8. NUEVA PROYECCION DE LOS
GOBIERNOS LOCALES
Y LOS LÍDERES COMUNITARIOS
La organización jurídica
estatal y la organización social comunitaria
Un cuerpo social se convierte en comunidad a lo largo
de una evolución que pone a prueba su capacidad de adaptación a las diferentes
circunstancias y desafíos enfrentados, manteniendo una determinada unidad y
continuidad orgánica. En esa trayectoria, la vitalidad de la comunidad se
reconoce por la manifestación de una proyección de su voluntad histórica de
persistir, crecer y desarrollarse en una realización afirmativa de todas sus
potencialidades.
Esta afirmación vital se corresponde a un deseo de
autonomía, para bastarse a sí misma y tomar sus propias decisiones,
prescindiendo en forma progresiva del centralismo, burocrático o asistencial,
del cual dependiera inicialmente. La maduración de la conciencia colectiva,
paralela al esfuerzo de construcción económica y administrativa, le permite ir
asumiendo en plenitud su destino, abandonado el disciplinamiento político que
es el contrapeso, directo o indirecto, del apoyo recibido.
Se presentan así los problemas y soluciones normales
de un doble nivel de estructuración del conjunto articulado de intereses y
relaciones que configura el desenvolvimiento de la sociedad civil. Por un lado,
la organización jurídico-legal estatal y sus instituciones políticas
imprescindibles para gobernar, legislar y administrar justicia. Por otro lado,
la organización social comunitaria y sus organizaciones libres autogestionadas.
Ambos niveles tendrían que actuar en forma interactiva y coordinada, para
servir armónicamente sus finalidades complementarias, lo que no siempre ocurre
por desfasajes en la dinámica histórica de los pueblos.
En este aspecto, a veces se registra un retraso
relativo en la organización y el funcionamiento de un Estado muy centralizado
que, a nivel nacional o provincial, enchaleca las iniciativas locales de
alcanzar una mayor autonomía de acción y calidad de participación. Otras veces,
en cambio, existe el marco constitucional adecuado para crecer en esas
posibilidades, pero el compromiso de involucramiento popular en su ámbito más
directo no se revela suficientemente. En nuestro país ocurren al mismo tiempo
estos comportamientos dispares, aún en regiones y zonas de características
similares.
La identidad de
atribuciones entre ciudadanos
Hace a la tesis de estas reflexiones enfatizar el
ciclo de transformaciones y cambios “de abajo hacia arriba”; porque las
modificaciones impresas en la cúpula del ordenamiento general suelen ofrecer
vacíos e interferencias burocráticas, mientras la movilización real del pueblo
crea las condiciones irreversibles para actualizar la normatividad social. En
este sentido, queda clara la necesidad de establecer una red activa de adhesión
y acumulación de efecto organizativo, para convocar, recibir e intercambiar
ideas, hechos y recursos de la más amplia gama comunitaria.
La democracia como régimen de convivencia se defiende
por sí cuando los ciudadanos ejercen responsablemente sus deberes y derechos,
especialmente la igualdad que es “la identidad de atribuciones entre seres
semejantes”. Pero la igualdad no se reduce a la ejecución periódica del
ejercicio electoral, para pensar a quien vamos a votar, sino que se expresa en
todos los asuntos de la vida cotidiana, donde debemos decidir lo que vamos a
hacer. En consecuencia, la democracia no sólo se viola activamente por la
comisión de faltas y delitos, sino que se afecta por la omisión de las
obligaciones comunitarias más elementales.
El imperativo ético y práctico de involucrarse en una
participación civil orgánica, es más importante que nunca ante la
multiplicación de una actitud cuestionadora, que ahora se registra en varios
lugares por oleadas de reivindicaciones postergadas. Ellas son legítimas en
cuanto apuntan a la marginalidad social, la inseguridad, las fallas en la
justicia y el mal funcionamiento de ciertos servicios, pero pierden consenso
cuando se desvían hacia el caos sistemático que agrava la situación. Ésta es
otra razón para buscar la actuación ordenada de la gente, desconcentrando las
decisiones públicas más cercanas a la base social, y logrando el concurso de
sus dirigentes naturales y no del activismo ideológico.
