11. LOS GRANDES TRIUNFOS SE
CONSOLIDAN
EN UN IMPERATIVO DE UNIDAD
Concertar democráticamente
sin perjuicio de las diferencias
Los grandes triunfos políticos se proyectan
históricamente en un imperativo de unidad, cuando se trata de consolidar
grandes reformas internas que exceden los períodos de los gobiernos de turno;
y, especialmente, para prevenir riesgos que amenacen desde el exterior. Porque,
aunque resulte una obviedad, el llamado a la unión no es posible desde los
dirigentes derrotados, ni los planes de concertación son factibles por el
simple juego intelectual de los tecnócratas carentes de respaldo popular.
En cambio, a mayor dimensión electoral aumentan las
responsabilidades de preservar la fuerza suficiente, no sólo para mantener la
cohesión propia, por encima de las circunstancias siempre desgastantes de
tiempo y espacio, sino para sumar aliados a lo esencial del proyecto nacional,
respecto al cual toda adhesión es poca. Con este espíritu hay que concertar
democráticamente, sin perjuicio de las diferencias, con otros sectores de
distinto origen y tradición partidaria, proclives sin embargo a asumir una
serie decisiva de objetivos estratégicos
superiores.
La trayectoria reciente de nuestro país ofrece
ejemplos valiosos del llamado a concretar acuerdos transcendentes por obra de
la iniciativa de un poder ejecutivo consagrado en las urnas. En la década del
40, un mensaje con el nombre de “La comunidad organizada”, formulado en el
marco de una estructura filosófico-política, intentó potenciar las
posibilidades argentinas ante el mundo de postguerra, y alertar sobre el
conflicto ideológico de los imperialismos emergentes. Una generación después,
con el tono de una concertación político-social, “La hora del pueblo”, trató de
llevar igualmente una esperanza de pacificación, ante la violencia sin destino
de esos tiempos que dividieron a nuestro continente.
Hoy, a otra generación de distancia, la doctrina
gradual de la vía comunitaria, equidistante de los extremos beligerantes por la
afirmación de su función social, vuelve a señalarnos el camino correcto. Con él
no se pierde iniciativa, se la gana, a condición de ejercerla con metodología
estratégica, claridad expresiva y acompañamiento adecuado de la expectativa
popular en esta etapa institucional de país.
El poder concertador en
posesión de la iniciativa política
El momento histórico que vivimos contiene elementos
similares a los recogidos por nuestra experiencia, esta vez frente a la
conmoción mundial producida por una especulación financiera transnacional
desbordada, renuente a toda regulación, aún del poder civil de la primera
potencia mundial. Estamos expuestos, pues, a la voracidad de un nuevo
imperialismo sin fronteras, decidido a disponer sin escrúpulos de los espacios
geopolíticos, los recursos naturales y el factor activo del trabajo en todas
las latitudes del planeta, incluyendo la intervención armada.
Con ese telón de fondo, disimulado por la complicidad
de los partidos liberales y encubierto por los monopolios mediáticos afines, se
suceden – con su respectivas diferencias y variantes- grandes conflictos que
van desde España, Portugal, Irlanda y Grecia, hasta los países árabes; y desde
Inglaterra a Chile, develando la discusión sobre la democracia real y los
modelos de desarrollo nacional e inclusión necesarios para sustentarla
socialmente.
La conflictividad global ha venido a resaltar como
nunca que la crisis tiene una respuesta regional, como estrategia unificada
ante los efectos de la crisis, o no tiene posibilidades de resolverse.
Disyuntiva que ubica el campo de las soluciones en el ámbito de la política
internacional, que Perón consideraba la verdadera política, para diferenciarla
de una actitud “provinciana” sin visión continentalista. Afortunadamente, los
países de la Unasur,
a nivel de ministros de economía, presidentes de banco central y cancilleres,
se reunieron en Buenos Aires para coordinar medidas preventivas en bloque.
Tal es la situación que demanda el fortalecimiento del
sentido de pertenencia y defensa de lo nuestro que conlleva el imperativo de
unidad que es indispensable y urgente. Una forma de prestigiar los liderazgos y
renovar las formas de hacer política, que no sólo hay que asumir sino que hay
que encabezar, en un mandato consecuente al gran volúmen de sufragios obtenidos.
