1. LAS CLAVES POLÍTICAS DE LA TRANSICIÓN
Este año político se ha iniciado con la novedad del protagonismo
de sectores no militantes que se politizan. Son integrantes de la sociedad
civil que tienen sus propias motivaciones referidas a la marcha del país y
quieren participar de las decisiones que los involucran. Han demostrado
capacidad de autoconvocatoria y sus manifestaciones, emergentes de momentos
críticos, han desbordado las respuestas partidarias. Aunque esta politización,
que agrega valor al pluralismo, todavía no alcanza el rango de una cultura
política superadora de la coyuntura.
Estas manifestaciones
multitudinarias constituyen una reacción ante la incapacidad de los partidos, en una
fase declinante que sustituye la “política-acción” por la “política-actuación”,
con preeminencia del espectáculo. El resultado resume ambigüedad, poca credibilidad
y actitudes cambiantes. Todo queda en un juego de encuestas por la
representación, que significa ocupar un cargo, muchas veces sin la condición
cualitativa de la “representatividad”, que es imprescindible, porque agrega a
la legalidad electoral la legitimidad política de la eficacia.
¿Cómo se revierte esta involución
que hoy inhibe el marco institucional para el desarrollo del potencial
económico y social argentino?. En principio, retomando el camino de la
construcción de ciudadanía con la prédica y el ejemplo de principios y valores
trascendentes, y estimulando el sentido de pertenencia que es donde se cultivan
las virtudes republicanas. Una tarea nada fácil ni rápida pero que puede adquirir
fuerza para encaminar el futuro.
Si bien se ha registrado
mediáticamente que la movilización civil es más notoria en la clase media
porteña, no hay que olvidar las manifestaciones que a diario se realizan en los
barrios de la capital, del conurbano y en todo el país, reclamando por la
delincuencia, el corte de servicios públicos mal administrados, los graves
accidentes evitables, la venta de narcóticos y
otros problemas recurrentes en nuestra sociedad.
Estos hechos, ligados directa o
indirectamente a la corrupción, suscitan el repudio de sectores humildes y
desprotegidos que peticionan con la convicción de sus derechos. Por lo demás,
en uno y otro sector, hay que considerar
que la “movilización” no es sólo “manifestación”, sino un proceso integrado a
logros organizativos permanentes. Es decir, promotor de organizaciones libres, autónomas del clientelismo
y capaces de tomar iniciativas sin depender de dádivas.
De otro lado, valores superiores
como libertad, verdad y justicia tienen que sostenerse en el arraigo local y no
en declaraciones abstractas. Siempre lo “universal” se genera paso a paso y
lugar por lugar, para no reducirse a una entelequia ni a un relato. Por esta
razón, la construcción de ciudadanía se realiza mejor cuando acompaña la formación
de la conciencia nacional, que distingue a los pueblos con personalidad. Allí, además de los sectores medios
tradicionales, se expresa el carácter de los productores y trabajadores, porque
la unión y pacificación requeridas surgen de un criterio amplio de bien común.
Luego, la democracia no corre el riesgo de quedarse en la apariencia, y se
ejerce vitalmente en tanto sistema participativo y no autoritario.
Nos preguntamos si tendremos una
transición política tranquila o traumática. Hay que ser optimistas pero no
ingenuos: rescatar a las instituciones exige paralelamente que se rescaten a sí
mismas de la ineficacia y la corrupción donde éstas existan. El límite a no
traspasar es el uso de la violencia con fines políticos y una malformación del
poder con tendencia absolutista. Además,
hay que confiar en la trasformación que se está dando en la base social,
democratizando la organización territorial feudalizada. Nos referimos al
impulso de las comunidades organizadas municipales con verdadero liderazgo, por
su contacto directo con la gente y sus aspiraciones más sentidas. [3.3.15]
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