lunes, 11 de julio de 2016

JUSTICIA SOCIAL SIGLO XXI



Introducción


JUSTICIA SOCIAL SIGLO XXI


Peronismo: ser y tiempo

Los grandes conductores y pensadores a cuya memoria se dedica esta obra, lo han sido porque comprendieron que su misión trascendía lo efímero de la vida personal, y que ella sólo alcanzaba un sentido pleno al consagrarse a la lucha por la realización nacional. La percepción de los obstáculos y problemas que ésto presuponía incrementó su conciencia política, y  potenció su voluntad de compromiso y acción; sin tolerar la rigidez de las ideas “puras”, siempre estériles en la presencia de lo real, que asimilaron como la propia verdad para decir, organizar y hacer.

Su trayectoria empieza, precisamente, en su aporte para definir el “ser” nacional, como sustancia, calidad y relación íntima de la existencia de nuestra comunidad en el espacio y el tiempo. El ser como condición del discurso y la estrategia de un movimiento multitudinario creado para realizar en conjunto todas sus perspectivas y posibilidades. Enhebrados en sus principios y valores, también nosotros adquirimos un destino de significado, y dejamos la indiferencia social del individualismo, que deambula entre situaciones y hechos aislados carentes de sentido histórico.

Nos referimos a un sistema de grandes ideas orientadoras que no surgen de la nada, sino de la reflexión aguda y profunda sobre la dinámica social, especialmente la que motorizan las fuerzas productivas, y que se inspiran en las crisis que provocan los cambios de época y de paradigma cultural. Es un enfoque claro y abierto, que busca las “constantes colectivas” capaces de trascender, para construir sobre ellas una doctrina operativa, y no meramente discursiva, permeable a la adaptación táctica y la ejecución descentralizada.

Es lo contrario de la ideología concebida como alienación intelectual de la realidad, cristalizada en un cuerpo dogmático inflexible que, como se ha demostrado, propende al autoritarismo y el totalitarismo. Y también a las situaciones extremas, porque es incapaz de mantener una sucesión gradual de objetivos, dentro de los márgenes de legitimidad y del ritmo de avance que aprueban en cada etapa las grandes mayorías.

Cuando este tipo de doctrina se elabora y se asienta en un período propicio, aunque se encarne en líderes fundacionales, puede superar la limitación histórica del populismo o del caudillismo[1]; porque produce programas y estructuras, y forma cuadros protagónicos que la hacen perdurar en el tiempo. Es decir, perseverar en su finalidad estratégica más allá de la vida biológica de todo personalismo. El lazo de unión se fortalece afectivamente, además, en quienes comparten un verdadero proyecto, que puede tener ciclos de apogeo y declinación, para renacer sobre la base de una identidad cultural y un sentimiento solidario de participación activa.


Recomenzar con la prédica de los principios y valores

Para una construcción social sólida, es imposible comprender sin sentir, como en la frialdad del laboratorio intelectual, pero tampoco se puede sentir sin saber, porque eso llevaría a la improvisación y el espontaneísmo. La conjunción del pensar y el sentir, que es el antídoto contra el ideologismo de los grupos sectarios, hace factible en cambio la conexión orgánica vital que genera una auténtica representación, y resiste el comportamiento mecánico de los “aparatos” políticos viejos o nuevos.

Así como las teorizaciones abstractas sucumben al extraviarse de la práctica concreta, se da el caso inverso de doctrinas sensibles que saben correctamente que el método de acción depende de la situación y no al revés (lo cual define al elitismo y al foquismo). Luego, las ideas valiosas, aunque en algunos momentos sociales parecen dormidas, sólo están esperando su turno para desplegar toda su fuerza movilizadora. Ello ocurre por estado de necesidad de la comunidad que, en la gravedad de la crisis, encuentra el impulso de sobrevivencia que le indica el remedio apropiado vía sus “valores de salvación”.

No nos equivocamos al juzgar la crisis actual de nuestro mundo, por su intensidad y complejidad, como una crisis cultural y filosófica. Lo característico de ella es que los valores no valen, y cuando esto sucede la organización no organiza y la conducción no conduce. En consecuencia, reina la falta de escrúpulos, la inoperancia casi absoluta de todas las instituciones, y la falta de credibilidad y prestigio de los dirigentes. No hay siquiera discurso político coherente porque hasta la palabra y el lenguaje se han desvalorizado. 

