6. El liderazgo y la excelencia
Liderazgo y maestría de vida
Según los clásicos,
somos aquello que hacemos repetidamente, convirtiendo la excelencia de “acto”
en “hábito” (Aristóteles). Esa definición señala un ideal que reúne tres
conceptos inseparables: el liderazgo como don personal; la conducción como su
desarrollo orgánico y conjunto; y la estrategia como visión general. Los
líderes deben ser “maestros de vida”, ya que guían por su “cualidad” más que
por su “cargo”.
Se distingue pues
la “jefatura” nominal, de la “ejemplaridad” a gran nivel del tríptico
vocación-carisma-formación; porque siempre adjunta la crítica colectiva, por la
especial valoración del liderazgo. Las agrupaciones humanas no representan
estructuras mecánicas, sino organismos vivientes necesitados de liderazgos
humanizados que comprendan, amparen y protejan, haciendo crecer los valores
preexistentes en el alma de las personas y los pueblos.
Liderar representa
dar y darse, en vez de sacar y aislarse en un supuesto elitismo. Ese
comportamiento solidario, demuestra abnegación porque no trabaja para sí, sino
que sirve a los demás. La concepción comunitaria lo postula en tanto
“protagonismo compartido”, evitando que nadie se sienta insignificante y
subordinado a ambiciones ajenas y alienantes. Aquellas que responden al “tener”
egocéntrico, contra la autenticidad de la organización de todos.
También exige el
ejercicio constante de “verdades interiores”, cuya ausencia tarde o temprano se
descubre. La expresión pública de estas verdades tiene que lograr el equilibrio
entre la elocuencia y la reserva; entre la pasión y la prudencia; entre la
argumentación propia y la asimilación de la realidad que percibe “la gente”. En
esa instancia de “lealtad recíproca” toda violencia es negativa y la ira mala
consejera.
Liderazgo y formación cualitativa
El conductor nace y
se hace. Las condiciones innatas tienen que educarse para alcanzar su mejor y
mayor efecto. Entre las primeras condiciones está la vocación espontánea de
“hacerse cargo” de la situación. Presupone una rápida captación del
comportamiento social y grupal, porque para liderar es tan importante la
“aptitud” como la “actitud”. Profundizar ese vínculo hace que el temperamento
se eleve a carácter y la habilidad natural se traduzca en “estilo”.
La “aspiración” de
conducir es buena cuando se corresponde al núcleo de las virtudes ya
enunciadas; pero es mala cuando trata de imponerse en tanto “ambición”
desmedida a expensas de la organización, que no se identifica con motivaciones
individualistas. El prestigio y la popularidad no constituyen demagogia, y
ayudan al salto de calidad en los procesos internos y en la articulación de
alianzas tácticas o estratégicas.
Un líder
aplomado se desempeñará sin riesgo en situaciones críticas; porque “estar
centrado” entraña la fuerza de ánimo para recuperar el equilibrio ante el
impacto de circunstancias adversas. Tal el mérito de recomponerse espiritual y
políticamente, frente a los golpes sorpresivos y las emociones fuertes.
Liderazgo, intención y poder
En estrategia, una
buena intención se reviste de poder para realizarse o se anula. Esa operación
necesita a su vez la manifestación del “ser” y “parecer” del liderazgo. En
nuestra idiosincrasia cultural, aparentar virtudes sin tenerlas es simulación o
hipocresía. Y tenerlas realmente sin demostrarlas, quizás por un exceso de
sobriedad, dificulta la reciprocidad entre “atracción y persuasión”; que son
facultades imprescindibles para poner en marcha los planes.
Desde siempre en el
arte de conducir hay un contexto de signos y significados que eslabonan un
“código simbólico”, utilizable legítimamente para promover un clima de
convocatoria y organización. Un ámbito para la acción que, sencillamente,
despierta conductas activas para preservar la unión común y aglutinarse detrás
de personalidades que son respetadas y confiables.
Liderazgo, métodos y proyectos
Existir implica
hacer proyectos para afirmar la condición del “ser posible”, dando vida a la
organización. Ella se sostiene en un basamento de fe y creencias que se invocan
y practican simultáneamente, para irradiarse como método efectivo de
conducción. Un método que suma y multiplica sin cesar, para alimentar una
estrategia superior y más abarcadora.
Liderar es confiar
en el éxito, y lograr que la organización, en un todo, lo vea posible y útil:
porque la inacción es el comienzo de la desagregación de las fuerzas que
aborrecen el vacío de conducción.
El concepto
comunitario de liderazgo debe ser democrático, libre, equitativo y justo. Esas
virtudes no se declaman sobreactuando sus principios. Por ejemplo, la fe en sí
mismo no tiene que llegar al mesianismo; el deber de vencer no tiene que caer
en el triunfalismo; y la lealtad recíproca no tiene que entrañar sumisión.
El líder orgánico y
fraterno consolida la labor educativa y la “cultura de participación”. Reúne
energías y las orienta con gran sensibilidad para descubrir tendencias, variantes
y ocasiones de éxito que beneficien al conjunto.
Reconocimiento por sus comentarios sobre estos textos
al Dr. Víctor Dante Aloé, escritor y diplomático, doctorado en varias
disciplinas, quien en la actualidad se encuentra trabajando en una extensa obra
académica sobre estrategia y política internacional.
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