18. EL PENSAMIENTO PROPIO
EN UN PROYECTO COMPARTIDO
EN UN PROYECTO COMPARTIDO
La libertad en función de la verdad
Desde la cita bíblica que proclama la libertad del
hombre en función de la verdad[1],
pasando por los filósofos clásicos, hasta los grandes pensadores modernos y
contemporáneos, el tema apasionante del pensar propio de los individuos en el
seno de la comunidad, plantea los mayores desafíos en la constitución de las
organizaciones políticas y sociales de todas las épocas y culturas del mundo.
La importancia se acrecienta en los sistemas democráticos de gobierno, que
confían su desarrollo institucional a una participación ciudadana cada vez más consciente y activa.
Analizar, aunque fuese brevemente, la sucesión de
conceptos y definiciones que tratan de dilucidar esta relación de la razón para
aproximarse a la verdad, con el derecho para proteger la libertad, nos
introducirá de mejor manera en los conflictos que hoy mismo manifiesta la
complejidad de la evolución comunitaria. Y que, en muchos casos, registra el
contraste entre avances y retrocesos, especialmente en el área de la
sofisticación mediática y sus mecanismos tecnológicos, evidentes u ocultos, de
masificación y manipulación de la “opinión pública”.
Otras veces, este
deslizamiento preocupante a formas económicas o políticas de arbitrariedad, aún
en un esquema nominalmente democrático, ocurre por la suma menos perceptible de
pequeños hechos, dichos y gestos que tienden, de un modo u otro, a reemplazar
la disciplina voluntaria del ser comunitario por una obediencia automática.
Ésta, sin embargo, no resiste al estallido de crisis por acumulación de
presiones y reivindicaciones postergadas. Tal la caracterización de la actual
transición del orden global, plagada de luchas y rebeliones que, en poco
tiempo, acaban con dirigentes y referentes que parecían eternos.
Existe, en consecuencia, una
fragilidad institucional de la que ningún país está exento, aunque en cierta
etapa el ciclo de un liderazgo “autosuficiente”
parece sustituir a todo un sistema político inexistente o inoperante,
por su incapacidad y fragmentación. Hay, por lo tanto, una necesidad imperiosa
de abordar este núcleo temático con la perspectiva de la “previsión”, aún para
aquellos que consideran que este tipo de reflexiones comportan la incomodidad
de un mal augurio. Con tal fin anticipatorio, seguimos el axioma que dice que
cuando un problema es pequeño se hace difícil de ver pero fácil de corregir,
pero cuando aumenta aunque todos lo adviertan es difícil de solucionar.
La
participación orgánica por actos decisorios
El desenlace de una situación
vieja para trascender a una nueva, sea en la vida personal o comunitaria,
implica tener el valor de asumir el riesgo de concretar actos decisorios en el
momento oportuno. Es una transición significativa en nuestra realidad
intransferible, que se manifiesta por un modo de comportamiento a la vez
valiente y responsable, con el fin de defender los derechos inalienables que
capta nuestra toma de conciencia, superando
las vacilaciones que encarnan “el
miedo a la libertad”.
Se trata entonces de agudizar
nuestra conciencia para decidir nuestra conducta, como principio de la
capacidad de autogobierno y condición imprescindible para influir legítimamente
en la conducta de los otros, en una dinámica de convicción y persuasión, de
ejemplo y emulación. Este empleo honesto de la capacidad personal para pensar y
hacer pensar supera la mera obediencia producto de la ignorancia y predispone
el ánimo hacia un ordenamiento inteligente y sólido, funcional al interés general.
La búsqueda de la verdad, como hemos visto, nos otorga el privilegio de nuestra especie: la
participación orgánica libremente elegida.
Es la confluencia equilibrada
entre la voluntad personal y la integración a la organización política o
social, que exige para su funcionamiento: unidad y solidaridad. La canalización
de esta integración se realiza, desde luego, en la doctrina compartida por
conductores y conducidos, prevaleciendo sobre la ecuación anacrónica
mando-obediencia. Por consiguiente, con el respeto a los principios
doctrinarios se mantiene la integridad de la singularidad personal, y se
aceptan de conformidad distintos roles para servir un mismo objetivo, dando
sentido amplio a una identidad institucional.
