miércoles, 13 de julio de 2016

12. EL PODER SIMBÓLICO - CULTURAL DE UN ESTADO DE TRABAJO


12. EL PODER SIMBÓLICO - CULTURAL DE UN ESTADO DE TRABAJO

La perspectiva política del país enfrenta la disyuntiva: visión estratégica o división estéril. La opción correcta exige considerar que conducir es un servicio que ejerce el poder a través del deber y no del sectarismo ni la ambición desmedida. Por ello es necesario predicar con el ejemplo para instaurar un Estado de trabajo, equidistante del neoliberalismo y el neomarxismo, tributarios de concepciones dependientes, resistidas por las grandes mayorías.

Nuestra posición, a diferencia de las ideas copiadas y rígidas, se orienta por aspiraciones y posibilidades singulares y específicas. En tal sentido, la clave de acceso al porvenir es la concertación social para la producción y el trabajo; ya que el “progresismo” abstracto no suscita organización territorial, ni educación laboral, ni desarrollo económico.

Es menester descubrir la relación directa de la política con las cuestiones primordiales que el pueblo intuye y siente con el peso de la multitud, a la espera de planes y programas con voluntad de resolución y capacidad técnica. Buena ocupación para los cuadros que sepan evaluar los defectos de las formas orgánicas viejas y faciliten su pasaje fluido a otros procedimientos, porque un futuro diferente reclama una militancia distinta.

Resulta imprescindible demostrar austeridad y coraje, no sólo como preceptos morales, sino como normas intrínsecas a la nueva realidad que se perfila, sobre la endeblez de las pretensiones individuales o de círculo. De lo contrario, la movilización de parcialidades fragmentadas nunca podrá concentrar las fuerzas necesarias para actuar con el menor costo en tiempo, contradicciones y penurias.

Sin proyecto de nación, la comunidad diluye su ecuación de derechos y deberes. Luego, se consiente la apropiación en términos de negociado contra el patrimonio público. Y se ejerce la “ejemplaridad al revés”, que premia el oportunismo del corrupto y castiga la honestidad del ciudadano que trabaja y cumple. En consecuencia, hay que prevenir la degradación de una sociedad que revierta sus vínculos permanentes por “relaciones de conveniencia” de corto plazo.

La puja distributiva se agrava en la persecución de intereses sectoriales a cualquier costo, pues sin identidad nacional no hay concertación, que es la referencia equitativa de una gran paritaria social. Falencia que, a su vez, deja a las paritarias gremiales como una institución sin libertad por una presión autoritaria; ya que es imposible ordenar la economía de un país políticamente desordenado.

En cuanto a la orfandad de grandes liderazgos,  no siempre se corrige con el conductor carismático que provee la historia en sus momentos culminantes. Hay otros momentos, cuando se regresa de “relatos” y divisiones, en los cuales urge establecer un sistema prudente de cooperación y consenso. Esto no disminuye la competencia del nuevo gobierno, pero recupera el equilibrio participativo de una marcha previsible hacia el futuro, sin jefaturas unilaterales.

La transición de la conflictividad a la solidaridad implica una tarea ardua, ligada al “poder simbólico”, por el carácter inmaterial de su fuerza, compuesta de estructuras mentales sobre el modo de pensar y de ser. Esta disposición es reacia a modificarse, porque defiende su sentido existencial como una cuestión de vida o muerte.

El Estado, aún con sus defectos, juega aquí un rol cooperante, que está inscripto en las significaciones del imaginario colectivo, sumado al despliegue de las entidades oficiales en el total de la actividad comunitaria. Por consiguiente, es en la reforma estatal gradual donde se encuentra el apoyo del mejoramiento de los hábitos democráticos, logrando el rescate de la vocación de servicio público.[26.5.15]





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