lunes, 11 de julio de 2016

11. LOS GRANDES TRIUNFOS SE CONSOLIDAN EN UN IMPERATIVO DE UNIDAD



11. LOS GRANDES TRIUNFOS SE CONSOLIDAN
EN UN IMPERATIVO DE UNIDAD


Concertar democráticamente sin perjuicio de las diferencias

Los grandes triunfos políticos se proyectan históricamente en un imperativo de unidad, cuando se trata de consolidar grandes reformas internas que exceden los períodos de los gobiernos de turno; y, especialmente, para prevenir riesgos que amenacen desde el exterior. Porque, aunque resulte una obviedad, el llamado a la unión no es posible desde los dirigentes derrotados, ni los planes de concertación son factibles por el simple juego intelectual de los tecnócratas carentes de respaldo popular.

En cambio, a mayor dimensión electoral aumentan las responsabilidades de preservar la fuerza suficiente, no sólo para mantener la cohesión propia, por encima de las circunstancias siempre desgastantes de tiempo y espacio, sino para sumar aliados a lo esencial del proyecto nacional, respecto al cual toda adhesión es poca. Con este espíritu hay que concertar democráticamente, sin perjuicio de las diferencias, con otros sectores de distinto origen y tradición partidaria, proclives sin embargo a asumir una serie  decisiva de objetivos estratégicos superiores.

La trayectoria reciente de nuestro país ofrece ejemplos valiosos del llamado a concretar acuerdos transcendentes por obra de la iniciativa de un poder ejecutivo consagrado en las urnas. En la década del 40, un mensaje con el nombre de “La comunidad organizada”, formulado en el marco de una estructura filosófico-política, intentó potenciar las posibilidades argentinas ante el mundo de postguerra, y alertar sobre el conflicto ideológico de los imperialismos emergentes. Una generación después, con el tono de una concertación político-social, “La hora del pueblo”, trató de llevar igualmente una esperanza de pacificación, ante la violencia sin destino de esos tiempos que dividieron a nuestro continente.

Hoy, a otra generación de distancia, la doctrina gradual de la vía comunitaria, equidistante de los extremos beligerantes por la afirmación de su función social, vuelve a señalarnos el camino correcto. Con él no se pierde iniciativa, se la gana, a condición de ejercerla con metodología estratégica, claridad expresiva y acompañamiento adecuado de la expectativa popular en esta etapa institucional de país.


El poder concertador en posesión de la iniciativa política

El momento histórico que vivimos contiene elementos similares a los recogidos por nuestra experiencia, esta vez frente a la conmoción mundial producida por una especulación financiera transnacional desbordada, renuente a toda regulación, aún del poder civil de la primera potencia mundial. Estamos expuestos, pues, a la voracidad de un nuevo imperialismo sin fronteras, decidido a disponer sin escrúpulos de los espacios geopolíticos, los recursos naturales y el factor activo del trabajo en todas las latitudes del planeta, incluyendo la intervención armada.

Con ese telón de fondo, disimulado por la complicidad de los partidos liberales y encubierto por los monopolios mediáticos afines, se suceden – con su respectivas diferencias y variantes- grandes conflictos que van desde España, Portugal, Irlanda y Grecia, hasta los países árabes; y desde Inglaterra a Chile, develando la discusión sobre la democracia real y los modelos de desarrollo nacional e inclusión necesarios para sustentarla socialmente.

La conflictividad global ha venido a resaltar como nunca que la crisis tiene una respuesta regional, como estrategia unificada ante los efectos de la crisis, o no tiene posibilidades de resolverse. Disyuntiva que ubica el campo de las soluciones en el ámbito de la política internacional, que Perón consideraba la verdadera política, para diferenciarla de una actitud “provinciana” sin visión continentalista. Afortunadamente, los países de la Unasur, a nivel de ministros de economía, presidentes de banco central y cancilleres, se reunieron en Buenos Aires para coordinar medidas preventivas en bloque.

