19. CRISIS DE LA
POLÍTICA Y LA
ECONOMÍA EN
OCCIDENTE
Observar la perspectiva general de la política en el ámbito de la
cultura occidental, nos facilita captar el carácter de la crisis propia, que no
escapa al cúmulo de factores que la inducen. Decimos “política” como articulación
de un sistema amplio, capaz de incorporar fuerzas distintas, mas que ejercer la
defensa cerrada de intereses unilaterales. Y definimos a “occidente” considerando
la diferente legitimidad axiomática, de inspiración teocrática, que alienta los
regímenes integristas de oriente.
En nuestro mundo, el imperio moderno que creó el federalismo
doctrinario, y produjo miles de dirigentes, hace tiempo que alterna el
“reinado” de dos familias poderosas con pretensiones dinásticas, situación
contraria de hecho a los principios democráticos. Allí también, el endiosamiento
de la tecnología y el ascenso de la tecnocracia no han servido para moderar la
codicia de los ricos cada vez más ricos, ni corregir el contraste social, el
racismo violento y el crímen globalizado del tráfico de drogas.
Subyace una inestabilidad existencial, donde las viejas formas caducan
sin entreabrir el camino a las nuevas, lo cual revierte en divisiones
estériles. Igual ocurre en Europa, donde la “indignación” social genera
movilizaciones contestatarias de pronóstico reservado. En todos lados, el
relativismo moral y la especulación evidencian la impotencia de los liderazgos
establecidos para recuperar el equilibrio en sociedades fragmentadas.
Esta fragilidad institucional aumenta con el planteo transideológico de
las corporaciones que lucran por igual con cualquier modelo estatal o
referencia pública, en pro de una voracidad financiera ilimitada. Mientras muchos
ciudadanos se desorientan y pierden el sentido constitutivo de la unidad y
organización comunitaria.
Aquí actúa el coro de gurúes o “celebridades” mediáticas discordantes, y
el manejo discrecional del autoritarismo, con artificios “legales” y
maquinaciones de cúpula. En nuestro país, el desgaste de los partidos
tradicionales, y la sinuosidad de los nuevos nucleamientos, origina el concepto
difuso de “espacio político”, facilitando la entrada y salida de dirigentes
según su conveniencia. El resultado ronda el perfil superficial e
intercambiable de los candidatos, que retacean definiciones necesarias para
ordenar el escenario electoral.
En el planteo de las alianzas y frentes, donde se privilegia el “llegar”, y no el “gobernar”, la fugacidad de
los acuerdos se expone con componendas contradictorias para aquellos votantes
desencantados del proceso electoral. Máxime cuando se pacta en forma individual,
al margen de la orientación partidaria, sin generar lealtades permanentes a
nada ni a nadie.
Esta realidad lamentable desnaturaliza el espíritu de las primarias y
malversa su costo en tiempo y recursos que, directa o indirectamente, pagan los
contribuyentes. Así, hay más alianzas que partidos, y más partidos que
corrientes políticas, presagiando una atomización imprevisible. Por lo menos,
hasta después del último comicio, donde habrá que concertar un núcleo
estratégico de políticas de Estado, como alternativa a una complicación
ingobernable.
Nuestra región es valorada como una “zona de paz” respecto a la lucha
externa entre Estados, pero resulta a la vez una de las más desiguales del
mundo; paradoja que reitera el método de las “hipótesis de conflicto” en el
plano interno. Éste es el riesgo a conjurar, cualquiera sea el nombre y la
modalidad que adquiera como acechanza serial de la historia. Para hacerlo, hay
que descartar las ideologías de confrontación que agotaron su ciclo, y hacer
propicia la predicación universal de la doctrina social justa, que renace por
la dignidad del trabajo y la solidaridad. [21.7.15]
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