Queda así establecida la conducción
correcta por persuasión, y la persuasión por la demostración de argumentos, más
el don particular de saber convencer en la prédica o el debate. Paralelamente,
resulta eliminada la dirección por imposición de voluntades no razonables y no
dialogantes, que no atienden a la dignidad de la persona y su derecho a hablar,
a reclamar o a aportar sus propias ideas en beneficio de la sociedad. Ello sólo
se consigue progresivamente, con una actitud paciente y un proceso igualitario
fundado en la educación, la capacitación y la información.
La adulación limita las
perspectivas de análisis
La organización del diálogo en
cada nivel de los encuadramientos, hará circular permanentemente la
argumentación dinámica de la conducción a las bases y viceversa, sin limitar la
“comunicación” al monólogo o la impartición de instrucciones. Tampoco es
libertad la indiscreción, la hipocresía o la falta de cortesía hacia quien
ejerce una autoridad necesaria y legítima; por eso el respeto mutuo asegura un
estado de ánimo satisfactorio en el orden político, por las virtudes del
ejercicio de la equidad y la justicia.
En todos los casos la
adulación, que no es ni discreción ni cortesía, anula el servicio de apoyo o
consejo a la línea de conducción, porque estrecha sus perspectivas de análisis
y debilita su sentido de realidad, que es la base fundamental para tomar buenas
decisiones. Ello destaca, en los órganos de asesoría, la importancia de
funcionarios francos y claros que, llegado el momento, sepan asumir el costo de
transmitir verdades poco gratas, ya que consentir el engaño por temor es
aceptar la sumisión y sus humillaciones.
Para todos los ciudadanos la
participación democrática, con esta exigencia de veracidad, empieza por
reafirmar el sentido de pertenencia que proviene de su origen social y
territorial, para ser fieles a la representación que otorga el desenvolvimiento
nacional de un sistema político que se precie de tal. Éste necesita tomar
cierta distancia de las modas políticas de circunstancia, para fortalecer la
continuidad histórica y la raigambre local de las distintas estructuras y
fuerzas que coexisten en el orden republicano
La cuestión es de sentido
común, ante la necedad de negar la
realidad de lo logrado en una gestión, o no aceptar aquello corregible o
pendiente. Ambas negaciones llevan por igual a la inacción, que es lo contrario
del liderazgo como arte pleno de ejecución. El absolutismo ideológico, pues,
tarde o temprano se vuelve en contra del intelectualismo abstracto que lo
proclama, desde cualquiera de sus extremos, porque los pueblos, en una
instancia dada de su desarrollo cívico, son reacios a la insinuación
totalitaria.
La comunidad política como
experiencia
Desde el punto de vista de la
comunidad como experiencia de vida y de acción, se trata de eludir las
discusiones ociosas con conclusiones estériles tan caras a los “círculos
ilustrados” pero inoperantes. Con esta economía de esfuerzo es posible
privilegiar la posición de quienes trabajan y defienden la realidad social que
integran. Así, es factible hacer confluir coherentemente la razón (logos) y el poder popular (polis), pensando y hablando con
transparencia y efectividad para contribuir a establecer y mantener autoridades
con reconocida idoneidad y prestigio.
La prudencia, en tanto virtud esencial de la
conducción y sus auxiliares, tiene la ventaja de no discutir la teoría de los
objetivos finales que en general se
comparten y han sido refrendados por el resultado electoral; pero sí debate la
selección de los mejores medios de acción para lograrlos. Esta función de
excelencia acredita el máximo de libertad política y técnica para expresar
ampliamente los criterios, a menudo originales y creativos, del pensar
estratégico integrado en equipos de trabajo.
