5. LA TEORIA POPULISTA
O LA RAZÓN POPULAR
Precariedad política o
movimiento orgánico
En el movimiento nacional, que en la Argentina tiene nombre
propio, el todo no es la mera suma de sus partes; porque este concepto
cuantitativo, más adecuado a una cosa mecánica, implicaría negar el núcleo
cualitativo que se eleva a una categoría espiritual y estratégica. No es
entonces algo inerte, con fines parcelados y autónomos de su razón de ser
principal, sino un todo orgánico, cuya matriz doctrinaria común hace converger
al conjunto sobre sus grandes objetivos de soberanía, libertad y justicia.
Esta comunidad de cultura política, económica y
social, forjada en la sucesión de ciclos evolutivos y revolucionarios, según
las etapas históricas transcurridas, no sólo coordina sus sectores funcionales,
sino que sabe establecer un nexo de relaciones y aportes que se intercambian
provechosamente. Es un centro intangible que concentra energías desde la base
para el autodesarrollo de estructuras, líneas operativas y franjas de
conducción. Su propia subsistencia demuestra la fortaleza intrínseca de sus
valores orgánicos, que vencieron al tiempo pasando las pruebas impuestas por
los errores, desvíos y deserciones de algunos dirigentes.
Fuera de esta unidad voluntaria y consciente, cuya
esencia es inmune a la represión o a la prebenda, las partes no tienen destino,
al menos en la calidad que se postula. El componente político se diluiría en el
tráfico de influencias de la democracia formal; el sindicalismo se reduciría a
un gremialismo reivindicativo sin proyección de poder; sus pensadores y
técnicos se encerrarían en círculos discursivos de retóricas estériles; y sus
jóvenes se quedarían en el mero activismo sin alcanzar la capacitación que sólo
brinda la experiencia del intercambio generacional.
Esta hipotética desarticulación del movimiento no
figura aquí gratuitamente. Por el contrario, es la tesis central de los
teóricos del “progresismo” que, en vez de proponerse actualizar y perfeccionar
el movimiento utilizado en el acceso electoral, plantean la inserción de sus
partes aisladas reconvertidas con otras en una nueva fuerza. Peronismo,
radicalismo, socialismo y desarrollismo,
no en un frente abarcador con coherencia superior a lo existente, sino en una
aleación de discurso y tono regresivo porque propugna directamente el
“populismo”, como forma precaria de la conciencia política de las grandes
mayorías, sin doctrina, ni organización, ni formación de cuadros.
Progresismo intelectual o
progreso social
Progreso es una noción normativa que define el avance
hacia algo mejor, aunque dando por sentado que tal proceso no es lineal ni
absoluto, ya que se relativiza constantemente en el cambiante balance social de
aspiraciones y logros. Esto sanciona a quienes juzgan el presente sin una
relación reflexiva con el pasado y una aproximación seria al futuro. Repiten el
error cometido al tratar de desagregar ficticiamente las estructuras moldeadas
por la evolución, porque el progreso no es el discurso de la razón individual
sin voluntad de acción, sino una historia colectiva de esfuerzos y luchas.
Las organizaciones sociales, en tanto pugnan sin cesar
por el progreso, siempre están en estado crítico, porque sus decisiones se
abren paso entre lo necesario y lo posible, como flancos vulnerables que
comprometen su existencia: porque en política -como se sabe- lo que no es
factible es falso. Por eso es poco útil la actividad intelectual que busca una
relación “estética” con la “verdad”, en vez de pensar con humildad para
percibir la realidad y contraer un compromiso cierto, desde un lugar
localizable en el despliegue de fuerzas,
a fin de hacer un camino compartido al andar.
Hay mucho trabajo auténticamente inteligente para
quienes disponen de una formación académica o técnica, y superen el molde
rígido de las ideas “puras” y los sistemas ideológicos cerrados, sin carga
humana ni comprensión de los rasgos contrapuestos de nuestra idiosincrasia
cultural. Es justamente allí donde se prueban las doctrinas que abren
perspectivas al compromiso y la participación de la mayor cantidad de
ciudadanos que, por su parte, van abandonado el exceso de individualismo e
indiferencia para ingresar en la práctica social de las relaciones
comunitarias.
Este empeño por aumentar el conocimiento auténtico y
la conciencia política, y con ella la voluntad por lo social, debe ir
acompañada de la resolución de abandonar el “clasismo” contradictorio propio de
los círculos áulicos de la pequeña burguesía; porque estos cenáculos y sus
producción mediática, al desdeñar las organizaciones sociales que integran el
movimiento nacional, postulan una suerte de “anarquismo” superficial, que hace
el juego a la reacción de los grandes grupos de poder.
