16. EL TRABAJO NUNCA
TRAICIONA
Comunidad,
trabajo y poder: las claves del movimiento
Hemos
tratado ya la relación existente entre la comunidad, el trabajo y el poder como
claves del movimiento de liberación y desarrollo nacional. Ahora es preciso
profundizar estos conceptos, superando su rol instrumental, para advertir su
importancia relevante como categorías filosóficas, de tono popular, a fin de
dar una dirección coherente a los distintos componentes y funciones que
constituyen una participación social integral. No hacerlo sería consentir, sin
hacer nada desde la experiencia militante, para prevenir contradicciones
internas, potenciadas por provocaciones o dificultades externas, en la difícil
etapa que se avecina.
En
principio, la doctrina considera que la “comunidad” es una instancia que
contempla, y de algún modo trasciende, la mera noción de sociedad civil, porque
incorpora la intervención activa de las organizaciones libres del pueblo en sus
múltiples formas de autoconvocatoria y autogestión. Ellas se asocian
naturalmente al marco legal del Estado democrático, pero sin perder su propia
creatividad e iniciativa en la articulación de motivaciones sectoriales, pero
convergentes y complementarias respecto al interés general.
En el
mismo sentido, el rol del “trabajo” es distinto, en esta concepción vital, de
la que cumple en un régimen capitalista, como simple actividad de subsistencia;
o en un régimen colectivista, como sacrificio dirigido de manera totalitaria a
la construcción estatista de la nomenclatura. En el justicialismo, en cambio,
el trabajo es el factor polivalente de la organización de la comunidad. Sin
esta cualidad ética de “la cultura del trabajo”, la Nación, más allá de sus
posibilidades y recursos, declina, se disgrega y prácticamente desaparece como
entidad soberana.
Finalmente,
el “poder” del que hablamos tiene una naturaleza y finalidad social, que lo
distingue del poder partidocrático, sin capacidad de transformación del país,
porque se somete o es impotente ante la concentración económica especulativa y
su red de encuadramiento mediático, sustitutivo de toda participación
consciente y activa. En consecuencia, hay una mayor precisión en la definición
de “pueblo” como sujeto histórico-social prevaleciente, aunque no excluyente,
del conjunto nacional.
La
organización como alternativa a la masificación y la manipulación
En
efecto, el pueblo sin organización ni participación no es pueblo: es masa; y el
pueblo sin trabajo vinculante con la comunidad de pertenencia es apenas:
población; suma cuantitativa, no cualitativa, de habitantes. Luego, la
definición que se destaca es la de “pueblo trabajador”, que por supuesto no se
queda en la vieja división entre trabajo manual e intelectual. Esta división no
sólo no corresponde a la doctrina, sino que es inexistente en el mundo moderno
de la innovación tecnológica permanente y sus requerimientos progresivos de
capacitación y calificación profesional.
Pero
ésta no es la principal conclusión de estas categorías del pensamiento, a la
vez idealista y realista, sobre el mundo laboral; sino que ellas proyectan al
trabajador, como lo previó Perón, al nivel superior de “productor”. Ello
implica la evolución hacia los emprendimientos industriales y de servicios de
propiedad social y a la intervención más dinámica de los obreros, empleados y
técnicos en la reforma de las grandes empresas.
Se
perciben, de esta manera, tres escalones distintos, pero implícitos en una
misma dinámica de “progreso” concreto, no de progresismo abstracto: la
inclusión social, la justicia social y la equidad económica. La asistencia
estatal en la emergencia de los sectores desocupados y más vulnerables del
actual sistema económico. La justicia social para los trabajadores, que
significa empleo digno, retribución adecuada y condiciones de vida acorde. Y la
equidad económica que posibilite la mayor generación de empleo genuino, y la
mejor formación y eficacia de los trabajadores en la reforma del sistema empresarial
y productivo, por la vía de nuevos contenidos en la negociación colectiva.
El
derecho social es, sin duda, la más dinámica de las distintas ramas que
componen la administración de justicia, porque avanza al ritmo veloz de las
modificaciones económicas y técnicas del desarrollo de las fuerzas productivas.
