jueves, 22 de marzo de 2018

6. EL LIDERAZGO Y LA EXCELENCIA



6. El liderazgo y la excelencia
Liderazgo y maestría de vida
Según los clásicos, somos aquello que hacemos repetidamente, convirtiendo la excelencia de “acto” en “hábito” (Aristóteles). Esa definición señala un ideal que reúne tres conceptos inseparables: el liderazgo como don personal; la conducción como su desarrollo orgánico y conjunto; y la estrategia como visión general. Los líderes deben ser “maestros de vida”, ya que guían por su “cualidad” más que por su “cargo”.

Se distingue pues la “jefatura” nominal, de la “ejemplaridad” a gran nivel del tríptico vocación-carisma-formación; porque siempre adjunta la crítica colectiva, por la especial valoración del liderazgo. Las agrupaciones humanas no representan estructuras mecánicas, sino organismos vivientes necesitados de liderazgos humanizados que comprendan, amparen y protejan, haciendo crecer los valores preexistentes en el alma de las personas y los pueblos.

Liderar representa dar y darse, en vez de sacar y aislarse en un supuesto elitismo. Ese comportamiento solidario, demuestra abnegación porque no trabaja para sí, sino que sirve a los demás. La concepción comunitaria lo postula en tanto “protagonismo compartido”, evitando que nadie se sienta insignificante y subordinado a ambiciones ajenas y alienantes. Aquellas que responden al “tener” egocéntrico, contra la autenticidad de la organización de todos.

También exige el ejercicio constante de “verdades interiores”, cuya ausencia tarde o temprano se descubre. La expresión pública de estas verdades tiene que lograr el equilibrio entre la elocuencia y la reserva; entre la pasión y la prudencia; entre la argumentación propia y la asimilación de la realidad que percibe “la gente”. En esa instancia de “lealtad recíproca” toda violencia es negativa y la ira mala consejera.

Liderazgo y formación cualitativa
El conductor nace y se hace. Las condiciones innatas tienen que educarse para alcanzar su mejor y mayor efecto. Entre las primeras condiciones está la vocación espontánea de “hacerse cargo” de la situación. Presupone una rápida captación del comportamiento social y grupal, porque para liderar es tan importante la “aptitud” como la “actitud”. Profundizar ese vínculo hace que el temperamento se eleve a carácter y la habilidad natural se traduzca en “estilo”.

La “aspiración” de conducir es buena cuando se corresponde al núcleo de las virtudes ya enunciadas; pero es mala cuando trata de imponerse en tanto “ambición” desmedida a expensas de la organización, que no se identifica con motivaciones individualistas. El prestigio y la popularidad no constituyen demagogia, y ayudan al salto de calidad en los procesos internos y en la articulación de alianzas tácticas o estratégicas.

Un líder aplomado se desempeñará sin riesgo en situaciones críticas; porque “estar centrado” entraña la fuerza de ánimo para recuperar el equilibrio ante el impacto de circunstancias adversas. Tal el mérito de recomponerse espiritual y políticamente, frente a los golpes sorpresivos y las emociones fuertes.
Liderazgo, intención y poder
En estrategia, una buena intención se reviste de poder para realizarse o se anula. Esa operación necesita a su vez la manifestación del “ser” y “parecer” del liderazgo. En nuestra idiosincrasia cultural, aparentar virtudes sin tenerlas es simulación o hipocresía. Y tenerlas realmente sin demostrarlas, quizás por un exceso de sobriedad, dificulta la reciprocidad entre “atracción y persuasión”; que son facultades imprescindibles para poner en marcha los planes.

Desde siempre en el arte de conducir hay un contexto de signos y significados que eslabonan un “código simbólico”, utilizable legítimamente para promover un clima de convocatoria y organización. Un ámbito para la acción que, sencillamente, despierta conductas activas para preservar la unión común y aglutinarse detrás de personalidades que son respetadas y confiables.

Liderazgo, métodos y proyectos
Existir implica hacer proyectos para afirmar la condición del “ser posible”, dando vida a la organización. Ella se sostiene en un basamento de fe y creencias que se invocan y practican simultáneamente, para irradiarse como método efectivo de conducción. Un método que suma y multiplica sin cesar, para alimentar una estrategia superior y más abarcadora.
Liderar es confiar en el éxito, y lograr que la organización, en un todo, lo vea posible y útil: porque la inacción es el comienzo de la desagregación de las fuerzas que aborrecen el vacío de conducción.

El concepto comunitario de liderazgo debe ser democrático, libre, equitativo y justo. Esas virtudes no se declaman sobreactuando sus principios. Por ejemplo, la fe en sí mismo no tiene que llegar al mesianismo; el deber de vencer no tiene que caer en el triunfalismo; y la lealtad recíproca no tiene que entrañar sumisión.

El líder orgánico y fraterno consolida la labor educativa y la “cultura de participación”. Reúne energías y las orienta con gran sensibilidad para descubrir tendencias, variantes y ocasiones de éxito que beneficien al conjunto.

Reconocimiento por sus comentarios sobre estos textos al Dr. Víctor Dante Aloé, escritor y diplomático, doctorado en varias disciplinas, quien en la actualidad se encuentra trabajando en una extensa obra académica sobre estrategia y política internacional.

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