Introducción
JUSTICIA SOCIAL SIGLO XXI
Peronismo: ser y tiempo
Los grandes conductores y pensadores a cuya memoria se
dedica esta obra, lo han sido porque comprendieron que su misión trascendía lo
efímero de la vida personal, y que ella sólo alcanzaba un sentido pleno al
consagrarse a la lucha por la realización nacional. La percepción de los
obstáculos y problemas que ésto presuponía incrementó su conciencia política,
y potenció su voluntad de compromiso y
acción; sin tolerar la rigidez de las ideas “puras”, siempre estériles en la
presencia de lo real, que asimilaron como la propia verdad para decir,
organizar y hacer.
Su trayectoria empieza, precisamente, en su aporte
para definir el “ser” nacional, como sustancia, calidad y relación íntima de la
existencia de nuestra comunidad en el espacio y el tiempo. El ser como
condición del discurso y la estrategia de un movimiento multitudinario creado para
realizar en conjunto todas sus perspectivas y posibilidades. Enhebrados en sus
principios y valores, también nosotros adquirimos un destino de significado, y
dejamos la indiferencia social del individualismo, que deambula entre
situaciones y hechos aislados carentes de sentido histórico.
Nos referimos a un sistema de
grandes ideas orientadoras que no surgen de la nada, sino de la reflexión aguda
y profunda sobre la dinámica social, especialmente la que motorizan las fuerzas
productivas, y que se inspiran en las crisis que provocan los cambios de época
y de paradigma cultural. Es un enfoque claro y abierto, que busca las
“constantes colectivas” capaces de trascender, para construir sobre ellas una
doctrina operativa, y no meramente discursiva, permeable a la adaptación
táctica y la ejecución descentralizada.
Es lo contrario de la
ideología concebida como alienación intelectual de la realidad, cristalizada en
un cuerpo dogmático inflexible que, como se ha demostrado, propende al
autoritarismo y el totalitarismo. Y también a las situaciones extremas, porque
es incapaz de mantener una sucesión gradual de objetivos, dentro de los
márgenes de legitimidad y del ritmo de avance que aprueban en cada etapa las
grandes mayorías.
Cuando este tipo de doctrina
se elabora y se asienta en un período propicio, aunque se encarne en líderes
fundacionales, puede superar la limitación histórica del populismo o del
caudillismo[1]; porque
produce programas y estructuras, y forma cuadros protagónicos que la hacen
perdurar en el tiempo. Es decir, perseverar en su finalidad estratégica más
allá de la vida biológica de todo personalismo. El lazo de unión se fortalece
afectivamente, además, en quienes comparten un verdadero proyecto, que puede
tener ciclos de apogeo y declinación, para renacer sobre la base de una
identidad cultural y un sentimiento solidario de participación activa.
Recomenzar
con la prédica de los principios y valores
Para una construcción social
sólida, es imposible comprender sin sentir, como en la frialdad del laboratorio
intelectual, pero tampoco se puede sentir sin saber, porque eso llevaría a la
improvisación y el espontaneísmo. La conjunción del pensar y el sentir, que es el antídoto contra el
ideologismo de los grupos sectarios, hace factible en cambio la conexión
orgánica vital que genera una auténtica representación, y resiste el
comportamiento mecánico de los “aparatos” políticos viejos o nuevos.
Así como las teorizaciones abstractas sucumben al
extraviarse de la práctica concreta, se da el caso inverso de doctrinas
sensibles que saben correctamente que el método de acción depende de la
situación y no al revés (lo cual define al elitismo y al foquismo). Luego, las
ideas valiosas, aunque en algunos momentos sociales parecen dormidas, sólo están
esperando su turno para desplegar toda su fuerza movilizadora. Ello ocurre por
estado de necesidad de la comunidad que, en la gravedad de la crisis, encuentra
el impulso de sobrevivencia que le indica el remedio apropiado vía sus “valores
de salvación”.
No nos equivocamos al juzgar la crisis actual de
nuestro mundo, por su intensidad y complejidad, como una crisis cultural y
filosófica. Lo característico de ella es que los valores no valen, y cuando
esto sucede la organización no organiza y la conducción no conduce. En
consecuencia, reina la falta de escrúpulos, la inoperancia casi absoluta de
todas las instituciones, y la falta de credibilidad y prestigio de los
dirigentes. No hay siquiera discurso político coherente porque hasta la palabra
y el lenguaje se han desvalorizado.