Triunfalismo pasivo o
esfuerzo continuado
Quienes componen por su profesión los sectores medios
de nuestra comunidad, como formación económico-social de la etapa actual de
nuestro desarrollo, no ocupan obviamente una posición independiente. La historia
demuestra que dichos sectores, intermedios en la ecuación productiva, se
vuelcan hacia uno u otro lado de la polarización política entre lo nacional y
lo liberal. Por dicha causa, que suele inclinar la balanza en algunos momentos
decisivos, deben reflexionar sobre cuál es la ubicación que les permitiría un
mayor despliegue y utilidad de su capacidad creadora.
En nuestra opinión, la opción liberal o neoliberal estimula un
“intelectualismo” y un “racionalismo” unilateral, propenso al esquema de
dominación alentado por formas tecnocráticas supuestamente apolíticas. En
cambio, la opción nacional, propende al estudio profundo de los complejos
fenómenos de la realidad, en un país que ansía liberase de la dependencia. Esta
es la vía de aproximación a las capas populares y a los trabajadores,
necesitados de un aporte fructífero para saltar de calidad en sus niveles de
desenvolvimiento político e información sociocultural.
A diferencia del populismo, el proyecto nacional
postula y requiere el desarrollo integral de la persona humana, más allá de su
función estrictamente profesional y laboral. Es un proyecto impulsado por toda
una filosofía de vida que partiendo de la dignidad insoslayable del trabajo,
sostiene un ideal de realización individual y colectiva, basado plenamente en
la solidaridad, el compañerismo y la convivencia, que son valores inherentes al
humanismo comunitario.
Volvemos así a prevenir un problema de identidad
política, porque ella no es algo abstracto, ni está fuera de las diferencias y
contradicciones contenidas en los grandes movimientos. Esta dinámica debe
entenderse con la justa comprensión de las condiciones reinantes en cada
momento de la lucha del pueblo. Para canalizar correctamente estas
contradicciones, que son la fuente motriz de nuestra movilización permanente,
hay que guiar el trazado de la línea operativa sumando y no restando adhesión y
participación. En contra de este axioma de la buena conducción actúan, valga
reiterarlo, el sectarismo y el clasismo, la suficiencia y la prepotencia, y el
triunfalismo absurdo que desmotiva lo propio y aglutina al adversario.
Ambición individual o
aspiración compartida
Llegamos así al tema crucial de la conducción, donde,
además de la doctrina y la organización, tiene un rol relevante el don del liderazgo que, en todos los niveles, debe
promover el éxito del esfuerzo acumulado. Esto significa que la “unidad de
concepción”, dada por la congruencia de ideas y sentimientos constitutivos de
la convocatoria y aglutinación del movimiento, debe culminar en una “unidad de
acción”, sin divisionismo ni interferencias, gracias al acierto de las
orientaciones persuasivas emanadas de su autoridad legítima.
En consecuencia, para que el liderazgo no represente
el resultado negativo de la ambición desmedida, precisamos considerarlo y
realizarlo como producto de una práctica compartida; o sea: coordinando todos
sus componentes en un completo sistema de conducción, cuya selección y control
democrático pertenezcan naturalmente a las bases y al encuadramiento territorial. Esto hace indispensable una
enorme tarea de formación en valores y de capacitación en técnicas y
habilidades metodológicas, para superar la instancia primaria del espontaneísmo
y la improvisación, que al final se pagan caro.
Lamentablemente, vemos que esta tarea, tan vital como
discreta, no se cumple de modo suficiente para elevar la calidad y selección de
los dirigentes, siendo opacada por los recursos aplicados a la concepción de la
política como espectáculo. En cambio, cuando las cosas se hacen bien, cuestión
de la que tenemos clara memoria, se avanza por ejes convergentes: con la
formación doctrinaria y técnica, la línea de cuadros militantes y el apoyo de
los organismos de difusión; sin confundir ni omitir ninguno de los distintos
planos de acción que verifican la multiplicidad del movimiento.
Finalmente, es clave el rol de la conducción superior
encargada de unir tal dispositivo, que exige un gran esfuerzo que demanda la
asistencia de un asesoramiento tipo “Estado Mayor”. La experiencia indica la
validez universal de estos equipos de excelencia, que no rehuyen ni los
dirigentes de las potencias ni lo ejecutivos de las corporaciones.
Sucede que la complejidad actual del arte de gobernar
excede la buena voluntad, cuando no el aporte impreciso, de los famosos
entornos. En este aspecto, la paradoja estratégica de un movimiento
multitudinario es que, si bien él unicamente funciona con un liderazgo
definido, requiere a la vez una actitud prudente y abierta para oxigenar sus
propuestas, distinguiendo entre la obediencia efímera y la lealtad a un
proyecto histórico que nos trasciende a todos. (18.7.11)
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