23. POBLAR PLANIFICADAMENTE Y CREAR TRABAJO
Nuestro concepto de “democracia de
trabajo” refiere al paradigma indelegable del servicio equitativo a la
comunidad, porque la desviación “totalitaria” del Estado no radica en la
dimensión de su organización, sino en su instrumentación por parte de un grupo
de poder. Esta utilización, que degrada la condición jurídica del bien común a
simple medio de acumulación económica y política, tiene siempre, con cualquier
argumento ideológico, la tentación de perpetuarse en una sucesión de
complicidades.
Dos apotegmas históricos fueron
definitorios en la conformación del país: “gobernar es poblar” [Alberdi] y “gobernar es crear trabajo”
[Perón]. Uno no puede regir sin el otro si se quiere integrar nuestro vasto
espacio nacional. Sin planificar el desarrollo poblacional, como lo hicimos en
el pasado, no hay orden territorial, sino hacinamiento y riesgo de emergencias
humanitarias. Y sin el incentivo a la producción, con el cual logramos pleno
empleo, no hay sociedad, porque el trabajo es la fuente de la prosperidad y el
arraigo.
Poblar exige una infraestructura
territorial integral, por medio de la cuál florecerán poblaciones armónicas,
con un plan maestro de viviendas que signifique ocupación creciente y
protección del hogar, sacando a los jóvenes del desamparo y las adicciones.
Este plan a gran escala es imprescindible y factible con una buena
administración, como lo demuestran algunas provincias y municipios. Tenemos todos los materiales y la
mano de obra necesaria; además de recuperar lo invertido por el sistema social
de alquiler-venta a largo plazo.
No hay razón para no generar las
condiciones del trabajo digno y en blanco, salvo la maniobra absurda de la
cautividad electoral crónica y los negociados del asistencialismo que prolonga
la subcultura de la miseria. Sucede que la persistencia del subdesarrollo, en
un país con los grandes recursos del nuestro, no es un problema material sino
político, provocado por el lucro inmoral.
Esto se advierte al gerenciar una
empresa rentable capaz de dar empleo, sufriendo la triple tributación: del
impuesto público que se eleva, del impuesto inflacionario que se niega y del
impuesto de la corrupción que se oculta. Opacidad que impide la inversión
productiva; porque el círculo prebendario es el único que tiene “seguridad
jurídica”, mediante el cohecho consumado en las financieras clandestinas del
sistema.
El pragmatismo no incluye sacrificar
la ética, ni ésta implica caer en la moralina de concentrar en un gobierno los
males que padecemos desde hace tiempo; en vez de unir a la ciudadanía con
propuestas superadoras. Los argentinos tenemos que reencontrarnos con los
valores, porque el deber ser y el querer ser se conjugan en el imperativo de
una identidad de origen y destino. Con este ánimo hay que preservar y
perfeccionar la democracia, para evitar el descontrol del todos contra todos y
la justicia por mano propia.
Para no resignar nuestro futuro,
reafirmemos los principios de la gran política, no la politiquería, como lógica
profunda del comportamiento colectivo, para que resulte comprensible y no
aumente su conflictividad. En una democracia de trabajo, las reivindicaciones
no se obtienen como dádivas, se conquistan con una acción firme y pacífica
avalada por las convicciones, la educación y la organización.
En este ejercicio de convivencia, es
preciso completar cada derecho con un deber; no desertar de las obligaciones
propias de cada uno, cargándole la culpa a otro y no retroceder al sectarismo.
Porque el sectarismo termina destruyendo los lazos afectivos de la comunidad y
promoviendo jefaturas fragmentarias o de frivolidad inadmisible que no conducen
con el ejemplo. [18.8.15]
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