Decimos esto para no pecar de ingenuidad recitando fórmulas
voluntaristas o expresiones de deseo ante un horizonte eventual de anomia y
anarquía; a menos que, como sociedad, reaccionemos ante el riesgo de reproducir
planos de confusión y enfrentamiento. Tampoco debemos condenarnos a la
reiteración de divisiones y polarizaciones, porque “las leyes históricas son de
tendencia”, lo cual tiene que aprovecharse para prevenir riesgos y adaptarse a
las alternativas que se presenten.
Por esta razón,
se debe comenzar por círculos concéntricos a dar respuesta, en principio, a la
militancia y sus adherentes, predicando los “conceptos transcendentales” de
ayer y de hoy, como la comunidad organizada y el movimiento nacional en una
etapa institucional, no populista, como Perón lo expresó en su legado político.
Es una forma de colaborar con el buen gobierno, con
una lealtad de fines y no una obsecuencia de cargos, porque si ocurrieran
situaciones difíciles, como siempre las hubo y las habrá, necesitaremos la
acción de todo el peronismo unido, que sigue siendo el movimiento más grande de
nuestra América. Su doctrina perfectible y actualizable, sin perder su esencia,
ilumina y da una referencia que no puede negarse, para que otras fuerzas
menores, pero importantes, se sumen a los flancos de un frente unificado de
liberación.
Un modo de pensar que
supere los prejuicios sociales
Para quienes quieran salir al
encuentro de la realidad argentina, sin necesidad de remitirse a formatos
ideológicos extraños, es evidente que el motor propulsor de ese frente ampliado
es el mundo del trabajo. Esta conclusión surge antes que nada de un “modo de
pensar”, ya que éste -según Jauretche[2]-
es anterior a un pensamiento sistemático, aunque responde a la capacidad de
observación de nuestra historia y somete su evaluación a la constante prueba de
los hechos.
Tal postura desafía los
prejuicios de clase impuestos por la “colonización pedagógica”[3]
del régimen de dependencia, afectando en particular a los sectores medios que
temen “descender” de su categoría social y aproximarse al movimiento obrero.
Esta paradoja, que frustra la posibilidad de un movimiento más integrado, es causa
suficiente de una “revisión cultural” para superar los bolsones residuales de un
subdesarrollo mental encubierto en un supuesto racionalismo.
El progreso social, no el
progresismo declamado, está ligado indisolublemente al desarrollo industrial y
tecnológico del país, promovido principalmente por medios nacionales. Estos
medios exigen la concertación entre el empresariado productivo, un Estado
eficaz, las organizaciones gremiales y las nuevas formas cooperativas y de
propiedad social. En el caso del sindicalismo, la condición es que no se
encuentre tergiversado en sus funciones claves por el oportunismo ni la
corrupción, y exprese claramente los intereses legítimos de sus representados.
El sindicato como estructura no
existe en el vacío, y en consecuencia está inmerso en la crisis general que se
traduce en crisis institucional. Ésta tiene aquí una importancia mayor por la
definición que lo ubica como factor vertebrador del movimiento. Con todo, sigue
siendo la formación relativamente más organizada, disciplinada y de mayor
despliegue territorial del país. Ahora necesita actualizarse en sus cuadros y
procedimientos para abarcar a todos los trabajadores: sean activos, jubilados,
precarizados, semiesclavizados y desocupados en “un gran movimiento de
movimientos[4]”, ante
la regresión laboral que impone la globalización asimétrica y sin reglas del
“capitalismo anárquico”.
Lo grave sería caer por
reciprocidad ideológica en un sindicalismo anarquizado, al que juega imprudentemente
la politiquería por su falta de compromiso social y la extrapolación de sus
divisionismos estériles, sin contenidos programáticos ni alternativas válidas
todavía para la sucesión democrática. Por el otro lado, el temor de cierto
oficialismo a una restauración liberal, no justifica caer en el pánico y abrir
frentes de lucha de manera indiscriminada y contra un elemental sentido
estratégico.
El concepto
trascendental de justicia social
Entre los
conceptos trascendentales de nuestra identidad política se destaca nítidamente
el de “justicia social” que da origen al nombre del movimiento, visto el
desgaste -dice Perón- del termino “socialismo”. En tal aspecto, Eva Perón, cuya
figura histórica está ligada en forma universal a la asistencia humanitaria,
distingue de modo contundente la primacía del concepto fundamental de justicia
sobre el complementario de “ayuda social”.
Ubicada en el centro del siglo pasado, veía sin
embargo con singular precisión, la necesidad de superar totalmente las ideas
reaccionarias de limosna, caridad o beneficencia por humillantes e indignas. Es
decir, por reforzar la inequidad de un sistema de explotación económica con la
simulación de una filantropía de los círculos de poder. En consecuencia, creó
una estructura de emergencia como “ayuda social” para asistir en lo inmediato los casos
extremos de desprotección y marginalidad[5].
