11.
ORGANIZAR EL DIÁLOGO SOCIAL Y POLÍTICO
Tanto en la concertación social, como en la
articulación de alianzas políticas, temas de algún modo similares o afines, la
cuestión principal es la convocatoria y realización del diálogo, formalizado
entre partes o sectores protagónicos. Es un encuentro programado para el
intercambio de análisis y propuestas dirigido al mutuo fortalecimiento orgánico, y la consecución del bien común.
Presupone por ello una igualdad en el respeto a los interlocutores congregados
y un seguimiento atento, no despectivo, a sus diferentes opiniones y
argumentos.
La consideración preliminar, que hace posible en
principio este tipo de reuniones de trabajo y coordinación, es la legitimidad
recíprocamente reconocida de sus participantes que, actuando con lealtad desde
el seno de sus propias organizaciones, comparten un núcleo de principios y
valores por la unión nacional. A partir de allí se proponen, con diversos
matices iniciales, alcanzar un mejor nivel de equidad y justicia, capaz de
afianzar esa unidad y promover su evolución futura.
El soporte técnico imprescindible abarca una información
compatible producida por organismos o institutos prestigiosos; un asesoramiento
especializado; y un adecuado ámbito de ejecución para garantizar un clima
serio, amable y confidencial. Así las conversaciones y exposiciones gozan de la
debida tolerancia, evitando choques, ironías o chicanas.
Todos los presentes saben que, aunque tienen mucho
que decir y quieren lograr en la actual situación de crisis, los “otros” son
partícipes necesarios del intento. Porque nadie puede alegar autonomía,
suficiencia o indiferencia ante el cuadro de situación que anticipa un aumento
de la conflictividad, cuyas consecuencias son la incertidumbre, la división y
la disputa.
Conformar
una solidaridad de fines
La concertación no es un hecho puntual y aislado,
sino un proyecto y un proceso de aproximación y cohesión del conjunto. Quien
convoca tiene el poder necesario, pero no suficiente, para tratarla y aprobarla
automáticamente. Por eso, conformar una solidaridad de fines impone que cada
sector no se plante “ante” el otro, sino se ubique “con” el otro, en una labor
mancomunada que dé respuesta a la expectativa creada públicamente.
Compartir, de este modo, nos sustrae del sectarismo
y el egoísmo para convertirnos en personas sociales, copartícipes de la
construcción de la comunidad, en la esperanza de un destino mejor. A él puede
aspirarse si superamos las improvisaciones, y hacemos gala de un proceder
reflexivo y metódico, para convivir y aprender a solucionar nuestros problemas
con los recursos disponibles que podemos multiplicar.
Es también un medio propicio para expresar
sentimientos, intuiciones y gestos que salvan al diálogo de ser un
acontecimiento frío de cálculos sesgados y teorías abstractas. Una humanización
del discurso y la praxis política con claridad, síntesis y humildad, para
referirla a la realidad que percibe la sensibilidad directa del pueblo.
En este quehacer, que se destaca de la rutina de los
convenios habituales, la conducción, para afirmarse y crecer como tal, debe
ubicarse en el cruce álgido de las contradicciones que aparecen, para trazar
nuevas perspectivas que abren posibilidades para todos. Una autoridad
finalmente estratégica, no por sus imposiciones, sino por su ayuda a entrever
el cauce razonable de las aspiraciones planteadas, asignando espacios de
compromiso y medios de apoyo, aliciente y auxilio.
Es un error de los asesores pretender eludir esta
misión, difícil pero indelegable, de un verdadero liderazgo. Porque su ausencia
deja el protagonismo a sus ministros o auxiliares sin la “cancha marcada” por
su arbitraje. Y sin el contexto de todo un equipo de conducción o gobierno que
no puede funcionar sin jefatura por más “imagen” de eficacia profesional que se
difunda.
La crisis, si se agrava, agudiza la inteligencia y
acorta el período de espera pasiva o la paciencia de buena fe. Y antes que esto
ocurra, hay que consolidar la autoridad con el éxito, aunque fuera parcial y
progresivo, pues nada deprime más que una derrota. Máxime, cuando la índole
voluntaria de la adhesión democrática, hace que el autoritarismo sea imposible
o fracase.
Por el contrario, la consonancia de intereses que se
logre trasciende a las partes concertantes, y beneficia de manera sensible al
interés general. Se consuma así un acto de coraje civil, que levanta la
autoestima y nos coloca a la altura del desafío y del esfuerzo que falta.
Porque el esfuerzo con destino es lo opuesto al sacrificio inútil.
La planificación hace la diferencia como herramienta
estratégica, confirma el diagnóstico, prioriza aspiraciones y elige variantes
de acción. Cada determinación de un objetivo acordado, tiene que adjuntar la
explicación de los lineamientos políticos y la sustentación logística para
lograrlo, evitando el declaracionismo de la retórica vacía y el voluntarismo de
las intenciones y promesas incumplibles.
La filosofía del encuentro, con un fondo de valores
éticos comunitarios, tiene el empuje para superar los prejuicios negadores del
cambio. Es una actitud, no ingenua, pero confiada en la rehumanización de la
cultura por el trabajo. Es obvio que los diferentes sectores involucrados en
esta tarea no “son” iguales, sea por su origen o su lugar en la estructuración
económica, pero “se hacen” iguales por su participación decidida en el
escenario de la concertación.
Sólo así una nueva cualidad de justicia y equidad
puede dar efectividad al disfrute de la libertad con dignidad. De igual modo en
el orden internacional, donde las penurias del pasado combinaron la exacción de
nuestros recursos naturales, el abandono de nuestros recursos territoriales y
el desdén de nuestros recursos históricos: fugando el capital y el talento
argentino. Quizás llegó la hora de revertir la dependencia, aliada a la
corrupción para recuperar la voluntad de ser y no de mera sobrevivencia.
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