6. MILITANCIA: PRESENCIA,
VALORES Y CONSTANCIA
Quejarse de la realidad o
transformarla
Quejarse de la realidad es la forma inversa de la conducción,
cuya misión precisamente es trasformarla. Esta inversión obtusa del arte sólo
sirve para eludir la autocrítica que hable de nuestras falencias, y no sólo de
las de aquellos a quienes se pretende vencer en una campaña electoral. Ubicados
en la vida democrática tal cual se da, con sus posibilidades y defectos, no hay
otra alternativa que trabajar en la base social, que se ha abandonado por
insuficiencia de vocación y acción política.
Esta incapacidad evidente en el escenario complejo de
las grandes ciudades, que concentran la mayor parte de los factores de
comunicación y capacitación, obedece a la falta de voluntad para el contacto y
la relación directa con las franjas populares, que son las protagonistas del
fenómeno irreemplazable de la participación. Luego, queda un enorme vacío que
deja el populismo de izquierda, para que lo ocupe el populismo de derecha con bastante
resultado.
Es conveniente analizar las causas de cierta frustración
que es imposible disimular, empezando por el criterio “intelectual” que
confunde la elaboración sofisticada de tesis ideológicas, con las ideas
políticas prácticas que pueden convocar y unir a las fuerzas necesarias. Error
persistente al que se suma el maniqueísmo adolescente de dividir el campo entre
buenos y malos, inhibiendo el acceso a las virtudes de la militancia, que no se
declaman, se realizan. Ella requiere ideales y valores como ejemplo personal y
síntesis de una concepción de la sociedad que se anhela más equitativa y justa.
Concepción que hay que acompañar con la orientación sobre el camino real a
seguir para lograr sus metas en la sociedad civil. De allí se deriva la
educación ética de los adherentes y cuadros, como núcleo de la energía moral
indispensable para luchar con las adversidades del presente y crear proyectos
de futuro.
Asistencialismo burocrático
o compartir esfuerzos
Un entrañable pensador nacional decía que “la amistad
es un olvido del egoísmo” (Raúl Scalabrini Ortiz). A ello se podría agregar que
la solidaridad, como demostración de sentido social, representa la superación del
individualismo urbano, poco propenso inicialmente a los afectos comunitarios
que, sin embargo, permiten desplegar a plenitud la personalidad humana. La
amistad y la solidaridad tampoco se realizan en la operatoria del asistencialismo
ejercido centralizadamente desde una burocracia estatal y, por lo tanto siempre
sospechosa para la percepción argentina del oportunismo y la corrupción. Este
sentimiento adverso, más allá del voluntarismo de los funcionarios, corresponde
al hecho de que el “beneficiario” pasivo de la ayuda oficial la considera
obligatoria y, al final, siempre escasa en relación a sus necesidades.
Hace falta, en consecuencia, el esfuerzo del militante
de base para suscitar una actitud positiva y activa, en una tarea compartida
que hay que cumplir día a día y paso a paso, como lo supimos hacer en otras
épocas, donde reinaban las pautas inigualables de nuestra doctrina. Esta
apertura del corazón y de la mente es la que se reclama ahora a aquellos grupos
que no escuchan a nadie, y hablan para sí mismos, en una “revolución” de
minorías ilustradas que ignoran lo esencial.
No se dan cuenta que, al no promover una
transformación evolutiva, y repetir los argumentos estancados de las “falsas
antinomias”, que prevenía la sabiduría de Perón, hacen el juego a los profetas
contemporáneos de “civilización o barbarie”, que saben lo que dicen y saben lo
que hacen. El populismo, de izquierda o derecha, es una regresión para la rica
trayectoria política de un pueblo actor de grandes cambios históricos. Queda
pendiente, pues, algo distinto del revisionismo neomarxista de esa historia,
llevada de la mano de autores no situados cabalmente en la razón popular de
nuestra causa nacional.
Centralismo excesivo o
libertad táctica
La militancia fructifica en la realización creativa de
una práctica adaptada a cada realidad. Definición abarcativa del trabajo que,
si bien sigue la directriz del nivel superior, no se queda allí, ni repite con
tono monocorde el discurso en bloque de la conducción, sobreactuando una
obediencia formal cercana a la obsecuencia y a la pereza mental y operativa. En
el código de la estrategia, todo mensaje general exige un desdoblamiento de
contenidos, para aplicarlo a cada lugar geográfico y sector social. Este despliegue
de argumentos y propuestas es clave para la diversificación de las voces
políticas, con la resonancia propia de la multiplicidad del movimiento, a fin
de llegar e identificarse plenamente con sus distintos integrantes.
Un sistema completo de conducción, que incluye y
brinda suficiente espacio a la iniciativa táctica y a la descentralización
logística, evita el defecto grave de la masificación política, que afecta el
derecho personal de participar libremente. En lo organizativo, un sistema así,
bien integrado, exige un accionar conjunto de cientos de cuadros vecinales y
barriales, formados como “lideres comunitarios”; los que no han sido
remplazados, como se ha comprobado, por agrupaciones de activistas sin suficiente
despliegue e inserción territorial.
La humildad no empaña el brillo de la conducción, en
ninguna de sus instancias: lo acrecienta porque estimula el diálogo, y aún el
debate sincero de diferencias que enriquecen y amplían la base de sustentación
de una estructura que pretende proyección histórica. La disciplina excesiva,
ante la actual profusión igualitaria, alienta en cambio un respeto reverencial fomentado
por la concesión de cargos públicos, quizás sin selección de idoneidad ni
evaluación de gestión.
Oportunismo político o
vocación comunitaria
Quedan así resumidos algunos ejes de discusión
constructiva que hay que dar cuanto antes, porque el silencio otorga espacio a
la imprudencia que hurta trayectorias y prestigios de tantos militantes de
buena fe. El problema no es únicamente de mala comunicación, es por la falta de
organización, situación concreta que demanda trabajo, método y recursos. En
política, el poder no se alcanza de cualquier manera, sino que se estructura
laboriosamente con tiempo y paciencia.
Las grandes ciudades no se inclinarán a nuestro lado
de un día para el otro, ni siquiera con el mejor candidato y la campaña más
eficaz; porque la acción pendiente no es meramente electoral, sino una tarea
constante de servicio y generación de organizaciones permanentes de participación
política, económica y social. La comunidad organizada, cumplida ya su etapa
fundacional, se expresa hoy en la
necesidad de fortalecer los gobiernos locales, municipales y comunales. Y en la
intervención de la ciudadanía, y especialmente de los trabajadores, en las formas paulatinas de
dirección y propiedad social, para acceder a sus propios medios de comunicación
y centros de capacitación profesional, sin imposiciones ni regalías de nadie.
El deseo legítimo de una transición hacia una mayor y
mejor identidad cultural, que a veces se plantea como batalla cultural, no debe
dejarse al mando de los ideólogos del enfrentamiento sistemático; porque la pugna de los “anti” contradice las
categorías políticas indispensables de la persuasión y la concertación. Ellas
deben manifestarse lógicamente, con energía y entusiasmo, para sustentar las
diferentes posiciones, pero sin alentar antagonismos violentos y destructivos.
(24.7.11)
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