lunes, 11 de julio de 2016

4. LIBERTAD DE EXPRESIÓN, PLURALISMO DE MEDIOS Y COMUNICACIÓN COMUNITARIA



4. LIBERTAD DE EXPRESIÓN, PLURALISMO DE MEDIOS
 Y COMUNICACIÓN COMUNITARIA



Búsqueda de la verdad o especulación de la apariencia

La vitalidad espiritual de una sociedad se nutre de un comportamiento basado en sentimientos solidarios. Esta experiencia ineludible de conducta colectiva establece las vinculaciones reales que articulan la comunidad, y se identifica con el ámbito donde acontecen. En un escenario local, esta administración de energías humanas ocurre en forma espontánea, donde prevalece el conocimiento directo y mutuo; pero en un espacio mayor y más anónimo, el relacionamiento social se interfiere con estructuras mediáticas de influencia, presión y  poder.

 

Esta intermediación es hoy más relevante que nunca por la conexión de los monopolios mediáticos con las grandes corporaciones económicas, en un momento de cambio en el orden geopolítico global, y de crisis de representatividad de las fuerzas políticas que se les someten para tener una existencia a préstamo en la paradoja de la “realidad virtual”. De igual modo, se mediatiza la acción comunitaria, desviando o sustituyendo sus iniciativas, movilizaciones y propuestas de participación, según los intereses corporativos.

 

Se reitera así, en la época de la aceleración tecnológica, la antigua tensión conceptual y lucha cultural entre un pensamiento que busca el contacto con la realidad y la verdad, y otro partidario de la especulación de la apariencia. Es decir, un esfuerzo por la persuasión, la elocuencia y la formación, tras el ideal de la justicia como fundamento de la convivencia; frente a la manipulación, el sofisma y la vulgaridad para justificar vínculos de dominación y dependencia.

 

Con este juego de imágenes engañosas se disimulan los instrumentos de especulación financiera y exclusión social, se difunde el “pensamiento único” de la globalización asimétrica; y se fomenta el pesimismo, la pasividad, el desencanto nacional y una visión del mundo sin principios ni valores. De modo paralelo, se acentúa la ruptura de lo ético y lo social, ignorando las conductas honestas, y presentando las grandes estafas del capitalismo financiero como si fueran producto de ciclos económicos inevitables o culpa de la desidia atávica de algunos pueblos. Todo esto en el marco de la información-espectáculo, las operaciones de prensa y las denuncias impunes que se abrogan  facultades de los tribunales de justicia.

 

Es menester entonces participar con nuestras propias ideas y acciones en la actividad refundacional de la comunicación argentina, sabiendo que la realización personal y social está ligada indisolublemente al derecho de pensar y de expresar el pensamiento con toda libertad, neutralizando la influencia hegemónica de las redes inhibitorias de la responsabilidad democrática del ser ciudadano. Tema cuya importancia trasciende los comentarios periodísticos y amerita analizarlo con un marco adecuado a la transformación orgánico-funcional de la comunidad.

 


Lo público y lo privado en los fundamentos democráticos
 
Con la creación de la democracia como institución histórica de la civilización occidental, en la época de las Ciudades-Estado de la antigüedad, se consagró la distinción clave en dos espacios organizativos de la vida de las comunidades: lo privado y lo público. La familia constituía lo privado, como célula básica de la sociedad, donde el padre detentaba una autoridad absoluta, y el derecho a la privacidad que el poder estatal debía respetar. Y lo público era la política, que reunía en sus plazas y asambleas a todos los ciudadanos para conocer, intervenir y comprometerse en las decisiones colectivas.
 
En el espacio privado, nadie quería ser visto ni oído, para mantener un lugar reservado a los parientes y amigos; pero en el espacio político, todos deseaban ser protagonistas públicos de los acontecimientos comunitarios. Así, el derecho sagrado a la “privacidad” iba acompañado del derecho ciudadano a la “publicidad”, y del deber de expresarse e involucrarse ineludiblemente en los asuntos de paz  y guerra donde se jugaba el destino de la “polis”.
 
