lunes, 11 de julio de 2016

5. LA TEORIA POPULISTA O LA RAZÓN POPULAR



5. LA TEORIA POPULISTA O LA RAZÓN POPULAR


Precariedad política o movimiento orgánico

En el movimiento nacional, que en la Argentina tiene nombre propio, el todo no es la mera suma de sus partes; porque este concepto cuantitativo, más adecuado a una cosa mecánica, implicaría negar el núcleo cualitativo que se eleva a una categoría espiritual y estratégica. No es entonces algo inerte, con fines parcelados y autónomos de su razón de ser principal, sino un todo orgánico, cuya matriz doctrinaria común hace converger al conjunto sobre sus grandes objetivos de soberanía, libertad y justicia.

Esta comunidad de cultura política, económica y social, forjada en la sucesión de ciclos evolutivos y revolucionarios, según las etapas históricas transcurridas, no sólo coordina sus sectores funcionales, sino que sabe establecer un nexo de relaciones y aportes que se intercambian provechosamente. Es un centro intangible que concentra energías desde la base para el autodesarrollo de estructuras, líneas operativas y franjas de conducción. Su propia subsistencia demuestra la fortaleza intrínseca de sus valores orgánicos, que vencieron al tiempo pasando las pruebas impuestas por los errores, desvíos y deserciones de algunos dirigentes.

Fuera de esta unidad voluntaria y consciente, cuya esencia es inmune a la represión o a la prebenda, las partes no tienen destino, al menos en la calidad que se postula. El componente político se diluiría en el tráfico de influencias de la democracia formal; el sindicalismo se reduciría a un gremialismo reivindicativo sin proyección de poder; sus pensadores y técnicos se encerrarían en círculos discursivos de retóricas estériles; y sus jóvenes se quedarían en el mero activismo sin alcanzar la capacitación que sólo brinda la experiencia del intercambio generacional.

Esta hipotética desarticulación del movimiento no figura aquí gratuitamente. Por el contrario, es la tesis central de los teóricos del “progresismo” que, en vez de proponerse actualizar y perfeccionar el movimiento utilizado en el acceso electoral, plantean la inserción de sus partes aisladas reconvertidas con otras en una nueva fuerza. Peronismo, radicalismo, socialismo y  desarrollismo, no en un frente abarcador con coherencia superior a lo existente, sino en una aleación de discurso y tono regresivo porque propugna directamente el “populismo”, como forma precaria de la conciencia política de las grandes mayorías, sin doctrina, ni organización, ni formación de cuadros.


Progresismo intelectual o progreso social

Progreso es una noción normativa que define el avance hacia algo mejor, aunque dando por sentado que tal proceso no es lineal ni absoluto, ya que se relativiza constantemente en el cambiante balance social de aspiraciones y logros. Esto sanciona a quienes juzgan el presente sin una relación reflexiva con el pasado y una aproximación seria al futuro. Repiten el error cometido al tratar de desagregar ficticiamente las estructuras moldeadas por la evolución, porque el progreso no es el discurso de la razón individual sin voluntad de acción, sino una historia colectiva de esfuerzos y luchas.

Las organizaciones sociales, en tanto pugnan sin cesar por el progreso, siempre están en estado crítico, porque sus decisiones se abren paso entre lo necesario y lo posible, como flancos vulnerables que comprometen su existencia: porque en política -como se sabe- lo que no es factible es falso. Por eso es poco útil la actividad intelectual que busca una relación “estética” con la “verdad”, en vez de pensar con humildad para percibir la realidad y contraer un compromiso cierto, desde un lugar localizable en el  despliegue de fuerzas, a fin de hacer un camino compartido al andar.

Hay mucho trabajo auténticamente inteligente para quienes disponen de una formación académica o técnica, y superen el molde rígido de las ideas “puras” y los sistemas ideológicos cerrados, sin carga humana ni comprensión de los rasgos contrapuestos de nuestra idiosincrasia cultural. Es justamente allí donde se prueban las doctrinas que abren perspectivas al compromiso y la participación de la mayor cantidad de ciudadanos que, por su parte, van abandonado el exceso de individualismo e indiferencia para ingresar en la práctica social de las relaciones comunitarias.

Este empeño por aumentar el conocimiento auténtico y la conciencia política, y con ella la voluntad por lo social, debe ir acompañada de la resolución de abandonar el “clasismo” contradictorio propio de los círculos áulicos de la pequeña burguesía; porque estos cenáculos y sus producción mediática, al desdeñar las organizaciones sociales que integran el movimiento nacional, postulan una suerte de “anarquismo” superficial, que hace el juego a la reacción de los grandes grupos de poder.


