13. LA
DIGNIFICACIÓN DEL LENGUAJE POLÍTICO
Nuestra conciencia tiene la facultad
de discernir por la formulación constante de criterios y juicios, que otorgan a
todo su significado y sentido. Esta actividad intelectiva, sin embargo, no es
estrictamente individual, porque utiliza un lenguaje elaborado y acumulado en el tiempo por la acción
colectiva de la comunidad. En este contexto de arraigo cultural, cada uno “es”
su idioma de pertenencia, como dicen los grandes maestros; agregando que el
hombre, en su evolución, no se queda en lo que “hace” y quiere trascender, con
ideas y sentimientos, al significado pleno de su “obrar”.
De modo similar, en la vida de los
pueblos, el alcance de los sucesivos liderazgos se revela, en un plano
profundo, cuando ya ha transcurrido cada etapa; y pasan a ser evaluados
objetivamente por nuevas generaciones, incluyendo los herederos de sus
opositores. Esta distancia otorga una valoración más auténtica, respecto al
relato auto-referencial que se declama sin garantía de permanencia. La abnegación,
en cambio, ha sido recompensada muchas veces en la memoria de los ciclos largos
de la historia.
Sucede que el “símbolo” va más allá
del “acto”, al explicar los deseos y tendencias de una época. Razón suficiente
para cuidar los gestos y expresiones políticas, siempre sujetos al registro
público que pendula entre lo solemne y lo banal. Un estilo correcto parte de
principios, sigue con coherencia y culmina consagrando fines, sabiendo que la
palabra nace de la intención y vive para la acción, y no en el repertorio de
frases hechas o histriónicas.
La práctica política se sustenta en
la palabra, pero ésta no la sustituye; ya que “mejor que decir es hacer y mejor
que prometer es realizar”. Una conducción persuasiva sabe escuchar para hacerse
oír y comprender para hacerse entender; recordando que se dirige al conjunto
social que también integran quienes piensan diferente.
La “expresión” es un don relevante
cuando se distingue de la “comunicación” técnica, porque es portadora de
sabiduría, protección y estímulo. Para ella lo principal no es el ego que
dictamina desde los vértices de un aparato publicitario o de mando, sino el
aporte brindado con llaneza y que resulta útil al intercambio de roles
concurrentes al compromiso solidario.
La voluntad de verdad, que rechaza
la hipocresía, aumenta la conciencia organizativa, por definición plural. Y
hace que la satisfacción de compartir el trabajo y reconocerse en lo producido,
evite la alienación de las personas respecto del esfuerzo cumplido. Actitud
noble que no descarta a nadie y pondera el valor de la experiencia, como
requisito para que la juventud crezca sin esquemas superficiales o consignas
meramente repetitivas.
La recuperación política del
lenguaje apropiado, destaca la obligación de encontrar la expresión justa;
donde la sencillez no implique vulgaridad, la elocuencia no caiga en desaires
ni burlas, y el discurso resida en sus contenidos y no en negar o descalificar
al otro. Los argentinos, tenemos que admitirlo, somos adictos a la
confrontación con consignas como: “nosotros
o ellos”, “amigos o enemigos”, que ya es conveniente archivar.
Es hora de dejar de lado todo
aquello que entrañe priorizar factores de agresividad, a fin de no paralizarnos
en obsesiones y provocaciones extemporáneas en las actuales circunstancias
políticas. No significa renunciar a la lucha de ideas, que sería renunciar a la
vida, pero sí debatir con altura las diferencias y contradicciones. Y, al mismo
tiempo, darnos la posibilidad de coincidir en cuestiones de Estado que reclaman
cooperación de fuerzas diversas.
[2.6.15]
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