martes, 21 de junio de 2016

11. ORGANIZAR EL DIÁLOGO SOCIAL Y POLÍTICO



11. ORGANIZAR EL DIÁLOGO SOCIAL Y POLÍTICO

Tanto en la concertación social, como en la articulación de alianzas políticas, temas de algún modo similares o afines, la cuestión principal es la convocatoria y realización del diálogo, formalizado entre partes o sectores protagónicos. Es un encuentro programado para el intercambio de análisis y propuestas dirigido al mutuo fortalecimiento  orgánico, y la consecución del bien común. Presupone por ello una igualdad en el respeto a los interlocutores congregados y un seguimiento atento, no despectivo, a sus diferentes opiniones y argumentos.

La consideración preliminar, que hace posible en principio este tipo de reuniones de trabajo y coordinación, es la legitimidad recíprocamente reconocida de sus participantes que, actuando con lealtad desde el seno de sus propias organizaciones, comparten un núcleo de principios y valores por la unión nacional. A partir de allí se proponen, con diversos matices iniciales, alcanzar un mejor nivel de equidad y justicia, capaz de afianzar esa unidad y promover su evolución futura.

El soporte técnico imprescindible abarca una información compatible producida por organismos o institutos prestigiosos; un asesoramiento especializado; y un adecuado ámbito de ejecución para garantizar un clima serio, amable y confidencial. Así las conversaciones y exposiciones gozan de la debida tolerancia, evitando choques, ironías o chicanas.

Todos los presentes saben que, aunque tienen mucho que decir y quieren lograr en la actual situación de crisis, los “otros” son partícipes necesarios del intento. Porque nadie puede alegar autonomía, suficiencia o indiferencia ante el cuadro de situación que anticipa un aumento de la conflictividad, cuyas consecuencias son la incertidumbre, la división y la disputa.

Conformar una solidaridad de fines

La concertación no es un hecho puntual y aislado, sino un proyecto y un proceso de aproximación y cohesión del conjunto. Quien convoca tiene el poder necesario, pero no suficiente, para tratarla y aprobarla automáticamente. Por eso, conformar una solidaridad de fines impone que cada sector no se plante “ante” el otro, sino se ubique “con” el otro, en una labor mancomunada que dé respuesta a la expectativa creada públicamente.

Compartir, de este modo, nos sustrae del sectarismo y el egoísmo para convertirnos en personas sociales, copartícipes de la construcción de la comunidad, en la esperanza de un destino mejor. A él puede aspirarse si superamos las improvisaciones, y hacemos gala de un proceder reflexivo y metódico, para convivir y aprender a solucionar nuestros problemas con los recursos disponibles que podemos multiplicar.

Es también un medio propicio para expresar sentimientos, intuiciones y gestos que salvan al diálogo de ser un acontecimiento frío de cálculos sesgados y teorías abstractas. Una humanización del discurso y la praxis política con claridad, síntesis y humildad, para referirla a la realidad que percibe la sensibilidad directa del pueblo.

En este quehacer, que se destaca de la rutina de los convenios habituales, la conducción, para afirmarse y crecer como tal, debe ubicarse en el cruce álgido de las contradicciones que aparecen, para trazar nuevas perspectivas que abren posibilidades para todos. Una autoridad finalmente estratégica, no por sus imposiciones, sino por su ayuda a entrever el cauce razonable de las aspiraciones planteadas, asignando espacios de compromiso y medios de apoyo, aliciente y auxilio.

Es un error de los asesores pretender eludir esta misión, difícil pero indelegable, de un verdadero liderazgo. Porque su ausencia deja el protagonismo a sus ministros o auxiliares sin la “cancha marcada” por su arbitraje. Y sin el contexto de todo un equipo de conducción o gobierno que no puede funcionar sin jefatura por más “imagen” de eficacia profesional que se difunda.

La crisis, si se agrava, agudiza la inteligencia y acorta el período de espera pasiva o la paciencia de buena fe. Y antes que esto ocurra, hay que consolidar la autoridad con el éxito, aunque fuera parcial y progresivo, pues nada deprime más que una derrota. Máxime, cuando la índole voluntaria de la adhesión democrática, hace que el autoritarismo sea imposible o fracase.

Por el contrario, la consonancia de intereses que se logre trasciende a las partes concertantes, y beneficia de manera sensible al interés general. Se consuma así un acto de coraje civil, que levanta la autoestima y nos coloca a la altura del desafío y del esfuerzo que falta. Porque el esfuerzo con destino es lo opuesto al sacrificio inútil.

La planificación hace la diferencia como herramienta estratégica, confirma el diagnóstico, prioriza aspiraciones y elige variantes de acción. Cada determinación de un objetivo acordado, tiene que adjuntar la explicación de los lineamientos políticos y la sustentación logística para lograrlo, evitando el declaracionismo de la retórica vacía y el voluntarismo de las intenciones y promesas incumplibles.

La filosofía del encuentro, con un fondo de valores éticos comunitarios, tiene el empuje para superar los prejuicios negadores del cambio. Es una actitud, no ingenua, pero confiada en la rehumanización de la cultura por el trabajo. Es obvio que los diferentes sectores involucrados en esta tarea no “son” iguales, sea por su origen o su lugar en la estructuración económica, pero “se hacen” iguales por su participación decidida en el escenario de la concertación.

Sólo así una nueva cualidad de justicia y equidad puede dar efectividad al disfrute de la libertad con dignidad. De igual modo en el orden internacional, donde las penurias del pasado combinaron la exacción de nuestros recursos naturales, el abandono de nuestros recursos territoriales y el desdén de nuestros recursos históricos: fugando el capital y el talento argentino. Quizás llegó la hora de revertir la dependencia, aliada a la corrupción para recuperar la voluntad de ser y no de mera sobrevivencia.

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