Obviamente, ésta es la síntesis de un fenómeno pleno de matices interpretativos, que se pueden percibir en la línea evolutiva de las instituciones; pero siempre a partir de un concepto aún vigente: ni lo político debe invadir lo privado, ni los intereses privados deben contaminar lo público en términos de apropiación del poder, grupos de influencia o círculos de corrupción. Este ideal democrático, enunciado por los padres del pensamiento fundador de la república como aspiración universal, muchas veces naufragó por acción de las tiranías y los imperios de turno.


La aparición del espacio social y su legitimidad política
 
A pesar de todo, el modelo esencial de la democracia perduró -aún dentro de las formas de la monarquía constitucional, con ministerios parlamentarios- dando paso por superación a un tercer ámbito: el espacio social; ni estrictamente público, ni estrictamente privado. Este espacio se abrió y se desarrolló en el marco de las Naciones-Estado, donde se generaron grandes organizaciones gremiales, ligadas al pasaje histórico del feudalismo y la nobleza decadente al mercantilismo en manos de las nacientes burguesías.
 
Aquellos gremios de la producción artesanal fueron los antecesores organizativos de los sindicatos del capitalismo industrial. Este sindicalismo, entonces, realizó una doble acción reivindicativa sobre los espacios funcionales preexistentes. Respecto al ámbito privado centrado en la familia, luchó por acceder a los derechos sociales, surgidos de necesidades básicas insatisfechas: alimentación, vivienda, salud, educación y asistencia. Y respecto al ámbito público centrado en los gobiernos y el aparato estatal, pugnó por la justicia social y la concreción de los derechos civiles, negados o limitados por la práctica política de esa época.
 
En esa trayectoria histórica, y ya entrada la época contemporánea, las organizaciones sindicales y las organizaciones populares en general -no siempre bien contenidas por los partidos políticos, encarnados principalmente en la pequeña burguesía- fueron la base de grandes movimientos nacionales, inmersos en la lucha social de cada país y en el combate paralelo al neocolonialismo. El fin de la II Guerra Mundial fue un hito importante de esta trayectoria, por el ocaso de las viejas metrópolis europeas, dando fuerza a los respectivos movimientos de liberación en Asia, África y América Latina.
 
Estos movimientos, con sus distintos rasgos culturales e ideológicos, consolidaron y proyectaron el tercer espacio, o espacio social, con énfasis en la mayor participación de la sociedad civil, y el surgimiento y despliegue de las organizaciones libres del pueblo, autoconvocadas y autogestionadas en la base misma de la democracia representativa. Entre las décadas del 40 y del 70 se verificó el mejor momento de la movilización dirigida a lograr conquistas sociales; pero el ciclo se interrumpió y revirtió con la irrupción de las dictaduras originadas en la Guerra Fría, que continuaron hasta la década de los 80.
   

La usurpación del espacio social por  las transnacionales
 
Contrariamente a lo esperado, la Posguerra Fría [1989-2009] no fue favorable al progreso social, sino a la prepotencia del llamado “capitalismo salvaje” -o capitalismo sin reglas- que, vía el llamado Consenso de Washington, forzó la reducción estructural del Estado y la privatización de las empresas públicas; la apertura irrestricta de nuestras economías a la especulación financiera; y en este marco, la reducción y precarización del empleo y la exclusión laboral de grandes contingentes populares.
 
En tal contexto de enajenación económica y cultural, se desalojó a las organizaciones sociales de su espacio natural; y éste fue ocupado virtualmente por las corporaciones mediáticas y sus cadenas locales subordinadas. Esto ocurrió por un doble proceso involutivo: por un lado, la represión de las estructuras laborales, sindicales y populares; y por el otro, la astucia del poder mediático para instalarse como “comunicación social”, pero para hacer precisamente lo contrario.
 
Desde esa posición, enmascarada en algunos matices del arco ideológico, dicho poder muchas veces actuó y actúa contra la cohesión familiar, mediante la promiscuidad, la pornografía, la apología de las adicciones y la violencia, y la exaltación de la frivolidad, atacando de hecho el vínculo ético del entramado social y la identidad cultural de la comunidad. A la vez, cambiando tácticamente de frente, presionó y presiona sobre el poder político, cuestionando las gestiones y personalidades públicas, a favor de los intereses crudamente económicos que suele postular o defender; cuando no gestando falsos liderazgos políticos subordinados.
 
