25. ESTRATEGIA POLÍTICA DE APERTURA Y CONSENSO
Establecido el objetivo y asignados
los medios por la política, la estrategia aplica su metodología para allanar el
camino de obstáculos, analizando todas las variantes posibles. Por eso
“política y estrategia” resumen el arte de la conducción, para desarrollar el
potencial propio y aprovechar las vulnerabilidades adversarias, pero siempre en
una lucha ciudadana dentro del marco democrático.
Representa así un “juego de poder”,
por el desenvolvimiento de interacciones externas e internas que nunca cesan. Y
hace que la capacidad de acción de los liderazgos participantes, sea evaluada
con un criterio dinámico y relativo. El poder, pues, no es estático ni definitivo,
y se construye con una tarea reflexiva y orgánica, descartando vacíos e
improvisaciones. Una práctica contraria al comportamiento errático u obsesivo
que, tarde o temprano, provoca serios defectos institucionales.
La “voluntad de conducción” es una
virtud importante en la dotación de carácter de los dirigentes, que se traduce
en firmeza, constancia y tenacidad. Pero el “voluntarismo” es un defecto,
porque evade la realidad y se maneja con expresiones de deseo e ideologismos.
Una conducta acentuada con tendencias autoritarias, que anulan el asesoramiento
disponible, por temor al rechazo abrupto y el descarte.
De la misma manera, conspira contra
el despliegue de una buena estrategia, la provocación constante de frentes
expuestos, o las actitudes irreconciliables con aliados tratados como oponentes
y oponentes tratados como “enemigos”; sin percibir el flujo y reflujo en la
naturaleza de los conflictos políticos. La peor decisión es el aislamiento, en
un espacio que se reduce con las dificultades, y al que hay que abrir preventivamente a nuevas propuestas mientras
haya tiempo.
He aquí los tres componentes
principales de la ecuación estratégica: concepción, espacio y tiempo, para que
una relación armónica de estos factores haga posible la expansión de una fuerza
y no su desaparición o quiebre. Porque, si resulta difícil ganar una campaña
reñida, con diferencia indiscutible y trámite transparente: ¿cómo funcionaría
un gobierno de margen escaso y escrutinio dudoso?.
Salvo que se opte por una “victoria
pírrica” de gran costo político y breve efecto positivo, todo análisis confirma
la importancia del consenso para conjurar crisis inmanejables por cualquier
fuerza excluyente. Entonces, si no hay deseo en lo social ni posibilidad en lo
político de nuevos hegemonismos, llegó la hora de los acuerdos, antes, durante
o después del resultado electoral. La complejidad del futuro inmediato, y las
necesarias reformas a encarar entre todos, destacan el valor agregado que
aportan estrategias pacificadoras y confluyentes.
Siempre al final de un ciclo
gubernativo, afloran las falencias de sus programas, el dibujo de las
estadísticas y encuestas de resultados; y hasta las consignas binarias de
relatos épicos son desmentidas por la inconducta de funcionarios ineptos o
corruptos. Todo lo cual se defiende o se ataca con ardor, inhibiendo el
verdadero debate de alcance presidencial, con contenidos factibles y sinceros.
Ya la justicia hará lo suyo, si hay un gobierno nuevo y estable; y actúan los
organismos de control ante el reclamo decidido del pueblo.
En el curso perentorio de la
estrategia el monólogo no puede calificar de defecto a virtud; ni la división
inveterada de “la ambición por la ambición” significar la prenda de unión que
necesita nuestra comunidad. Por eso, para no avalar la involución, tendríamos
que debatir en profundidad como perfeccionar la democracia con los nuevos
instrumentos constitucionales de una mayor participación. Y no cuestionar las
reglas mínimas a respetar para brindarle al voto ciudadano las condiciones de
libertad real y credibilidad que sustentan la paz interior. [1.9.15]
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