Hay que estar atentos a la diferencia entre necesidad
y agitación, porque la crisis muestra sobre caliente las cosas que hay que
enmendar, y además provee la fuerza movilizadora aplicable a la solución de
errores y falencias. De lo contrario, se opta por la represión o se posterga el
desenlace para otra oportunidad, cada vez más difícil porque acumula tensiones.
Es importante pues, plantear propuestas verdaderas, que no jueguen con la
expectativa y la esperanza social, ya bastante sensibilizadas por la
indiferencia o la ausencia del arco conocido de representación política.
De relaciones de vecindad a
relaciones de arraigo e integración
Todo proyecto comunitario, además de atender a lo
urgente, apunta a sostenerse en el futuro; e incluye la crítica a la inacción
pasada y presente. Esta visión, explícita o implícita, contiene los principios
reformadores que hay que desarrollar para vencer la resistencia de los
intereses que lucran con la situación preexistente. De igual modo, acontece en
la realidad integral de una sociedad local que ansía progresar, para lo cual
tiene que partir de la propia fuerza que genera su entramado social interno, en
tanto éste tienda a consolidarse y quiera profundizarse.
Nos referimos a una prédica que supere las falsas
argumentaciones sobre la inviabilidad del desarrollo institucional y
organizativo de los argentinos, porque son evidentes los numerosos ejemplos de
provincias, ciudades y pueblos bien gobernados y participativos. Estos
testimonios de éxito, que contrastan con otros de desapego y desidia, indican
un camino transitable de avance, orientado hacia el pasaje de las relaciones de
vecindad a las relaciones de integración y apoyo mutuo.
El arraigo nacional y local es un refugio frente al
desmoronamiento del paradigma político y económico neoliberal a escala mundial,
entre otras causas, por la codicia desmedida de los centros de especulación
financiera, con sede principal en EEUU, y la manipulación mediática conexa. Los
pueblos sufren esta situación extraordinaria como una crisis cultural, donde
los valores han sido sustituidos por anti-valores. Esto fomenta el círculo
vicioso de la anti-política y la anti-organización, mientras se desprecia el
esfuerzo personal, la capacitación técnica, la importancia del trabajo
productivo y de la asociación profesional.
Es imposible, entonces, esperar que la solución venga de
afuera, porque nuestros proyectos deben ser motivados en nuestras aspiraciones,
planificados por nuestras ideas y alcanzados con nuestros medios. De igual
modo, tienen que ser conducidos por nuevas formas de expresión y
representación, en conjunto con una reestructuración estatal, y la “regionalización
y descentralización del orden territorial”. Todo ello con el objetivo de una
mejor disposición del espacio geográfico y el resguardo del medio ambiente,
para proteger la vida comunitaria y su horizonte de desarrollo sustentable.
Inclusión social e
identidad nacional
Es importante reiterar que la marginalidad, con las
variantes del subempleo y la discriminación, afecta gravemente en materia de
educación, salud, vivienda y previsión social; y al final desemboca en
exclusión urbana y causa de inestabilidad política. Por si faltasen ejemplos,
hoy vemos una violencia inédita en grandes ciudades de países desarrollados e
incluso ex-metrópolis colonialistas, donde estalla la ira de una generación sin
protección ni destino. Una conmoción social encabezada por franjas de mera
sobrevivencia que, al expresarse masivamente, y aparte de cualquier
infiltración delictiva, afecta por sí el tejido comunitario y pone en duda el
“código cultural” vigente por décadas.
