jueves, 22 de marzo de 2018

3.LA CONSTRUCCIÓN ORGÁNICA Y LAS HERRAMIENTAS ESTRATÉGICAS



3. La construcción orgánica y las herramientas estratégicas
Entusiasmo y transformación de la fuerza en poder
Hay una ética del hacer que contiene el entusiasmo por transformar la fuerza inicial, inestable y ambigua, en un poder estabilizado y formado para potenciar su capacidad transformadora. Un sistema funcional a la dirección táctica y estratégica, pero no cerrado en un círculo. Concebir una gran organización supone la alegría de ver la conjunción del sentir, del pensar y del querer. Un pensar del “ser” superador del simple “estar”, y una actitud decidida por la justicia como virtud principal del alma de las personas y los pueblos (Platón).
El “bien común” en acción, encargado de armonizar fines y medios, y renovar la mala práctica del menor esfuerzo descubre que, en la relación naturaleza-comunidad-trascendencia, hay un sentimiento superior que madura una fe que lo sostiene. Como los medios no “justifican” el fin, sino lo “prejuzgan”, resulta un equilibrio equidistante del conformismo, pero también de la ambición desmedida, lo que replica la acción orgánica del estratega en factor clave de su propia dimensión espiritual.
Organizada la fuerza como primer paso, ella se encarga de “conducir al conductor”. Por eso Napoleón, genio de la organización decía: “me siento llevado por mi ejército”.
Pensar estrategia siempre significa estar en marcha
Esa “personalidad de conjunto” explica que la falla de los dirigentes es la falla de una construcción orgánica enferma. Por eso, educar no es un hecho técnico meramente pedagógico, sino una formación en la vida, en la historia y en las luchas sociales. Cauce de un espíritu abierto que acepta aportes críticos constructivos como alternativas válidas. Sin ellos anula la representatividad, porque la ética colectiva no existe como discurso banal sin implicancia moral y política de fondo. La alegría organizativa del militante, descripta al principio, no es casual, sino la conformidad de las ideas con el nivel de participación y la vocación general de servicio.
El carácter prosaico no sirve para organizar, porque hacerlo presupone realizar el ejercicio de pensar para disponer y de disponer para actuar. Esta es la probidad manifiesta en el arte de armar una estructura persistente. El camino es coordinar esfuerzos; seleccionar bien para las funciones específicas y convencer a todos sobre las ideas básicas que se implementan naturalmente, sin apatía ni exageraciones.
Una red de afectos y efectos
Esa tarea de paciencia y constancia, realizada hombre por hombre, da sus frutos, porque concreta una participación compartida, revelando el secreto del destino común que cancela el individualismo caótico. Luego, se logra la ansiada cohesión por el “espíritu de cuerpo”. Virtud unitiva y operativa que permite descentralizar tácticamente la organización, para adaptarla a las circunstancias, y reunir estratégicamente el poder acumulado en el lugar de la decisión.
Perfeccionar una obra es quererla más plena y efectiva, y hacerla más real y activa. Este ideal significa que el arte de organizar no termina nunca. Para ello hay que contar con un relacionamiento de cuadros y dirigentes convencidos de una labor constante.
Esta red de afectos y efectos tiene la impronta de recrear las pautas de la unidad de concepción y de acción, derivando los principios complementarios de coordinación, fortalecimiento y cooperación entre sus miembros. Y manteniendo el protagonismo participativo que lleva adelante un crecimiento de iniciativas útiles; dejando poco margen para la indiferencia y las intrigas por un mando espúreo.
El hallazgo de adaptar el arte de la estrategia a las organizaciones sociales
Organizar es orientar, ordenar y vincular los recursos y medios para un fin determinado. Los criterios de eficacia y eficiencia que exige impiden que cualquiera pueda merecer el honroso título de “organizador”. La formación humanística, además, debe garantizar su empeño en mantener la unidad en la diversidad, aprovechando capacidades y necesidades complementarias. Su máximo éxito será evitar las formas burocráticas y dar vida a las estructuras inertes o despersonalizadas. Sus objetivos deben ser claros, factibles y necesarios, dosificando los principios de estabilidad y perfectibilidad.
La jefatura autoritaria funciona sólo en un clima precario y desconfiado. Únicamente la libertad fomenta “la organización que vence al tiempo” en términos políticos y sociales. El hallazgo de Perón fue adaptar la estrategia militar a las secuencias de la conducción civil. El fracaso de las dictaduras fue tratar de imponerla de modo craso, rígido y represivo, haciendo que la mala política volviera, a su turno, con más corrupción que nunca y sin distinción de colores ideológicos.
Organizar es proyecto y es proceso
La potencia de una organización no se extingue en las individualidades; ni siquiera la de sus dirigentes más venales. Por eso es un “proyecto” que permanece en las adversidades y se multiplica en las consecuencias colectivas. Este proyecto, poco explicado, busca en sus propias energías la causa matriz para permanecer en la vida de la comunidad y  poder cumplir así sus auténticas funciones.
Cuando este proyecto se actualiza, especialmente con las nuevas generaciones, se convierte en “proceso” con diferentes adaptaciones y etapas. Por tal razón, los grandes estrategas han organizado para la historia, y no para las simples coyunturas de la democracia liberal, o el mesianismo golpista. 
Estos líderes providenciales han probado así, en los prolongados ciclos del tiempo, que la facultad de sus promesas orgánicas y doctrinarias es la memoria de la voluntad de su compromiso de estrategas y estadistas. Esto augura, según escritores lúcidos como Alain Rouquié, que entremos al universo político contemporáneo bajo el signo indeleble de “El siglo de Perón”.










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