El trabajador y su encuadramiento sindical, están en contacto directo con la
renovación metodológica industrial y su concomitancia con los cambios derivados
en los modos culturales del pensar y del sentir la vida de la sociedad. Este
efecto es de por sí esclarecedor de la necesidad imprescindible del trabajo, y
su defensa de una democracia integral sólo posible por el sustento de una
voluntad laboral organizada.
Una
reconstrucción social de gran alcance
La
actualidad internacional, tan dramática, ofrece claros ejemplos de lo que no
debe hacerse. Ni el “capitalismo salvaje” que subvenciona a los ricos,
eximiendo sus impuestos y haciendo pagar la crisis, provocada por la estafa
financiera globalizada, a los trabajadores divididos en varias centrales (sin
unidad de concepción ni cohesión). Ni el asistencialismo oficial crónico, que
lucra con la emergencia, y no le interesa superarla, para mantener el voto
cautivo y prolongar los negociados marginales del clientelismo.
En
realidad, lo que corresponde apoyar, con toda decisión y fuerza, es la creación
de trabajo genuino con emprendimientos rentables y sostenidos, porque ello
favorece a la vez a los tres niveles enunciados. Al empresario productivo, no
especulativo, que así expande sus proyectos, inversiones e integración interna
y regional. Al trabajador activo y pasivo, que mejora su capacidad adquisitiva
y articulación distributiva. Y a la franja de marginación laboral que, con el
avance general, puede encontrar los espacios de ocupación para empleos
estables, en blanco y con las garantías de asistencia y previsión.
Porque
salir de la precariedad laboral es salir de la precariedad civil de una
condición ciudadana dudosa o negada en una sociedad indiferente. Y fomentar el
trabajo digno es consolidar la libertad de pertenencia del hombre-persona y no
del hombre-cosa, para fortalecer las vías operantes y efectivas de una vocación
de servicio social responsable. Una libertad sin libertinaje, apreciada por su
conexión moral y espiritual con la comunidad organizada, en el centro de la
cual hay un núcleo cultural de creencias profundas y valores compartidos.
No encarar este
esfuerzo pendiente, prefiriendo plantear movilizaciones menores frente a la
movilización mayor del trabajo, como parece sugerirlo cierta regresión a la
militancia festiva, podría comprometer un futuro promisorio. Máxime cuando
sabemos que toda etapa inicial, ya cumplida, cancela las premisas que
justificaron su origen; y señala el desafío de encarar un nuevo ciclo, mirando
hacia adelante, para no detenerse ni retroceder perdiendo lo ganado con el
esfuerzo concatenado de todos.
El valor
estratégico de la paciencia y la reflexión
Dice la
estrategia que en una organización los problemas más importantes están en el
área de la planificación y la comunicación, no en la propaganda. Ello demanda
abrirse al intercambio de propuestas y criterios que surge de la igualdad de
los compañeros; y no encerrarse en métodos ejecutivos de autoridad, que parecen
fuertes en un momento dado, pero resultan débiles en el desenlace de las
cuestiones supremas de la estabilidad y continuidad de las más
importantes políticas de Estado.
Por eso la
apelación, reiterada en estas modestas reflexiones, a la inspiración de una
posición filosófica compartida, que nos distingue de los partidos
unipersonales, de trayectoria zigzagueante y fugaz, que no contribuyen a la
madurez política de la república. Porque aquí, en los problemas siempre delicados
del frente interno de un movimiento tan grande como complejo, “filosofía”
significa paciencia más reflexión, tiempo más racionalidad, desterrando la
violencia en el lenguaje y en los hechos, para afirmar los recursos
diplomáticos de la concertación y la negociación legítima.
Dicen también
que la historia se repite, primero como tragedia y luego como comedia, lo cual
-sin asegurar que siempre fuese cierto- nos previene sobre la lucha fratricida
que, en otra generación, nos dividió gravemente facilitando la represión
política, la destrucción económica y el desgarramiento social. Visto a la
distancia, todos tenemos el deber ineludible de la autocrítica, que vale más
cuando transmite la experiencia propia que puede facilitar la preparación del
porvenir.
