1. LA COMUNIDAD ORGANIZADA:
AYER Y HOY
La sociedad políticamente
democrática
La vida individual es imposible sin la comunidad en
cuyo seno se gesta, protege y desarrolla; pero la comunidad nunca alcanzaría
verdadera dimensión política, sin el reconocimiento de la dignidad de la
persona humana. Se afirma así el rol a la vez autónomo y colectivo del
ciudadano como sujeto integrador de derechos y deberes; ya que deberes sin
derechos equivaldría a sumisión y derechos sin deberes a anarquía.
La democracia, dentro de esta definición ideal, es el
sistema que permite una mejor convivencia, considerando que sus integrantes, al
hablar y actuar por sí en las acciones y decisiones de conjunto, se hacen
responsables de las leyes y normas que ellos mismos determinan. Los ciudadanos,
pues, se constituyen en coprotagonistas del poder democrático, y tienen la
condición de ser portadores y portavoces del sentido político de la sociedad, y
la facultad de elegir y ser elegidos dirigentes.
Es esencial al funcionamiento democrático la discusión
y el debate de los asuntos públicos que dan origen y mantienen al Estado como organización jurídica de la
sociedad. Para ello, plantea el intercambio recíproco y en paridad de
argumentos y comentarios de cada parte, dentro de la libertad de expresión,
para buscar las posibles razones compartidas del bien común. En teoría, esta
libertad presupone que cada uno pueda comunicarse e informarse de igual a
igual, sin la coacción de ninguna forma de censura estatal o manipulación mediática
privada.
Como proceso histórico, la democracia política ha
impulsado los movimientos revolucionarios destinados a expropiar a favor del
pueblo, los monopolios de autocracias y oligarquías sobre las fuentes de
expresión y decisión política de conjunto. En nuestro caso, implementando el
régimen republicano, representativo y federal establecido en el orden
constitucional. De este modo, al intervenir la ciudadanía en nombre propio, con
sus respectivas idiosincrasias sociales y territoriales, en las decisiones
políticas colectivas, queda abierto el largo y complejo ciclo del desarrollo y
perfeccionamiento de las instituciones republicanas.
La comunidad socialmente
solidaria
Llega el momento de reflexionar sobre lo dicho, no en
el tono de un ensayo de abstracciones teóricas y retóricas, con principios
inobjetables pero procedimientos cuestionados en la práctica concreta. Porque
la libertad política, por sí sola, tiende a ser inhibida por nuevos monopolios
de orden económico; y la libertad de expresión pasa a ser coartada por la
manipulación mediática a escala masiva. Luego, acontece la impotencia o
incapacidad del estamento representativo, con su crisis de credibilidad; y se
produce la abrogación de lo público y la sustitución de la democracia por los
grupos de poder.
Sucede que, como lo advirtieran desde siempre los
pensadores clásicos, la democracia real para su propia salvaguardia, necesita
un equilibrio entre los principios inalienables que protegen los derechos de
las personas, y los criterios que permiten la realización equilibrada de la
colectividad como unidad de destino. Por el contrario, el exceso de
individualismo exarceba el egoísmo, la indiferencia y la desarticulación
social; y el exceso de colectivismo desemboca en la uniformación, la
mediocridad y finalmente el totalitarismo.
En la concepción de la comunidad organizada, como
profundización y complementación de la participación política, por obra de la
participación social, la noción de “pueblo” encarna a toda la sociedad, fuera
de cualquier acepción parcial o facciosa. Al par que la noción de “ciudadano” o
“vecino”, no obstruye ni descarta la necesidad de construir entre todos un
mismo marco de convivencia, que es imposible sin la colaboración mutua.
Como existe de hecho una desigualdad económica
manifiesta, con sus efectos negativos sobre la calidad de vida de la mayoría o
de gran parte de la gente, se hace indispensable tratar de mejorar y hasta de
igualar las posibilidades y oportunidades de desarrollar su potencial. Para
abarcar esta tarea con eficacia, es preciso contar con algo más que el
asistencialismo del gobierno centralizado. Es decir: con el apoyo inteligente
de un Estado descentralizado y amoldado a las distintas realidades sociales y
territoriales; y especialmente, con la autoayuda metódica que deben desplegar
los propios destinatarios mediante sus organizaciones de índole comunitaria
(autoconvocadas y autogestionadas).
El sentido individual y
colectivo de responsabilidad
La valoración prioritaria de la libertad, centrada en
la defensa de la privacidad e intimidad de la persona singular, tiene que amalgamarse
con la aceptación de las pautas igualmente democráticas que norman la persona
plural o “el nosotros social” de la comunidad, y plasman los caracteres
distintivos del interés público que no puede vulnerarse desaprensivamente. Se define
así con firmeza el sentido individual y colectivo de responsabilidad, que
genera el marco de valores aceptados voluntariamente dentro de una cultura
civil, como base para el funcionamiento consiguiente del ordenamiento
jurídico-legal.