Decimos esto para no pecar de ingenuidad recitando fórmulas voluntaristas o expresiones de deseo ante un horizonte eventual de anomia y anarquía; a menos que, como sociedad, reaccionemos ante el riesgo de reproducir planos de confusión y enfrentamiento. Tampoco debemos condenarnos a la reiteración de divisiones y polarizaciones, porque “las leyes históricas son de tendencia”, lo cual tiene que aprovecharse para prevenir riesgos y adaptarse a las alternativas que se presenten.

 Por esta razón, se debe comenzar por círculos concéntricos a dar respuesta, en principio, a la militancia y sus adherentes, predicando los “conceptos transcendentales” de ayer y de hoy, como la comunidad organizada y el movimiento nacional en una etapa institucional, no populista, como Perón lo expresó en su legado político.

Es una forma de colaborar con el buen gobierno, con una lealtad de fines y no una obsecuencia de cargos, porque si ocurrieran situaciones difíciles, como siempre las hubo y las habrá, necesitaremos la acción de todo el peronismo unido, que sigue siendo el movimiento más grande de nuestra América. Su doctrina perfectible y actualizable, sin perder su esencia, ilumina y da una referencia que no puede negarse, para que otras fuerzas menores, pero importantes, se sumen a los flancos de un frente unificado de liberación.


Un modo de pensar que supere los prejuicios sociales

Para quienes quieran salir al encuentro de la realidad argentina, sin necesidad de remitirse a formatos ideológicos extraños, es evidente que el motor propulsor de ese frente ampliado es el mundo del trabajo. Esta conclusión surge antes que nada de un “modo de pensar”, ya que éste -según Jauretche[2]- es anterior a un pensamiento sistemático, aunque responde a la capacidad de observación de nuestra historia y somete su evaluación a la constante prueba de los hechos.

Tal postura desafía los prejuicios de clase impuestos por la “colonización pedagógica”[3] del régimen de dependencia, afectando en particular a los sectores medios que temen “descender” de su categoría social y aproximarse al movimiento obrero. Esta paradoja, que frustra la posibilidad de un movimiento más integrado, es causa suficiente de una “revisión cultural” para superar los bolsones residuales de un subdesarrollo mental encubierto en un supuesto racionalismo.

El progreso social, no el progresismo declamado, está ligado indisolublemente al desarrollo industrial y tecnológico del país, promovido principalmente por medios nacionales. Estos medios exigen la concertación entre el empresariado productivo, un Estado eficaz, las organizaciones gremiales y las nuevas formas cooperativas y de propiedad social. En el caso del sindicalismo, la condición es que no se encuentre tergiversado en sus funciones claves por el oportunismo ni la corrupción, y exprese claramente los intereses legítimos de sus representados.

El sindicato como estructura no existe en el vacío, y en consecuencia está inmerso en la crisis general que se traduce en crisis institucional. Ésta tiene aquí una importancia mayor por la definición que lo ubica como factor vertebrador del movimiento. Con todo, sigue siendo la formación relativamente más organizada, disciplinada y de mayor despliegue territorial del país. Ahora necesita actualizarse en sus cuadros y procedimientos para abarcar a todos los trabajadores: sean activos, jubilados, precarizados, semiesclavizados y desocupados en “un gran movimiento de movimientos[4]”, ante la regresión laboral que impone la globalización asimétrica y sin reglas del “capitalismo anárquico”.

Lo grave sería caer por reciprocidad ideológica en un sindicalismo anarquizado, al que juega imprudentemente la politiquería por su falta de compromiso social y la extrapolación de sus divisionismos estériles, sin contenidos programáticos ni alternativas válidas todavía para la sucesión democrática. Por el otro lado, el temor de cierto oficialismo a una restauración liberal, no justifica caer en el pánico y abrir frentes de lucha de manera indiscriminada y contra un elemental sentido estratégico.


El concepto trascendental de justicia social
 
Entre los conceptos trascendentales de nuestra identidad política se destaca nítidamente el de “justicia social” que da origen al nombre del movimiento, visto el desgaste -dice Perón- del termino “socialismo”. En tal aspecto, Eva Perón, cuya figura histórica está ligada en forma universal a la asistencia humanitaria, distingue de modo contundente la primacía del concepto fundamental de justicia sobre el complementario de “ayuda social”.
 
Ubicada en el centro del siglo pasado, veía sin embargo con singular precisión, la necesidad de superar totalmente las ideas reaccionarias de limosna, caridad o beneficencia por humillantes e indignas. Es decir, por reforzar la inequidad de un sistema de explotación económica con la simulación de una filantropía de los círculos de poder. En consecuencia, creó una estructura de emergencia como “ayuda social”  para asistir en lo inmediato los casos extremos de desprotección y marginalidad[5].