Tal es la situación que demanda el fortalecimiento del sentido de pertenencia y defensa de lo nuestro que conlleva el imperativo de unidad que es indispensable y urgente. Una forma de prestigiar los liderazgos y renovar las formas de hacer política, que no sólo hay que asumir sino que hay que encabezar, en un mandato consecuente al gran volúmen de sufragios obtenidos. En esta instancia, la ética expresada en la esfera de los valores, es puesta a prueba en la convivencia social, y paralelamente en el comportamiento responsable de los dirigentes oficialistas y opositores, para que este ideal no sea ingenuo sino orgánico.


Satisfacer la expectativa de concertación política y social

Concertar implica, antes que nada, revalorizar el rol del Estado, sin caer en el estatismo ineficaz, y reafirmar, no declinar, los objetivos de un sujeto social constituido por grandes contingentes populares, en situación de necesidad o con expectativas de mejoramiento substancial de su calidad de vida. El gradualismo propuesto para encarar esta tarea es realista, desde el punto de vista de las posibilidades, pero no en la versión del “realismo” oportunista que encubre la resignación social o el incumplimiento de las promesas electorales.

También rechaza los entusiasmos pasajeros, las modas ideológicas, la crítica por la crítica y los enfrentamientos estériles; buscando evitar interferencias y contramarchas que aumenten el sufrimiento social. El excesivo individualismo y las poses mediáticas deben sustituirse por el análisis objetivo y la representación colectiva, superando el espontaneísmo inconducente, con la formulación de propuestas y planes bien fundamentados y explicados sinceramente.

Es cierto que detrás de toda acción política existe un marco de ideas explícitas o implícitas, pero concertar exige neutralizar la “ideologización” del debate de los principales ejes de avance hacia acuerdos básicos. A este fin, lo crucial es encontrar las herramientas metodológicas adecuadas, y un conjunto motivado de cuadros políticos, sociales y técnicos para difundir sus beneficios y ayudar a mantener los canales de diálogo. Lo dicho significa resaltar la militancia con valores y objetivos permanentes, frente a los manejos autopublicitarios y el tráfico de influencias.

Si prevalece en la sociedad, un clima favorable a la participación y la cooperación, ya existe la plataforma necesaria donde dar los primeros pasos, que son los más difíciles. Sobre este andamiaje se irán aportando contenidos de creatividad política y solvencia técnica para ofrecer soluciones efectivas a problemas impostergables. Por el absurdo, contrariar este ánimo mayoritario tendrá consecuencias negativas, que restarán legitimidad y apoyo a sus respectivos referentes.

Un parlamento de trabajo

Ya hace mucho tiempo que los más ilustres pensadores definieron la clave de la democracia en el funcionamiento de “un parlamento de trabajo” (Max Weber)[1]; es decir, un congreso no limitado a hablar por hablar en sesiones plenarias de largos discursos sin efectividad ninguna, sino capaz de destacarse en las comisiones de labor específica de cada área o actividad. Allí es precisamente donde la oposición puede complementar o contradecir al oficialismo en lo que considere fundado, y a la vez controlar con criterio republicano la conducción del poder efectuada por el gobierno.

Lo relevante es participar del diseño de las estrategias políticas, sabiendo que la “administración”, aún la buena administración, no puede reemplazar la orientación y el peso gravitante de la conducción sociopolítica. Por eso también, ha fracasado en tantos países el mero “gobierno de los funcionarios”, carentes de la visión, la capacidad y la representación que implica ocuparse de cuestiones de naturaleza política, más allá de lo estrictamente técnico. No nos referimos, entonces, ni a la tecnocracia ni al parlamentarismo, sino a un poder legislativo con vigencia real, que en sus comisiones de trabajo, y con el asesoramiento especializado compatible, pueda formular, enriquecer o criticar constructivamente las principales políticas de Estado. Misión trascendente que implica cooperación, aún desde la diferencia que corresponda; y no obstrucción ni oposición por la oposición misma, llena de denuncias retóricas, divisiones absurdas y diatribas.