Esto sucede porque la racionalidad y voluntad del
Estado no pueden estar ajenas al fondo del drama humano que lo cuestionan de
raíz. De ser así, lamentablemente, las alternativas de acción serían reactivas
y no proactivas, tendiendo a la represión; y dejando correr, en una napa más
honda y oculta, la corriente de descontento y choque social. De todas maneras,
esta rebeldía concentrada en el desborde del desorden sin perspectiva política,
traduce una “actitud nihilista” sin valores de recambio para un régimen decadente.
La comparación con nuestra experiencia reciente (2001)
no es ociosa, porque aún desde la
Europa “integrada” viene a confirmarse nuestro axioma
doctrinario: la solidaridad social, más allá de sus significados éticos y
morales, es la herramienta válida para redescubrir el carácter histórico de la
nacionalidad, que sufriría una crisis de identidad sin ella. Solidaridad, por
supuesto, no declamada sino realista, efectiva y bajo la acción democrática de
la participación popular.
La dimensión del esfuerzo aún pendiente excede la
estructura oficial asistencial, que si pretendiese absorberla en forma total,
lo haría al precio de una burocratización distante del trato personalizado que
tiene que caracterizarla. Tampoco es conveniente dar ayuda en forma asimétrica,
favoreciendo a determinados círculos proclives a caer en mecanismos de
corrupción, o a utilizar a su arbitrio un cúmulo de recursos, implicando la
privatización de hecho de fondos públicos que pertenecen a todos los
ciudadanos. Sin embargo, observar estas consideraciones, en ningún caso tendría
que derivar en retrocesos inadmisibles, como postulan sectores
reaccionarios, referentes a las
políticas de inclusión social y al incentivo de un modelo económico productivo.
Alentar los nuevos
liderazgos de construcción comunitaria
El arte de la conducción enseña que todo poder
instituido depende de la fuerza social sobre la cual se ejerce. Luego, la
aprobación o el rechazo manifiesto del pueblo, que siempre se reserva la
facultad soberana de confirmar o revocar el rol delegado en sus funcionarios.
En igual sentido, hay momentos que promueven la gestación de nuevos liderazgos
de base para encarar las soluciones que se reclaman. Este fenómeno que cada
tanto reaparece, supera la opacidad habitual de los grupos de influencia,
respecto a la óptica local directa del bien común; y potencia la imagen de los
cuadros que emergen, por su aptitud ética y vocación de servicio, en sus
respectivos lugares de referencia.
Para esta innovación del liderazgo, también hay que
estar dispuestos a evolucionar con la incorporación de métodos estratégicos y
tácticos, a fin de conducir con unidad en la diversidad, y proyectarse en lo
local y zonal de acuerdo a las expectativas creadas. En este marco, los
ciudadanos que entiendan y acompañen este proceso indispensable, dejarán de
vivir una especie de “democracia restringida”, condicionada desde niveles
superiores, que no siempre están compenetrados con las realidades diversas que
configuran el mapa del país.
Ya hemos visto que el espíritu republicano no se agota
en el planteo electoral, porque a la legalidad de origen del poder hay que
ratificarla con la legitimidad de su ejercicio práctico en cuanto a metas,
apoyos y procedimientos. Con todo, hay algo interesante cuando se zonifican los
resultados comiciales, especialmente en los distritos medianos y pequeños,
porque ellos demuestran el nivel de calidad de la gestión de los gobiernos
locales y de los dirigentes sociales. Algún día no muy lejano, el bloque
compacto de miles de pueblos bien administrados, dará el temple necesario de
una calidad institucional diferente.
Para todos estos temas “La comunidad organizada” no es
sólo un texto clave de un conductor inigualable, por la irrupción histórica de
los trabajadores argentinos: es un modelo de conducción vigente, abierto a las
nuevas generaciones que deben conocerlo primero, para enriquecerlo con su
experiencia. Ese modelo democrático no reconoce títulos nobiliarios ni en la
oposición, ni en el oficialismo; porque la carrera militante se funda en el
esfuerzo personal de cada uno, revalidado en cada momento de una vida de lucha.
(14.8.11)
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