3. La construcción orgánica y las
herramientas estratégicas
Entusiasmo y transformación de la fuerza en poder
Hay una ética del
hacer que contiene el entusiasmo por transformar la fuerza inicial, inestable y
ambigua, en un poder estabilizado y formado para potenciar su capacidad
transformadora. Un sistema funcional a la dirección táctica y estratégica, pero
no cerrado en un círculo. Concebir una gran organización supone la alegría de
ver la conjunción del sentir, del pensar y del querer. Un pensar del “ser”
superador del simple “estar”, y una actitud decidida por la justicia como
virtud principal del alma de las personas y los pueblos (Platón).
El “bien común” en
acción, encargado de armonizar fines y medios, y renovar la mala práctica del
menor esfuerzo descubre que, en la relación naturaleza-comunidad-trascendencia,
hay un sentimiento superior que madura una fe que lo sostiene. Como los medios
no “justifican” el fin, sino lo “prejuzgan”, resulta un equilibrio equidistante
del conformismo, pero también de la ambición desmedida, lo que replica la
acción orgánica del estratega en factor clave de su propia dimensión
espiritual.
Organizada
la fuerza como primer paso, ella se encarga de “conducir al conductor”. Por eso
Napoleón, genio de la organización decía: “me siento llevado por mi ejército”.
Pensar estrategia siempre significa estar
en marcha
Esa “personalidad
de conjunto” explica que la falla de los dirigentes es la falla de una
construcción orgánica enferma. Por eso, educar no es un hecho técnico meramente
pedagógico, sino una formación en la vida, en la historia y en las luchas
sociales. Cauce de un espíritu abierto que acepta aportes críticos
constructivos como alternativas válidas. Sin ellos anula la representatividad,
porque la ética colectiva no existe como discurso banal sin implicancia moral y
política de fondo. La alegría organizativa del militante, descripta al
principio, no es casual, sino la conformidad de las ideas con el nivel de
participación y la vocación general de servicio.
El carácter
prosaico no sirve para organizar, porque hacerlo presupone realizar el
ejercicio de pensar para disponer y de disponer para actuar. Esta es la
probidad manifiesta en el arte de armar una estructura persistente. El camino
es coordinar esfuerzos; seleccionar bien para las funciones específicas y
convencer a todos sobre las ideas básicas que se implementan naturalmente, sin
apatía ni exageraciones.
Una red de afectos y efectos
Esa tarea de
paciencia y constancia, realizada hombre por hombre, da sus frutos, porque
concreta una participación compartida, revelando el secreto del destino común
que cancela el individualismo caótico. Luego, se logra la ansiada cohesión por
el “espíritu de cuerpo”. Virtud unitiva y operativa que permite descentralizar
tácticamente la organización, para adaptarla a las circunstancias, y reunir
estratégicamente el poder acumulado en el lugar de la decisión.
Perfeccionar
una obra es quererla más plena y efectiva, y hacerla más real y activa. Este
ideal significa que el arte de organizar no termina nunca. Para ello hay que
contar con un relacionamiento de cuadros y dirigentes convencidos de una labor
constante.
Esta red
de afectos y efectos tiene la impronta de recrear las pautas de la unidad de
concepción y de acción, derivando los principios complementarios de
coordinación, fortalecimiento y cooperación entre sus miembros. Y manteniendo
el protagonismo participativo que lleva adelante un crecimiento de iniciativas
útiles; dejando poco margen para la indiferencia y las intrigas por un mando
espúreo.
El hallazgo de adaptar el arte de la
estrategia a las organizaciones sociales
Organizar es
orientar, ordenar y vincular los recursos y medios para un fin determinado. Los
criterios de eficacia y eficiencia que exige impiden que cualquiera pueda
merecer el honroso título de “organizador”. La formación humanística, además,
debe garantizar su empeño en mantener la unidad en la diversidad, aprovechando
capacidades y necesidades complementarias. Su máximo éxito será evitar las
formas burocráticas y dar vida a las estructuras inertes o despersonalizadas.
Sus objetivos deben ser claros, factibles y necesarios, dosificando los
principios de estabilidad y perfectibilidad.
La
jefatura autoritaria funciona sólo en un clima precario y desconfiado. Únicamente
la libertad fomenta “la organización que vence al tiempo” en términos políticos
y sociales. El hallazgo de Perón fue adaptar la estrategia militar a las
secuencias de la conducción civil. El fracaso de las dictaduras fue tratar de
imponerla de modo craso, rígido y represivo, haciendo que la mala política
volviera, a su turno, con más corrupción que nunca y sin distinción de colores
ideológicos.
Organizar es proyecto y es proceso
La potencia de una
organización no se extingue en las individualidades; ni siquiera la de sus
dirigentes más venales. Por eso es un “proyecto” que permanece en las
adversidades y se multiplica en las consecuencias colectivas. Este proyecto,
poco explicado, busca en sus propias energías la causa matriz para permanecer
en la vida de la comunidad y poder cumplir
así sus auténticas funciones.
Cuando este
proyecto se actualiza, especialmente con las nuevas generaciones, se convierte
en “proceso” con diferentes adaptaciones y etapas. Por tal razón, los grandes
estrategas han organizado para la historia, y no para las simples coyunturas de
la democracia liberal, o el mesianismo golpista.
Estos líderes
providenciales han probado así, en los prolongados ciclos del tiempo, que la
facultad de sus promesas orgánicas y doctrinarias es la memoria de la voluntad
de su compromiso de estrategas y estadistas. Esto augura, según escritores
lúcidos como Alain Rouquié, que entremos al universo político contemporáneo
bajo el signo indeleble de “El siglo de Perón”.
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