7. EL RESPETO POLÍTICO A
LAS IDIOSINCRASIAS
SOCIALES Y TERRITORIALES
Del ser gregario al ser
social
La vida individual es tan frágil y efímera que el
hombre se ha organizado desde siempre en forma colectiva para luchar por su
supervivencia, y para vincularse espiritualmente en el orden de sus creencias.
Surgen de este modo las comunidades que, aglutinadas en su círculo de
pertenencia, fueron creciendo paulatinamente en sus diversos radios de acción.
Así se realizó el aprovechamiento de la naturaleza por obra de su trabajo; el
desarrollo normativo de su convivencia interna; y el despliegue de sus líneas y
procedimientos de defensa contra la amenaza exterior.
En este proceso evolutivo ocurrió el paso
significativo del ser gregario al ser social, conformando núcleos de identidad
definida basada en los modos previsibles de los deseos, los sentimientos y los
comportamientos de sus integrantes. La cohesión grupal establecida no
significó, obviamente, la eliminación de las tensiones de conflicto, pero dio
cauce inicial a un tratamiento de los antagonismos suscitados por diferencias étnicas
y territoriales.
Nacen allí, en los orígenes elementales de la política
y la estrategia, los mecanismos interpuestos por la mentalidad humana para
dirimir posiciones contrapuestas en asuntos vitales. Contradicciones que,
proyectadas a los escenarios más sofisticados de la actualidad, mantienen sin
embargo su disyuntiva fundamental. Ella significa hoy la comprensión de la
necesidad del pluralismo, expresada en la apertura a lo extraño y lo diferente,
o el rechazo violento que puede llegar a los extremos del sectarismo y el
racismo.
Es importante reconocer la experiencia del largo
recorrido histórico que hemos sintetizado, porque la ecuación que facilita o
retrasa el desarrollo social de los pueblos y la integración regional de los
países, supone un balance ecuánime y previsor. En principio, una afirmación de
la identidad, con todos su rasgos culturales e institucionales, para no afectar
por excesiva tolerancia a la propia comunidad. Y enseguida, una amplitud
pluralista permeable a las innovaciones y aportes de otras corrientes humanas
que, al comienzo, puedan presentar fuertes disidencias y discrepancias.
Del ser social al ser
político
Los hombres, sea en el plano individual o colectivo,
eligen constantemente entre distintos objetivos y formas de acción, siguiendo
su intereses o tendencias. Al hacerlo responden a sus propios valores
personales o comunitarios, aunque siempre orientados por finalidades y efectos
directos o compensados. Existe, sin duda, un amplio arco que va del egoísmo al
altruismo y del hedonismo al sacrificio, enmarcando las sendas centrales de la
moral de cada uno en la intimidad de la conciencia, ya que ella no responde a
coacciones de nadie. Pero es evidente que la conciencia moral no actúa por sí
en los problemas de la sociedad, a menos que se condense en pautas culturales
activas y se exprese como moral pública o política.
Con esto queremos abrir perspectivas entre los
prejuicios que se oponen a una visión integradora, y descubrir el carácter
inocuo del mero “moralismo” sobre las vicisitudes reales de la práctica social;
además de destacar los riesgos autoritarios que puede encerrar el utopismo, por
derecha o izquierda, de “una sociedad perfecta”. El campo de la política, en
cambio, con todos sus defectos, se opone por naturaleza al totalitarismo, y
genera la participación que constituye lo esencial de la democracia como
sistema perfectible. Un ideal posible que rechaza la imposición por la fuerza,
y debe enfatizar el diálogo, el acuerdo y el consenso, a fin de lograr la colaboración
de todos los sectores, junto a un ritmo adecuado para no desfasarse de los
ciclos históricos.
Las virtudes éticas de la política se manifiestan,
pues, en las categorías eficientes de la organización y la conducción, que son
las fuentes de la voluntad plena de presencia, valores y constancia que exige
la construcción de las grandes fuerzas civiles. Fuerzas que aspiran lógicamente
al ejercicio democrático del poder, inalcanzable para la retórica de los
puristas, pero accesible a la convocatoria de miles de líderes comunitarios,
ubicados dentro de sus bases sociales y territoriales, y dispuestos a
sobrepasar a la mediocridad que se interponga en su camino.
El poder político no se endosa, ni se transfiere ni se
negocia. Habla claramente de quién lo tiene o no lo tiene, pero no como objeto
de perpetuación de privilegios o de la tentación de trasladarlo al entorno;
sino como comando de la energía transformadora que alienta el conjunto del
país. La ética, por consiguiente, puede guiar la política como reciprocidad de
planteamientos y resultados, únicamente si somos capaces de involucrarnos con
sinceridad en sus ideales superiores, que no pueden reclamar para sí los
apáticos e indiferentes sin compromiso alguno con la vida nacional.
