27. CUALIDADES Y OBLIGACIONES DEL LIDERAZGO
Hubo un tiempo en que tuvimos
prohibida la palabra “líder”, porque refería por antonomasia al creador de
nuestro Movimiento. Por eso hoy resulta grato recordar su esencia, no por
comparación histórica, sino para destacar su excelencia forjada en la formación
constante del criterio y el hábito. No confundamos entonces el liderazgo, con
los meros referentes que cumplen funciones menores, sin la matriz espiritual,
ética y conceptual de quienes deben encarnar la conducción.
El líder lo es por su cualidad, no
por su cargo. Su carácter contiene la energía de la vocación y el carisma.
Aunque este nivel lo expone también a la crítica de sus limitaciones, según la
valoración colectiva de su actuación. El líder es un “ejemplo de vida”, que
según quien lo observe puede resultar positivo o negativo pero nunca
indiferente. De allí que respetando la dignidad de las personas, evite que las
relaciones de poder se deslicen al mundo inanimado de las “cosas”.
Ser líder es dar y darse, al calor
de la solidaridad y la abnegación, comprometido con el hacer, no con el tener.
Las formas jerárquicas no sirven si carecen de verdadera sustancia; porque la
sobreactuación en conducción mata la esencia. De la misma manera, el liderazgo
implica un amparo existencial para aventar temores por las dificultades
enfrentadas. Esto no se consigue repitiendo mecánicamente consignas optimistas,
sino irradiando una figura sincera, válida para compartir emergencias y brindar
apoyo.
Se trata pues de personificar la
conducción sin simulación, de alcanzar prestigio sin vanidad y de actuar sin
arbitrariedad. La discreción hace que el éxito implique un triunfo mayor. Una
conducción equilibrada cumple de este modo las proposiciones del espíritu de
cooperación, descartando la intriga, y el recurso de dividir para reinar en su
propio entorno de obsecuencia.
Los logros de la conducción lo son
de su capacidad, y no deben atribuirse a la casualidad ni a la suerte, so pena
de abandonar la metodología rigurosa de la estrategia: ya que una buena intención
si no se reviste de poder para realizarse, se anula. El ideal del liderazgo es
el liderazgo democrático que requiere popularidad, pero no la demagogia del
autoritarismo. Para él, la victoria no es una serie arbitraria de metas
cuantitativas, sino una suma cualitativa de realizaciones orientadas a grandes
objetivos.
El liderazgo es un arte que amplía
permanentemente el horizonte de acción del conjunto; y a la vez permite la
descentralización operativa, multiplicando la franja de cuadros con condiciones
superiores. Es la capacidad para concentrar la atención sin dispersarse, reunir
los medios necesarios, y trazar líneas apropiadas de avance. Por eso los
verdaderos líderes no inhiben la promoción de sus cuadros y los preparan para
la aspiración legítima de nuevos niveles de decisión.
Así como en la existencia individual
el “ser” requiere la voluntad de perseverar sobre las necesidades y problemas,
en la vida política existimos en tanto hacemos proyectos para afirmar la comunidad de pertenencia. Por eso es fácil
hablar de las exigencias del liderazgo desde la experiencia cumplida, cuando ya
se han podido asimilar los propios errores. Situación que obliga a transmitir a
las nuevas generaciones, la lección que llegó adjunta a cada problema.
La práctica política libre y
voluntaria no responde a la ecuación “mando-obediencia”, en desmedro de una
eventual subordinación. La relación de conducción es otra, porque incorpora un
tercer elemento que los integra: la misión común. Es el desafío que nos hace
igualmente protagonistas a todos quienes trabajamos con un noble ideal.
[15.9.15]
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