17. LA INDEPENDENCIA ECONÓMICA Y EL SER NACIONAL
El Ser Nacional no es una entelequia
ideológica ni una consigna partidaria, sino un concepto profundo que expresa la
matriz existencial de un pueblo, interpretando sus mitos fundantes, arquetipos
éticos y gestas sociales. Decimos
“mitos” no en la acepción negativa de la mixtificación, la superstición
o el engaño, sino como reflejo metafísico de grandes verdades espirituales que
acompañan a la comunidad en los desafíos cruciales de su destino.
Son alegorías incorporadas a las tradiciones
colectivas, pero que no se detienen en el pasado, porque deben actualizarse
hacia el futuro proyectando el núcleo de valores que lo caracteriza. Con este
sentimiento, que enfoca su propia perspectiva lógica, orienta la formación de
la identidad nacional, y la constituye soberanamente en sujeto histórico.
En la identidad nacional,
precisamente, se resume la razón de la vida en conjunto y se justifica un
devenir protagónico para la realización de sus aspiraciones. Afirmación de la
voluntad de supervivencia que
trasciende, ligada a principios de unidad y cohesión, para superar la prueba
del tiempo y las adversidades. Por tanto, exige hacer lo necesario para su
despliegue; advirtiendo que, a la inversa, el extravío del ser, o su
ocultamiento, implican una decadencia inexorable.
El ser nacional, como concepto
liberador y no reaccionario, conjuga mística y razón, abnegación e
inteligencia, en orden a forjar la “unidad en la diversidad”, integrando a los
sectores de la comunidad de manera complementaria. Convenciendo y no venciendo,
persuadiendo y no mandando, organizando el diálogo y tendiendo al consenso en
lo substancial. Sabiendo que la palabra orientadora tiene el don de convertir
el pensamiento en motivo y el motivo en acción.
El bien común comprende la
disposición de los ciudadanos a actuar
con mesura y protegerse mutuamente con mentalidad fraterna. Supone la
convicción de que la libertad sólo es posible con responsabilidad; y que el
Estado tiene que fijar normas claras y hacerlas cumplir para garantizar las
relaciones de respeto, cooperación y convivencia. De allí el rescate a efectuar
del principio de autoridad, sin confundirlo con el autoritarismo y su réplica
en los remedos de anarquía.
Obviamente, la credibilidad necesita
recuperarse de la frivolidad de la “política- espectáculo”. Una forma de
proselitismo virtual que aleja a los dirigentes de los problemas reales del
país y de la angustia de los más necesitados. En su medida, pues, y
armónicamente, la democracia de trabajo puede brindar respuestas eficaces; y
resguardar a la vez un estilo de prudencia, discreción y transparencia.
En el plano económico, lo nacional
confluye en la región continental y se expresa como “independencia” inherente a
la determinación de los pueblos. No representa la “autarquía”, de las viejas
concepciones beligerantes, que frustra y aisla porque resulta vana; sino la
integración y el intercambio justo que fortalece y promueve el desarrollo
combinado.
Es el desafío anunciado en un legado
doctrinario actualizado, no dogmático, que establece la estrategia como
antídoto del facilismo y el cortoplacismo. En consecuencia, es imperioso dejar
la “politización” primaria del subdesarrollo, para alcanzar el nivel superior
de “cultura política” en una sociedad equilibrada y próspera. Sin esta
esperanza la Argentina
no existirá, porque existir es trabajar para realizar el Ser Nacional, pensando
en las próximas generaciones y no únicamente en las próximas elecciones.
[7.7.15]
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