28. LA
GRAN POLÍTICA HACE HISTORIA, NO LA SIMULACIÓN
Una comunidad existe como entidad
significante al asumir un espíritu histórico de grandeza. Es decir, al
trascender la mera subsistencia de los países fallidos, que carecen de
personalidad cultural y proyección estratégica. La cualidad de lo nacional es
clave, siempre que se ubique equidistante de quienes la desdeñan por sus
prejuicios ideológicos, o la exaltan con carácter reaccionario.
La historicidad no procede de los
relatos arbitrarios de los extremos, sino de los factores de espacio y tiempo
en los cuales deviene la realización del pueblo. El “espacio” significa el
territorio de pertenencia, integrando y organizando armónicamente geografía y
población. Y “tiempo” expresa las etapas irrevocables de su trayectoria
evolutiva. Sin estos contenidos, dinamizados en la experiencia conjunta, la
historia cede a la regresión, en las formas elementales de los nucleamientos
humanos con jefaturas primarias y violentas.
Esta es la involución que, más allá
de una retórica escénica, provocan los ideologismos laterales a la perspectiva
comunitaria; y cuyas desviaciones se inclinan a la división por una crisis de
identidad no resuelta, en tanto dicen una cosa y hacen lo contrario. Esto se
observa en la irresolución de los problemas de pobreza; el abandono de los
pueblos lejanos; y la falta de condiciones dignas de vida y de trabajo. Obra de
la corrupción que el gobierno niega y que practican también muchos partidos que
dicen combatirla.
Pese al latiguillo de una publicidad
cargosa, el Estado no está presente sino ausente, tanto en los problemas
internos expuestos en la campaña, como en los ejes básicos de una política
exterior. Mientras desgranamos consignas caducas del 70, desfasadas de los
nuevos conceptos que califican la soberanía real, carecemos de peso
geoeconómico, visión geopolítica, defensa nacional disuasiva y cancillería
hábil y responsable.
En una percepción superior, la
política avanza con las categorías existenciales de la memoria integral y del
proyecto histórico, sin las cuales no surgen ni se sostienen los grandes
estadistas. Luego, nos demoramos en el subdesarrollo político, económico y
social, pese a nuestros recursos, porque el exceso de jefaturas y caudillismos
no disimula la falta de liderazgos lúcidos y equipos de excelencia.
Sólo una nación sustancial, no
nominal, tiene valores fundamentales, intérpretes válidos, representantes
honestos y dirigentes sabios. Son las virtudes que le permiten identificarse y
hacerse conocer por su influencia. Una nación que, segura de su valer, se abre
al intercambio inteligente y equitativo con el mundo, sin la máscara de una
militancia sobreactuada, que transa con viejos y nuevos imperialismos
impostando una suficiencia engañosa para el frente interno.
Retomar protagonismo exige recoger
los mejores aportes de las distintas experiencias políticas, que confluyen en
el propósito de una realización pendiente, antes o después del comicio presidencial.
Por lo demás, su resultado numérico servirá de poco, en un clima de
desconfianza generalizada, sin las reformas consensuadas que posibiliten la
reconstrucción del diálogo institucional. Por nuestro lado, es urgente procesar
la crítica, autocrítica y actualización que nos refiera a la esencia originaria
del movimiento y no a quienes lo tergiversan para enriquecerse ilícitamente.
Es menester construir respeto y no
temor, amistad y no conveniencia, adhesión y no obsecuencia, pacificación y no
violencia; logrando el equilibrio postulado entre realización personal y realización
comunitaria; lejos así de la especulación individualista y la ineptitud del
colectivismo. Recordemos que quienes piensan diferente representan variantes
respetables y, aún siendo adversarios electorales, son partícipes necesarios de
la unidad y el porvenir argentino. [22.9.15]
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