En esta instancia, la ética expresada en la esfera de los valores, es puesta a
prueba en la convivencia social, y paralelamente en el comportamiento
responsable de los dirigentes oficialistas y opositores, para que este ideal no
sea ingenuo sino orgánico.
Satisfacer la expectativa
de concertación política y social
Concertar implica, antes que nada, revalorizar el rol
del Estado, sin caer en el estatismo ineficaz, y reafirmar, no declinar, los
objetivos de un sujeto social constituido por grandes contingentes populares,
en situación de necesidad o con expectativas de mejoramiento substancial de su
calidad de vida. El gradualismo propuesto para encarar esta tarea es realista,
desde el punto de vista de las posibilidades, pero no en la versión del
“realismo” oportunista que encubre la resignación social o el incumplimiento de
las promesas electorales.
También rechaza los entusiasmos pasajeros, las modas
ideológicas, la crítica por la crítica y los enfrentamientos estériles;
buscando evitar interferencias y contramarchas que aumenten el sufrimiento
social. El excesivo individualismo y las poses mediáticas deben sustituirse por
el análisis objetivo y la representación colectiva, superando el espontaneísmo
inconducente, con la formulación de propuestas y planes bien fundamentados y
explicados sinceramente.
Es cierto que detrás de toda acción política existe un
marco de ideas explícitas o implícitas, pero concertar exige neutralizar la
“ideologización” del debate de los principales ejes de avance hacia acuerdos
básicos. A este fin, lo crucial es encontrar las herramientas metodológicas
adecuadas, y un conjunto motivado de cuadros políticos, sociales y técnicos
para difundir sus beneficios y ayudar a mantener los canales de diálogo. Lo
dicho significa resaltar la militancia con valores y objetivos permanentes,
frente a los manejos autopublicitarios y el tráfico de influencias.
Si prevalece en la sociedad, un clima favorable a la
participación y la cooperación, ya existe la plataforma necesaria donde dar los
primeros pasos, que son los más difíciles. Sobre este andamiaje se irán
aportando contenidos de creatividad política y solvencia técnica para ofrecer
soluciones efectivas a problemas impostergables. Por el absurdo, contrariar
este ánimo mayoritario tendrá consecuencias negativas, que restarán legitimidad
y apoyo a sus respectivos referentes.
Un parlamento de trabajo
Ya hace mucho tiempo que los más ilustres pensadores
definieron la clave de la democracia en el funcionamiento de “un parlamento de
trabajo” (Max Weber)[1];
es decir, un congreso no limitado a hablar por hablar en sesiones plenarias de
largos discursos sin efectividad ninguna, sino capaz de destacarse en las
comisiones de labor específica de cada área o actividad. Allí es precisamente
donde la oposición puede complementar o contradecir al oficialismo en lo que
considere fundado, y a la vez controlar con criterio republicano la conducción
del poder efectuada por el gobierno.
Lo relevante es participar del diseño de las
estrategias políticas, sabiendo que la “administración”, aún la buena
administración, no puede reemplazar la orientación y el peso gravitante de la
conducción sociopolítica. Por eso también, ha fracasado en tantos países el
mero “gobierno de los funcionarios”, carentes de la visión, la capacidad y la
representación que implica ocuparse de cuestiones de naturaleza política, más
allá de lo estrictamente técnico. No nos referimos, entonces, ni a la
tecnocracia ni al parlamentarismo, sino a un poder legislativo con vigencia
real, que en sus comisiones de trabajo, y con el asesoramiento especializado
compatible, pueda formular, enriquecer o criticar constructivamente las
principales políticas de Estado. Misión trascendente que implica cooperación,
aún desde la diferencia que corresponda; y no obstrucción ni oposición por la
oposición misma, llena de denuncias retóricas, divisiones absurdas y diatribas.
La actitud a adoptar en temas de alta política así lo
amerita, calificando en cada caso las coincidencias programáticas que requiere
obtener mayoría o consenso para las leyes tratadas. Dichas normas expresarían
la configuración y el empuje de una gran voluntad concertada, superando la
formalidad de los procedimientos parlamentarios establecidos. Un hecho que
otorgaría la mayor legitimidad posible a aquellas leyes orgánicas que generen
reformas profundas de la estructura estatal y de la sociedad civil, y que haría
más difícil su reversión pendular en un ciclo político distinto.
