22. LA
CULTURA POLÍTICA DEL MÉRITO
La cultura política del mérito es la
otra cara de la misma moneda donde se inscribe la cultura social del trabajo;
porque ningún esfuerzo del pueblo valdría lo suficiente en la eventualidad de
un sistema de apropiación del poder para “tener”, no para “hacer”. Esta es la
motivación negativa que baja la calidad de los funcionarios y administra sin
esmero los valiosos recursos públicos.
Hablamos de algo más severo que la
corrupción, aún sumada a la impunidad, porque deja una secuela arraigada de
desvalores que se realimenta cuando existe tolerancia de la sociedad, sea por
hábito, temor, conveniencia o pérdida de ideales. Así, los defectos de los
gobiernos de turno y las fallas en la conducta ciudadana, van convergiendo en
un comportamiento cotidiano, “banalizando el mal” como un acto trivial que no
advierte sus graves consecuencias.
Reflexionamos con crudeza para
acicatear una disposición distinta a ciertas posturas venales que impactan de
algún modo en todas las instituciones y organizaciones del país, lo cual hace
inútil concentrar las críticas en el “nosotros o ellos”. Con el mismo criterio,
señalamos que la patología de la conducción tiene como equivoco principal el
absolutismo del liderazgo, que confunde respeto con sumisión, adhesión con
obsecuencia y diferencia con conspiración.
El arte de liderar rechaza la
argucia negadora de la realidad que no habla de lo que no le conviene y por
tanto no reconoce errores; cuando la clave es aprender de la práctica y
adaptarse a los contrastes e imprevistos. Único modo de mantener la dinámica de
una iniciativa abarcadora, no sectaria, revisando la congruencia de los
procedimientos estratégicos y orgánicos, tarea más relevante que un mero cambio
de discurso.
El empleo del arte-ciencia de la
estrategia constituye una metodología adaptable a la conducción civil, por lo
cual debe dominarse, más allá de la formación profesional previa en cualquier
carrera. Por eso la inspiración netamente política de los protagonistas a cargo
de fuerzas en presencia, vale más que toda ingeniería electoral y asesoría
publicitaria.
No hay conductor sin cuota de personalismo,
como expresión de confianza propia a irradiar al conjunto. Pero esta dosis
proporcional de autoestima no justifica el autoritarismo, ni la obsesión por un
reconocimiento público total, nunca accesible en el ejercicio del poder, que
presupone voluntades independientes y contrapuestas. No comprenderlo así, puede
ceder espacio a la adulación, que impide el aporte de apreciaciones y
alternativas diversas que siempre se comparan en un equipo de trabajo.
La evolución política, dentro de un
proceso complejo y no en un hecho instantáneo,
supera los vínculos primarios de parentesco y “amistad”, por las
relaciones institucionales de idoneidad fundadas en una real preparación y
selección. Esto nunca se cumple rígidamente, en particular en los cargos de confianza;
pero implica respetar la regla de oro de una evaluación objetiva de la gestión
pública, con una vigilancia imparcial.
El triunfo sobre la tentación de la
arbitrariedad y la designación discrecional de funcionarios sin considerar su
educación y experiencia, se anula con la práctica del nepotismo y el amiguismo.
Porque este retroceso organizativo no sólo afecta el equilibrio de la
comunidad, que debe centrarse en la justicia, sino desalienta la disciplina
voluntaria del esfuerzo y el estudio, para la promoción futura de una nueva
generación de dirigentes. [11.8.15]
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