La facultad de la razón propia no incluye la llamada
“verdad escéptica”, que evidencia una actitud destructiva, al carecer de
esperanza y fe, sin cuya influencia espiritual es imposible imaginar proyectos
y programas de transformación. Estos contenidos positivos denotan el poder
político de las voces protagónicas, porque
la palabra orientadora “hace y hace-hacer”. Luego, el pensamiento propio
es eficaz en lo orgánico cuando se brinda como aporte confidencial y confiable;
y hasta como crítica constructiva, cuando propone de buena fe las medidas concretas
de corrección o complementación.
Interpretar para comprender
conjugando humildad y firmeza
En esta época demasiado secular, las respuestas de la
providencia a nuestras indagaciones existenciales no son explícitas. Por ello,
gracias a la identidad cultural, plena de signos y simbolismos que se reflejan
en la actitud sencilla de la gente, es posible ver y escuchar para interpretar
y comprender cada coyuntura. Este carácter profundo de nuestra condición
humana, implica siempre un “comprendernos” a nosotros mismos, para salvar con
éxito las situaciones ambiguas que mezclan riesgo y oportunidad.
Es una aplicación del viejo refrán “ayúdate que Dios
te ayudará”, y que se añade al referido en la primera parte con “lo cortés no
quita lo valiente”. Dicho de otro modo, la conducción superior en cualquier
estructura siempre tiene la palabra de autoridad, pero ella admite el intercambio
de otras palabras a cargo de aquéllos que participan cualitativamente, a partir
de un conocimiento experimentado que sustenta sus propias convicciones y
trayectoria.
Es obvio que la discusión interna o externa no
descarta la pugna por espacios de poder que es intrínseca al hecho político.
Pero ese “juego” se canaliza en los márgenes normales del código democrático,
donde puede haber hasta “rivales” enconados pero no “enemigos” mortales. Es
más, en esta lucha muchas veces la verdad no surge del análisis mesurado, sino
del choque de pasiones o ambiciones personales, aunque todo sea preferible a la
instalación de una “falsa verdad” por obra del uso de la fuerza.
Sólo quienes se animan a convocar sin “medias
verdades”, que se replican enseguida con “medias mentiras”, pueden esperar la
lealtad y solidaridad de las bases, para asumir la responsabilidad de la línea
política que ellas mismas comparten, aún
en las circunstancias más difíciles. Tal ha sido la resistencia popular y el
rescate multitudinario de los grandes líderes que encabezaron momentos épicos
imborrables de nuestra historia, y lo hicieron sin perder presencia ante la adversidad.
Vocación de verdad y
voluntad de gestión transformadora
Según se empeña en enseñar la historia, los defectos y
faltas persistentes en la vida de la democracia inclinan su pasaje en el tiempo
a la disyuntiva entre anarquía y represión, que equivalen a la doble muerte de la libertad. Ella se
precipita, como hemos visto, cuando prevalece una masa amorfa sin organización
popular, y cuando la acción social se diluye por falta de moral social.
Advertencia que debe llevar a la sumatoria de vocación de verdad y voluntad de gestión transformadora, para no reducir el
enunciado de la libertad y la justicia a una pose meramente declamativa.
A tal fin, el pensar, el decir y el hacer tienen que
unirse para convertir a la política, en el mejor sentido del concepto, en la
“prueba de realidad de una filosofía y doctrina”. Por supuesto que no nos
referimos a la política teórica ideal en contraste con la política práctica
concreta, que se traduce en acción, tarea y trabajo. Una participación de este
carácter, en la ocasión oportuna, puede ir relativizando el seguidismo, el
conformismo y el oportunismo exaltado en los momentos de éxito, que por su
naturaleza aleatoria son los primeros desertores en los momentos de dificultad.
La libertad de ser comulga con la libertad de hacer,
configurando la necesidad de un compromiso de realización, porque nuestra forma
de vida y de militancia son inseparables en su coherencia o incoherencia ética.
Somos algo más que ciudadanos “independientes” que sólo concurren a los actos
electorales y siguen la situación del país por los medios. Allí no se agota el
sentimiento participativo que abarca la facultad de intervenir orgánicamente en
las múltiples manifestaciones del desarrollo comunitario; y que debe considerar
siempre a las personas de acuerdo a la
exigencia que plantea su destino espiritual e histórico. (2.2.12)
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