12. LA
VERDADERA CAPACIDAD DE CREAR HISTORIA
La
historia, madre de la política y la filosofía del pueblo
Todo renacer
de la lucha por la libertad política y la justicia social tiene un largo
precedente de marchas y retrocesos, de victorias y contrastes, que es menester
conocer y evaluar para extraer enseñanzas vitales que enlacen pasado y
presente. Es la función de la historia, como maestra de la política y de la
filosofía de los pueblos, quienes no sólo incorporan sus grandes mitos y
significados redentores, sino también su madurada visión crítica de valor
inestimable en los momentos decisivos.
Nos
introducimos así en la verdadera capacidad de crear historia, no a través del
juego legítimo de relatos de una u otra posición o perspectiva, sino por medio
de obras perdurables que requieren la prueba del tiempo para sedimentar los
elementos de su continuidad y trascendencia. Un proceso complejo de cambios
permanentes, tanto en las estructuras económicas y técnicas, de cuño
material, como en la esfera cultural donde se expresa la afectividad y la
espiritualidad de una identidad comunitaria.
Decimos
esto en el marco objetivo de la realidad de un triunfo electoral contundente, y
del reconocimiento a los logros de una gestión gubernativa que sacó al país de
su última crisis; hechos que sin embargo exigen más espacio de acción y
mayor actitud reflexiva. Sucede que las conclusiones sólidas sobre un ciclo de
intención transformadora, sólo pueden definirse, con cierta precisión, cuando
éste ya ha avanzado lo suficiente en el camino de su desarrollo intrínseco,
incluyendo sus correcciones políticas y perfeccionamiento institucional.
Antes
de esta situación concreta, que solicita aún más eficacia y acumulación de
efectos irreversibles, deberemos aceptar que muchas apreciaciones son
hipotéticas y sus conclusiones provisorias. Por tal razón, no es conveniente
aventurar “juicios históricos” apresurados, cuya pretensión “intelectual” no
consulta la cimentación de los hechos en el tiempo, ni abarca en profundidad
todo el complejo de las relaciones sociales del país. Esta precaución de buen
sentido es importante, además, para no alimentar la paradoja de las “falsas
antinomias” de quienes juzgan por oposición, con el mismo sesgo sectorial,
porque eso entorpecería el arte de gobernar de buena fe para el conjunto del
proyecto nacional pendiente.
La
revelación de la fuerza colectiva anticipa el porvenir
Los
factores claves de la acción política, como la toma de conciencia y el
ejercicio de la voluntad, trascienden todo individualismo, y se potencian
efectivamente cuando se integran en la cohesión de un nucleamiento de
participación orgánica, donde la unión hace la fuerza. Esto no implica
desconocer las virtudes especiales de personas y equipos que tienen un pensar
estratégico y previsor, porque eso consagraría la inercia del “seguidísmo”, que
es un riesgo siempre latente en los grandes movimientos colectivos.
Entre
ambos extremos, el del fracturismo elitista y el de la masificación
desaprensiva, se destaca el rol imprescindible del debate de ideas y
propuestas. En nuestro caso, no limitado a los esquemas mediáticos, propios o
extraños, sino extendido en todo el despliegue militante del sistema general de
conducción. Este sistema, si bien culmina en un liderazgo superior que
garantiza la unidad de propósito, no se reduce a la hermenéutica sofisticada de
una política de círculos.
Por
otro lado, la disciplina de una construcción orgánica de raíz popular, no es de
carácter coercitivo ni se minimiza en la ecuación mando-obediencia. Es, en
cambio, una disciplina voluntaria, fundada en la acción persuasiva de los
conductores y en la adhesión consciente de sus integrantes, según el grado de
sus convicciones en los principios y criterios adoptados y compartidos por
todos; porque ella viene, como vimos, no de la nostalgia que paraliza sino de
la maduración de una epopeya renovada y vigente.
Hay que
recordar que, en el balance a largo plazo de la historia, es el pueblo el que
enseña a los dirigentes y no al revés. Ello afirma una evolución de la sociedad
civil y sus fuerzas sociales hacia un protagonismo activo, dejando atrás,
definitivamente, las caracterizaciones incipientes de una masa pasiva de
maniobra partidocrática. Con esto queremos remarcar que los sectores populares,
encuadrados en sus múltiples formas organizativas de cooperación y solidaridad,
ejercen y ejercerán cada vez más la libertad de construir su poder específico
en el orden de su propias ideas, dando prioridad a la dimensión relevante que
perciben en los valores sociales y no a los manejos de las distintas cúpulas
políticas.
Así, no
serán sólo una fuerza organizada y determinada, sino un actor organizador y
determinante del conjunto de la comunidad, orientando -en el marco del
movimiento de desarrollo nacional- su esfuerzo relevante como productor
económico y sujeto social, con experiencia creciente de autoconvocatoria y
autogestión. Una nueva etapa que irradiará su influencia, de abajo hacia
arriba, en los espacios laborales, vecinales y municipales necesitados de una
mayor participación directa y de base para alcanzar una nueva categoría
ciudadana y una mejor calidad democrática.
