12. EL PODER SIMBÓLICO - CULTURAL DE UN ESTADO DE TRABAJO
La perspectiva política del país
enfrenta la disyuntiva: visión estratégica o división estéril. La opción
correcta exige considerar que conducir es un servicio que ejerce el poder a
través del deber y no del sectarismo ni la ambición desmedida. Por ello es
necesario predicar con el ejemplo para instaurar un Estado de trabajo,
equidistante del neoliberalismo y el neomarxismo, tributarios de concepciones
dependientes, resistidas por las grandes mayorías.
Nuestra posición, a diferencia de
las ideas copiadas y rígidas, se orienta por aspiraciones y posibilidades
singulares y específicas. En tal sentido, la clave de acceso al porvenir es la
concertación social para la producción y el trabajo; ya que el “progresismo”
abstracto no suscita organización territorial, ni educación laboral, ni
desarrollo económico.
Es menester descubrir la relación
directa de la política con las cuestiones primordiales que el pueblo intuye y
siente con el peso de la multitud, a la espera de planes y programas con
voluntad de resolución y capacidad técnica. Buena ocupación para los cuadros
que sepan evaluar los defectos de las formas orgánicas viejas y faciliten su
pasaje fluido a otros procedimientos, porque un futuro diferente reclama una
militancia distinta.
Resulta imprescindible demostrar
austeridad y coraje, no sólo como preceptos morales, sino como normas
intrínsecas a la nueva realidad que se perfila, sobre la endeblez de las pretensiones
individuales o de círculo. De lo contrario, la movilización de parcialidades
fragmentadas nunca podrá concentrar las fuerzas necesarias para actuar con el
menor costo en tiempo, contradicciones y penurias.
Sin proyecto de nación, la comunidad
diluye su ecuación de derechos y deberes. Luego, se consiente la apropiación en
términos de negociado contra el patrimonio público. Y se ejerce la
“ejemplaridad al revés”, que premia el oportunismo del corrupto y castiga la
honestidad del ciudadano que trabaja y cumple. En consecuencia, hay que
prevenir la degradación de una sociedad que revierta sus vínculos permanentes por
“relaciones de conveniencia” de corto plazo.
La puja distributiva se agrava en la
persecución de intereses sectoriales a cualquier costo, pues sin identidad
nacional no hay concertación, que es la referencia equitativa de una gran
paritaria social. Falencia que, a su vez, deja a las paritarias gremiales como
una institución sin libertad por una presión autoritaria; ya que es imposible
ordenar la economía de un país políticamente desordenado.
En cuanto a la orfandad de grandes
liderazgos, no siempre se corrige con el
conductor carismático que provee la historia en sus momentos culminantes. Hay
otros momentos, cuando se regresa de “relatos” y divisiones, en los cuales urge
establecer un sistema prudente de cooperación y consenso. Esto no disminuye la
competencia del nuevo gobierno, pero recupera el equilibrio participativo de
una marcha previsible hacia el futuro, sin jefaturas unilaterales.
La transición de la conflictividad a
la solidaridad implica una tarea ardua, ligada al “poder simbólico”, por el
carácter inmaterial de su fuerza, compuesta de estructuras mentales sobre el
modo de pensar y de ser. Esta disposición es reacia a modificarse, porque
defiende su sentido existencial como una cuestión de vida o muerte.
El Estado, aún con sus defectos,
juega aquí un rol cooperante, que está inscripto en las significaciones del
imaginario colectivo, sumado al despliegue de las entidades oficiales en el
total de la actividad comunitaria. Por consiguiente, es en la reforma estatal
gradual donde se encuentra el apoyo del mejoramiento de los hábitos
democráticos, logrando el rescate de la vocación de servicio público.[26.5.15]
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