15. EL TRABAJO COMO
ORGANIZADOR
DE LA COMUNIDAD
DE LA COMUNIDAD
La victoria abre
perspectivas amplias y creadoras
Ya hemos visto que, en un país que ansía realizarse,
los grandes triunfos políticos deben proyectarse en un imperativo de unidad,
para alcanzar su dimensión histórica. Lo contrario sería encerrarlos en una
disminución de su carácter, para su utilización discrecional por intereses
sectarios que tratarían de negar lo obvio: toda nueva situación de poder abarca
nuevas fuerzas pasibles de concertarse y potenciarse, a fin de abrir
perspectivas más amplias y creadoras para el conjunto nacional.
Con este rumbo inequívoco, tenemos que tratar de
comprender el anuncio de “la profundización del modelo”, entendido como una
etapa del proyecto nacional. Para ello, hay que empezar por evitar la ruptura o
malversación de las grandes ideas políticas puestas al servicio de los pueblos,
por la acción insidiosa de la
tecnocracia dependiente de la concentración económica; y neutralizar la
dinámica autista de los medios por los medios, sin otra finalidad que no sea la
perpetuación del sistema especulativo y el ocultamiento del verdadero poder
mundial (tal cual lo denuncian los “indignados”).
Necesitamos, en consecuencia, un pensamiento
analítico, no sólo descriptivo o informativo, para lograr conocer a partir de
principios y valores capaces de evaluar factores y tendencias actuantes desde
los centros de dominación; y al par, producir las respuestas orgánicas e
institucionales indispensables para acompañar con estructuras eficientes las
medidas del bloque nacional. En este aspecto, la lucha no empezó ayer: hay una
larga trayectoria histórica motivada en la voluntad y responsabilidad de los
partícipes de una comunidad organizada por la justicia social.
Por eso los valores doctrinarios, al ser un compendio
de las mejores virtudes de la conducta individual y colectiva, constituyen una
síntesis cualitativa de los grandes objetivos de la acción política,
porque ellos no se “inventan” ni se
proclaman vacíos de ejemplos, pues hay que “descubrirlos” en el comportamiento
concreto del protagonismo, o no, de un pueblo. Luego, existe una transmisión
cultural como herencia positiva y creadora, o una inercia de antinomias y
prejuicios negadores de los cambios inexorables de la evolución.
Por esta razón, y antes que
todo dato estadístico o técnico, por importante que fuese, resulta fundamental
rescatar la identidad axiológica que otorga la pertenencia nacional, y la
lealtad a este origen singular, en la prospectiva de las coincidencias
programáticas destinadas a asegurar un desarrollo integral. Porque, en una
situación anodina o anómica, si los valores no valen, la organización no
organiza y la conducción no conduce, planteando el falso dilema entre anarquía
y autoritarismo.
El acceso irreversible a los
efectos concretos de la solidaridad
La concepción comunitaria y la
decisión concertadora, sin embargo, no significan indecisión ejecutiva o falta
de atención a la exigencia del ejercicio realista del poder: todo lo contrario.
De allí que parta claramente de la emancipación del país para conceptuar el
logro de la libertad política, y definir al propósito final de ésta como
dignidad social. Nociones básicas que descartan a la politiquería como práctica
sin método racional, y a la partidocracia como acuerdo espúreo entre dirigentes
sumisos al hegemonismo a expensas de los
sectores excluidos.
Estas categorías son claves también en la
determinación superior de la estrategia
ya que, como sabemos, a cada enfoque ideológico corresponde un
consiguiente enfoque operativo; y la doctrina de la comunidad no contiene una
estrategia agresiva. Su fuerza real está en la energía de sus reivindicaciones,
en su permanente capacidad organizativa y reorganizadora, y en el carácter
masivo de su movilización que inhibe por presencia la represión violenta, tal
cual las jornadas memorables del 17 de octubre de 1945 y 17 de noviembre de 1972.
La lucha le ha sido impuesta siempre al movimiento,
que obtuvo sus victorias inobjetables por
el camino de las urnas, y fue desalojado del gobierno por las armas;
además de reconocer sus contrastes electorales y entregar el mando en
alternancia pacífica según las reglas de la democracia. Sacar
mayorías contundentes no ha sido ni es su falta, porque ninguna Constitución
del globo impone límites a la voluntad del elector. En todo caso, la falta
perteneció y pertenece a los opositores divididos, sin propuestas claras ni
prestigio sólido y con críticas irascibles a todo lo realizado.
De todos modos, es indudable que el acceso de una
multitud de ciudadanos a los efectos concretos de los valores solidarios de la
inclusión social y cultural es irreversible; lo que define bien el “nunca
menos” de las conquistas populares. Baste ver las dramáticas imágenes actuales de
un mundo en crisis por la criminalidad financiera, que niega estos derechos en
tantos países atados al ciclo vicioso de la dependencia, el ajuste y la
recesión, comandados impunemente desde Wall Street.
La política, una construcción doctrinaria y orgánica
Entre las enseñanzas de este último período debemos
reafirmar a la política como construcción doctrinaria y orgánica, sobre el
esfuerzo de la militancia y su grado de sensibilidad y contacto social. Los
intelectuales por sí no constituyen ideología, y los pensadores valiosos lo que
hacen es interpretar, con cierto método y estilo, aquello que reflejan las
vicisitudes y la conducta de un pueblo, junto a sus aspiraciones legítimas de
cambio de sistema o de etapa.