La igualdad como hecho práctico y efectivo
Conviene demorarnos un poco en las reacciones de la
naturaleza humana cuando se acerca mayoritariamente a las condiciones de
libertad e igualdad, que deben preexistir o crearse para la participación digna
en las actividades de organización social y política. Cuestión imprescindible
para distinguir “la igualdad hacia arriba” del acceso popular a la prosperidad
y el progreso, de “la igualdad hacia abajo” impuesta por la uniformidad
populista. Aquí también es indispensable una perspectiva equilibrada,
equidistante del concepto de competencia desmedida y destructiva del
liberalismo y a la vez, de la falencia en la gestación de verdaderas
oportunidades de elevación que provoca la masificación política.
Sin duda, la promoción social no es una tarea
darwinista de primacía excluyente de los más aptos, pero tampoco un cautiverio
en las redes de un asistencialismo mínimo de sectores carenciados. Por el
contrario, es una tarea inteligente que, además de proteger a los más
vulnerables, exige reciprocidad en la tarea educativa, y la identificación y
capacitación intensa de nuevos cuadros para realimentar la cadena del apoyo
social y sus formas auto-convocadas y auto-organizadas de cooperación.
La igualdad deja de ser una noción abstracta, o válida
apenas para la comodidad discursiva, cuando se enriquece con las ideas-fuerzas
de equidad, reciprocidad y solidaridad efectiva, juzgadas en metas y resultados
apreciables para los propios, y en ejemplos imitables para los demás que sufren
una misma situación de abandono o exclusión. Ésta es la igualdad práctica que
garantiza la estabilidad, la continuidad y la consolidación de las formas
orgánicas construidas por personas sencillas, pero con vocación de
trascendencia.
Sobre la base de asentamientos arraigados, con
logística suficiente y autónoma, es factible desplegar la estrategia de los
movimientos sociales y comunitarios que pueden intercambiar aportes y negociar
espacios legítimos en estructuras cada vez más grandes. Ellas manifestarán con
elocuencia el aporte de un nuevo mérito civil, fuera de toda descalificación
reaccionaria o prejuiciosa. En el mundo contemporáneo no hay otra elección
social más exitosa que ésta, instituida en el desenvlovimiento de la educación
permanente, la propiedad cooperativa y la conciencia integradora por igual de
derechos y deberes ciudadanos.
Asimilar los matices
políticos enriquecedores
Estos temas y otros -como el fin del ciclo protagónico
de la protesta crónica y profesionalizada, combinada con el otorgamiento de
ayudas sociales sin objetivos- son los se deben revisar ahora desde el punto de
vista de la conducción. Ella, si bien no es una ciencia exacta sino un hecho
humano, dispone de una teoría y una técnica para hacer eficiente su actuación.
La política en este nivel no puede quedar en manos de una sociología de las
necesidades básicas, cubiertas por una
distribución dudosa de la burocracia estatal y los punteros que especulan con
el reparto. Hace falta con urgencia la formulación de proyectos que impulsen el
cambio real de situación en sectores y lugares determinados.
Esta nueva actividad requiere un conocimiento
detallado del medio, y de la red de relaciones que lo cruzan, para integrarlo
en el seno de la comunidad. Lo cual resalta el aspecto sensible de la
configuración de los distintos espacios sociales y territoriales, que merecen
un trabajo profundo que supere la atención superficial y el activismo
piquetero. Hablamos del respeto que implica acercarse a la gente con una
intención organizativa y no meramente agitativa, que se queda y diluye en una
actitud proselitista (votos cautivos).
Lo mismo ocurre con el enfoque de la cuestión
político-sindical, cuyo peso es claro a raíz, precisamente, de haber
trascendido hace mucho la mera etapa reivindicativa y asistencial. Sin duda,
son varias las cosas que ahora hay que esperar del movimiento de los
trabajadores en una nueva etapa de proyección política y desarrollo técnico y
profesional, pero no es comprensible posponer su representación parlamentaria
en beneficio de quienes aún no han cumplido su estadía militante en la base y
carecen de experiencia en el oficio de encuadrar.
De igual modo, la atención a los sectores medios y
urbanos, excede el rol de los encuestadores y publicistas, aún los exitosos,
porque la política-organización abarca una dimensión mucho mayor que la
política- espectáculo. Tampoco es propensa al simple recitado de buenas
intenciones. Hay una idiosincrasia particular de las grandes ciudades, que
rechaza la voluntad excesiva de un poder central que sobrepase los perfiles y
modos de expresión de su ambiente y su jurisdicción. Aunque parezca paradójico,
estas pautas culturales importan más que el juicio sobre toda gestión, buena o
mala, lo que debe conocerse y apreciarse en la construcción permanente de una
fuerza partidaria local, hoy en muchos casos ausente.
Ni que hablar de las provincias argentinas
consolidadas en las arduas luchas de la organización nacional, casi siempre
enfrentando la prepotencia “unitaria”. Ellas son celosas de su autonomía
federal y aún del horizonte nacional de sus principales referentes. Razones
válidas para descartar la digitación antipática de candidaturas por parte de
asesores extraños, y permitir con paciencia el acomodamiento propio de sus
cuestiones internas que agregan matices enriquecedores al movimiento histórico.
En él no pueden confundirse etapas sucesivas con refundaciones inexistentes,
porque los momentos augurales no responden al vaticinio improbable de los
ideólogos oportunistas. (31.7.11)
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