La actitud a adoptar en temas de alta política así lo amerita, calificando en cada caso las coincidencias programáticas que requiere obtener mayoría o consenso para las leyes tratadas. Dichas normas expresarían la configuración y el empuje de una gran voluntad concertada, superando la formalidad de los procedimientos parlamentarios establecidos. Un hecho que otorgaría la mayor legitimidad posible a aquellas leyes orgánicas que generen reformas profundas de la estructura estatal y de la sociedad civil, y que haría más difícil su reversión pendular en un ciclo político distinto.

Además de contribuir a este principio de estabilidad y previsibilidad jurídico-legal, el congreso es el ámbito propicio para completar la capacitación y demostrar las condiciones de los nuevos dirigentes. Para ello, éstos tienen que expresar en los hechos su vocación, presencia y dedicación al trabajo legislativo. Siempre habrá, por supuesto, una lucha política por espacios de figuración o poder personal, con las disputas e intrigas consiguientes que son producto de las ambiciones humanas; pero el mérito de encabezar, de manera seria y constante, causas justas a favor de la comunidad, otorgará sentido de utilidad social a sus proyectos de liderazgo.


El consenso facilitado por la libertad de expresión comunitaria

Las finalidades y funciones de un parlamento de trabajo, idóneo para la búsqueda genuina de consensos, y no el acuerdo espurio de reparto entre cúpulas partidarias, que ha ocurrido tantas veces, demanda el ejercicio de otro derecho fundamental garantizado en el orden constitucional, como es la libertad de expresión. Por ella, los ciudadanos pueden informarse, hacer el seguimiento e intervenir con su voz y movilización, para inclinar el balance de los asuntos tratados sobre el eje requerido mayoritariamente.

Esto exige pluralidad y transparencia informativa y comunicativa, para no interferir ni desviar la participación de las personas y los sectores de la sociedad con sus legítimos objetivos y reclamos. O sea, descartar aquellos análisis y comentarios sistemáticamente parcializados o falsos, según la conveniencia de las empresas mediáticas asociadas a la concentración económica. En este trance, y siendo difícil arbitrar sobre el criterio de verdad que dicen aplicar las distintas entidades, privadas y públicas, lo más conveniente es abrir nuevas perspectivas de expresión a la mayor cantidad de organizaciones de índole comunitaria, con formas de dirección, contenidos y tipo de propiedad de carácter social (municipios, universidades, sindicatos, etc.).

La política, por lo demás, no es un fin en sí misma, sino una vía para cumplir con los principios existenciales y las aspiraciones vitales de los pueblos. Axioma que destaca la importancia de motivar su participación del modo más directo posible, lo cual se logra en niveles proporcionados y cercanos a la base. Esto no excluye la lucha que hay que dar por construir instituciones políticas eficaces, que se conseguirán más fácilmente con múltiples iniciativas de compromiso popular.


Militancia y educación para la democracia

Vale la pena concluir el tema con una mención a la labor militante en la calle, donde se completa el ciclo informativo con la interpretación que se va decantado de un variado caudal noticioso, muchas veces sin distinguir los factores de presión y de poder que están en la génesis de una situación compleja. No nos referimos al “periodismo militante”, que existe a un lado y otro de las posiciones interesadas. Todo lo contrario: hablamos de la tarea indelegable de los cuadros, bien identificados como tales, para construir organización dentro de cánones claramente democráticos.

Los liderazgos, aún los carismáticos, no pueden prescindir de las estructuras orgánicas, sino que deben conducirlas. Ellas abarcan un dispositivo funcional y territorial imprescindible, y no son reemplazables por la comunicación centralizada, ni con agrupaciones sin despliegue real en los perfiles diferenciados del espacio político y social. Lo orgánico es, precisamente, lo permanente y adaptado al terreno; algo que, por la militancia de vocación y mística propia, siempre estará presente: con o sin recursos materiales, con o sin cargos públicos.

En cuanto a la educación para la democracia, que es un proceso largo y evolutivo que determina finalmente la calidad de un sistema político, digamos que no es una construcción exterior, de apariencia o fachada. Es una construcción interior, que pasa por fortalecer el criterio personal y comunitario para discernir los elementos de verdad, por encima de los errores y engaños que siempre inducen y producen las tramas intrincadas de los intereses creados. (4.9.11)




[1] “Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada”,1917.

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