Si esto vale para los “intelectuales” propios y
ajenos, que suelen dar consejos irresponsables, vale mucho más para la
impostura mediática de personajes ubicados en los extremos de la intemperancia
o el resentimiento. El voto, tarde o temprano, castiga estas actitudes
contrarias al sentido de realidad y tolerancia, máxime cuando, aquellos que se
dicen desplazados de la oposición, amenazan con “encabezar la resistencia”. ¿La
resistencia a qué?..a la democracia.
Por el contrario, y más allá de las diferencias
numéricas, que fueron importantes, se demuestra la validez de las fuerzas políticas
con tradición y arraigo -peronismo, radicalismo, socialismo-, en comparación
con los partidos fugaces producto de una ambición personal desubicada de la historia. Sin duda,
hay crisis que remontar con autocrítica incluida; y a veces la discusión apasionada
lleva a la bifurcación; pero después se impone volver al origen sin renunciar a
las ideas de actualización o corrección que corresponda imprimir.
Por lo demás, el “riesgo de desequilibrio” en la
estructura del poder y en el ámbito parlamentario, con que tratan de asustar
los monopolios mediáticos, no pertenece a la simple expresión de un resultado
comicial. En la dinámica de la acción política, el equilibrio, la ponderación y
el balance en cada caso y tema, responden especialmente a la prudencia simultanea
del oficialismo y de la oposición; y en particular, a la voluntad de ambos de
lograr consensos necesarios para la formulación de las políticas públicas
fundamentales.
El tríptico Estado-Derecho-Administración nos impone
obligaciones a todos, porque los argentinos somos responsables en conjunto de
muchos de los problemas que sufrimos desde hace largo tiempo. Entonces, es hora
de encarar el desarrollo institucional imprescindible para garantizar la
continuidad del proyecto nacional por encima de todo individualismo; de
consolidar la seguridad física y jurídica del país, con la actualización
legislativa que falta; y de luchar en todos los frentes contra los focos de
corrupción y las incompetencias de la burocracia.
El regreso de la juventud a
la militancia
En la versión más razonable de una reseña crítica de las ideas políticas actuales, el
triunfo presidencial del 23 de octubre de 2011, festejado especialmente por la
juventud, ratifica la participación de ésta en un período de transición ideológica,
que la sitúa al borde de una renovación de la militancia como herramienta de
transformación estructural. Con el antecedente de la masiva, pacífica y
jubilosa celebración del bicentenario, tal hecho significativo podría simbolizar
el presagio de un gran destino argentino. Esto puede ser reconocido, en
principio, por todos.
De cualquier modo, es el camino elegido por nuestras
nuevas promociones para salir de la indiferencia civil por ausencia de
perspectivas, y eludir el relato mediático de la sumisión económica de la
década del 90, sin ninguna conexión con el paralelo agravamiento de la realidad
social. Ahora esta conducta juvenil positiva, sin mengua de su maduración en el
tiempo para entroncarse con el curso de una historia viva, expresa quizás la
anticipación de la próxima etapa del proyecto nacional, si no se reitera el
vacío de otra frustración colectiva.
El análisis debe ahondar el
concepto, porque no hay alegría sin esperanza, ni esperanza sin confianza.
Cuestión que aclara la convocatoria presidencial, para organizarse de manera
territorial, más que grupal, con el objetivo de perfeccionar lo logrado y
defenderlo como propio. Es decir, para que el país movilizado pueda controlar
la construcción del porvenir a pesar de las amenazas globales. El llamado es
oportuno, en especial si hay vocación de síntesis en los sectores juveniles con
las generaciones veteranas forjadas en la lucha, y cuyo testimonio activo no es
meramente evocativo o nostálgico.
El
trabajo es el eje organizador de la sociedad
De la misma manera, es crucial
que se asimilen las lecciones del pasado marcado con el enfrentamiento,
manipulado por intereses extraños, entre la juventud de clase media y los
trabajadores. Por ese motivo, que señala la incapacidad de la violencia para
sustituir la evolución gradual por la educación y la organización de la
política, es conveniente el encuentro fraterno con el mundo del trabajo, que
tiene una connotación primordial en la concepción justicialista de una
comunidad equitativa.
Para nosotros, en efecto, el trabajo trasciende el
límite economicista de la remuneración para subsistir, a costa de la
explotación sin amparo ni derechos; y constituye el eje organizador eficaz de
la sociedad en el marco de un nuevo Estado, articulador de los intereses sociales
del conjunto. Así, además, se erige en el promotor de una cultura de la
producción y del conocimiento, de la cual depende la marcha hacia niveles más
transparentes y profundos de igualdad en el esfuerzo de creación y distribución
de la riqueza.
Esta debe ser hoy, sin duda, la motivación de un
sindicalismo que, por ello, tiene que actualizarse y mejorar sus procedimientos
para corresponder a la lealtad de sus bases, que ha sabido superar con unidad
toda clase de dictaduras y presiones plutocráticas. En última instancia, es
imperioso recuperar las experiencias decisivas de la irrupción consciente de
los trabajadores organizados en la historia argentina, para acompañar los
reclamos genuinos de una democracia integral: política, social y económica,
cuyo advenimiento histórico es inexorable. (25.10.11)
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