Además de contribuir a este principio de estabilidad y
previsibilidad jurídico-legal, el congreso es el ámbito propicio para completar
la capacitación y demostrar las condiciones de los nuevos dirigentes. Para
ello, éstos tienen que expresar en los hechos su vocación, presencia y
dedicación al trabajo legislativo. Siempre habrá, por supuesto, una lucha
política por espacios de figuración o poder personal, con las disputas e
intrigas consiguientes que son producto de las ambiciones humanas; pero el
mérito de encabezar, de manera seria y constante, causas justas a favor de la
comunidad, otorgará sentido de utilidad social a sus proyectos de liderazgo.
El consenso facilitado por la
libertad de expresión comunitaria
Las finalidades y funciones de un parlamento de
trabajo, idóneo para la búsqueda genuina de consensos, y no el acuerdo espurio
de reparto entre cúpulas partidarias, que ha ocurrido tantas veces, demanda el
ejercicio de otro derecho fundamental garantizado en el orden constitucional,
como es la libertad de expresión. Por ella, los ciudadanos pueden informarse,
hacer el seguimiento e intervenir con su voz y movilización, para inclinar el
balance de los asuntos tratados sobre el eje requerido mayoritariamente.
Esto exige pluralidad y transparencia informativa y
comunicativa, para no interferir ni desviar la participación de las personas y
los sectores de la sociedad con sus legítimos objetivos y reclamos. O sea,
descartar aquellos análisis y comentarios sistemáticamente parcializados o
falsos, según la conveniencia de las empresas mediáticas asociadas a la
concentración económica. En este trance, y siendo difícil arbitrar sobre el
criterio de verdad que dicen aplicar las distintas entidades, privadas y
públicas, lo más conveniente es abrir nuevas perspectivas de expresión a la
mayor cantidad de organizaciones de índole comunitaria, con formas de
dirección, contenidos y tipo de propiedad de carácter social (municipios,
universidades, sindicatos, etc.).
La política, por lo demás, no es un fin en sí misma,
sino una vía para cumplir con los principios existenciales y las aspiraciones
vitales de los pueblos. Axioma que destaca la importancia de motivar su participación
del modo más directo posible, lo cual se logra en niveles proporcionados y
cercanos a la base. Esto
no excluye la lucha que hay que dar por construir instituciones políticas
eficaces, que se conseguirán más fácilmente con múltiples iniciativas de compromiso
popular.
Militancia y educación para
la democracia
Vale la pena concluir el tema con una mención a la
labor militante en la calle, donde se completa el ciclo informativo con la
interpretación que se va decantado de un variado caudal noticioso, muchas veces
sin distinguir los factores de presión y de poder que están en la génesis de
una situación compleja. No nos referimos al “periodismo militante”, que existe
a un lado y otro de las posiciones interesadas. Todo lo contrario: hablamos de
la tarea indelegable de los cuadros, bien identificados como tales, para
construir organización dentro de cánones claramente democráticos.
Los liderazgos, aún los carismáticos, no pueden
prescindir de las estructuras orgánicas, sino que deben conducirlas. Ellas abarcan
un dispositivo funcional y territorial imprescindible, y no son reemplazables por
la comunicación centralizada, ni con agrupaciones sin despliegue real en los
perfiles diferenciados del espacio político y social. Lo orgánico es,
precisamente, lo permanente y adaptado al terreno; algo que, por la militancia
de vocación y mística propia, siempre estará presente: con o sin recursos
materiales, con o sin cargos públicos.
En cuanto a la educación para la democracia, que es un
proceso largo y evolutivo que determina finalmente la calidad de un sistema
político, digamos que no es una construcción exterior, de apariencia o fachada.
Es una construcción interior, que pasa por fortalecer el criterio personal y
comunitario para discernir los elementos de verdad, por encima de los errores y
engaños que siempre inducen y producen las tramas intrincadas de los intereses
creados. (4.9.11)
No hay comentarios:
Publicar un comentario