4. VALORACION
Y RIESGOS DE LAS ALIANZAS Y FRENTES
El pensamiento clásico que forjó nuestra forma de
ver y de vivir, se plasmó en categorías políticas, ligadas por relaciones de
cercanía u oposición como: lo individual y lo colectivo: lo privado y lo
público; y en el pensamiento: lo teórico y lo práctico. Vínculos que, según
cada experiencia, comprendía también sus desviaciones a los extremos:
individualismo; colectivismo; privatismo; estatismo, dogmatismo y pragmatismo.
El sistema acentuaba la necesidad de conducir con criterio amplio de
contención, condición que sigue vigente en la actualidad.
Significa un desafío previsto en la misma
metodología del conocimiento creativo, que tiene la ocasión de ofrecer una nueva
síntesis superadora, restableciendo, con sus matices, la identidad integral del
conjunto afectada por el sectarismo de las partes. Es una oportunidad, no un
oportunismo, que requiere el esfuerzo de una actitud constructiva para
neutralizar los excesos de los antagonismos.
Dentro de esta regla, verificada especialmente en
los períodos de transición, tenemos que reflexionar sobre las alternativas para
conjurar una fragmentación caótica del país. En este orden vale la concertación
de alianzas o frentes, apelando a corrientes afines o reunidas para
complementarse mutuamente. Vía escogida por estadistas de renombre que supieron
encontrar su articulación correcta; en el caso de Perón, convocando a un frente
nacional del “bloque histórico de fuerzas” enroladas en las mismas banderas
políticas, económicas y sociales.
Esta opción trascendente de la gran política refiere
a una visión que sobrepasa las presunciones
triunfantes de un partido o movimiento aislado; porque se plantea,
además de ganar una elección, realizar un gobierno de transformación, cuya
premisa es la unidad y solidaridad que la posibilite y sostenga. Una propuesta
clara y viable en función del bien común, que debe definirse con los objetivos
y lineamientos de un núcleo esencial de políticas de Estado.
La matriz conceptual que destacamos en el origen
milenario de la República,
custodia el ejercicio de la política con la filosofía y la ética. Es decir:
política con doctrina, que suma al análisis profundo de la realidad la técnica
de la planificación democrática; y política con ética, que impone la conducta
honesta de dirigentes y funcionarios. Así, sin improvisación ni corrupción, se
perfila una práctica exitosa, no con la “utopía” del relato ni el espectáculo
de la frivolidad, sino el ideal posible de un futuro diferente.
Tenemos que sentirnos responsables de la
construcción compartida de fuerzas sólidas y eficaces, y no culpables de nuevos
errores y frustraciones. Las alianzas y frentes serán por la solución de los
problemas de la comunidad o no serán; lo que incluye advertir sobre los riesgos
del tactiquismo, el internismo y el mero reparto de cargos. En una dirección
equívoca, lejos de remediar la fragmentación, la estaríamos agravando con
efectos imprevisibles. Por esta razón, es más necesario que nunca el
protagonismo social y ciudadano, para elegir nuestro destino sin resignarnos
pasivamente a la instrumentación de ambiciones y engaños.
La aspiración legítima a representar a un pueblo
requiere coraje moral, compromiso civil, sensibilidad social y formación
estratégica. Los recursos logísticos son importantes, pero no deben estar al
mando, so pena de degradar la “democracia” en “plutocracia” por el uso masivo
de dineros públicos o privados. Nuestra esperanza está en la convocatoria a los
valores que, por el reconocimiento al mérito, obtenga la selección de los
mejores y no la adulación de los mediocres. [24.3.15]
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