Triunfalismo pasivo o esfuerzo continuado

Quienes componen por su profesión los sectores medios de nuestra comunidad, como formación económico-social de la etapa actual de nuestro desarrollo, no ocupan obviamente una posición independiente. La historia demuestra que dichos sectores, intermedios en la ecuación productiva, se vuelcan hacia uno u otro lado de la polarización política entre lo nacional y lo liberal. Por dicha causa, que suele inclinar la balanza en algunos momentos decisivos, deben reflexionar sobre cuál es la ubicación que les permitiría un mayor despliegue y utilidad de su capacidad creadora.

En nuestra opinión, la opción  liberal o neoliberal estimula un “intelectualismo” y un “racionalismo” unilateral, propenso al esquema de dominación alentado por formas tecnocráticas supuestamente apolíticas. En cambio, la opción nacional, propende al estudio profundo de los complejos fenómenos de la realidad, en un país que ansía liberase de la dependencia. Esta es la vía de aproximación a las capas populares y a los trabajadores, necesitados de un aporte fructífero para saltar de calidad en sus niveles de desenvolvimiento político e información sociocultural.

A diferencia del populismo, el proyecto nacional postula y requiere el desarrollo integral de la persona humana, más allá de su función estrictamente profesional y laboral. Es un proyecto impulsado por toda una filosofía de vida que partiendo de la dignidad insoslayable del trabajo, sostiene un ideal de realización individual y colectiva, basado plenamente en la solidaridad, el compañerismo y la convivencia, que son valores inherentes al humanismo comunitario.

Volvemos así a prevenir un problema de identidad política, porque ella no es algo abstracto, ni está fuera de las diferencias y contradicciones contenidas en los grandes movimientos. Esta dinámica debe entenderse con la justa comprensión de las condiciones reinantes en cada momento de la lucha del pueblo. Para canalizar correctamente estas contradicciones, que son la fuente motriz de nuestra movilización permanente, hay que guiar el trazado de la línea operativa sumando y no restando adhesión y participación. En contra de este axioma de la buena conducción actúan, valga reiterarlo, el sectarismo y el clasismo, la suficiencia y la prepotencia, y el triunfalismo absurdo que desmotiva lo propio y aglutina al adversario.


Ambición individual o aspiración compartida

Llegamos así al tema crucial de la conducción, donde, además de la doctrina y la organización, tiene un rol relevante el don del  liderazgo que, en todos los niveles, debe promover el éxito del esfuerzo acumulado. Esto significa que la “unidad de concepción”, dada por la congruencia de ideas y sentimientos constitutivos de la convocatoria y aglutinación del movimiento, debe culminar en una “unidad de acción”, sin divisionismo ni interferencias, gracias al acierto de las orientaciones persuasivas emanadas de su autoridad legítima.

En consecuencia, para que el liderazgo no represente el resultado negativo de la ambición desmedida, precisamos considerarlo y realizarlo como producto de una práctica compartida; o sea: coordinando todos sus componentes en un completo sistema de conducción, cuya selección y control democrático pertenezcan naturalmente a las bases y al encuadramiento  territorial. Esto hace indispensable una enorme tarea de formación en valores y de capacitación en técnicas y habilidades metodológicas, para superar la instancia primaria del espontaneísmo y la improvisación, que al final se pagan caro.

Lamentablemente, vemos que esta tarea, tan vital como discreta, no se cumple de modo suficiente para elevar la calidad y selección de los dirigentes, siendo opacada por los recursos aplicados a la concepción de la política como espectáculo. En cambio, cuando las cosas se hacen bien, cuestión de la que tenemos clara memoria, se avanza por ejes convergentes: con la formación doctrinaria y técnica, la línea de cuadros militantes y el apoyo de los organismos de difusión; sin confundir ni omitir ninguno de los distintos planos de acción que verifican la multiplicidad del movimiento.

Finalmente, es clave el rol de la conducción superior encargada de unir tal dispositivo, que exige un gran esfuerzo que demanda la asistencia de un asesoramiento tipo “Estado Mayor”. La experiencia indica la validez universal de estos equipos de excelencia, que no rehuyen ni los dirigentes de las potencias ni lo ejecutivos de las corporaciones.

Sucede que la complejidad actual del arte de gobernar excede la buena voluntad, cuando no el aporte impreciso, de los famosos entornos. En este aspecto, la paradoja estratégica de un movimiento multitudinario es que, si bien él unicamente funciona con un liderazgo definido, requiere a la vez una actitud prudente y abierta para oxigenar sus propuestas, distinguiendo entre la obediencia efímera y la lealtad a un proyecto histórico que nos trasciende a todos. (18.7.11)



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