De la misma manera, la voluntad de discutir y concertar
sobre lo esencial de un proyecto nacional, por parte de todos los sectores, no
sólo políticos sino también sociales, debe superar y enriquecer el esquema del
acatamiento a la mayoría y el respeto a las minorías estipulado en la
formalidad democrática. Muchas veces en esas minorías electorales se encuentran
franjas de significación empresarial, profesional y técnica cuyo concurso
activo es indispensable para asegurar el éxito de la políticas públicas de
producción y desarrollo, venciendo las presiones externas del capitalismo
especulativo dominante.
No se trata de reprimir las legítimas reivindicaciones
económicas y sociales inherentes a la dinámica republicana, sino de
canalizarlas sobre el eje de las disidencias y coincidencias programáticas de
la vida democrática; donde lo único que hay que descartar es el riesgo de
desborde de los extremos beligerantes que se vuelven violentos. En un clima
enrarecido por grupos sectarios de este tipo, los ciudadanos pierden su capacidad
real de participar pacíficamente en el ejercicio del sistema que, por doctrina
y elección, les corresponde y pertenece.
Los grandes objetivos nacionales tienen que formularse
con claridad y precisión, para lograr su aprobación como coincidencias
fundamentales en el ámbito parlamentario, y enseguida en el campo social más
amplio posible, para que nadie pueda comprometer su éxito cualquiera sea el
color del partido gobernante. De no ser así, la fragmentación política, la fragilidad
social, la masificación mediática y la multiplicación de las protestas y reclamaciones
de toda especie, harán su cosecha lamentable de incertidumbre e inestabilidad.
La pedagogía mutua de la
construcción comunitaria
Nadie es una personalidad libre hasta que aprende a
respetar al prójimo, porque “el nosotros no opera como una negación de las
individualidades, sino como una reafirmación de ellas en función comunitaria”
(Perón). En estos términos la colaboración social es posible, máxime ante la
crisis ostensible de los regímenes de uno y otro signo extremo que han
fracasado en sus propuestas polarizantes y tratan ahora de revertir su
ideologismo. Baste recordar que “el fondo consciente que presta contenido a la
verdadera liberación es la autodeterminación de los pueblos”, y que ésta no
puede posponerse a los arbitrios de las dictaduras ni de las corporaciones
económicas.
La evolución es insoslayable, a pesar de retrocesos eventuales,
y se manifiesta en la fuerza de los movimientos sociales; en particular cuando éstos
saben trascender la reiteración de protestas sin propuestas, y demuestran
solvencia política y técnica en sus proyectos de superación. Lo técnico aislado,
en cambio, en manos de un clasismo tecnocrático, es otra forma de opresión
inaceptable, que deserta con facilidad de interés nacional. Para la nueva
etapa, entonces, hay que “adecuar el dispositivo de las organizaciones
sociales”, con la misma dosis de necesidad y realismo que presidiera sus
momentos fundacionales.
Para que sea factible y menos costoso el pasaje “del
disfrute privado del bienestar al disfrute social” hay que abrir nuevas
perspectivas de trabajo, educación y comunicación, comprometiendo el esfuerzo
valioso de cada uno, pero sin sacrificar de por vida a nadie. El esfuerzo
estimula si se cumplen sus metas y se adquieren sus logros, mientras que el
sacrificio inmerecido subleva por un principio elemental de justicia y
dignidad. El sistema de conducción, desdoblado con cuadros capaces y
laboriosos, que hoy faltan, tiene que llegar hasta el último lugar para
garantizar proyectos racionales y transparentes que tengan su clave en el apoyo
mutuo y la cooperación.
Es sabido que, en el arte de conducir, un liderazgo
sólido se potencia aún más cuando adjunta humildad y paciencia. Esto permite y
promueve una participación que desea hacerse oír para actuar con conciencia. No
es el monólogo ni el temor lo que allí se percibe, sino una pedagogía mutua de construcción
comunitaria. Por ella aprenden simultáneamente quienes administran, en función
de un orden civil imprescindible, y quienes se involucran socialmente con
voluntad de cambio. No hay otra forma de corregir aquellos comportamientos
individuales o estructurales que se evidencian inoperantes o dolosos, y cuya
persistencia siempre desgasta en el tiempo.
Por lo demás, es imposible liderar un pueblo
desorganizado, y con sectores bajo el tumulto de la agitación indiscriminada
que es funcional al regreso del pasado al afectar, por el caos sistemático, la
legitimidad del reclamo de equidad y progreso. El máximo logro del
justicialismo histórico fue, a diferencia de otras situaciones, un periodo de
transformaciones sociales en paz y con ideales espirituales. No fue el triunfo
frío de las estadísticas, ni el reino excluyente de las reivindicaciones
materiales. Sin duda, hubo muchos problemas y se cometieron errores, pero su
significación y vigencia es tal que, a un lado y otro del espectro político argentino,
aún se lo invoca, de diversas maneras, para ganar elecciones. (7.8.11)
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