Por
consiguiente, y siguiendo la acertada expresión de que sufrimos mundialmente
una suerte de “anarco-capitalismo”, hay que tener sumo cuidado en no alentar,
por ningún motivo, una especie de “anarco-sindicalismo”. Ello podría ocurrir si
se debilitan, de una u otra manera, las estructuras orgánicas que, más allá de
las virtudes y defectos de algunos dirigentes, han canalizado en general el
accionar gremial dentro de una identidad nacional y una coordinación de fuerzas
populares en la resistencia a las proscripciones y dictaduras.
No
hay doctrina sin práctica, ni práctica sin doctrina
Se
podrá aducir que muchas de las cosas que hemos consignado aquí son teóricas, y
es cierto, porque resumen la parte referente a los principios de la doctrina;
pero la otra parte de ella indica los procedimientos. Esto significa que no hay
teoría sin práctica, y que la acción práctica comprende la esfera de la ética y
la organización, porque sin conducta social no hay conducción social. Aplicado
al movimiento de los trabajadores organizados gremialmente, este imperativo
condiciona una evolución necesaria, de lo corporativo a lo comunitario, para
lograr, no la autarquía política postulada por la suficiencia clasista, sino la
autonomía responsable en la defensa del interés de todos los sectores
laborales. Ellos han demostrado ser difíciles de derrotar, porque se mantienen
encuadrados en una misma estructura de peso y resonancia nacional.
Hay, en
consecuencia, un protagonismo histórico irrenunciable, que desborda los
objetivos tácticos y la puja de personalidades diferentes y aspiraciones
encontradas: porque lo histórico es lo estratégico y está enmarcado en cierto
determinismo en los ciclos sucesivos de las épocas y etapas de la lucha por el
progreso social. Ésa es la tarea insoslayable que, con diversas
interpretaciones ideológicas, ha signado la trayectoria civilizatoria de los
pueblos del mundo, según su respectiva idiosincrasia.
En la Argentina actual, ella
retoma el desafío ya formulado en 1974, como legado de un proyecto culminante,
enriquecido por la experiencia de cien años de combates reivindicativos
iniciales en la ciudad y el campo. El reto ahora es pasar de factor reactivo o
de presión, a factor proactivo de poder. Es decir, dejar de actuar de contragolpe
en la reparación de la injusticia social, diferida en el tiempo por la
inflación y la especulación, para participar en las decisiones concertadas
creadoras de un Estado de Justicia de impronta equitativa, desde el comienzo
mismo de cada plan, modelo o cambio económico.
Con o
sin integración en la designaciones partidarias o en los cargos públicos, esta
legítima autonomía gremial expresa una intuición, un sentido y una metodología
política singular, superadora de las limitaciones burocráticas y tecnocráticas
de la democracia formal, sin participación real de la gente. Los dirigentes, so
pena de perder el tren de la historia, deben comprender acabadamente el valor
transformador de esta fuerza, y pasar de la simple astucia a la inteligencia,
para darle la contención y las repuestas que la prudencia reclama descartando
urgencias personales y provocaciones extemporáneas.
La
oportunidad cultural de los cambios sociales
La
política, en su juego permanente de intereses y relaciones de fuerza, es una
realidad de curso continuo. Aunque sin “fecha fija” el determinismo cultural,
no el fatalismo materialista, obra siempre a favor de la oportunidad de los
cambios sociales, cuando éstos son bien previstos y tienen suficiente labor de
preparación, educación y capacitación. Porque el espacio a cubrir no es el de
la lucha cortesana ni el de los círculos aúlicos, sino el despliegue en
bloque sobre el orden territorial más amplio, región por región y
distrito por distrito, con presencia y acción consecuente.
Ésta es
la clave operativa del sistema de delegados elegidos por las bases en cada
lugar de trabajo, y subordinados a su revalidación periódica según sea el éxito
o el fracaso de su actuación. Algo que no ocurre en los “partidos de
funcionarios” con pretensiones de dominio, no de conducción persuasiva, porque
no están refrendados por un trabajo real y solidario, que es el único que
no traiciona. Por consiguiente, tenemos que comprometer nuestro espíritu
en la reafirmación de las mejores tradiciones del sindicalismo argentino. (19.12.11)
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