3. EL ROL INTEGRAL DE LAS FUERZAS POLITICAS
En la Constitución Nacional,
los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático
(Art.38). Su creación y el ejercicio de
sus actividades son libres dentro de una normatividad que debe garantizar su
organización y funcionamiento, la representación de las minorías, la
competencia de los candidatos a cargos electivos, el acceso a la información
pública y la difusión de sus ideas. A tal efecto, el Estado contribuye al
sostenimiento de sus actividades y la capacitación de sus dirigentes; con la
obligación de las distintas agrupaciones de dar publicidad del origen y
aplicación de sus fondos y patrimonio.
Se describe así un
régimen de funciones articuladas, destacando el rol integral del partido
político, especialmente por la necesidad de concordar el principio de “elección”,
con el principio de “selección”. El primero destaca la votación, por la
mayoría, de los candidatos que ocuparán los cargos dispuestos en la
convocatoria electoral; mientras el segundo, fundado en la formación y
capacitación, tiende a remarcar la idoneidad necesaria para la gestión
ejecutiva o legislativa que les corresponde. De esta doble condición surge el
aforismo que indica que: una de las faltas más graves en una república, es
aceptar un cargo para el cual no se está preparado.
Es imprescindible
ratificar la amplitud operativa y las múltiples misiones de las agrupaciones
políticas. En particular, de cara a la transición hacia un nuevo ciclo
gubernativo, para no volver a cometer los errores y las fallas de los períodos
anteriores. Sobre todo, hay que superar la acepción de “partido” como un
aparato burocratizado y cerrado en una tarea excluyente de carácter
proselitista. Una estructura inerte, fuera de las campañas periódicas, con
vacíos en la formulación programática, y en la preparación política y técnica
de cuadros y dirigentes.
El arte de conducir
seres libres es distinto al oficio de mandar en un régimen de sumisión. En la
conducción democrática ya el pensar es una praxis, porque tiene un método para
priorizar los argumentos motivantes de
militantes, afiliados y adherentes. Luego, la prédica coherente va logrando una
unidad de acción voluntaria enriquecida detrás del interés general. Éste ideal
no desconoce el principio realista de que “todo poder tiende a expandirse”,
potenciando la ambición de personajes venales y círculos de influencia. Pero
estos males se moderan, o se vencen, cuando prevalece el rumbo y la templanza
de los verdaderos estadistas.
El buen rendimiento
de una fuerza no empieza en la tarea partidaria; ella requiere el precedente de
la educación familiar y comunitaria donde se siembran las primeras nociones y
aspiraciones espirituales. Y aunque las vicisitudes de la vida muchas veces
parecen desmentirlas, siempre están allí como un faro orientador que hace
posible las relaciones humanas que tejen la trama de la sociedad. Por el contrario, cuando el respeto mutuo
desaparece, la estructuración social se paraliza y la comunidad se
autodestruye. En consecuencia, el ideal ético existe para exigir
gobernabilidad, estabilidad y destino al instinto gregario.
Elevar el debate de
contenidos que faltan en los paneles mediáticos, impulsar el diálogo entre
distintas corrientes para constituir alianzas perdurables; y lograr el clima
tolerante que debe facilitar las discusiones racionales, siendo metas
importantes no agotan el desafío que enfrentamos de madurar ahora o decaer definitivamente. También
necesitamos mejorar el nivel de las conversaciones cotidianas que entablamos en
los lugares de trabajo y en los espacios
públicos; ya que muchos de los problemas que sufrimos lo son por
nuestros hábitos individualistas y prejuiciosos, que nos impiden construir una
identidad ciudadana pluralista y confiada en sí misma. [17.3.15]
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