miércoles, 13 de julio de 2016

23. POBLAR PLANIFICADAMENTE Y CREAR TRABAJO



23. POBLAR PLANIFICADAMENTE Y CREAR TRABAJO         
Nuestro concepto de “democracia de trabajo” refiere al paradigma indelegable del servicio equitativo a la comunidad, porque la desviación “totalitaria” del Estado no radica en la dimensión de su organización, sino en su instrumentación por parte de un grupo de poder. Esta utilización, que degrada la condición jurídica del bien común a simple medio de acumulación económica y política, tiene siempre, con cualquier argumento ideológico, la tentación de perpetuarse en una sucesión de complicidades.

Dos apotegmas históricos fueron definitorios en la conformación del país: “gobernar es poblar”  [Alberdi] y “gobernar es crear trabajo” [Perón]. Uno no puede regir sin el otro si se quiere integrar nuestro vasto espacio nacional. Sin planificar el desarrollo poblacional, como lo hicimos en el pasado, no hay orden territorial, sino hacinamiento y riesgo de emergencias humanitarias. Y sin el incentivo a la producción, con el cual logramos pleno empleo, no hay sociedad, porque el trabajo es la fuente de la prosperidad y el arraigo.

Poblar exige una infraestructura territorial integral, por medio de la cuál florecerán poblaciones armónicas, con un plan maestro de viviendas que signifique ocupación creciente y protección del hogar, sacando a los jóvenes del desamparo y las adicciones. Este plan a gran escala es imprescindible y factible con una buena administración, como lo demuestran algunas provincias y  municipios. Tenemos todos los materiales y la mano de obra necesaria; además de recuperar lo invertido por el sistema social de alquiler-venta a largo plazo.

No hay razón para no generar las condiciones del trabajo digno y en blanco, salvo la maniobra absurda de la cautividad electoral crónica y los negociados del asistencialismo que prolonga la subcultura de la miseria. Sucede que la persistencia del subdesarrollo, en un país con los grandes recursos del nuestro, no es un problema material sino político, provocado por el lucro inmoral.

Esto se advierte al gerenciar una empresa rentable capaz de dar empleo, sufriendo la triple tributación: del impuesto público que se eleva, del impuesto inflacionario que se niega y del impuesto de la corrupción que se oculta. Opacidad que impide la inversión productiva; porque el círculo prebendario es el único que tiene “seguridad jurídica”, mediante el cohecho consumado en las financieras clandestinas del sistema.

El pragmatismo no incluye sacrificar la ética, ni ésta implica caer en la moralina de concentrar en un gobierno los males que padecemos desde hace tiempo; en vez de unir a la ciudadanía con propuestas superadoras. Los argentinos tenemos que reencontrarnos con los valores, porque el deber ser y el querer ser se conjugan en el imperativo de una identidad de origen y destino. Con este ánimo hay que preservar y perfeccionar la democracia, para evitar el descontrol del todos contra todos y la justicia por mano propia.

Para no resignar nuestro futuro, reafirmemos los principios de la gran política, no la politiquería, como lógica profunda del comportamiento colectivo, para que resulte comprensible y no aumente su conflictividad. En una democracia de trabajo, las reivindicaciones no se obtienen como dádivas, se conquistan con una acción firme y pacífica avalada por las convicciones, la educación y la organización.

En este ejercicio de convivencia, es preciso completar cada derecho con un deber; no desertar de las obligaciones propias de cada uno, cargándole la culpa a otro y no retroceder al sectarismo. Porque el sectarismo termina destruyendo los lazos afectivos de la comunidad y promoviendo jefaturas fragmentarias o de frivolidad inadmisible que no conducen con el ejemplo. [18.8.15]



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