miércoles, 13 de julio de 2016

13. LA DIGNIFICACIÓN DEL LENGUAJE POLÍTICO



13. LA DIGNIFICACIÓN DEL LENGUAJE POLÍTICO

Nuestra conciencia tiene la facultad de discernir por la formulación constante de criterios y juicios, que otorgan a todo su significado y sentido. Esta actividad intelectiva, sin embargo, no es estrictamente individual, porque utiliza un lenguaje elaborado  y acumulado en el tiempo por la acción colectiva de la comunidad. En este contexto de arraigo cultural, cada uno “es” su idioma de pertenencia, como dicen los grandes maestros; agregando que el hombre, en su evolución, no se queda en lo que “hace” y quiere trascender, con ideas y sentimientos, al significado pleno de su “obrar”.

De modo similar, en la vida de los pueblos, el alcance de los sucesivos liderazgos se revela, en un plano profundo, cuando ya ha transcurrido cada etapa; y pasan a ser evaluados objetivamente por nuevas generaciones, incluyendo los herederos de sus opositores. Esta distancia otorga una valoración más auténtica, respecto al relato auto-referencial que se declama sin garantía de permanencia. La abnegación, en cambio, ha sido recompensada muchas veces en la memoria de los ciclos largos de la historia.

Sucede que el “símbolo” va más allá del “acto”, al explicar los deseos y tendencias de una época. Razón suficiente para cuidar los gestos y expresiones políticas, siempre sujetos al registro público que pendula entre lo solemne y lo banal. Un estilo correcto parte de principios, sigue con coherencia y culmina consagrando fines, sabiendo que la palabra nace de la intención y vive para la acción, y no en el repertorio de frases hechas o histriónicas.

La práctica política se sustenta en la palabra, pero ésta no la sustituye; ya que “mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”. Una conducción persuasiva sabe escuchar para hacerse oír y comprender para hacerse entender; recordando que se dirige al conjunto social que también integran quienes piensan diferente.

La “expresión” es un don relevante cuando se distingue de la “comunicación” técnica, porque es portadora de sabiduría, protección y estímulo. Para ella lo principal no es el ego que dictamina desde los vértices de un aparato publicitario o de mando, sino el aporte brindado con llaneza y que resulta útil al intercambio de roles concurrentes al compromiso solidario.

La voluntad de verdad, que rechaza la hipocresía, aumenta la conciencia organizativa, por definición plural. Y hace que la satisfacción de compartir el trabajo y reconocerse en lo producido, evite la alienación de las personas respecto del esfuerzo cumplido. Actitud noble que no descarta a nadie y pondera el valor de la experiencia, como requisito para que la juventud crezca sin esquemas superficiales o consignas meramente repetitivas.

La recuperación política del lenguaje apropiado, destaca la obligación de encontrar la expresión justa; donde la sencillez no implique vulgaridad, la elocuencia no caiga en desaires ni burlas, y el discurso resida en sus contenidos y no en negar o descalificar al otro. Los argentinos, tenemos que admitirlo, somos adictos a la confrontación con consignas como: “nosotros  o ellos”, “amigos o enemigos”, que ya es conveniente archivar.

Es hora de dejar de lado todo aquello que entrañe priorizar factores de agresividad, a fin de no paralizarnos en obsesiones y provocaciones extemporáneas en las actuales circunstancias políticas. No significa renunciar a la lucha de ideas, que sería renunciar a la vida, pero sí debatir con altura las diferencias y contradicciones. Y, al mismo tiempo, darnos la posibilidad de coincidir en cuestiones de Estado que reclaman cooperación de fuerzas diversas.  [2.6.15]


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