 
Los medios integrados en el seno de la identidad cultural
 
Planteado el problema, corresponde señalar algunas vías prácticas de solución, ingresando así al debate sobre la reforma mediática que, dada su necesidad, habrá de culminar tarde o temprano. En principio, hay que aclarar sofismas que confunden el análisis objetivo, como aquél que resulta de encuadrar en la categoría “privada” -que evoca la libertad e intimidad de la persona humana- a un poder que en realidad viene de la apropiación del espacio social perteneciente al conjunto de la comunidad. Por este camino incierto, la “libertad de prensa” se convierte en “libertad de empresa”; es decir: en el negocio de la comunicación, muchas veces sin responsabilidad ética ni social alguna.
 
El derecho primordial, que es el derecho a la expresión de todos y cada uno de los ciudadanos, se conculca por este procedimiento insidioso, que a nombre de un individualismo exacerbado, en rigor masifica y uniforma a la gente. Se estimula una opinión interna monocorde, en vez de una actitud creadora y transformadora de fuente pluralista; y se consiente en lo internacional una actitud unipolar y unilateral, que trata de justificar el hegemonismo y descartar el valor de los procesos continentalistas de integración regional.
 
Por lo demás, la antinomia individualismo-colectivismo no corresponde al modelo argentino del proyecto nacional, que propugna la realización conjunta y armónica de la persona y la comunidad, sin postulaciones extremas. El equilibrio necesario en la comunicación, entonces, exige, entre otras cosas, ir cambiando el excesivo exhibicionismo de los pequeños movimientos transgresores, por el protagonismo substancial de los grandes movimientos reformadores de auténtico cuño solidario.
 
 

La ética de la asociación plural
 
De manera similar, hay que brindar una información ecuánime, con redes propias públicas y comunitarias, e interpretaciones de la situación desde una perspectiva de pertenencia cultural, como se hace en otras regiones del globo. Giro necesario en este plano respecto de la saturación informativa de las redes transnacionales, sus análisis teledirigidos y la manipulación “culturosa” que desconoce la producción nacional, que esas corporaciones no transmiten al mundo, porque según ellas sólo existimos para las malas noticias.
 
En cuanto a la producción mediática, la descentralización debe primar sobre el excesivo centralismo de la globalización; y la difusión tiene que integrarse por regiones para combatir el flagelo de la masificación, que sólo fomenta conductas sumidas en la pasividad. En fin, una comunicación lo más interactiva posible, cuya propiedad mayoritaria vaya declinando progresivamente de los monopolios actuales, que ejercen un poder político y económico fuera de todo principio de representación y supervisión democrática. El futuro merece también en este tema un destino común de participación y concertación.
 
La etapa de transición hacia un verdadero proyecto de país, exige la confluencia de las reformas imprescindibles en el campo económico, social político y cultural. El empresariado, debe redefinir su rol en el aporte al destino comunitario. Las organizaciones sociales, tienen que actualizarse pasando de la protesta a la propuesta, con sugerencias positivas y factibles de realización. Y las fuerzas políticas, necesitan mejorar sus programas de acción y seleccionar sus recursos de capacitación y dirección, para recuperar márgenes de credibilidad y  representatividad. Porque no se trata sólo de administrar un Estado y reformar sus normativas, sino de promover la información, la educación y la comunicación con nuevos contenidos y formas de dirección y propiedad social (universidades, municipios, sindicatos, etc).

La ética de la asociación plural es la valoración máxima del concepto comunitario. Y los criterios de ella que se consideran fundamentales deben ser aplicados y practicados para que pierdan su grado de abstracción teórica y ganen mayor sentido de realidad y posibilidad efectiva de éxito. Por lo demás, cuando pensamos y actuamos así, con visión estratégica y sin falsas antinomias, estamos probando que existe una militancia presente y que integra, por decisión propia, un eje permanente de conducción superior. (14.9.11)

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