mutua para
establecer los criterios de un destino común, que acepta la diversidad legítima
de los interlocutores. Toda lucha, por más intensa que parezca, debe librarse en
el marco democrático establecido: “dentro de la ley todo, fuera de la ley
nada”.
Hay que organizar un “diálogo
institucional” abierto y transparente, para diseñar una política de desarrollo
económico y social sustentable. Sin esta
política equilibrada, el “populismo”, en el balance de una década, contrastó su
relato ideológico con malos procedimientos y malos resultados, generando más
pobreza.
En la cultura del trabajo la
solución no es el subsidio, sino el empleo genuino, en blanco, y protegido por
las leyes laborales, las organizaciones gremiales y las obras sociales. Una
concertación obtenida con alicientes e incentivos, no con penalizaciones,
siempre prevalecerá sobre la arbitrariedad de cualquier individuo o sector.
Reformas
urgentes a favor de la producción y el trabajo
La desigualdad inducida por
un sistema prebendario, que concentra sus polos de riqueza extrema y pobreza
extrema, urge reformas en el área educativa, tributaria, laboral y de seguridad
social. La educación, antes que nada,
precisa convertir la igualdad ante la ley en “igualdad de
oportunidades”, mediante el apoyo
espiritual, la formación profesional y la capacitación técnica en el mundo del trabajo.
- El régimen
tributario tiene que corregir el grave desfasaje entre la evasión fiscal de los
poderosos y la opresión fiscal de los ciudadanos, para salir de su
insuficiencia recaudatoria en materia
previsional y asistencial.
- En el área
laboral se combatirá la precarización del empleo y las innumerables maniobras
“legales” de instrumentación de períodos de prueba sin destino, suspensión de
personal, reducción de turnos, jubilación anticipada, etc.
- La seguridad
social se regirá por la ley respectiva,
sin medidas discrecionales de los gobernantes de turno, que incumplen las
normas.
La acumulación irracional de
poder económico y político, señala la obligación de una ética pública atenta a
las necesidades del conjunto social. Pero hay que advertir que, con la excusa
del “poder social”, pueden derivarse acciones reivindicativas improcedentes a
nuevos circuitos de manipulación popular.
Un
cuerpo unificado de legislación laboral y conexa
La concertación hace a la
seguridad física y jurídica necesaria para salir de la emergencia económica y
ocupacional con inteligencia decisoria, inversiones productivas y promoción de
los trabajadores.
En su momento, habrá de
evaluarse la conveniencia de articular en un cuerpo unificado toda la
legislación laboral y conexa, superando la dispersión actual. Este “corpus”,
lejos de conculcar derechos, aumentando la conflictividad social,
complementaría sus contenidos para estimular y sostener la generación de condiciones creadoras de trabajo.
Convertir lo sufrido
socialmente en experiencia y cultura política, ha sido siempre la llave de
acceso a una mejor calidad de vida, respaldada en instituciones sólidas. No
expuesta, por lo tanto, al juego de apariencia y realidad de los relatos
ideológicos, las maniobras proselitistas y las concesiones discrecionales del
oportunismo.
Un futuro de prosperidad es
posible, manteniendo un temperamento austero, no afecto a la ostentación y el
despilfarro con que, en periodos anteriores, se perdieron oportunidades
inéditas. De allí la importancia que recobra una participación consciente y
sincera, sin consignas excesivamente optimistas o ingenuas.
La crisis, como síntesis de
limitación y posibilidad, destaca la voluntad de quienes quieren colaborar de alguna manera con la gestión actual; y de
aquellos que, recusando las trampas de los resentidos, desean ejercer una
vigilancia responsable del poder según las “políticas de estado” prometidas en
la campaña electoral.
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