11. PERFECCIONAR EL ESTADO
SIN
IMPOSTURAS INTELECTUALES
La cultura es la elaboración
espiritual fundamental de la realización de un pueblo. Su cualidad esencial es
su impronta creadora, superando la simple imitación o copia. Esto no significa
vedar el acceso a las tendencias llamadas universales, que en rigor alcanzan
tal categoría desde un origen nacional; pero sí enriquecer dinámicamente
nuestra valoración, sin lesionar la matriz singular que nos caracteriza.
En este sentido trascendente, y no
xenófobo, las comunidades que ansían conducirse a sí mismas, y liberarse de las
presiones internas y externas que las mantienen dependientes, suelen sufrir la
doble “colonización pedagógica” de las ideologías llamadas de derecha e
izquierda. Son opuestos, tácticamente enfrentados que comparten, sin embargo,
la misma estrategia de importar mecánicamente conceptos procedentes de otras
experiencias históricas.
Esta tergiversación resulta más
evidente en una categorización integral de la cultura, que no se reduce a lo
académico, literario y artístico, sino que abarca la fuente inspiradora de
creencias profundas, y una filosofía de la vida de raíz comunitaria. Así,
preservando los matices del albedrío individual, se expresa en un mismo
lenguaje y permite la organización de la sociedad y el equilibrio de sus instituciones.
En la Argentina contemporánea
es necesario fortalecer las políticas de Estado en cultura y educación,
evitando el “unicato” que mata la creatividad y el sectarismo que niega la
diferencia o la reprime. Luego, el mayor despliegue de nuestra capacidad de
pensar, es lo contrario de la actividad rentada de los “teóricos”
justificadores de cualquier aventura económica, diplomática o política.
En este punto, la honestidad
intelectual significa no ocultar ni simular la identidad política. Porque todo
debate es válido, a condición de no caer en el “entrismo” que penetra las
corrientes mayoritarias para intentar su ruptura y desviación. La ejemplaridad
del verdadero pensador exige docencia con decencia, logos con ética; y también
tolerancia y discreción sin sobreactuar la exposición mediática ni fingir
lealtad por conveniencia.
Las filosofías políticas rigen en
ciclos largos de la historia con cimientos casi permanentes. Las doctrinas
sociales, que se enmarcan en ellas, actúan en ciclos cortos, por lo que deben
actualizarse periódicamente para adaptarse a la evolución de las
circunstancias, evitando una rigidez dogmática impropia de la persuasión
democrática.
El intelectual diletante actúa sin
vocación de resultado, como mero entretenimiento dialéctico y distracción
polémica, renuente a trabajar sistemáticamente
en la formulación de los objetivos y líneas de acción de las políticas
públicas. Son intelectuales dedicados a criticar a otros intelectuales en
círculos presuntuosos de iniciados, sin las capacidades profesionales y
técnicas necesarias para orientar la “metodología de la solución de problemas”.
El pensamiento estratégico, en
contraste con el ideologismo cerrado, tiene que seguir los caminos fructíferos
de la sinceridad, austeridad y humildad de los grandes maestros. Virtudes
imprescindibles, hoy más que nunca, para enfrentar el desafío de una sociedad
del conocimiento, en un esfuerzo dirigido al logro cultural, científico y
tecnológico para la liberación definitiva.[19.5.15]
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