10. EL GRADUALISMO
ESTRATÉGICO
EQUIDISTANTE DE LOS
EXTREMOS
El equilibrio del sistema
de conducción
Los conductores clásicos decían que “el momento más
difícil es el de la victoria”, porque en esa instancia inicialmente plena de
incertidumbre, pueden producirse confusiones y reacciones imprevistas que
afectan el equilibrio del sistema de comando. No es difícil comprender este
axioma que parece paradójico, si se recuerda que a los fines de largo plazo de
la estrategia, el triunfo no es una mera suma de éxitos sino una progresión de
misiones cumplidas; es decir: una continuidad de acciones detrás de una
sucesión de objetivos cada vez más cualitativos y profundos.
Obviamente, nos referimos a la estrategia política,
con los métodos que corresponden al liderazgo civil, pero que -de todas
maneras- juega su suerte en el empleo de
una fuerza organizada, que debe moverse ordenadamente con un despliegue de
encuadramientos tácticos. Luego, hay que evitar las conductas contradictorias
de quienes tienden al triunfalismo, desarmando la voluntad de perseverar con
que hay que encarar las tareas pendientes. Luego, sin dejar de celebrar lo
conveniente, hay que saber que el mejor festejo es la preparación adecuada del
próximo encuentro.
Otro problema es el oportunismo político, deseoso de
pasarse demasiado rápido de bando, sin conservar principios ni lealtades, lo
cual no es augurio de adhesión positiva. O, en el ángulo opuesto de ese mismo
defecto, el adversario insidioso que, con sofismas y argucias, no reconoce su
derrota ante una propuesta y una conducción superiores, y reparte críticas y
difamaciones sin cuestionarse para nada su pobreza de ideas y escasas
aptitudes.
Completa el cuadro la presencia en ambos campos de los
partidarios del enfrentamiento ideológico, profiriendo juicios descalificadores
con el remanido argumento de “agudizar las contradicciones” de la situación,
sin considerar el rechazo de las posiciones extremas expresado en el sufragio
de las mayorías ciudadanas. Ellas han ejercido el deber y el derecho del poder
electoral, para afirmar con claridad su opción por la vía pacífica entre
diversas postulaciones y programas. Éste es el aspecto que nos interesa
ahondar, no bajo un prisma periodístico en los que abundan versiones
superficiales, sino mediante reflexiones de naturaleza doctrinaria para
compartir con cuadros de militancia y compromiso comunitario.
El gradualismo estratégico
en función humana y social
La experiencia histórica insiste en señalar el
despropósito de la violencia, en cualquiera de sus formas, para asegurar las
metas de un modelo forzado contra la voluntad popular; tanto como, por el
contrario, encomia el sostener lo obtenido por obra de la participación
política y social. Para ello es clave que la conducción perciba el sentido del
ciclo histórico que encarna, y sepa transmitir como se ha de interpretarlo y
hacerlo comprensible para realizarlo en las circunstancias concretas.
Perón se cansó de repetir, con motivo de su esperado
regreso, que “el tiempo y la evolución” eran factores preferibles al caos y a
las pérdidas de una lucha fratricida. Afirmación de estadista que no implica
desconocer las reivindicaciones pendientes, ni los intereses que se oponen a la
equidad y a la justicia; pero que sí destaca, ante el peligro de los extremos
beligerantes, la alternativa válida del gradualismo estratégico en función
humana y social.
El gradualismo no ocurre porque sí, sino por medio de
una serie de condiciones que nos proponemos describir, como requisitos de
su implementación acertada. Ante todo,
hace falta una gran formación y constancia para llevarlo a cabo, habiendo
transitado etapas anteriores de vacíos y decadencias en la movilización del
país, y soportando una coyuntura internacional adversa. Más allá del mérito
personal de los dirigentes y predicadores portadores de una matriz conceptual
sólida, ésta sólo se reconoce y prospera cuando el proceso popular, según su
propio ritmo de maduración, siente que interpreta sus necesidades y
aspiraciones.
Recién en ese momento se une el ideal con la acción,
produciendo una transformación efectiva de la realidad, y superando la
precarización de los partidismos meramente proselitistas, incapaces de
entusiasmar a nadie que no fuesen los beneficiarios de prebendas. El
surgimiento de nuevos liderazgos, en cambio, siempre potencia un conjunto de
movimientos sociales con empuje reivindicativo en el seno de una comunidad en
transformación.
Perfil del liderazgo en la
etapa institucional
A favor de décadas de resistencia y de lucha, la
expectativa histórica de una etapa revolucionaria ha cedido su lugar a una
etapa institucional, donde las realizaciones pendientes habrán de alcanzarse
por la evolución canalizada en reformas dentro del ordenamiento legal; y cuando
corresponda, con la actualización debida del Derecho Social. Consecuentemente,
se han desplazado del sustento ciudadano las visiones catastróficas de la
oposición cerril, y la impostación dogmática que es su equivalente inverso en
la línea de contacto, hecho evidenciado en el resultado comicial. Éste no ha
sido producto de un pragmatismo exagerado centrado en un voto de conveniencia,
como algunos lo han pretendido subestimar, sino una conclusión del sentido
realista del pueblo frente a las distorsiones ideológicas y mediáticas que se
realimentan mutuamente.
