24. NO HAY TRANSPARENCIA ELECTORAL SIN CULTURA DEL TRABAJO
La solución estratégica del país
será una obra compartida o no será, lo cual exige construir poder al servicio
del deber y no del sectarismo y la ambición desmedida. Construcción que implica
predicar con el ejemplo para recuperar la credibilidad dañada por una
politización excesiva en cargos y candidaturas, sin idoneidad ni selección.
Es menester redescubrir la relación
directa de la política con las cuestiones primordiales que el pueblo intuye y
siente con el peso de la multitud, a la espera de planes y programas eficaces.
La propaganda infantil y repetitiva subestima el sentido común y ofende a la
ciudadanía, que cede espacio al protagonismo de las camarillas que destruyen la
democracia con sus enfrentamientos y desbordes. Estos amagos fraudulentos, de
una violencia minoritaria pero en aumento, son inadmisibles, y urgen a la
revisión de formas electorales caducas, para facilitar su pasaje a metodologías
actualizadas y transparentes.
Sin embargo, la matriz del problema
es más compleja e invita a ir relevando progresivamente el accionar pernicioso
del clientelismo, que lucra con el asistencialismo crónico a la marginalidad,
que multiplica porque es su fuente de especulación. De igual modo actúa el
empleo público excedente que condiciona votos y manifestaciones proselitistas,
porque completa el mecanismo de cautividad electoral feudalizada. Por tal
razón, únicamente el trabajo genuino es su antídoto.
No existe otra clave para acceder al
porvenir que la concertación económica y social para la producción y la
educación, equivalente moral al esfuerzo de reconstrucción de las naciones que
supieron resurgir de sus conflictos externos e internos. Países que vuelven a
retroceder cuando el mando lo retoma la especulación financiera, la corrupción
estatal y privada, y la desorientación de la mayoría desmovilizada para
participar de manera activa en fuerzas responsables, como lo vemos ahora en
gran parte de Europa.
La finalidad es propender a la
organización de la sociedad en una democracia de trabajo, orientada por los
valores del esfuerzo digno, sin imposición de sacrificios reaccionarios; y de
la solidaridad verdadera, sin permitir los excesos falsamente “progresistas” de
reclamar derechos sin cumplir las obligaciones que de ellos derivan. Porque el
relato ideológico no suscita organización territorial, ni promoción social, ni
desarrollo económico.
Para los dirigentes que deseen
perdurar resulta imprescindible evidenciar austeridad, laboriosidad y coraje,
como preceptos morales y leyes intrínsecas a la nueva realidad que se perfila
sobre el límite de este ciclo. De lo contrario, sin referencias públicas
convocantes la mera agitación de
parcialidades y sectas nunca podrá configurar la gran transformación necesaria,
de orden racional, no extremo, con el menor costo en tiempo, penurias y
contradicciones.
Es sabido que sin proyecto de nación
se diluye el ámbito comunitario, y el caos reinante premia al oportunismo y
castiga al ciudadano que trabaja y cumple. En consecuencia, hay que prevenir la
degradación de nuestros vínculos básicos permanentes, en otros de conveniencia
a corto plazo. En tal contexto, aceptar la naturalización de prácticas
antidemocráticas, establecería un piso y no un techo a las próximas contiendas
comiciales, con resultado incierto.
La orfandad de liderazgo no siempre
se corrige con el conductor carismático, que provee misteriosamente la historia
para sus momentos culminantes. Hay otros momentos, cuando se regresa de consignas
estridentes y divisivas, donde importa establecer un sistema estable, basado en
articulaciones de cooperación y consenso. [25.8.15]
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