La
clave de la educación recíproca
Lo
dicho no es utópico, pero tampoco fácil de realizar porque exige un gran
impulso de organización de la comunidad del pueblo en un todo de desarrollo
permanente. Y como no hay organización sin cuadros, este esfuerzo pasa
principalmente por la educación, la formación y la capacitación. Es el único
modo de satisfacer y trascender lo meramente reivindicativo en su forma
contestataria, y articular las múltiples actividades que constituyen una
función integral, en la creación innovadora de espacios de presencia y de poder
sin intermediarios parasitarios, clientelitas y corruptos.
La
educación es inseparable de una identidad cultural clara, aunque no
ideologista, lo que implica revertir años de políticas menores sin
identificación con lo propio, que apostaron a la apariencia de una “opinión
independiente”. Por fortuna para la comprensión doctrinaria, el lenguaje
cotidiano contiene siempre la matriz de una filosofía popular, plena de símbolos
y metáforas, con efecto providencial de refugio y arraigo frente a los intentos
disolventes del ser nacional. Esto es crucial para la proyección del pueblo
como sujeto, en diálogo permanente y creativo con su paisaje singular para
crear su personalidad histórica.
Es el
principio de una “educación recíproca”, donde cada uno aprende y enseña, a
medida que “se conoce a sí mismo” en las vicisitudes de la lucha por la vida y
la complejidad de las relaciones humanas en la práctica social concreta. De este
modo, advierte que si su libertad no se integra con la de sus semejantes no
sobrevive; y que la contención orgánica de esa libertad exige una actitud
responsable como alternativa a la disgregación y el caos.
Esta
forma de educación interactiva en el campo sociopolítico, es algo descartado por aquellos “intelectuales” de
distintas procedencias, pero ambientados en otras latitudes, y tributarios con
artificios “académicos” de visiones ideológicas extrañas. En cambio, en los
márgenes amplios del pensamiento nacional, aún desde distintas trayectorias,
nos comprendemos en lo esencial por lo mismo que deseamos para nuestra patria:
soberanía política, justicia social y democracia económica.
El
centro de la vida humana es el sentido de pertenencia
Con esta
impronta, todo lo popular adquiere un sentido coherente que, a pesar de las
incomprensiones “teóricas” por la duda existencial del individualismo acérrimo,
se ofrece espontáneamente al entendimiento sensible e intuitivo del hombre
argentino, por obra de sus símbolos arquetípicos. Porque sin arraigo social no
hay “pueblo protagonista”, ni posiciones tomadas desde el centro de la
vida humana que es el sentido de pertenencia.
Desde
este punto de encuentro recién es posible comunicar nuestras voces de intimidad
y enriquecerlas por la amistad y el compañerismo, sin enajenar nuestra
personalidad intransferible. Es un vuelco de fuerzas interiores que traspasa la
barrera falaz de la apariencia, y suma sin cesar capacidades, a la vez
originales y complementarias, al “nosotros social” capaz de coordinar su
potencia transformadora. Es el proceso que nos permite crecer y renovarnos sin
perder profundidad, y que promueve el aporte personal que cada uno debe hacer,
con toda iniciativa, para salir de la soledad frustrante y de la indiferencia
antisocial. Condición inexcusable para exigir, y contribuir a edificar, una
sociedad más fructífera, solidaria y segura; superando el maltrato que a veces
nos prodigamos.
La
juventud ha redescubierto la importancia de la política como herramienta de
cambio y control democrático, cuando la militancia realmente es concebida y
vivida con estas virtudes. Le falta ahora, lógicamente, capacitarse y adquirir
la experiencia que representa lo esencial de la sabiduría, porque brinda solvencia
a las “ideas conductoras”. Este aspecto es fundamental para aprovechar bien el
idealismo que suele caracterizar a esta etapa de la vida, ya que sin él resulta
demasiado fugaz ante el simple paso del tiempo, que es inexorable.
El rol
de la historia, que es la filosofía práctica y la política irrevocable, como lo
hemos tratado de resumir en estas reflexiones, ayuda a vivir esta experiencia
con el aporte de miles de militantes y ciudadanos coprotagonistas del destino
argentino. Desconocer la historia, en este sentido, sería creer de manera
absurda que la patria nació con uno, y condenarse para siempre a la inmadurez
de la ignorancia. Por el contrario, con el respeto consiguiente a las
generaciones anteriores se organiza mejor la generación actual, que se articula
en un intercambio natural y mutuamente beneficioso.
Es el
modo, decía nuestro fundador, de vencer al tiempo, aplicando la fuerza
resultante del trabajo conjunto a los mismos objetivos que pretendemos,
mientras colaboramos con la pluralidad que merecemos. Esta actitud respetuosa,
dialogante y prudente, no excluye la voluntad, la energía y el perfil propio
que significan el periodo de la juventud, tan necesario para actualizar, en las
nuevas circunstancias, el contenido de nuestras consignas permanentes. (20.11.11)
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