Primera
vuelta electoral
32. NECESIDAD DE CONCERTAR FINES Y VALORES
Una crisis histórica debe cumplir su
finalidad, marcando el fin de una época y el principio de otra. Requiere una
gran visión para transformar el continuo: concepción-procedimiento-resultado en
la dinámica de una sociedad, logrando una nueva síntesis creadora que abra
perspectivas para todos. Luego, no se resuelve con discursos retóricos, ni se
agota en un electoralismo excesivo que multiplica comicios y candidaturas hasta
la confusión, afectando la funcionalidad y credibilidad del sistema
democrático.
La pérdida de identidad de los
partidos tradicionales, disueltos en varios “espacios” de oportunidad y
oportunismo, acusa la ausencia de autenticidad y compromiso que puede presagiar
una contención efímera; lo cual se suma al voluntarismo de los nuevos partidos,
sin mayor asentamiento todavía en el territorio donde se aventuran. En este
sentido, la crisis del milenio no está saldada, a pesar de los años de crecimiento
económico, ya frenado; porque el problema argentino es el subdesarrollo
institucional, premeditado o consentido, para perpetrar el clientelismo, el
feudalismo, y la corrupción.
Las elecciones previas de nivel
provincial alentaron suspicacias sobre encuestas “erradas” o mal intencionadas;
trampas comiciales; operaciones fraudulentas; violencia política con
delincuencia común, represión con policía feudalizada; y el “todo vale” en el
aferramiento extremo a cargos públicos transitorios. Anomalías que redujeron el
proceso de “elección” a un esquema de “opción”.
Con esta condición de sospecha se
concurrió a la primera vuelta electoral, luego de una campaña larga, tediosa y
sin fervor visible. Hay que rescatar, sin embargo, este comicio atípico,
interpretando que al plasmar el deber y el derecho de votar, afirmó la
democracia y defendió la república, destacando los pilares de nuestro poder
constituyente, clave del ser nacional. La contienda se libró de todos modos a
medias, por los prejuicios y divisiones internas de los sectores, entre un
semi-oficialismo y una semi-oposición, determinando una semi-elección que hay
que completar ahora.
Como, de una forma u otra, el
proceso “electivo” está planteado, la vía para dirimirlo es un proceso
“selectivo”, proponiendo una instancia de unión nacional proclive al diálogo,
el consenso y la persuasión. Una convocatoria amplia del mérito y la idoneidad
para realizar políticas de estado con hombres de estado y no políticas
facciosas con referentes mediocres: ya que resulta totalmente impensable
construir un marco adecuado de estabilidad y gobernabilidad, sin concertar previamente
en lo político y social las grandes reformas pendientes.
Cabe agregar dos factores que
acotarían aún más el radio de acción de un eventual gobierno sin estrategias compartidas. Es el agotamiento de
la paciencia social, ante los dirigentes profesionales que no saben que hacer
con “la política”, y la confunden con el relato ideológico, la exhortación
tecnológica o la homilía “buenista”.
El otro factor es la reticencia de
ciertos funcionarios “populistas” para entregar el mando naturalmente, al ritmo
de la alternancia democrática. Manifestación elocuente de una codicia de poder
como pecado capital de quienes sobreestiman su rol individual, creyéndose
eternamente dueños de la cima. Con arrogancia, declinan las virtudes que sólo
consagra la humildad; pues en la comunidad todos somos necesarios, pero ninguno
imprescindible. [27.10.15]
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