martes, 21 de junio de 2016

13. PROYECTAR LA RAZÓN ÉTICA EN LA PRÁCTICA SOCIAL COTIDIANA



13. PROYECTAR LA RAZÓN ÉTICA
EN LA PRÁCTICA SOCIAL COTIDIANA

La ética defiende la vida al promover la autoestima personal, la equidad social y la solidaridad colectiva. Principios organizadores de la comunidad que enfrentan la dejadez individual, la injusticia estructural y la descomposición de la sociedad. Como ética pública, interviene en los asuntos políticos para luchar contra la indiferencia, la manipulación y las prácticas corruptas.

En esta pugna eterna de la conducta honrada con la deshonesta se determina la condición humana, sus vacilaciones y contrastes. Así, refuerza o disminuye el sentido de  pertenencia, y aún el orgullo de ser miembro activo de un pueblo soberano. Su reflejo en la con ciencia civil y la educación cívica regula el margen de confiabilidad y lealtad mutua entre el gobierno y los ciudadanos; especialmente en los momento complejos de un sistema en crisis de representación y representatividad.

Lo dicho no es la apología implacable del purismo, pero tampoco el conformismo inerme ante la hipocresía del doble discurso. Éste ha hecho grandes daños,  no corregidos aún por la restauración de una democracia a medias. Una república casi fallida que muestra el costo del vacío que deja el Estado, cuando no cumple su rol, o lo deforma.

Basta nombrar el despilfarro de recursos y reservas; la falta de creación de trabajo genuino, la corruptela en el manejo de subsidios, el deterioro en la seguridad jurídica y física; las deficiencias en los servicios públicos y la destrucción del sistema previsional argentino que fuera alguna vez modelo en el continente y en el mundo por su concepción justicialista.

Resistir la corrupción compulsiva

La profundidad de nuestra crisis refiere a las instancias agónicas de una “civilización” donde los valores no valen, el lenguaje cultural se fractura y la simbología comunitaria se diluye. Todo lo cual afecta  la esperanza de un destino compartido; y en consecuencia, limita la voluntad actual en el esfuerzo mancomunado. Es la hora aciaga del individualismo, el sectarismo, y los círculos de presión y dominación sin transparencia ni reglas.

El desorden, inconsciente o deliberado, convierte el fraude en procedimiento habitual, replicado sobre el conjunto social; equiparando aviesamente la multitud de pequeñas faltas y delitos con las grandes maniobras de la criminalidad económica y el encubrimiento político. Visto en perspectiva histórica, es un lamentable enredo de astucia a corto plazo, con episodios dramáticos y amenazas constantes. Tal lo que existe y ahora debemos cambiar.

La apuesta es a la fe, movilizante y unificadora, expresada en el retorno a la cultura del encuentro plural por la dignidad del trabajo; y en línea con la escala del esfuerzo y el mérito. Un camino difícil pero que promete  éxito, cuando se encara con aliento estratégico, alcanzando metas coherentes en tiempos bien planificados.

Esta vía parte del rescate de nosotros mismos, presionados por la banalidad de la corrupción  y la venalidad compulsiva. Llevados psicológicamente a pensar que fuera del círculo vicioso, la honestidad es marginal, extraña o no existe. Para la militancia sincera esto interpone el dilema de continuar o no en la acción, pues la política ya no es medio sino fin. Y una selección al revés considera toda virtud sospechosa; premiando lo opuesto con privilegios y favoritismos hasta los cargos más altos.

El planteo de esta verdadera “batalla” espiritual nos fuerza a salir de la declaración abstracta e inocua, dando eficacia a nuestros ideales. O sea: proyectando la razón moral en la razón práctica de la vida cotidiana, y en las relaciones institucionales. Porque el “poder” se sustenta en aquello sobre lo cual se ejerce; revirtiendo críticamente  cuando los funcionarios defeccionan en la misión asignada.

Si esto sucede se evidencia la pérdida del principio de autoridad legítima. Y se cae en la falsa antinomia del autoritarismo represivo o el caos violento extremos funcionales de una patología de la organización social. Situación en la que medran quienes azuzan la incertidumbre y la inestabilidad; que debe ser contrarrestada por la convicción de una política responsable. Porque en la resolución de la crisis la sinceridad y la respetabilidad también se difunden.

Para conducir no es necesario gobernar

Reflexionamos sobre el concepto de “responsabilidad”, que proviene de “responder”, de dar cuenta y ponerse frente a la situación. Buscando la masa crítica de fuerza organizada con aptitud de retomar la iniciativa. Elementos que no se pueden improvisar en el momento decisivo, pues proceden de una larga preparación y de una capacitación constante.

La comunidad de esfuerzo se convierte así de potencia en acto, con el ejemplo que simboliza el vínculo entre libertad de acción, comportamiento ordenado y conducción competente. Con prudencia estratégica, no en el sentido vulgar de cautela, sino de sabiduría para adecuar las formas de ejecución a los objetivos perseguidos.

La clave es “querer hacer” a pesar de la crisis, precisamente para superarla. Mientras los aparatos burocráticos son pesados para reaccionar a tiempo; y la agitación suma al desorden sin aportar soluciones factibles, como es habitual en el activismo de izquierda. En cuanto al oficialismo, que ha prometido satisfacer el clamor de justicia, está obligado a no recaer en los viejos pero aceitados carriles de la censura encubierta; la opacidad administrativa; la subordinación del poder judicial y el uso de los servicios de inteligencia para operar en la política interna.

Decía el maestro que para gobernar es necesario conducir, pero “para conducir no es necesario gobernar”. Este último axioma, identifica el desafío de los dirigentes con  talento, para influir en la toma de las medidas adecuadas. No abarcando mucho para lograr poco, sino eligiendo los puntos sensibles donde aplicar su consistencia. Con este fin deben aunar la prédica ética con el ejemplo personal; movilizar la participación social; y efectuar el control democrático del poder a través de los institutos y organismos creados al efecto por la última reforma constitucional.

Finalmente, pensamos que el fruto del diálogo es mejor porque implica razonar en común, buscando una síntesis de coincidencias. Lo que provoca la revuelta es peor, porque abroquela a los grupos que se excluyen del conjunto, remedando el “foquismo” de los años 70. En este aspecto, la “pospolítica” tecnocrática hace el juego al sectarismo por la misma impronta elitista que desconoce el valor de la conducción superior. Con esta ignorancia, desgastante por sus contramarchas, interfiere a los ministros capaces que sí conocen las sutilezas del arte de gobernar seres libres

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