Incluso afirmó que esa ayuda no tenía que agradecerse
a ningún dirigente en particular, porque -debidamente establecida y organizada-
representaba una respuesta pública de compensación mínima a los sectores
postergados. Luego, y por extensión, toda medida de gobierno que apunte a la
equidad social tiene la obligación ética y política de despersonalizarse, por
su carácter institucional o legal, para no confundirse con las “dádivas” que se
otorgan graciosamente de modo discrecional.
En los países de régimen “populista”, que manifiestan
otra trayectoria histórica -respetable, pero que no es la nuestra- esta
distinción entre la decisión pública y el arbitrio individual no sucede en la
práctica política, aunque pueda declamarse publicitariamente como una
manifestación de “progresismo”. Para la visión peronista y nuestra experiencia
nacional, la verdadera solución está en el orden de la “justicia social”
promovida por el trabajo genuino y el acceso a la educación y la capacitación,
en una cultura, no de sacrificio, pero sí de esfuerzo solidario, sin la
corrupción clientelista.
El
poder se construye, no se conquista
La idea justicialista de que
el poder se “construye” y no se “conquista”, refiere a la evolución organizada
que requiere obtenerlo como efecto acumulado de un proyecto y un proceso de
ascenso compartido. Por consiguiente, no se logra “venciendo” sino
“convenciendo” como resultado de una acción constante de esclarecimiento,
persuasión y coordinación de fuerzas sociales mayoritarias, que recusa la
prepotencia de toda visión cerrada y elitista.
En este aspecto fundamental,
no es ocioso recordar lo bueno y lo malo de la década del 70, cuyo peor
desenlace fue la violencia de las alas extremas. Es la lección que no debe
olvidarse porque significa captar la esencia de la gran política, que tarde o
temprano prescinde de la agitación y el activismo sin destino.
Algunos de los jóvenes al
mando de las organizaciones surgidas al calor de la actual administración son
hijos de desaparecidos en la parte más oscura de la última dictadura, y que
otros argentinos también sufrimos como persecución, cárcel y exilio. Ellos
merecen nuestra solidaridad junto a la exigencia de verdad, memoria y justicia;
pero esa condición de principales víctimas de la represión no los convierte a
todos automáticamente en dirigentes idóneos para la función pública. El riesgo
sería que, mal aconsejados por algunos veteranos setentistas, que no asimilaron
la experiencia vivida, generen una estructura regimentada improcedente en
democracia.
Perón considera una ingenuidad
creer que el simple voluntarismo ideológico determina los ciclos de la
trayectoria universal. En cambio, propone la inteligencia de adaptarse, con un
adecuado sistema orgánico, a las tendencias de esa evolución compleja y
objetiva, lindante con el “fatalismo histórico”. Esta concepción es similar, de
un modo u otro, en los grandes estadistas mundiales que supieron comprender la
realidad, y la transformaron mediante las herramientas estratégicas de la
previsión y la planificación; y por lo tanto no debe confundirse con la noción
vulgar que desalienta la acción.
Los capítulos que siguen son
un sencillo aporte a la reflexión actualizada de los núcleos temáticos inscriptos
en la tesis superior de la comunidad organizada, como punto de partida y de
llegada del justicialismo. Hoy, en la era de la integración regional[6],
su difusión se favorece en nuestro continente, a condición de no sustituirla
con la regresión que significaría la base rudimentaria del populismo; pues,
haciendo las cosas bien, puede aprovechar la extensa continuidad geográfica de
una gran confluencia territorial, lingüística y cultural.
Buenos Aires, abril de 2012
J.L. y A.M.P.
[1] Sobre la crítica al caudillismo ver la obra
fundamental de Perón “Conducción política“, especialmente el Capítulo V.
[2] Ver Enfoques para el
estudio de la realidad nacional, con sus dos últimas conferencias, 1974.
[3] Del mismo autor Manual de
zoncera argentinas, 1968. También Juan José Hernández Arregui en Imperialismo y
cultura, 1957.
[4] Para
un desarrollo de esta tesis, y en general de todo lo referente a política y sindicalismo,
ver nuestro libro “Comunidad, trabajo y poder: las claves del movimiento”.
[5] Ver La razón de mi vida,
Capítulos XXXI, XXXII y XLIII
[6] Sobre
la integración regional y el continentalismo justicialista, pueden consultarse
nuestras obras: Estado y defensa: el poder de la identidad cultural y la unión
regional; Crisis global, estrategia regional; El destino de la guerra; Política
y estrategía en el bicentenario argentino.
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