Surge así una valoración ética y política de la participación comunitaria en el nivel
nacional, provincial y municipal, que ha registrado respuestas electorales
reflexivas y diferenciadas. Se impone, entonces, un estudio del perfil de
liderazgo que exigen estas nuevas circunstancias, trascendiendo los comentarios
banales que se han demorado en los planos personales, y aún privados de los
candidatos, sin comparar los rasgos adecuados del tipo de conducción apropiado.
Porque, en tanto sistema organizado, éste tiene que manifestarse claramente con
técnicas, métodos e instrumentos que aquilaten la práctica de un estilo
compatible la función que pretenden.
Es indudable que ante el espejo del liderazgo, máxime
si éste posee dotes carismáticas, se refleje siempre la polarización social de
los sentimientos primordiales de amor y odio. Por eso la buena conducción debe
tratar de prevenirse de ambos, para no alentar el fuego cruzado, al menos, de
las reacciones más irracionales. Un ejercicio espiritual y psicológico bastante
arduo, pero indispensable para progresar del hábito caudillista de las
relaciones de dominio, al comportamiento democrático de las relaciones
persuasivas. Círculo virtuoso que se completa con la paciencia de saber
escuchar, el aprovechamiento de la crítica constructiva y el asesoramiento
técnico de excelencia.
Hemos visto el espectáculo lamentable de referentes
derrotados que no dan la cara o abandonan a sus dirigidos en medio del
contraste. Lo han hecho pretextando una “ética de convicciones” basada en
principios declamados en una estéril trayectoria. Sin embargo, es una ocasión
para aprender que, en estrategia, lo principal es una “ética de
responsabilidades” basada en los efectos causados por el accionar dirigente; ya
que la calidad del liderazgo se mide por la consecuencia de sus resultados y la
entereza para asumirlos en cualquier situación.
El alcance operativo de las
iniciativas estratégicas
La estrategia es un arte-ciencia que exige la seriedad
de un ejercicio profesional, donde al conocimiento de sus reglas y
procedimientos hay que adjuntar habilidad, creatividad y cierto grado de
especialización, lo cual incluye un buen equipo de trabajo. Tal conjunto de
exigencias descarta las mentalidades mediocres, rutinarias o improvisadas; así
como también las salidas temerarias o desproporcionadas respecto al balance de
fines y medios que regula el sabio principio estratégico de “economía de
esfuerzo”.
En el campo político, el cálculo preciso de la
rentabilidad de las acciones implica la contención del alcance operativo de las
iniciativas estratégicas, lo cual destaca muchas veces el valor del
gradualismo, que ya anticipamos, frente a la desmesura de los ideólogos sin
obligación ni experiencia de conducción. De todas maneras, lo esencial del
gradualismo es el logro pautado de metas escalonadas, pero irreversibles,
capaces de sostenerse ante cualquier contingencia por el avance paso a paso de la participación
popular que impide el retroceso.
Este es el concepto que señala, por ejemplo, la
importancia del diálogo político y social, con el mecanismo de la concertación
respectiva, que significa que el liderazgo está dispuesto a exponer y no a
imponer sus ideas, del mismo modo que está abierto a recibir sugerencias y
propuestas capaces de enriquecer la perspectiva general de desarrollo. Del
clima de diálogo, en la mesa con los referentes del arco representativo del
país, o del distrito en cuestión, saldrán los ejes a institucionalizar en la
concertación legislativa para las políticas de Estado, y en la concertación
económico-social con los gremios empresariales y de trabajadores.
Los intereses develados
ante el exámen público del bien común
El discurso, la discusión y el debate de los puntos
cruciales de una coincidencia programática requerida por la razón compartida,
abarca ópticas distintas y aún contrapuestas, exigiendo la mayor y más
auténtica libertad de expresión individual, sectorial y pública. Un proceso
amplio de involucramiento y compromiso que, al mismo tiempo que respeta la
órbita de la autoridad institucional, evita toda posibilidad de autoritarismo,
fortaleciendo la estabilidad y sincerando los intereses particulares en pugna
ante el exámen público del bien común.
Para realizar este exámen democráticamente es
necesario resaltar el valor del análisis y la reflexión ciudadana, fuera de
toda imposición informativa, dada la intermediación parcializada que efectúa el
poder mediático respecto de las relaciones humanas y sociales. Este fenómeno
complejo asociado al poder económico especulativo, y que acabó con el estilo de la otrora “prensa independiente”, es más
revelante que nunca por la crisis de representatividad de los partidos
políticos y la influencia creciente de las corporaciones transnacionales.
Por esta razón es imprescindible poner en pleno
funcionamiento las disposiciones de la nueva legislación sobre medios, para
garantizar una verdadera libertad de expresión sin monopolios privados ni
censura estatal, puesto que la manipulación es perniciosa en cualquier extremo.
En el centro de esta apertura a la comunicación de la comunidad, debe
promoverse la difusión más abarcadora posible de nuevas voces, provenientes de organizaciones
autogestionadas de todo tipo, que hasta ayer tenían negado o dificultado el
acceso a esta herramienta poderosa de participación social. (28.8.11)
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