Incluso afirmó que esa ayuda no tenía que agradecerse a ningún dirigente en particular, porque -debidamente establecida y organizada- representaba una respuesta pública de compensación mínima a los sectores postergados. Luego, y por extensión, toda medida de gobierno que apunte a la equidad social tiene la obligación ética y política de despersonalizarse, por su carácter institucional o legal, para no confundirse con las “dádivas” que se otorgan graciosamente de modo discrecional.

En los países de régimen “populista”, que manifiestan otra trayectoria histórica -respetable, pero que no es la nuestra- esta distinción entre la decisión pública y el arbitrio individual no sucede en la práctica política, aunque pueda declamarse publicitariamente como una manifestación de “progresismo”. Para la visión peronista y nuestra experiencia nacional, la verdadera solución está en el orden de la “justicia social” promovida por el trabajo genuino y el acceso a la educación y la capacitación, en una cultura, no de sacrificio, pero sí de esfuerzo solidario, sin la corrupción clientelista.


El poder se construye, no se conquista

La idea justicialista de que el poder se “construye” y no se “conquista”, refiere a la evolución organizada que requiere obtenerlo como efecto acumulado de un proyecto y un proceso de ascenso compartido. Por consiguiente, no se logra “venciendo” sino “convenciendo” como resultado de una acción constante de esclarecimiento, persuasión y coordinación de fuerzas sociales mayoritarias, que recusa la prepotencia de toda visión cerrada y elitista.

En este aspecto fundamental, no es ocioso recordar lo bueno y lo malo de la década del 70, cuyo peor desenlace fue la violencia de las alas extremas. Es la lección que no debe olvidarse porque significa captar la esencia de la gran política, que tarde o temprano prescinde de la agitación y el activismo sin destino.

Algunos de los jóvenes al mando de las organizaciones surgidas al calor de la actual administración son hijos de desaparecidos en la parte más oscura de la última dictadura, y que otros argentinos también sufrimos como persecución, cárcel y exilio. Ellos merecen nuestra solidaridad junto a la exigencia de verdad, memoria y justicia; pero esa condición de principales víctimas de la represión no los convierte a todos automáticamente en dirigentes idóneos para la función pública. El riesgo sería que, mal aconsejados por algunos veteranos setentistas, que no asimilaron la experiencia vivida, generen una estructura regimentada improcedente en democracia. 

Perón considera una ingenuidad creer que el simple voluntarismo ideológico determina los ciclos de la trayectoria universal. En cambio, propone la inteligencia de adaptarse, con un adecuado sistema orgánico, a las tendencias de esa evolución compleja y objetiva, lindante con el “fatalismo histórico”. Esta concepción es similar, de un modo u otro, en los grandes estadistas mundiales que supieron comprender la realidad, y la transformaron mediante las herramientas estratégicas de la previsión y la planificación; y por lo tanto no debe confundirse con la noción vulgar que desalienta la acción.

Los capítulos que siguen son un sencillo aporte a la reflexión actualizada de los núcleos temáticos inscriptos en la tesis superior de la comunidad organizada, como punto de partida y de llegada del justicialismo. Hoy, en la era de la integración regional[6], su difusión se favorece en nuestro continente, a condición de no sustituirla con la regresión que significaría la base rudimentaria del populismo; pues, haciendo las cosas bien, puede aprovechar la extensa continuidad geográfica de una gran confluencia territorial, lingüística y cultural.

Buenos Aires, abril de 2012                                                       J.L. y A.M.P.








[1] Sobre la crítica al caudillismo ver la obra fundamental de Perón “Conducción política“, especialmente el Capítulo V.
[2] Ver Enfoques para el estudio de la realidad nacional, con sus dos últimas conferencias, 1974.
[3] Del mismo autor Manual de zoncera argentinas, 1968. También Juan José Hernández Arregui en Imperialismo y cultura, 1957.
[4] Para un desarrollo de esta tesis, y en general de todo lo referente a política y sindicalismo, ver nuestro libro “Comunidad, trabajo y poder: las claves del movimiento”.
[5] Ver La razón de mi vida, Capítulos XXXI, XXXII y XLIII
[6] Sobre la integración regional y el continentalismo justicialista, pueden consultarse nuestras obras: Estado y defensa: el poder de la identidad cultural y la unión regional; Crisis global, estrategia regional; El destino de la guerra; Política y estrategía en el bicentenario argentino.


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